domingo, 13 de julio de 2025

Santiago del Estero entre el estigma y la identidad

 


Introducción

Santiago del Estero, la provincia más antigua de Argentina, ha sido contada de formas muy distintas a lo largo del tiempo. Por un lado, a través de los ojos de los viajeros europeos del siglo XIX, que la vieron como un lugar detenido, casi abandonado al margen de todo. Por el otro, desde el cancionero folklórico, que la elevó como cuna de tradiciones, de raíces profundas y orgullosas. En este cruce de miradas, Silvia Valiente (2014), en su trabajo Santiago del Estero a los ojos de viajeros y del cancionero, se sumerge en esas narrativas para revelar cómo se fueron tejiendo —y naturalizando— ciertos estigmas que terminaron ocultando la complejidad real de esta provincia. En las páginas que siguen, este ensayo explorará esa dualidad, comenzando por su caracterización geográfica, luego sus desventajas históricas, y finalmente, las huellas identitarias que moldearon su imagen.

Caracterización del lugar: entre ríos y adversidades

Para entender de dónde vienen los estigmas sobre Santiago del Estero, hay que mirar primero su geografía. La provincia está atravesada por los ríos Dulce y Salado, que marcaron un desarrollo muy desigual. Mientras la llamada "diagonal fluvial" concentró desde la época colonial más de la mitad de la población y gran parte de las actividades económicas (Valiente, 2014, p. 5), el este y el norte quedaron relegados, dedicados a la ganadería extensiva y la explotación forestal.

Además, el clima tampoco ayudó: calor extremo, largas sequías, y un paisaje que, a ojos de algunos, parecía hostil. Thomas Page, por ejemplo, en 1855 describió a Santiago como una ciudad de “casas arruinadas y calles silenciosas” (citado en Tasso, 1984, p. 45). Pero claro, esa es solo una parte del cuento. Porque la otra cara es la capacidad de adaptación que tuvieron sus habitantes. Basta mencionar el aprovechamiento del agua del río Dulce, que hizo posible una agricultura intensiva —con frutas y hortalizas— que se volvió clave en la economía del siglo XX (Valiente, 2014, p. 6). No todo fue adversidad: también hubo ingenio y resistencia.

Desventajas comparativas: el peso de la marginalidad

Más allá del terreno y el clima, los estigmas se arraigaron en algo más profundo: la forma en que la provincia fue integrada —o más bien, marginada— dentro del país. Desde el siglo XVII, Santiago quedó atada a la provisión de materias primas como madera o sal, sin recibir casi nada de inversión industrial. Esta situación fue reforzada por visitantes como el italiano Pablo Mantegazza, quien en 1858 la consideró “carente de interés” … aunque, en una vuelta curiosa, también elogió su “vida dulce y patriarcal” (Tasso, 1984, p. 46).

Lo cierto es que esas miradas superficiales pasaron por alto procesos muy profundos. Como la devastación del 80% de sus bosques durante el siglo XX (Valiente, 2014, p. 8), o el éxodo rural provocado por políticas neoliberales. En palabras de Valiente, “las desventajas comparativas no fueron naturales, sino resultado de un modelo extractivo” (2014, p. 9). Es decir, no se trató de un destino inevitable, sino de decisiones concretas que dejaron marcas duraderas.

Estigmatización de la población: entre el folclore y el prejuicio

En lo cultural, la cosa no fue muy distinta. El cancionero folklórico —con exponentes como Los Carabajal— construyó una imagen del santiagueño que oscila entre el orgullo y el estereotipo: “moreno, cantor y bailarín”, pero también “pobre y engañado” (Walter Carabajal, en Valiente, 2014, p. 11).

Mientras tanto, los relatos europeos eran mucho más duros. Algunos lo calificaron como “bárbaro de aspecto salvaje” (Knight, 1880, en Tasso, 1984, p. 50), con un desprecio abierto hacia su herencia indígena. Frente a eso, el folklore actuó como una trinchera: celebró el mestizaje, mantuvo viva la lengua quichua, y defendió una religiosidad popular que sigue muy presente. Como bien dijo Pablo Lozano: “El santiagueño no necesita academia para bailar; lleva la chacarera en el corazón” (Valiente, 2014, p. 11). Y eso lo dice todo.

Estigmatización del territorio: la ciudad "fea" que esconde colores

Algo parecido ocurrió con el territorio. Para muchos viajeros del siglo XIX, Santiago fue apenas un lugar caluroso, desordenado, casi sin encanto. Acarette du Biscay, en 1657, lo llamó directamente “pueblo de perezosos”, por su clima sofocante (Tasso, 1984, p. 28).

Pero esa mirada se quiebra si escuchamos a quienes conocen la provincia desde adentro. El arquitecto Legnane, por ejemplo, defendía la belleza oculta de su paisaje: “Santiago tiene el color del sol y el rosado de los lapachos” (Tasso, 1984, p. 87). Y el folklore volvió a hacer lo suyo: elevó a la provincia a símbolo casi mítico —“tierra madre de trenzas blancas” (Valiente, 2014, p. 13)—. Lo curioso es que, aunque estas visiones parezcan opuestas, comparten una trampa: congelan a Santiago en una postal, ignorando su dinamismo, sus cambios, su historia viva.

Conclusiones: entre el estigma y la reivindicación

En definitiva, lo que muestran los relatos analizados por Valiente es una provincia atrapada entre dos extremos: el estigma de la marginalidad y la idealización romántica. Pero detrás de esos discursos hay una sociedad compleja, que no solo resistió, sino que también reinventó su cultura, su economía y su forma de habitar el territorio.

La lección, entonces, es clara: el estigma no es algo inevitable. Se construye… y por lo tanto, puede desmontarse (Valiente, 2014, p. 14). El verdadero desafío, tanto para quienes investigan como para quienes habitan Santiago del Estero, es narrarla desde su propia voz, sin caer en la compasión fácil ni en la nostalgia vacía. Porque esta tierra —con todos sus contrastes— tiene mucho que decir. Y sobre todo, mucho que reescribir.

Referencias

Valiente, S. (2014). Santiago del Estero a los ojos de viajeros y del cancionero. Perspectivas, UNERMB.

Tasso, A. (1984). Historia de ciudades: Santiago del Estero. CELA.

Entrevistas a Los Carabajal (recopiladas por Valiente, 2014).

"Santiago no es solo lo que los otros dicen que es; es también lo que sus hijos cantan y callan" (Valiente, 2014, p. 10).

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