Introducción
Santiago del Estero, la provincia más antigua de Argentina,
ha sido contada de formas muy distintas a lo largo del tiempo. Por un lado, a
través de los ojos de los viajeros europeos del siglo XIX, que la vieron como
un lugar detenido, casi abandonado al margen de todo. Por el otro, desde el
cancionero folklórico, que la elevó como cuna de tradiciones, de raíces
profundas y orgullosas. En este cruce de miradas, Silvia Valiente (2014), en su
trabajo Santiago del Estero a los ojos de viajeros y del cancionero, se sumerge
en esas narrativas para revelar cómo se fueron tejiendo —y naturalizando—
ciertos estigmas que terminaron ocultando la complejidad real de esta
provincia. En las páginas que siguen, este ensayo explorará esa dualidad,
comenzando por su caracterización geográfica, luego sus desventajas históricas,
y finalmente, las huellas identitarias que moldearon su imagen.
Caracterización del lugar: entre ríos y adversidades
Para entender de dónde vienen los estigmas sobre Santiago del
Estero, hay que mirar primero su geografía. La provincia está atravesada por
los ríos Dulce y Salado, que marcaron un desarrollo muy desigual. Mientras la
llamada "diagonal fluvial" concentró desde la época colonial más de
la mitad de la población y gran parte de las actividades económicas (Valiente,
2014, p. 5), el este y el norte quedaron relegados, dedicados a la ganadería
extensiva y la explotación forestal.
Además, el clima tampoco ayudó: calor extremo, largas
sequías, y un paisaje que, a ojos de algunos, parecía hostil. Thomas Page, por
ejemplo, en 1855 describió a Santiago como una ciudad de “casas arruinadas y
calles silenciosas” (citado en Tasso, 1984, p. 45). Pero claro, esa es solo una
parte del cuento. Porque la otra cara es la capacidad de adaptación que
tuvieron sus habitantes. Basta mencionar el aprovechamiento del agua del río
Dulce, que hizo posible una agricultura intensiva —con frutas y hortalizas— que
se volvió clave en la economía del siglo XX (Valiente, 2014, p. 6). No todo fue
adversidad: también hubo ingenio y resistencia.
Desventajas
comparativas: el peso de la marginalidad
Más allá del terreno y el clima, los estigmas se arraigaron
en algo más profundo: la forma en que la provincia fue integrada —o más bien,
marginada— dentro del país. Desde el siglo XVII, Santiago quedó atada a la
provisión de materias primas como madera o sal, sin recibir casi nada de
inversión industrial. Esta situación fue reforzada por visitantes como el
italiano Pablo Mantegazza, quien en 1858 la consideró “carente de interés” …
aunque, en una vuelta curiosa, también elogió su “vida dulce y patriarcal”
(Tasso, 1984, p. 46).
Lo cierto es que esas miradas superficiales pasaron por alto
procesos muy profundos. Como la devastación del 80% de sus bosques durante el
siglo XX (Valiente, 2014, p. 8), o el éxodo rural provocado por políticas
neoliberales. En palabras de Valiente, “las desventajas comparativas no fueron
naturales, sino resultado de un modelo extractivo” (2014, p. 9). Es decir, no
se trató de un destino inevitable, sino de decisiones concretas que dejaron
marcas duraderas.
Estigmatización de la
población: entre el folclore y el prejuicio
En lo cultural, la cosa no fue muy distinta. El cancionero
folklórico —con exponentes como Los Carabajal— construyó una imagen del
santiagueño que oscila entre el orgullo y el estereotipo: “moreno, cantor y
bailarín”, pero también “pobre y engañado” (Walter Carabajal, en Valiente,
2014, p. 11).
Mientras tanto, los relatos europeos eran mucho más duros.
Algunos lo calificaron como “bárbaro de aspecto salvaje” (Knight, 1880, en
Tasso, 1984, p. 50), con un desprecio abierto hacia su herencia indígena.
Frente a eso, el folklore actuó como una trinchera: celebró el mestizaje,
mantuvo viva la lengua quichua, y defendió una religiosidad popular que sigue
muy presente. Como bien dijo Pablo Lozano: “El santiagueño no necesita academia
para bailar; lleva la chacarera en el corazón” (Valiente, 2014, p. 11). Y eso
lo dice todo.
Estigmatización del
territorio: la ciudad "fea" que esconde colores
Algo parecido ocurrió con el territorio. Para muchos viajeros
del siglo XIX, Santiago fue apenas un lugar caluroso, desordenado, casi sin
encanto. Acarette du Biscay, en 1657, lo llamó directamente “pueblo de
perezosos”, por su clima sofocante (Tasso, 1984, p. 28).
Pero esa mirada se quiebra si escuchamos a quienes conocen la
provincia desde adentro. El arquitecto Legnane, por ejemplo, defendía la
belleza oculta de su paisaje: “Santiago tiene el color del sol y el rosado de
los lapachos” (Tasso, 1984, p. 87). Y el folklore volvió a hacer lo suyo: elevó
a la provincia a símbolo casi mítico —“tierra madre de trenzas blancas”
(Valiente, 2014, p. 13)—. Lo curioso es que, aunque estas visiones parezcan
opuestas, comparten una trampa: congelan a Santiago en una postal, ignorando su
dinamismo, sus cambios, su historia viva.
Conclusiones: entre el
estigma y la reivindicación
En definitiva, lo que muestran los relatos analizados por
Valiente es una provincia atrapada entre dos extremos: el estigma de la
marginalidad y la idealización romántica. Pero detrás de esos discursos hay una
sociedad compleja, que no solo resistió, sino que también reinventó su cultura,
su economía y su forma de habitar el territorio.
La lección, entonces, es clara: el estigma no es algo
inevitable. Se construye… y por lo tanto, puede desmontarse (Valiente, 2014, p.
14). El verdadero desafío, tanto para quienes investigan como para quienes
habitan Santiago del Estero, es narrarla desde su propia voz, sin caer en la
compasión fácil ni en la nostalgia vacía. Porque esta tierra —con todos sus
contrastes— tiene mucho que decir. Y sobre todo, mucho que reescribir.
Referencias
Valiente, S. (2014). Santiago del Estero a los ojos de
viajeros y del cancionero. Perspectivas, UNERMB.
Tasso, A. (1984). Historia de ciudades: Santiago del Estero.
CELA.
Entrevistas a Los Carabajal (recopiladas por Valiente, 2014).
"Santiago no es solo lo que los otros dicen que es; es
también lo que sus hijos cantan y callan" (Valiente, 2014, p. 10).

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