Por: María Mercedes Tenti
La crecida final sorprendió a la población en medio de la noche, por el desborde del canal de Tuama, y muchos lograron huir con lo puesto. Un botero rescató a muchos, por lo que el gato “El violín de Tatacu”, de Fortunato Juárez, lo recuerda como un héroe en medio de la desgracia.
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Los signos de la destrucción de la villa, en 1909. |
En noviembre de 1908, una masa de agua y lodo desbordados del río Dulce sepultaba a la vieja Villa de Loreto, la antigua ciudad que se encontraba a 12 kilómetros de la actual ciudad de Loreto, catástrofe de la que esta semana se cumplieron 116 años y aún pervive en la memoria popular.
La creciente llegó a
las tres de la madrugada del 21 de noviembre, mientras sus pobladores
descansaban después de una calurosa jornada de trabajo y no hubo tiempo de
salvar nada. Apenas pudieron huir con lo puesto. Sin embargo, los historiadores
precisan que los avances del agua ya habían comenzado días antes, pero esa
noche fatídica fue el golpe de gracia.
El poblado fue completamente inundado. Indalesio Gómez, un
antiguo poblador y sobreviviente recuerda “la noche trágica”, en que la furia
de la crecida los sorprendió. Sólo algunos atinaron a subir a techos y árboles.
El cauce del canal de Tuama había desbordado por tercera vez y el amanecer
encontró a los pobladores con dos metros y medio de agua y un sordo silencio de
espanto los invadió.
El párroco Juan Retambay, durante toda la noche,
trasladándose en su bote, hablaba a los pobladores, pidiéndoles que piensen y
que debían abandonar sus casas para trasladarse hacia la Estación Loreto. Según
la historia, algunos vecinos huyeron, y muchos fueron rescatados por Tata
Cármen (Tata: Padre; cu: más que), violinista, quichuista y botero de la zona,
quien los trasladó a la Estación Loreto.
El gato “Violín de Tatacú”, de Fortunato Juárez, recuerda
aquella triste historia y la valentía y solidaridad de Tatacu, al salvar a los
pobladores: “Así llegó aquel día, que es tan triste contarlo. El Río Dulce y su
bravura se llevó a Villa Loreto y Tatacu con sus botes salvando a la población.
Todo eso ya es recuerdo que me oprime el corazón”.
La inundación fue el resultado de numerosos factores de
desencuentros políticos, de indiferencia comunitaria, que no permitieron
avizorar aquel trágico final, según señaló la historiadora María Mercedes
Tenti, en la revista Fundación Cultural de 2007.
ORIGEN
La antigua Villa de Loreto se había conformado en el siglo
XVIII, en la antigua estancia de los Islas, a la vera del camino al Alto Perú.
“Sus habitantes aprovechaban las inundaciones del río Dulce para hacer sementeras
y sembrar en épocas de inundaciones; también construían pozos de agua para
abrevar el ganado, especialmente ovejas y cabras de las que obtenían lana para
sus telares”, recuerda la historiadora Tenti.
La imagen de la Virgen de Loreto, traída por los jesuitas, ya
se reverenciaba desde el siglo XVI cuando estaba en posesión de la india Lula
Paya, según la tradición oral. En 1731 Catalina Bravo de Zamora hizo construir
una capilla, que fue reconstruida varias veces como consecuencias de las inundaciones
del río. Hasta fines del siglo XVIII dependía del curato de Tuama, hasta que en
1793 fue erigida parroquia. La nueva iglesia comenzó a construirse a partir de
1830, por iniciativa del gobernador Juan Felipe Ibarra, cuando era párroco
Pedro Francisco de Uriarte, quien había sido designado representante por
Santiago del Estero ante la Junta Grande y se desempeñó como tal en el Congreso
Constituyente reunido en 1816 en Tucumán, trasladado luego a Buenos Aires.
En la tercera década del siglo XIX, Loreto comenzó a
declinar, como consecuencia del cambio de cauce del río que la dejó sin el
líquido vital para hombres, mujeres, cultivos y ganado. Otra vicisitud fue
causa de su decadencia: el ferrocarril que conducía a Rosario tendió sus vías
esquivando la antigua villa; la estación Loreto era la escala más próxima. Poco
a poco se fue notando el éxodo de pobladores que emigraban en busca de
horizontes más promisorios. Los censos de 1869 y 1895 constituyen una prueba irrefutable
de la disminución de la población.
Si bien la economía de la zona había decaído, el departamento
contaba con 10 atahonas a mula -que abastecían de harina a la zona-, 3 obrajes
y una fábrica de materiales. Antiguos comercios y otros nuevos proveían a la
población de lo necesario para la vida: 3 almacenes por menor, 3 bazares, 4
carnicerías, 1 casa consignataria, 7 corredores comerciales. Los 18 “boliches
con licores” eran un ámbito de socialización eminentemente masculina (Fazio).
Las mujeres se reunían en tertulias en las que ejecutaban el arpa y cantaban
(Gancedo).
A comienzos del siglo XX se organizó una comisión para la
construcción del templo en la estación y se colocó la piedra fundamental. La
capilla fue inaugurada en 1904 (Archivo Parroquial). La capilla de la villa
estaba bien conservada. El altar tenía un sagrario movible de algarrobo y dos
confesionarios del mismo material. El baptisterio poseía una pila bautismal de
mármol. Contaba con importantes imágenes, entre las que se destacaba la de
Nuestra Señora de Loreto, un Señor Crucificado de 2.20 m de madera (que
actualmente se encuentra en la capilla de Perchil Bajo), la Dolorosa de rostro
encarnado, Purísima Concepción, San Luis, Jesús Nazareno de vestir, San José y
Santa Bárbara -a cada lado del altar mayor- y un vía crucis con cuadro y cruz
de madera, según consta en el inventario conservado en el archivo parroquial.
EL CLAMOR POR EL AGUA
Desde el momento en que la naturaleza hizo variar el cauce
del río, el anhelo de los moradores que quedaron en la zona, más el de los
inmigrantes que llegaban en busca de nuevos horizontes, era contar con el agua
necesaria para impulsar nueva vida a la antigua villa. Ya en 1896 el gobernador
Adolfo Ruiz gestionó la venida de un ingeniero especialista en hidráulica para
proyectar una serie de obras, entre ellas el canal de Tuama a Loreto,
construido durante su gobierno.
Pero la bendición del agua duró muy poco. Si bien en 1903, el
canal regaba 887 hectáreas, el gobernador Pedro Barraza, en su mensaje anual a
la Legislatura, señalaba los problemas de su mantenimiento: la bocatoma era
angosta para el caudal de agua que se vertía y no se había realizado la
compuerta para que, en épocas de crecientes, se detuviera el paso de las aguas.
En 1907, José Santillán denunciaba en su mensaje que el río, durante las últimos
crecientes, se volcaba impetuoso por el canal el cual, al no tener compuerta,
no sólo no contenía el agua, sino que provocaba además el desborde hacia otros
rumbos, en forma de verdaderos brazos del río, poniendo en peligro la villa de
Loreto. Si bien, la provincia había comprado y trasladado materiales para
iniciar la obra, argumentaba el gobernador que no se contaban con los fondos
necesarios para emprenderla sin el auxilio de la nación, ya que su costo
ascendía a $500.000.
PRIMERAS INUNDACIONES
Generalmente se tiene conocimiento de la inundación que
arrasó con Loreto en 1908. Sin embargo, ésta no fue la única. Dos inundaciones
ocurridas un año antes preanunciaron la tragedia y, sin embargo, los poderes
públicos no tomaron los resguardos necesarios para preservar la vida y los
bienes de sus moradores.
El 31 de diciembre de 1906, mientras los santiagueños y
santiagueñas celebraban la llegada de un nuevo año, la compuerta intermedia de defensa
del canal Tuama-Loreto, que estaba en construcción, se rompió por la fuerza de
las aguas que comenzaron a entrar en la villa, ante el pánico de la población.
Todo enero, luchando contra las adversidades y el calor, los vecinos se pasaron
construyendo bordos alrededor de sus casas para evitar que el agua las
arrasara. No sólo se había desbordado el canal, sino que el agua se había
escurrido por el brazo seco del río Pinto, inundando campos y cultivos. “La
zona se ha convertido en un mar con una pequeña isla que es Loreto”, afirmaba
El Liberal.
Cuando todo hacía pensar que la villa estaba a salvo,
sobrevino una segunda inundación, a los pocos días, a fines de enero de 1907.
La creciente nuevamente rompió el bordo del canal, en El Yugo, e inundó casas y
quintas. El 13 de marzo entró el agua a la villa, anegando plaza, escuela y
muchas viviendas. Las familias, a la intemperie, esperaban ayuda que no
llegaba. En abril, nuevamente se rompió el bordo improvisado a fuerza de
trabajo y coraje de los moradores, que luchaban por preservar el poblado. El agua
alcanzó 50 centímetros en algunas partes y en otras aún más.
Las familias huían de sus hogares, buscando lugares altos,
presas de pánico, mientras los ranchos comenzaban a desplomarse y escaseaban
los víveres. Los trabajos de defensa eran infructuosos. Al mismo tiempo, un
centenar de hombres trabajaba denodadamente colocando bolsas de arena para
detener la corriente, animados por un grupo de músicos que, al compás de bombo
y violín les daban aliento, mientras el agua avanzaba implacable. En medio de llantos
desconsolados, la gente se congregaba en la iglesia haciendo rogativas a toda
hora. Un bordo alrededor del edificio contenía la gran masa de agua. Con el
paso de los días recién las aguas comenzaron a descender. Sin embargo, el daño
ya estaba hecho: casas derrumbadas, enseres perdidos, el cementerio inundado y
chacareros y quinteros con sus productos inutilizados.
Ante los hechos tan graves ocurridos el año anterior, en 1908
Santillán comisionó al director de Obras Públicas ingeniero Tomás Bruzzone para
la prosecución de las obras del canal de Tuama, obras que no eran más que un
paliativo, por cuanto la ampliación del canal y la construcción de la compuerta
no se habían iniciado a la espera de fondos que debía aprobar el congreso
nacional. El preanuncio de la tragedia comenzó en la capital santiagueña,
jaqueada por la inundación a mediados de diciembre. El 19 la creciente rompió
los bordos del canal a la altura del Yugo y el agua comenzó a avanzar,
nuevamente amenazante, sobre la villa de Loreto.
El 20 se desencadenó la catástrofe; el 21 de diciembre de
1908 Loreto sucumbió al avance de las aguas que, en algunos puntos superaba los
dos metros y medio de altura. A pesar de los esfuerzos de operarios y
habitantes, no se pudo evitar el avance de las aguas. Faltaban brazos; los
peones estaban extenuados luego de trabajar día y noche en forma agotadora. Los
ranchos comenzaron a derrumbarse y las familias desesperadas, esperaban ayuda a
la intemperie. Desde Loreto, a través del telégrafo, llegaban a Santiago los
pedidos de auxilio: carpas, galletas para los peones, alimentos, ropa.
Si bien el gobierno provincial mandó por tren cuadrillas de
servicio para reemplazar a los extenuados peones, 30 soldados y carpas y abrió
una cuenta especial denominada “Gastos inundación Loreto”, todo fue inútil. La
población estaba convertida en un lago. Casi todas las familias tuvieron que
emigrar apresuradamente. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas
fatales, según pudo constatarse en los libros de defunciones de la villa y de
la estación Loreto, en el Archivo del Registro Civil de Loreto.
Esta vez se daba por descontado la total destrucción de la
villa. Nuevas crecientes más el enlame producido con troncos y árboles que
destruían las defensas e imposibilitaban que el agua retrocediese, hacían más
dramática la situación. Se necesitaban botes para el traslado de personas
ubicadas en los lugares altos, víveres para alimentarlas y abrigos. La ayuda no
llegaba debido a la misma creciente que no permitía el arribo de botes, a la
falta de trenes y a la inoperancia del gobierno provincial.
Los pobladores emigraban: unos a la estación y otros sobre el
río viejo. Todas las casas estaban inundadas, incluidas la iglesia y la
escuela. Sólo el edificio del telégrafo, construido en una zona elevada, se
había salvado y era el único contacto con la capital. A pesar de los esfuerzos
de Bruzzone, que pedía auxilios desesperados, la villa fue abandonada. Las
autoridades de la localidad se trasladaron a Chimpa Macho, a 15 cuadras al este
de la villa. Cuando llegaron tardíamente los botes, mujeres y niños pugnaba por
subirse a ellos, mientras las casas se derrumbaban y los hombres trataban de
preservar muebles, ropas y mercaderías. Con los botes llegó también la ayuda
del gobierno y se comenzó a distribuir víveres entre los pobres.
La Navidad de 1908 fue sin dudas la más amarga que pasaron
los loretanos. Habían perdido todo. La población acampada en un lodazal
esperaba ayuda, que demoraba en llegar. Sólo la iniciativa privada brindaba su
apoyo y solidaridad a través de las comunidades extranjeras (especialmente la
española), el Conservatorio Verdi y las conferencias de San Vicente de Paul de
Buenos Aires. “Ya que el elemento nacional no se siente obligado a correr en
auxilio de los que sufren hambre y enfermedades lo hacen los extranjeros”,
denunciaba El Liberal. El Congreso Nacional no enviaba el auxilio de $20.000,
al no sancionar la ley respectiva “por falta de quorum”. Una vez más, los
representantes estaban ausentes a la hora de brindar el apoyo a sus
representados.
La venerada imagen de la virgen de Loreto, según la
tradición, fue salvada en un bote por el párroco Retambay y llevada a la
capilla de la estación. De la antigua iglesia desaparecieron en la inundación,
conforme al inventario realizado, sacristía, baptisterio, depósito, retablo,
tabernáculo, barandas de madera, altares, túmulo, araña, tumba para pozos en
los entierros, dos confesionarios de madera, un reloj de campana y uno de mesa,
piano de cola, crismeras de plata, vinajeras, bujiario y dos pilas de agua
bendita de mármol. Todo lo demás pudo salvarse.
La fecha de la inundación que destruyó Villa Loreto, 21 de
diciembre de 1908, ya fue señalada por el historiador Luis Alen Lascano en su
obra Historia de Santiago del Estero. Numerosas e invalorables fuentes
ratifican esta fecha y describen paso a paso la forma en que se fue
desarrollando la catástrofe, en particular la información contenida en la
colección de El Liberal y de El Siglo -que permanecen microfilmadas en el
archivo de El Liberal-, que describen las dramáticas jornadas.
Por tratarse del desborde de un canal, la inundación se
produjo lentamente, dando la posibilidad, a la mayoría de sus moradores, de
poner a salvo sus pertenencias y de alejarse de la zona anegada, pasando en
botes al otro lado del río Pinto. Pero ¿por qué se destruyó Loreto? Ambos
diarios dan cuenta de las penurias de la villa: Por un lado, una copiosa lluvia
-del mismo día 21- dio “el golpe de gracia a la población” y por otro, el más
grave, a partir del 22 de diciembre el agua siguió aumentando, porque el canal
se encontraba obstruido aguas abajo con un gran enlame, originado por el
estancamiento de los árboles arrastrados por la corriente, que formaron una
‘tranca’ en la embocadura del río Pinto.
Por la escasez de recursos y hombres el deslame se hacía
imposible, según lo denunciaba el Ing. Bruzzone. Por esta causa, el agua
permaneció estacionada en la villa y no pudo retroceder -por la diferencia de
nivel- hasta tanto se concluyeron los trabajos emprendidos en el canal de
derivación, aguas arriba de Loreto. La mayoría de las viviendas, construidas
con adobe, no pudieron resistir el embate de las aguas y comenzaron a
desplomarse ante la desesperación de sus pobladores. Si bien algunos habían
emigrado en busca de lugares seguros, otros, los más pobres, permanecieron
hasta último momento cuidando las pocas pertenencias que les quedaban.
Cotejada la documentación existente a la fecha y analizada
contextualmente, se puede afirmar, con precisión, que la destrucción total de
la Villa Loreto se produjo el 21 de diciembre de 1908 cuando las aguas
alcanzaron, en algunas zonas, 2 metros y medio de altura, según lo consignan El
Liberal y El Siglo. Los pobladores hicieron todo lo que pudieron por salvar sus
vidas y bienes; la población se destruyó por la desidia de los gobernantes que
no completaron la construcción de las compuertas que debían regular el paso del
agua del río. El enlame hizo el resto, la antigua Villa de Loreto se convirtió
en una laguna que permaneció anegada hasta enero del año siguiente.
Los loretanos recibieron el año nuevo del 1909 en medio del
horror y la desolación.
Fuentes: librepensador.com.ar
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