martes, 21 de octubre de 2025

La extraordinaria historia de Carlos Saavedra, el bailarín que combinó danza y humor.

Hace más de dos décadas se fue Carlos Orlando Saavedra, pero su legado de danza, humor y amor por lo santiagueño sigue vivo en la memoria del pueblo. Bombista, zapateador y contador de historias, fue una figura emblemática del folclore argentino que llevó la tradición de los montes a los escenarios más importantes del país y el mundo.

 


El 21 de octubre de 2002, Santiago del Estero perdía a uno de sus hijos más queridos. Carlos Orlando Saavedra, conocido también como "Quaker" por su parecido con el personaje de la marca de avena, dejaba un vacío que sus amigos, colegas y el pueblo en general aún sienten. Pero quizás lo más importante es que dejaba un legado vivo: sus historias, su risa, sus frases que quedaron grabadas en el habla popular santiagueña como sellos de identidad.

Desarrollo Narrativo

Nacido el 7 de diciembre de 1929 en el barrio Las Cejas de Santiago del Estero, Carlos fue mucho más que un bailarín virtuoso. Era un percusionista de excepcional talento, un zapateador incomparable y, sobre todo, un contador de anécdotas que transformaba cada presentación en una experiencia de humor costumbrista y autenticidad.

Su trayectoria fue una aventura constante. Ganador de numerosos concursos de zapateo y danza, compartió escenarios con grandes como Santiago Ayala "El Chúcaro". De la mano del genial Hugo Díaz, debutó en Buenos Aires, llevando el arte santiagueño a los más importantes escenarios y canales de televisión del país.

Pero ¿cómo conoció a Hugo Díaz? La historia parece sacada de una película. Era 1962 cuando Hugo lo vio bailar en un bar llamado "El Turista" en la calle Santa Fe. Carlos vivía en Ceres, donde tenía su propia academia de danza. Ese encuentro casual cambió todo. "Desde ese día que me vio actuar, me invitó a salir de gira con él", contaba Saavedra años después. Juntos desembocaron en Paraguay justo para el Día de la Independencia.

Llegaron a un teatro donde había una velada de gala, pero les dijeron que no había cupo para actuar. Parecía el final del viaje, pero la suerte —o el destino, como decía Carlos— les presentó al actor paraguayo Jacinto Herrera, quien vivía en Argentina. Herrera hizo la gestión para que tocaran un solo tema. Subieron al escenario, Hugo interpretó "Pájaro campana" y la gente se volvió loca. Hasta el Presidente Stroessner aplaudió de pie. Terminaron tocando un largo rato y, cuando bajaron, los contrataron por un mes. Así nació la leyenda de dos santiagueños que conquistaron Asunción con su arte.

Fue su dupla con Carlos Carabajal la que lo inmortalizó en la memoria colectiva. Juntos formaban algo más que un dúo artístico: eran una manera de entender la vida. Mientras Carabajal componía y cantaba, Saavedra lo acompañaba con su bombo, sus historias y su gracia. Nunca ensayaban ni tenían un repertorio fijo. Simplemente subían al escenario y dejaban que la magia sucediera: canciones, cuentos, bromas que se devolvían de un lado al otro, siempre con la complicidad del público.

En París, junto a su hermano Juan, fundó la Compañía Nuevo Arte Nativo, difundiendo la cultura santiagueña por el mundo. Fue en una peña de Buenos Aires, La Querencia, donde conoció a Reina Adela Vignais Morris, una bailarina entrerriana que se convertiría en su compañera de danzas y de vida.

Las historias sobre Carlos son innumerables y revelan el tipo de persona que era: ingenioso, desenfadado, siempre encontrando humor en las dificultades. Cuando él y Carabajal pasaban necesidades en Buenos Aires, vivían en un hotel de baja categoría sin poder pagarlo. Su solución fue ingeniosa: durante días, ingresaban piedras de la calle mientras sacaban sigilosamente sus ropas, como hormigas. Cuando se fueron, dejaron piedras en el ropero. La comedia se completó cuando, meses después en una peña, apareció el dueño del hotel en el público. Carabajal le susurró: "¡Cagamos! ¡Mirá quién está ahí!" Pero el hotelero, lejos de estar furioso, se acercó con una sonrisa y les preguntó: "¿Eh, muchachos... cuándo van a retirar las piedras?"

Otra noche, exhausto tras una larga velada en casa de los hermanos Mattar, Saavedra regresó a su barrio Tarapaya sin encontrar las llaves de su casa. Golpeaba la puerta desesperado mientras su perrito "Dao" ladraba desde adentro, pero su compañera Adela no respondía. Una vecina asomó la cabeza: "¿Don Carlos?" "¡Sí! ¡Me han dejao encerrao afuera!", respondió con su tono burlón habitual. "Ya viene Adela, fue a comprar pan", le tranquilizó la vecina.

Pero tal vez una de sus anécdotas más célebres fue protagonizada en la casa de los Carabajal. Un día, Luis Landriscina —el reconocido humorista, cuentista y recitador nacido en Colonia Baranda, Chaco— llegó de visita al barrio de Los Lagos para relacionarse con sus colegas. A media mañana, mientras disfrutaba de una charla amena con Saavedra y Carabajal, la familia comenzó a desplegar mesas y sillas como para una fiesta. Cerca del centenario patio bullía una gigantesca olla de 50 litros: estaban cocinando una sopa de gallina para los Carabajales.

Lo que sorprendió a Landriscina fue que, a medida que se invitaba a pasar a la mesa, comenzaban a salir de distintas dependencias de la casa: uno, tres, cinco Carabajales que se acomodaban alrededor de la mesa. A pesar de la monumental olla, los comensales iban aumentando sin cesar. Fue entonces cuando Saavedra, con su humor sarcástico y característico, levantó la voz y soltó: "¡Cheee... coman pan también!" Una carcajada estalló entre los presentes, y Landriscina quedó tan impactado por el ingenio de Carlos que años después relató esta anécdota en un programa de televisión, manteniéndola viva en la memoria de todos.

Sus frases quedaron para la historia. "De antes", "Tengo orden de no morir", "Ojo al charqui": expresiones que la gente repetía y sigue repitiendo, manteniendo viva su presencia cada vez que se pronuncian. No eran simplemente dichos; eran la voz de Carlos atravesando el tiempo.

Peteco Carabajal, hijo del inseparable amigo, lo recordaba así: "Carlos Saavedra fue un fiel compañero de mi padre. Una huella indeleble. Cuando uno lo evoca, se ríe. Porque al verlo ya te generaba risa y humor. No contaba chistes, sino que compartía relatos de una manera de vivir". Y le dedicó una zamba que lo dice todo: "Un alejador de tristezas / y el ánimo fuerte del gran bailarín".

Cierre Reflexivo

Carlos Orlando Saavedra falleció el 21 de octubre de 2002, víctima de un problema cerebrovascular. Pero cualquiera que conozca Santiago del Estero sabe que su muerte fue solo física. En los bombos que siguen resonando en las fiestas patronales, en cada zapateo que desafía el polvo de la tradición, en cada historia contada con picardía y orgullo santiagueño, Carlos sigue bailando.

Fue padre de Carlos Orlando "Pajarín" Saavedra y Jorge Juan "Koki" Saavedra, a quienes legó ese don de mantener viva la llama del folclore. Pero su verdadero legado trasciende la familia: es patrimonio de todos los que creen que la danza es un rezo, que el humor es resistencia, y que la identidad de un pueblo vive en las historias que sus hijos cuentan.

Mientras exista alguien que repita "de antes" con la sonrisa cómplice de quien reconoce a Carlos en esa frase, mientras siga habiendo gente que baile una zamba recordándolo, Carlos Saavedra seguirá siendo lo que siempre fue: un alejador de tristezas, un guardián de la tradición, un hombre que entendió que bailar y vivir eran exactamente lo mismo.

Fuentes

* Libro inédito "Anécdotas de Folcloristas Santiagueños" de Omar Sapo Estanciero

* El Liberal, 15 de abril de 2001 (Testimonio de Carlos Saavedra sobre su encuentro con Hugo Díaz)

* El Liberal, 7 de enero de 2017 (Testimonio de Peteco Carabajal)

* Zamba "Bailar y Vivir" de Peteco Carabajal, dedicada a Adela y Carlos Saavedra

* Zamba "La del Olvido" (anécdota registrada públicamente por Carlos Saavedra)

* Registros biográficos de la tradición folclórica santiagueña


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