Hace más de dos décadas se fue Carlos Orlando Saavedra, pero su legado de danza, humor y amor por lo santiagueño sigue vivo en la memoria del pueblo. Bombista, zapateador y contador de historias, fue una figura emblemática del folclore argentino que llevó la tradición de los montes a los escenarios más importantes del país y el mundo.
El 21 de octubre de 2002,
Santiago del Estero perdía a uno de sus hijos más queridos. Carlos Orlando
Saavedra, conocido también como "Quaker" por su parecido con el
personaje de la marca de avena, dejaba un vacío que sus amigos, colegas y el
pueblo en general aún sienten. Pero quizás lo más importante es que dejaba un
legado vivo: sus historias, su risa, sus frases que quedaron grabadas en el
habla popular santiagueña como sellos de identidad.
Desarrollo
Narrativo
Nacido el 7 de diciembre
de 1929 en el barrio Las Cejas de Santiago del Estero, Carlos fue mucho más que
un bailarín virtuoso. Era un percusionista de excepcional talento, un
zapateador incomparable y, sobre todo, un contador de anécdotas que transformaba
cada presentación en una experiencia de humor costumbrista y autenticidad.
Su trayectoria fue una
aventura constante. Ganador de numerosos concursos de zapateo y danza,
compartió escenarios con grandes como Santiago Ayala "El Chúcaro". De
la mano del genial Hugo Díaz, debutó en Buenos Aires, llevando el arte
santiagueño a los más importantes escenarios y canales de televisión del país.
Pero ¿cómo conoció a Hugo
Díaz? La historia parece sacada de una película. Era 1962 cuando Hugo lo vio
bailar en un bar llamado "El Turista" en la calle Santa Fe. Carlos
vivía en Ceres, donde tenía su propia academia de danza. Ese encuentro casual
cambió todo. "Desde ese día que me vio actuar, me invitó a salir de gira
con él", contaba Saavedra años después. Juntos desembocaron en Paraguay
justo para el Día de la Independencia.
Llegaron a un teatro
donde había una velada de gala, pero les dijeron que no había cupo para actuar.
Parecía el final del viaje, pero la suerte —o el destino, como decía Carlos—
les presentó al actor paraguayo Jacinto Herrera, quien vivía en Argentina.
Herrera hizo la gestión para que tocaran un solo tema. Subieron al escenario,
Hugo interpretó "Pájaro campana" y la gente se volvió loca. Hasta el
Presidente Stroessner aplaudió de pie. Terminaron tocando un largo rato y,
cuando bajaron, los contrataron por un mes. Así nació la leyenda de dos
santiagueños que conquistaron Asunción con su arte.
Fue su dupla con Carlos
Carabajal la que lo inmortalizó en la memoria colectiva. Juntos formaban algo
más que un dúo artístico: eran una manera de entender la vida. Mientras
Carabajal componía y cantaba, Saavedra lo acompañaba con su bombo, sus
historias y su gracia. Nunca ensayaban ni tenían un repertorio fijo.
Simplemente subían al escenario y dejaban que la magia sucediera: canciones,
cuentos, bromas que se devolvían de un lado al otro, siempre con la complicidad
del público.
En París, junto a su
hermano Juan, fundó la Compañía Nuevo Arte Nativo, difundiendo la cultura
santiagueña por el mundo. Fue en una peña de Buenos Aires, La Querencia, donde
conoció a Reina Adela Vignais Morris, una bailarina entrerriana que se
convertiría en su compañera de danzas y de vida.
Las historias sobre
Carlos son innumerables y revelan el tipo de persona que era: ingenioso,
desenfadado, siempre encontrando humor en las dificultades. Cuando él y
Carabajal pasaban necesidades en Buenos Aires, vivían en un hotel de baja
categoría sin poder pagarlo. Su solución fue ingeniosa: durante días,
ingresaban piedras de la calle mientras sacaban sigilosamente sus ropas, como
hormigas. Cuando se fueron, dejaron piedras en el ropero. La comedia se
completó cuando, meses después en una peña, apareció el dueño del hotel en el
público. Carabajal le susurró: "¡Cagamos! ¡Mirá quién está ahí!" Pero
el hotelero, lejos de estar furioso, se acercó con una sonrisa y les preguntó:
"¿Eh, muchachos... cuándo van a retirar las piedras?"
Otra noche, exhausto tras
una larga velada en casa de los hermanos Mattar, Saavedra regresó a su barrio
Tarapaya sin encontrar las llaves de su casa. Golpeaba la puerta desesperado
mientras su perrito "Dao" ladraba desde adentro, pero su compañera
Adela no respondía. Una vecina asomó la cabeza: "¿Don Carlos?"
"¡Sí! ¡Me han dejao encerrao afuera!", respondió con su tono burlón
habitual. "Ya viene Adela, fue a comprar pan", le tranquilizó la
vecina.
Pero tal vez una de sus
anécdotas más célebres fue protagonizada en la casa de los Carabajal. Un día,
Luis Landriscina —el reconocido humorista, cuentista y recitador nacido en
Colonia Baranda, Chaco— llegó de visita al barrio de Los Lagos para
relacionarse con sus colegas. A media mañana, mientras disfrutaba de una charla
amena con Saavedra y Carabajal, la familia comenzó a desplegar mesas y sillas
como para una fiesta. Cerca del centenario patio bullía una gigantesca olla de
50 litros: estaban cocinando una sopa de gallina para los Carabajales.
Lo que sorprendió a
Landriscina fue que, a medida que se invitaba a pasar a la mesa, comenzaban a
salir de distintas dependencias de la casa: uno, tres, cinco Carabajales que se
acomodaban alrededor de la mesa. A pesar de la monumental olla, los comensales
iban aumentando sin cesar. Fue entonces cuando Saavedra, con su humor
sarcástico y característico, levantó la voz y soltó: "¡Cheee... coman pan también!"
Una carcajada estalló entre los presentes, y Landriscina quedó tan impactado
por el ingenio de Carlos que años después relató esta anécdota en un programa
de televisión, manteniéndola viva en la memoria de todos.
Sus frases quedaron para
la historia. "De antes", "Tengo orden de no morir",
"Ojo al charqui": expresiones que la gente repetía y sigue
repitiendo, manteniendo viva su presencia cada vez que se pronuncian. No eran
simplemente dichos; eran la voz de Carlos atravesando el tiempo.
Peteco Carabajal, hijo
del inseparable amigo, lo recordaba así: "Carlos Saavedra fue un fiel
compañero de mi padre. Una huella indeleble. Cuando uno lo evoca, se ríe.
Porque al verlo ya te generaba risa y humor. No contaba chistes, sino que
compartía relatos de una manera de vivir". Y le dedicó una zamba que lo
dice todo: "Un alejador de tristezas / y el ánimo fuerte del gran
bailarín".
Cierre
Reflexivo
Carlos Orlando Saavedra
falleció el 21 de octubre de 2002, víctima de un problema cerebrovascular. Pero
cualquiera que conozca Santiago del Estero sabe que su muerte fue solo física.
En los bombos que siguen resonando en las fiestas patronales, en cada zapateo
que desafía el polvo de la tradición, en cada historia contada con picardía y
orgullo santiagueño, Carlos sigue bailando.
Fue padre de Carlos
Orlando "Pajarín" Saavedra y Jorge Juan "Koki" Saavedra, a
quienes legó ese don de mantener viva la llama del folclore. Pero su verdadero
legado trasciende la familia: es patrimonio de todos los que creen que la danza
es un rezo, que el humor es resistencia, y que la identidad de un pueblo vive
en las historias que sus hijos cuentan.
Mientras exista alguien
que repita "de antes" con la sonrisa cómplice de quien reconoce a
Carlos en esa frase, mientras siga habiendo gente que baile una zamba
recordándolo, Carlos Saavedra seguirá siendo lo que siempre fue: un alejador de
tristezas, un guardián de la tradición, un hombre que entendió que bailar y
vivir eran exactamente lo mismo.
Fuentes
* Libro inédito "Anécdotas de Folcloristas Santiagueños" de Omar Sapo Estanciero
* El Liberal, 15 de abril
de 2001 (Testimonio de Carlos Saavedra sobre su encuentro con Hugo Díaz)
* El Liberal, 7 de enero
de 2017 (Testimonio de Peteco Carabajal)
* Zamba "Bailar y
Vivir" de Peteco Carabajal, dedicada a Adela y Carlos Saavedra
* Zamba "La del
Olvido" (anécdota registrada públicamente por Carlos Saavedra)
* Registros biográficos
de la tradición folclórica santiagueña

No hay comentarios.:
Publicar un comentario