sábado, 18 de octubre de 2025

El folklore y la obra divulgadora

  Por Manuel Gómez Carrillo



"Para salvar el patrimonio de nuestra cultura tradicional debe intensificarse el estudio, cultivo y divulgación del folclore nativo. Hoy casi resulta perogrullesco señalar esta verdad, no obstante que ayer no más hubo que repetirla con énfasis para persuadir a tantos espíritus desaprensivos que, por ignorancia o indiferencia, dejaban de lado el problema.

Recuerdo los afanes de Terán, Padilla, Heller, hombres de la joven Universidad de Tucumán, que treinta años hace prohijaron la trascendental iniciativa de recopilar y divulgar el folclore norteño: recopilar los tesoros esparcidos del acervo vernáculo para salvarlos del olvido de los años y conservarlos como expresión auténtica; divulgar sistemáticamente ese material folclórico para favorecer el desarrollo de una conciencia estética nuestra y la consolidación de una cultura genuinamente argentina."

Recopilación y divulgación del folklore: he ahí dos aspectos distintos, aunque inseparables, del mismo problema. Recopilar sin divulgar el material recogido equivale a realizar labor arqueológica, pero no folklórica. El folklore, lenguaje espiritual de los pueblos de las naciones civilizadas, perpetuado por la tradición, es material vivo, cuyo destino no puede estar en el museo arqueológico, como agudamente lo ha señalado Curt Lange, donde yacen los restos de culturas extinguidas, porque la cosecha del folklore responde a manifestaciones vivientes, y exige, por lo tanto, vida y posibilidad de expansión. La verdadera obra consiste en devolver al pueblo lo que del pueblo se ha recogido, estimulando así la conservación de sus tradiciones y el mantenimiento de las fuentes de producción del folklore, que están en el pueblo mismo. De ahí la importancia de emprender racional y orgánicamente la divulgación de todos los tesoros del saber tradicional recolectados.

La recopilación folklórica se cumple en nuestro país de manera satisfactoria merced a la acción de prestigiosos investigares, desarrollada muchas veces por inicia­tiva propia, digna del mayor encomio. Nu­merosas instituciones públicas y privadas guardan en sus anaqueles millares de espe­cies folklóricas recogidas en las fuentes mis­mas de origen, que han servido ya de pre­cioso material para el estudio científico, abor­dado con notorio éxito por nuestros folklorógos, cuyo valioso aporte nos coloca entre los países dedicados con mayor seriedad a la cien­cia del folklore. Acaso reste ahora imprimir forma sistemática de conjunto a la investi­gación, para que la labor dispersa de los téc­nicos se encauce orgánicamente y rinda en proporción a sus esfuerzos. Resulta, pues, urgente trazar el plan básico nacional para la investigación del folklore en todo el país por medio de un cuerpo de técnicos especializados.

No sucede lo propio con la divulgación del folklore, que le va en zaga a la empresa recopiladora. Existe mucho material acopiado que hasta hoy yace sin difusión en el gabinete o el anaquel. Señalamos el hecho sin desmedro de la labor científica de quienes- han trabajado sobre ese material: el folklorista ha cumplido su misión, rescatándolo del olvido, indagando sus orígenes, ordenan- dolo, clasificándolo, dando fe de la autenticidad de la melodía, la danza, la copla, la cerámica o el tejido regional recolectado. aportando, en suma, los elementos indispensables para la acción divulgadora. Pero ésta no ha sido aún encarada sino aisladamente. en forma esporádica e inorgánica.

Preciso es reconocer que se han concretado esfuerzos significativos. gracias al entusiasmo de instituciones oficiales y priva das que, mediante conferencias, audiciones, conciertos, publicaciones, exposiciones, discos, radiotelefonía y cinematografía, han difundido múltiples manifestaciones de nuestro patrimonio vernáculo. Los resultados positivos de esta labor ya son perceptibles, aquí mismo en Buenos Aires, donde estos últimos años hemos presenciado el halagüeño despertar de una conciencia nativista que ha transformado, por así decirlo, la indiferente ciudad de otrora en un activo centro de recepción del cancionero rural. Sin embargo, esto no es suficiente para resolver el problema. menos aún si advertimos que tal movimiento ha sido favorecido por la gravitación de un impresionante fenómeno urbanístico: el éxodo rural, y con respecto a Buenos Aires, la afluencia inusitada de la población provinciana, que con su incorporación al medio culto y a la masa popular ha venido, en cierta manera, a influir en la fisonomía social y espiritual de la gran urbe. Esto se refleja particularmente en la actual proliferación de lugares de esparcimiento, en los cuales el baile y la música criollos constituyen un motivo de singular atracción pública. Allí se reúne abigarrada y heterogénea concurrencia de forasteros y residentes de tierra adentro, que cultivan fervorosamente sus añoranzas regionales. Y aun el medio culto cosmopolita, estimulado por este movimiento y bajo los dictados de la moda. se entrega tumultuosamente, digámoslo así. al folklore.

Este panorama, si bien revela un espíritu tradicionalista, no tranquiliza al observador desapasionado. El ambiente urbano nunca fue propicio para la vida del folklore. y me nos su medio culto, tan propenso a olvidar todo aquello que le impuso la moda o la curiosidad "snobista". Difícil es que en la urbe congestionada de hoy sobreviva la ex- presión folklórica nacida en pleno campo y acogida por una naturaleza generosa. Las poblaciones de las grandes ciudades, observaba Henry Georges mucho tiempo hace. se hallan enteramente divorciadas de todos los geniales influjos de la naturaleza, y la gran masa de ellas no pone en todo el año los pies sobre la madre tierra, ni deshoja una flor silvestre, ni oye el murmullo de los arroyos, el crujido de las mieses o el susurro de las aguas cuando la ligera brisa pasa a través de los bosques; todas las dulces y alegres influencias de la naturaleza, decía, les están vedadas. Nos hacemos un deber en señalar los ejemplos que a este respecto ofrecen las reiteradas deformaciones que en la metrópoli han sufrido tantas piezas musicales de nuestro cancionero vernáculo: los indigentes remedos de coplas y canciones tradicionales lanzadas a la difusión por des- aprensivos e Improvisados "folkloristas" que el público desprevenido acepta como ex- presiones auténticas; las falsas parodias teatrales de costumbres y modismos regionales. La comprobación es grave si se juzga que el fenómeno de polarización metropolitana que actúa como fuerza centrípeta se manifiesta también en sentido contrario, jugando como fuerza centrífuga que desplaza su influencia en círculos divergentes y expande hacia la periferia los bienes de la cultura y la civilización; pero que, como las avenidas periódicas de los grandes ríos, que depositan en los campos el limo productivo, también arrastra consigo la zupia y el desperdicio pernicioso. Así es como la ciudad devuelve al campo todo el caudal vernáculo recibido: a veces refundido en la obra artística superior, expresión de una cultura genuina y racial; otras, las más, adulterado, deformado, parodiado, como si aquella planta silvestre, enhiesta en el campo, se hubiera tornado raquítica y agobiada por asfixia en la ciudad. Resulta angustioso para el investigador de hoy comprobar que la melodía o la copla que le fue dictada en el más apartado rincón del país fue, en realidad, compuesta en Buenos Aires y aprendida por el campesino a través del éter...

En fin, el problema es sutil y complejo para abarcarlo en pocas líneas. Cumplo con señalarlo aquí para que se lo tenga muy presente y no se crea que la obra divulgadora del folklore consiste en lanzarlo a rodar por las ciudades, librado a su propia suerte. Habrá que meditar antes en el significado del folklore o saber tradicional, como mensaje del pasado que fraternalmente llega a las generaciones del futuro sin distinción de razas o nacionalidades, siguiendo los dictados de la madre tierra, que dio sus frutos a todos los hombres del mundo que quisieron cultivarla hasta los acogió en su seno, porque desde entonces ya fueron sus propios hijos. ¿Quién, si no, el niño será el más fecundo destinatario de aquel mensaje atávico? ¿Dónde si no, en la escuela resonará su eco más vigorosamente?... Recién nos situamos en campo fértil para la empresa divulgadora: la educación escolar de orientación tradicionalista mediante la aplicación pedagógica del folklore.

No se trata de "enseñar" el folklore en la escuela. Técnicamente la idea de folklore e extraña a la sistematización de conocimientos: el hecho folklórico o saber popular se transmite por el mecanismo de la tradición oral, que espontáneamente transfiere de una generación a otra los bienes culturales del pasado. Aquí se trata de "estimular" activamente en la escuela el cultivo del folklore regional, creándole así al niño un ambiente propicio para la maduración del espíritu tradicionalista, tal como el que le brinda su propio hogar, donde la criatura cultiva con instintivo amor y alegría la cantilena heredada de los abuelos, la narración atávica, el cuento regional, la danza folklórica, que aprendió diáfana y espontáneamente. La escuela debe prolongar ese ambiente familiar, incorporando a su programa, como lo quiere Torner, aquellos elementos que más y mejor contribuyen a despertar, con alegre impulso, el espíritu del niño, abriéndole a horizontes de infinita amplitud y de exquisita fragancia artística. Es- tos elementos los suministrará el folklore, fuente inagotable de motivos de inestimable valor pedagógico. Tomad, verbigracia, las manifestaciones del folklore espiritual: la poesía, la música, el canto, la danza, la literatura narrativa, los juegos, los episodios históricos: o las del folklore material: manufacturas, decoraciones, vestuarios, alimentación, alfarerías populares. La criatura humana, que vive en la escuela su infancia y recibe los primeros impulsos intelectuales, nutrida con tales emociones estéticas del saber tradicional, tendrá mejor abiertas las puertas de su naciente espíritu para la formación de una cultura genuinamente argentina, anhelo legítimo de quien aspira a tener personalidad.

Pero la obra divulgadora del folklore reclama, asimismo, el aporte de la enseñanza superior y de la universidad. De la primera, el reclutamiento del futuro técnico especializado que, además de querer y conocer su tierra. indague con disciplinado esfuerzo científico en las entrañas mismas de la tradición, para acopiar el rico material folklórico que mañana será objeto de aplicación pedagógica. De la universidad, también esto: pero. además. algo muy importante: el cultivo del folklore por el vehículo eficaz y trascendente de la extensión universitaria.

Solamente la obra divulgadora así orientada contribuirá a salvar nuestra cultura tradicionalista, que equivale a la personalidad misma de nuestro pueblo en el concierto de las naciones. En tal grado conceptuamos trascendental el problema.

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