Por Manuel Gómez Carrillo
"Para salvar el patrimonio de nuestra cultura tradicional debe intensificarse el estudio, cultivo y divulgación del folclore nativo. Hoy casi resulta perogrullesco señalar esta verdad, no obstante que ayer no más hubo que repetirla con énfasis para persuadir a tantos espíritus desaprensivos que, por ignorancia o indiferencia, dejaban de lado el problema.
Recuerdo los afanes de
Terán, Padilla, Heller, hombres de la joven Universidad de Tucumán, que treinta
años hace prohijaron la trascendental iniciativa de recopilar y divulgar el
folclore norteño: recopilar los tesoros esparcidos del acervo vernáculo para
salvarlos del olvido de los años y conservarlos como expresión auténtica;
divulgar sistemáticamente ese material folclórico para favorecer el desarrollo
de una conciencia estética nuestra y la consolidación de una cultura
genuinamente argentina."
Recopilación y
divulgación del folklore: he ahí dos aspectos distintos, aunque inseparables,
del mismo problema. Recopilar sin divulgar el material recogido equivale a
realizar labor arqueológica, pero no folklórica. El folklore, lenguaje
espiritual de los pueblos de las naciones civilizadas, perpetuado por la
tradición, es material vivo, cuyo destino no puede estar en el museo
arqueológico, como agudamente lo ha señalado Curt Lange, donde yacen los restos
de culturas extinguidas, porque la cosecha del folklore responde a
manifestaciones vivientes, y exige, por lo tanto, vida y posibilidad de expansión.
La verdadera obra consiste en devolver al pueblo lo que del pueblo se ha
recogido, estimulando así la conservación de sus tradiciones y el mantenimiento
de las fuentes de producción del folklore, que están en el pueblo mismo. De ahí
la importancia de emprender racional y orgánicamente la divulgación de todos
los tesoros del saber tradicional recolectados.
La recopilación
folklórica se cumple en nuestro país de manera satisfactoria merced a la acción
de prestigiosos investigares, desarrollada muchas veces por iniciativa propia,
digna del mayor encomio. Numerosas instituciones públicas y privadas guardan
en sus anaqueles millares de especies folklóricas recogidas en las fuentes
mismas de origen, que han servido ya de precioso material para el estudio científico,
abordado con notorio éxito por nuestros folklorógos, cuyo valioso aporte nos
coloca entre los países dedicados con mayor seriedad a la ciencia del
folklore. Acaso reste ahora imprimir forma sistemática de conjunto a la
investigación, para que la labor dispersa de los técnicos se encauce
orgánicamente y rinda en proporción a sus esfuerzos. Resulta, pues, urgente
trazar el plan básico nacional para la investigación del folklore en todo el
país por medio de un cuerpo de técnicos especializados.
No sucede lo propio con
la divulgación del folklore, que le va en zaga a la empresa recopiladora.
Existe mucho material acopiado que hasta hoy yace sin difusión en el gabinete o
el anaquel. Señalamos el hecho sin desmedro de la labor científica de quienes-
han trabajado sobre ese material: el folklorista ha cumplido su misión,
rescatándolo del olvido, indagando sus orígenes, ordenan- dolo, clasificándolo,
dando fe de la autenticidad de la melodía, la danza, la copla, la cerámica o el
tejido regional recolectado. aportando, en suma, los elementos indispensables
para la acción divulgadora. Pero ésta no ha sido aún encarada sino
aisladamente. en forma esporádica e inorgánica.
Preciso es reconocer que se
han concretado esfuerzos significativos. gracias al entusiasmo de instituciones
oficiales y priva das que, mediante conferencias, audiciones, conciertos,
publicaciones, exposiciones, discos, radiotelefonía y cinematografía, han
difundido múltiples manifestaciones de nuestro patrimonio vernáculo. Los
resultados positivos de esta labor ya son perceptibles, aquí mismo en Buenos
Aires, donde estos últimos años hemos presenciado el halagüeño despertar de una
conciencia nativista que ha transformado, por así decirlo, la indiferente
ciudad de otrora en un activo centro de recepción del cancionero rural. Sin
embargo, esto no es suficiente para resolver el problema. menos aún si
advertimos que tal movimiento ha sido favorecido por la gravitación de un
impresionante fenómeno urbanístico: el éxodo rural, y con respecto a Buenos
Aires, la afluencia inusitada de la población provinciana, que con su
incorporación al medio culto y a la masa popular ha venido, en cierta manera, a
influir en la fisonomía social y espiritual de la gran urbe. Esto se refleja
particularmente en la actual proliferación de lugares de esparcimiento, en los
cuales el baile y la música criollos constituyen un motivo de singular
atracción pública. Allí se reúne abigarrada y heterogénea concurrencia de
forasteros y residentes de tierra adentro, que cultivan fervorosamente sus
añoranzas regionales. Y aun el medio culto cosmopolita, estimulado por este
movimiento y bajo los dictados de la moda. se entrega tumultuosamente,
digámoslo así. al folklore.
Este panorama, si bien
revela un espíritu tradicionalista, no tranquiliza al observador desapasionado.
El ambiente urbano nunca fue propicio para la vida del folklore. y me nos su
medio culto, tan propenso a olvidar todo aquello que le impuso la moda o la
curiosidad "snobista". Difícil es que en la urbe congestionada de hoy
sobreviva la ex- presión folklórica nacida en pleno campo y acogida por una
naturaleza generosa. Las poblaciones de las grandes ciudades, observaba Henry
Georges mucho tiempo hace. se hallan enteramente divorciadas de todos los
geniales influjos de la naturaleza, y la gran masa de ellas no pone en todo el
año los pies sobre la madre tierra, ni deshoja una flor silvestre, ni oye el
murmullo de los arroyos, el crujido de las mieses o el susurro de las aguas
cuando la ligera brisa pasa a través de los bosques; todas las dulces y alegres
influencias de la naturaleza, decía, les están vedadas. Nos hacemos un deber en
señalar los ejemplos que a este respecto ofrecen las reiteradas deformaciones
que en la metrópoli han sufrido tantas piezas musicales de nuestro cancionero
vernáculo: los indigentes remedos de coplas y canciones tradicionales lanzadas
a la difusión por des- aprensivos e Improvisados "folkloristas" que
el público desprevenido acepta como ex- presiones auténticas; las falsas
parodias teatrales de costumbres y modismos regionales. La comprobación es
grave si se juzga que el fenómeno de polarización metropolitana que actúa como
fuerza centrípeta se manifiesta también en sentido contrario, jugando como
fuerza centrífuga que desplaza su influencia en círculos divergentes y expande
hacia la periferia los bienes de la cultura y la civilización; pero que, como
las avenidas periódicas de los grandes ríos, que depositan en los campos el
limo productivo, también arrastra consigo la zupia y el desperdicio pernicioso.
Así es como la ciudad devuelve al campo todo el caudal vernáculo recibido: a
veces refundido en la obra artística superior, expresión de una cultura genuina
y racial; otras, las más, adulterado, deformado, parodiado, como si aquella
planta silvestre, enhiesta en el campo, se hubiera tornado raquítica y agobiada
por asfixia en la ciudad. Resulta angustioso para el investigador de hoy
comprobar que la melodía o la copla que le fue dictada en el más apartado
rincón del país fue, en realidad, compuesta en Buenos Aires y aprendida por el
campesino a través del éter...
En fin, el problema es
sutil y complejo para abarcarlo en pocas líneas. Cumplo con señalarlo aquí para
que se lo tenga muy presente y no se crea que la obra divulgadora del folklore
consiste en lanzarlo a rodar por las ciudades, librado a su propia suerte.
Habrá que meditar antes en el significado del folklore o saber tradicional,
como mensaje del pasado que fraternalmente llega a las generaciones del futuro
sin distinción de razas o nacionalidades, siguiendo los dictados de la madre
tierra, que dio sus frutos a todos los hombres del mundo que quisieron cultivarla
hasta los acogió en su seno, porque desde entonces ya fueron sus propios hijos.
¿Quién, si no, el niño será el más fecundo destinatario de aquel mensaje
atávico? ¿Dónde si no, en la escuela resonará su eco más vigorosamente?...
Recién nos situamos en campo fértil para la empresa divulgadora: la educación
escolar de orientación tradicionalista mediante la aplicación pedagógica del folklore.
No se trata de
"enseñar" el folklore en la escuela. Técnicamente la idea de folklore
e extraña a la sistematización de conocimientos: el hecho folklórico o saber
popular se transmite por el mecanismo de la tradición oral, que espontáneamente
transfiere de una generación a otra los bienes culturales del pasado. Aquí se
trata de "estimular" activamente en la escuela el cultivo del
folklore regional, creándole así al niño un ambiente propicio para la
maduración del espíritu tradicionalista, tal como el que le brinda su propio
hogar, donde la criatura cultiva con instintivo amor y alegría la cantilena
heredada de los abuelos, la narración atávica, el cuento regional, la danza
folklórica, que aprendió diáfana y espontáneamente. La escuela debe prolongar ese
ambiente familiar, incorporando a su programa, como lo quiere Torner, aquellos
elementos que más y mejor contribuyen a despertar, con alegre impulso, el
espíritu del niño, abriéndole a horizontes de infinita amplitud y de exquisita
fragancia artística. Es- tos elementos los suministrará el folklore, fuente
inagotable de motivos de inestimable valor pedagógico. Tomad, verbigracia, las
manifestaciones del folklore espiritual: la poesía, la música, el canto, la
danza, la literatura narrativa, los juegos, los episodios históricos: o las del
folklore material: manufacturas, decoraciones, vestuarios, alimentación, alfarerías
populares. La criatura humana, que vive en la escuela su infancia y recibe los
primeros impulsos intelectuales, nutrida con tales emociones estéticas del
saber tradicional, tendrá mejor abiertas las puertas de su naciente espíritu
para la formación de una cultura genuinamente argentina, anhelo legítimo de
quien aspira a tener personalidad.
Pero la obra divulgadora
del folklore reclama, asimismo, el aporte de la enseñanza superior y de la universidad.
De la primera, el reclutamiento del futuro técnico especializado que, además de
querer y conocer su tierra. indague con disciplinado esfuerzo científico en las
entrañas mismas de la tradición, para acopiar el rico material folklórico que
mañana será objeto de aplicación pedagógica. De la universidad, también esto:
pero. además. algo muy importante: el cultivo del folklore por el vehículo eficaz
y trascendente de la extensión universitaria.
Solamente la obra
divulgadora así orientada contribuirá a salvar nuestra cultura tradicionalista,
que equivale a la personalidad misma de nuestro pueblo en el concierto de las
naciones. En tal grado conceptuamos trascendental el problema.

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