Su vida fue un camino marcado por la ceguera, pero también por la luz de la música. Desde los pueblos del oriente santiagueño hasta los escenarios radiales de la capital, Fidel Antonio Lucero dejó un legado que aún resuena en la memoria del folclore argentino.
El rescate de un nombre en la memoria popular
La historia de la música nativa en Santiago del Estero es un
largo sendero donde se cruzan generaciones, estilos y nombres que forjaron la
identidad cultural de la provincia. Muchos de esos nombres quedaron grabados en
la memoria colectiva, pero otros, con el paso del tiempo, se fueron
desdibujando hasta quedar casi en el silencio.
Uno de ellos es Fidel
Antonio Lucero, conocido como *“el inolvidable fuellista ciego”, un músico
que supo aportar su arte en un momento clave del folclore santiagueño, cuando
la radio, los teatros y las peñas eran el corazón de la vida cultural.
Infancia entre Cejolao
y Añatuya
Fidel Lucero nació en 1918 en Cejolao, un pequeño poblado del
departamento Moreno, en el oriente santiagueño. Llegó al mundo con una
condición que marcaría su vida: era no vidente. Sus padres, Tomás Lucero y su
esposa, se trasladaron poco después a Añatuya, donde Fidel creció y pasó su
adolescencia.
Fue allí donde se despertó su vínculo con la música. Su
padre, al notar la inclinación artística del niño, le regaló una armónica. Ese
objeto sencillo se convirtió en el primer instrumento de su vida, un canal para
transformar el silencio en melodía. Luego llegarían un acordeón y finalmente el
bandoneón, el instrumento que se convertiría en su voz más fiel.
El salto al escenario:
el Teatro Empire
En 1928, con apenas diez años, Fidel comenzó a tomar clases
de música con el maestro Segundo Ruiz, quien lo introdujo en los acordes y
tonos que pronto dominaría con naturalidad. Seis años después, en 1934,
debutaba en el Teatro Empire de Añatuya, interpretando tangos y valses.
Era un tiempo en que los pueblos del interior santiagueño
respiraban música en cada esquina: guitarras, violines y bandoneones animaban
fiestas, veladas y bailes populares. El joven Fidel se abrió camino en ese
mundo con una facilidad que sorprendía a quienes lo escuchaban.
Santiago del Estero, la capital cultural
En 1937, en busca de más oportunidades, Fidel se trasladó a
la capital santiagueña. Allí encontró el escenario ideal para crecer: la
emisora LV11 Radio del Norte,
conocida como “la vieja LV11”. En esa radio, que en los años 30 y 40 era un
verdadero faro cultural, ingresó como músico estable en la orquesta de la casa.
Desde ese espacio acompañó a cantores locales y nacionales
que visitaban la emisora, consolidando su lugar en el ambiente musical. Su
bandoneón sonó junto a grandes referentes como Rosario “Chori” Paz, Pedro “Apalo” Villalba, Héctor Carabajal, Justo
Marambio Serrano y José Alberto Pérez, además de vocalistas reconocidos
como Orlando Ávila, Luis Moqui y Sergio
Díaz.
La radio cumplía un rol clave en la época: era el medio de
comunicación que unía la ciudad con el campo, llevando música a cada rincón de
la provincia. Para muchos santiagueños, las transmisiones radiales eran la
primera oportunidad de escuchar en vivo a los artistas que luego serían
referentes del folclore argentino.
El folclore santiagueño
en expansión
Los años 30 y 40 marcaron el inicio de una etapa de
efervescencia cultural en Santiago del Estero. La chacarera y la zamba, géneros
que habían nacido en los patios y celebraciones familiares, comenzaron a ocupar
espacios urbanos y teatrales. Al calor de las guitarras y los bombos, la música
santiagueña se consolidaba como símbolo de identidad.
Décadas más tarde, en los años 60 y 70, esa expansión
alcanzaría escala nacional, con la proyección de artistas como Los Carabajal,
Los Hermanos Ábalos o Los Manseros Santiagueños, que llevaron la música de raíz
al resto del país. Pero ese movimiento no hubiera sido posible sin la
generación previa de músicos como Fidel Lucero, quienes sentaron las bases en
escenarios locales y emisoras radiales.
No es casual que parte de su obra haya quedado registrada en
la producción “Santiago del Estero desde sus coplas al país”, una obra
integral editada a comienzos de los años setenta. Ese material, poco difundido
en la actualidad, guarda el eco de un tiempo en que la música era resistencia,
identidad y memoria compartida.
El ocaso de un artista,
la eternidad de su música
Fidel Antonio Lucero falleció en la década de 1990. Sus
restos descansan en el cementerio La Misericordia de la ciudad de La Banda,
pero su legado permanece vivo en cada acorde que aún resuena cuando se habla de
la tradición santiagueña.
Su historia nos recuerda que el folclore no está hecho
únicamente de las figuras consagradas que alcanzan la fama nacional, sino
también de músicos silenciosos que aportaron desde la trinchera cotidiana:
desde una radio, un teatro o una simple reunión en un patio.
Recordar a Fidel Lucero es rescatar un pedazo de la memoria cultural de Santiago del Estero. Su vida es testimonio de cómo la pasión puede vencer las adversidades, y de cómo la música se convierte en una manera de ver y comprender el mundo, incluso para alguien que nunca pudo ver con los ojos.
En cada fuelle que se abre, en cada aire de chacarera que
estalla en una guitarreada, late todavía algo de aquel “inolvidable fuellista ciego”. Porque la historia de la música santiagueña está hecha de nombres como
el suyo: artistas que, con talento y corazón, engrandecieron el arte nativo y
nos dejaron la tarea de mantener viva su memoria.

 
 
 
 
 
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