La biografía
Sobre 'la heroína' escriben Benjamín Poucel (viajero francés, de Marsella, 1807-1872. Compañero de Martín de Moussy; visita Córdoba y Tucumán y publica varios libros). Pablo Mantegazza (antropólogo, 1831-1910, casado en Salta; en 1857 es contratado por la universidad de Buenos Aires para dictar cátedras en Ciencias Exactas. Vuelve a Italia, a la universidad de Pavía. Publica 'Río de la Plata y Tenerife' y un estudio sobre cráneos fueguinos. En Salta la conoció personalmente a la señora Agustina Palacio de Libarona). Antonio Zinny, en su 'Historia de los gobernadores', de paso se refiere a este caso. Francisco Macareno Viano, pariente de ella, en 1903 publica 'Agustina'. Abelardo Arias, cordobés, escritor profuso y ampliamente celebrado, en 1969 obtiene el primer premio nacional de literatura con su novela 'Polvo y espanto', que se ha hecho famosa por su buena pluma y lo atrapante y conmovedor del argumento, aunque deje de lado ajustar algunos detalles a la realidad histórica. En 1970 la revista 'Intervalo' publica una versión de Héctor Pedro Blomberg, ilustrada. Tata Melcho (seudónimo de Juan Francisco Bianchi) en 1984 la recuerda en versos 'gauchescos'.
En su 'Historia de Santiago' Néstor Achával menciona este
caso marginal a la historia trascendente. En la suya, Luis Alén Lascano le
dedica más espacio y aporta valiosos datos y elementos de juicio.
A la 'heroína del Bracho' se la toma, también, como personaje
para el teatro. A Atilio Betti le sirve de argumento para 'La selva y el
reino', que dos veces ha sido representada por alumnos del Nacional en el
teatro '25 de Mayo'. El tucumano Delfín Valladares con ese título, 'La heroína
del Bracho', le da forma de tragedia en cuatro actos.
Figura también en la canción con una zamba que le dedica Canqui
Chazarreta:
Aún tejías,
santiagueña,sueños de niña mujer,cuando ignorando el
destinobebiste el encuentro
con el querer.Hacia el monte, Bracho
adentrotras Libarona te irás,despertando soledadescon sólo el martirio
te toparás.En los montes del
olvidomurmullos escucharás,son las torcazas que
quierenvolcar en tu llanto
gotas de paz.Cuando al filo de las
sombrassola te deje el dolor,tú serás, niña del
Bracho,un ángel que el cielo
diera al amor.Agustina, Agustina,Ibarra no vuelve más;duerme tranquila tu
sueñoamante del Bracho
descansa ya,que Libarona te
espera:senderos de estrellas
te llevarán.
Poucel, habiéndose anoticiado en Tucumán de las emocionantes
peripecias sufridas por esta señora, viajó a Salta, donde ella vivía,
expresamente para conocerla a 'la Heroína' (ya se la llamaba con ese nombre).
Le pidió que relatara sus recuerdos e inmediatamente los escribió. En primera
persona, como si ella misma redactara. En 1858 se publica en los números 25, 26
y 27 del periódico 'La Religión', de Buenos Aires, dirigido por Félix Frías. En
1863, vuelto Poucel a Francia, incluye la historia de doña Agustina en su libro
'La vuelta al mundo'. Poco después 'El Correo de Ultramar' la publica separada,
ilustrándola con láminas grabadas en madera que muestran un ambiente muy
tropical, con paisajes santiagueños que parecieran del Caribe. Esta edición
llega a todos los países civilizados.
La impresionante narración de Poucel, ilustrada, causa
sensación y es muy difundida y muy bien acogida. Tanto que en España se la usó
como texto de lecturas escolares, pues además de un drama apasionante enseñaba
geografía y mostraba vida y costumbres de un país exótico: Santiago del Estero.
La versión de Poucel contiene algunos errores gruesos, como
que él no conocía los antecedentes ni nuestro medio. Un ejemplo: confundiéndolo
a Rosas con Oribe, supone que fue Rosas el que vino al norte en persecución del
ejército de Lavalle, y que con él se entrevista Agustina para pedirle por su
marido. Sabido es que Rosas nunca estuvo en Santiago.
Hay otra breve versión, escrita personalmente por Agustina
para hacerle conocer los hechos a su cuñado, Santiago de Libarona. Teniendo a
mano estas dos, la de Benjamín Poucel y la de Agustina, una asociación nacional
de damas patricias, cuyo grupo santiagueño de homenaje estaba presidido por Luz
Menéndez de Gallardo, en 1925 publicó los 'Infortunios de la matrona
santiagueña doña Agustina Palacio de Libarona', el relato de Poucel con notas
aclaratorias extraídas de la narración de ella.
La señora de Libarona
Es hija de Santiago de Palacio e Iramáin y de María Antonia
Gastañaduy, hija, ella, de Prudencio Gastañaduy, el último teniente de
gobernador de Santa Fe antes de la revolución de 1810. Su padre, don Santiago,
es un personaje de la política antes y después de 1810, ocupa cargos
capitulares y en 1826, interinamente, la gobernación de la provincia. En 1831
dos veces es gobernador interino. Amigo de Felipe Ibarra, su sola presencia
hubiera evitado los conflictos que se presentarán, pero muere en 1835.
Agustina nace en 1822 en Tucumán, donde su padre tenía
negocios. A ese negocio se vincula José María de Libarona, español, canario,
que es tenedor de libros y secretario mercantil de varios comerciantes fuertes.
Buenmozo, elegante, bien vestido; un petimetre, lo describe Luis Alén. En 1837
se casan. Tienen dos hijas, Elisa y Lucinda. En 1840, siendo Lucinda criaturita
de pecho, vienen a Santiago a visitar a la familia.
Libarona, ¿vino complotado con la Coalición del Norte? Ese es
otro asunto. Años después, dado un vuelco en la situación política, Agustina
pudo haber dicho que sí, con lo que ganaría el mérito de haberse opuesto a la
'tiranía'. Pero ella contará que el levantamiento de las tropas acaudillado por
el comandante Rodríguez se debió a que la fuerza estaba mal pagada, mal comida,
desnuda. Si hay razones ideológicas, ansias de derrocar a un 'tirano', o a dos,
intentos de apoyar la expansión del imperio francés, eso ella no lo advierte.
La tropa se subleva porque está mal paga; lo cuenta como si fuera muy natural.
Dice que su marido se negaba a participar por no ser vecino de Santiago, pero
lo obligan para redactar y escribir las actas y proclamas, por su ortografía y
su caligrafía. Es posible que el marido participara del complot sin saberlo
ella, por la natural inclinación de las mujeres a desentenderse de lo político
y de los maridos a no darles intervención en sus asuntos.
El pronunciamiento, fracasa. El gobernador Ibarra recluta
gente y tres días después, sin oposición, recupera el poder. El juez don Felipe
Santillán dicta duras condenas. Libarona y don Pedro Ignacio de Unzaga y
Argañarás, que estuviera junto a Rodríguez, a la cabeza del complot, son
torturados, con plantones al sol, flagelados, atados a los troncos de los
naranjos en la quinta de José Domingo Iramáin (donde ahora están el Automóvil
Club y la capilla de las franciscanas) pero salvan la vida: se los destierra al
Bracho.
Ella gestiona ante las autoridades, el ministro Adeodato de
Gondra, el gobernador Ibarra, el jefe del ejército federal, don Manuel Oribe,
un perdón para su marido, que no tuvo nada que ver, que, obligado, sólo actuó
como escribiente, pero no consigue nada. Se va al Bracho con su hijita mayor;
ante el peligro de un malón de los indios -y las súplicas de su esposo, que
quiere verla segura y que sueña en una fuga a través del Chaco hacia el Paraná-
a la semana vuelve, deja su hija en la ciudad y otra vez va a acompañar al
marido. Allá se encuentra con que Libarona se ha vuelto loco. Además de la
demencia, llagas y pústulas en la piel. Poco después, en febrero de 1841, él
muere sin haber recuperado el juicio. Ella vuelve muy afectada y, cuando logra
recobrar su ánimo, se va a Tucumán primero y a Salta después, donde pasará el
resto de su vida, muy considerada por la sociedad.
Agustina, a pesar de su juventud -tiene diecinueve años al
morir Libarona- no vuelve a casarse. La hija mayor, Elisa, se casa con Juan
Manuel Méndez. Al morir Elisa, el viudo, Méndez, se casará con Lucinda. De modo
que Agustina tuvo dos hijas casadas pero un solo yerno. Sus parientes y su
descendencia han prestigiado estos apellidos en Santiago del Estero, Tucumán,
Salta, Córdoba y San Juan.
Presidios y prisiones
Tenemos idea de que 'presidio' ha de ser el establecimiento
en el que se recluye a los 'presos'. Pero de acuerdo al origen histórico y a la
etimología, los dos términos no tienen nada que ver.
'Preso' es el que está apresado, asido, tomado, aprehendido,
atrapado, palabra que nos viene del latín 'prensus', participio pasivo de
'prendere', prender. El preso está prendido, se supone que por un delito, pues
si se lo prendiera por un acto de guerra sería 'prisionero', y si fuera por una
agresión estaría 'cautivo'.
El término 'presidio', en su origen, no tiene nada que ver
con los presos. Viene del verbo 'presidir', que significa tener el primer
lugar, como es el lugar del 'presidente' que preside un gobierno o una
asamblea. Deriva de 'prae', antes, y 'sedere', sentarse. Presidir es sentarse
antes, sentarse delante. Y de allí nace que se les llamara 'presidios' a las
guarniciones con asiento en las fronteras. Eran presidios por ser las sedes que
estaban primeras ante el ataque del enemigo.
A los fuertes o fortines de la frontera se les llamaba
'presidios'. ('...acaudillados de los propios christianos se servían de
partidarios en los presidios de la frontera...' dice don Joseph de la Quadra en
1781, refiriéndose a nuestra frontera con los indios). En 1711 el gobernador
Urizar y Arespacochaga levanta el 'real presidio' de Balbuena como guardia de
la frontera en el Salado, amparo para las tribus mansas de los lules,
isistinés, toquistinés, oristinés y tonocotés.
Pero la relación de ideas entre presos y presidios no viene
sólo del parecido entre las palabras. Desde tiempos antiguos se usaron los
presidios, por ser lugares seguros, con su guarnición de soldados y separación
-por murallas o por distancias- de la población civil, para alojar a los
sentenciados por sus delitos. El 'presidio', por sus características de lugar
fuerte, seguro, fortificado, pasó a ser -a la vez- prisión, sitio en el que se
asegura a los presos.
Cuando teníamos una 'frontera' con el Chaco, una línea de
fortines aseguraba la defensa, impedía el paso de los malones. A esos fortines,
especialmente al de Balbuena, también se les dijo 'presidios': eran las
primeras sedes de nuestro lado del confín. Y también sirvieron, por falta de
capacidad o de seguridad de las cárceles públicas, para alojamiento de
delincuentes.
Un lugar natural para arresto de los presos, era el Cabildo,
sitio bien guardado y vigilado. Es famosa la prisión del general Paz, alojado
en el Cabildo de Santa Fe. El mismo general relata en sus Memorias que por
aquel tiempo la ciudad de Santa Fe fue objeto de un malón; sofocados y
reprimidos los indios, se los alojó, como prisioneros, en el fondo del Cabildo;
él, desde su habitación en el piso alto, los veía en un patio; no había
comodidades que alcanzaran para ellos.
El Bracho fue, en tiempos de Ibarra y de los Taboada, un
punto vital en la línea de defensa frente a las invasiones del Chaco. Era un
presidio, es decir una sede avanzada, con vigilancia permanente. Resulta
natural, entonces, que a ese lugar seguro se enviara a los presos, políticos o
no políticos, por falta de capacidad en el Cabildo o por necesidad de una mayor
seguridad. Que en ese caso al natural sufrimiento por la privación de su
libertad el preso deber sumar las mortificaciones propias de la ubicación, la
selva con sus peligros que todo lo rodea, la falta de visitas y los mosquitos
que abundan en las inmediaciones de los ríos y en algunos sitios son más
agresivos aún, es un detalle. ('... nos acometieron los mosquitos y las
vinchucas...', dice la señora de Libarona). De cualquier manera, los fortines
eran lugares con habitantes permanentes, y si había algunos forzados a residir
allí, por imperio de las autoridades, para otros era su natural residencia, el
sitio en el que desarrollaban su existencia y, además, servían a la patria.
Para Ibarra, nacido en Matará, que también funcionaba como un
avanzado presidio fronterizo, junto al río, seguramente no sería un agravante
de la pena el hecho de trasladarse a un lugar como aquel en el que él naciera y
se criara.
La historia
En 1840 Tucumán encabeza una coalición de las provincias del
norte que le retira a Rosas el manejo de las relaciones exteriores y apoya la
intervención de Francia que se propone derrocarlo del poder. Los coaligados
tratan de ganar el respaldo de Ibarra, que se niega. Y más: sospechando una
subversión, para defender la ciudad hace venir de Abipones quinientos soldados
con su comandante, el español Domingo Rodríguez.
Pero Rodríguez es seducido por los conspiradores, se pasa al
bando contrario. (Antes ya había sido unitario. Es Deheza, en su intervención,
el que lo designa en Abipones. Al retomar el poder, Ibarra, condescendiente, lo
mantiene en el cargo). Con los capitanes Santiago Herrera, Mariano Cáceres,
Ramón Roldán, complicados con el juez Pedro Ignacio de Unzaga, y con los
Palacio, los Olaechea y Neirot -se supone que también con el secreto apoyo del
general Lamadrid desde el gobierno de Tucumán -da un golpe revolucionario la
madrugada del 25 de septiembre de 1840. Se intenta apresar al gobernador en su casa.
El coronel Francisco Antonio Ibarra, hermano de Juan Felipe,
es el jefe de la guarnición, que tiene su cuartel central en el polvorín de
Cantarranas, un poco al poniente de la actual terminal de ómnibus, pasando la
Colón. Un soldado fiel escapa y lo advierte de este levantamiento. El lo pone
sobre aviso a su hermano y corre a sofocar la rebelión. Pero la tropa está
sublevada, Herrera les ha dirigido una arenga, y no acatan sus órdenes. Es
cierto que los magros sueldos están atrasados. Antes de que él desenvaine la
espada, le dan lanzadas, cae al suelo y de a poco se desangra y muere.
Rodríguez vé el asesinato, impávido. Mientras tanto Juan Felipe ha tenido
tiempo de montar a caballo y cruza al otro lado del río.
Sobre el tambor se levanta un acta, se lanza una proclama y
se plebiscita un gobernador: el comandante Rodríguez. Por la magia de las
palabras, la mesnada saladina de la frontera de los abipones queda convertida
en 'división libertadores'. Rodríguez delega el gobierno en Únzaga para
dedicarse a la tarea militar, pero todo fracasa, falto de apoyo popular, de
medios, de organización.
Como tantas otras veces, Ibarra busca apoyo en el paisanaje
de la campaña. Con éxito, pues tres días después vuelve y recupera el gobierno
sin ninguna oposición. Los sublevados no han podido organizarse en el poder.
Y él, a quien se lo ha criticado de pachorriento e indolente,
esta ocasión será duro con los asesinos de su hermano. A Herrera, que con valor
y señorío se entrega reconociendo su responsabilidad, se lo mata 'retobado',
con una especial crueldad en un largo suplicio; Rodríguez huye a Salta y Cáceres
a Catamarca, pero a su hora serán prendidos y ejecutados. También huye Ramón
Roldán, que es tomado y 'enchalecado'. José Arce trata de escapar al norte, y
es apresado y muerto en el Deán. A Domingo de Palacio se lo detiene en el
Zanjón. Ünzaga, uno de los ideólogos del golpe y que ha actuado como gobernador
por delegación de Rodríguez, no atina a huir, se lo captura en la ciudad, y en
vez de ejecutado es desterrado al Bracho; en 1844 intentará una fuga que
terminará con su ejecución. Libarona trata de huir, pero es denunciado por el
baquiano que lo conducía. Irá al destierro del Bracho junto con Unzaga.
José María de Libarona, con el pretexto de visitar a los
parientes de su mujer, ha venido de Tucumán expresamente a instigar este
levantamiento que sumaría a Santiago a la Coalición del Norte. Es la
interpretación de los historiadores. El pobre Libarona no ha tenido más
intervención que la efectuada a regañadientes, obligado, debido a su buen
manejo de la pluma. Es la defensa que de él hará su mujer.
Ibarra, el Santiagueñazo, por lo general indolente y
benévolo, ante el asesinato de su hermano Pancho reacciona con energía. Con
Santiago Herrera y algunos más se muestra feroz y ordena o autoriza crueles
suplicios. Por poco tiempo. La mayoría de los firmantes de la proclama
revolucionaria serán simplemente absueltos, ni siquiera molestados por su
rebelión. Y el destierro impuesto a Unzaga y a Libarona es también una muestra
de benevolencia, ya que la normal alternativa legal era la ejecución.
Antonio Yerro, desde el Bracho, le escribirá a Ibarra que
'Libarona este loco de atar'.
('Retobar' y
'enchalecar' a una persona era coserle alrededor, total o parcialmente, un
cuero fresco y mojado. El cuero, secado al sol, se contrae con el consiguiente
suplicio para el que está atrapado adentro).
El drama
Es conocido el drama. Agustina, niña mimada de la sociedad
por su linaje, por la fortuna de sus padres, por su educación, hace lo posible
por lograr el perdón para su marido. Gracias a sus vinculaciones tiene oportunidad
de presentar sus súplicas ante las autoridades. Hace todos los esfuerzos a su
alcance y no consigue nada.
No puede alcanzar su libertad, pero al menos se le permite ir
a dar consuelo al desterrado. En un ambiente hostil, selvático, con constante
peligro de malones de los indios -el Bracho es, precisamente, una defensa
fronteriza- o de ataques de los feroces jaguares. Hace planes con su marido:
sueñan con escapar, cruzar el Chaco, llegar a Corrientes a través de las
tierras de los salvajes. Ante la inminencia de un malón viene a Santiago a
dejar la hijita que había llevado y que le sería un impedimento.
Pero al volver allá, su marido la vé y retrocede con fría
indiferencia. 'Tenía los ojos fijos y su palidez y flacura llegaban a lo sumo'.
Libarona se ha vuelto loco. 'Únzaga me hizo una seña y yo contuve mis gritos,
pero no mis lágrimas'.
La demencia 'había comenzado por una fiebre lenta'.
¿Consecuencia de las preocupaciones, de las torturas, de las privaciones, de
los solazos? ¿Los fuertes soles le derritieron los sesos? La neurología no
estaba avanzada en aquel tiempo. Agustina mandó a buscar un médico, pero no
logró que fuera allá a tratarlo. Sólo le mandaron recetas -baños frecuentes-
que ella con ímprobo trabajo le aplicaba, pues el enfermo la rechazaba, a veces
con ferocidad. Debe luchar con el acarreo del agua y con la resistencia del
loco a recibir este tratamiento. El no discierne quién es esta mujer, ni
siquiera pronuncia su nombre, y no le permite tirarse a los pies de su cama.
Agustina, niña rica y mimada, que ni siquiera sabe montar a caballo, debe
ocuparse de todo, sin ninguna ayuda de su marido, convertido en un ente.
Tampoco Únzaga la auxilia, pues padece otras enfermedades y ella también deber
atenderlo.
Tiene conciencia de que él está perdido. 'Ya no contaba
salvar a mi marido'. Y sigue luchando, por su responsabilidad de esposa. 'Si
recobrara la razón antes de morir, sabría cuánto le he amado y sus últimas
palabras me consolarían de todos mis trabajos'. Más de ese consuelo, no puede
esperar.
Y mientras tanto debe luchar con el medio. En aquel ambiente
conocer el caso, próximo, de un indiecito devorado y su madre malamente herida
por un tigre que un momento antes ha pasado a su lado sin que ella lo
advirtiera. Dispone de dinero, con el que manda a construir un rancho, pero
trasladados a otras localidades se da con que no hay obreros, que a los gauchos
no les interesa trabajar por plata, ya que el dinero no tiene mayor aplicación
en lugares en que no hay comercio, y para adquirir cosas tiene que empeñarse
ella, servir de ama de leche a un indiecito, aplicar sus pocos conocimientos de
costura en hacer ropa para la indiada.
Tienen, en su destierro, ciertas libertades. No sólo se le
sacan los grilletes al preso, sino que Libarona hasta puede tener su escopeta,
necesaria para procurarse la comida diaria. Ante su enfermedad a la escopeta la
dispondrá Únzaga. Pero se la quitan. Los indios les saquean el rancho. Muchas
oportunidades pasan hambre y sed, mal alimentados con espigas de trigo verde que
tuesta y muele. Deben soportar aguaceros de varios días viviendo simplemente
bajo un árbol, sin siquiera una enramada.
A ella la sostiene el recuerdo de su madre y de sus hijitas,
que han quedado en Santiago. Si no fuera por ellas, dice, y 'el sentimiento de
mis deberes hacia mi marido, creo que me habría suicidado'.
En esa situación, después de meses de padecimiento, a las dos
de la tarde del 11 de febrero de 1841 Libarona calladamente muere sin darle
siquiera el esperado consuelo de un momento de lucidez y de gratitud.
Es su condición de madre la que le ha brindado la fortaleza
para soportar tanta adversidad, asistiendo a un hombre con el cuerpo cubierto
de llagas, a veces furioso, y que ni siquiera la reconoce. Pero a quien ella
hasta el último momento amar con toda su alma, puesto que es su marido ante
Dios y la sociedad.
(Las palabras entre
comillas son de Agustina, según la versión de Poucel)
“Acoso sexual”
Al drama de esta mujer con el marido preso, lejos de su casa
pues vivían en Tucumán, con dos criaturitas, hay versiones que le agregan el
problema de que el gobernador Ibarra la requería de amores. O ella era 'objeto
de acoso sexual', como se dice en la jerga moderna. Pero no es cierto.
Si así hubiera sido, Agustina lo habría puesto de manifiesto
para mostrar la injusticia de sus padecimientos: su marido perseguido y alejado
por culpa de pecaminosas inclinaciones de un mandón. Pero no hay nada de eso.
Al contrario. Ibarra se muestra duro, grosero, desconsiderado
con ella. 'Dejen a ese gallego donde está... bien está allí'. Cuando la mujer
va a suplicarle él ordena '¡que la echen fuera'! Pide permiso para irse al
Bracho, y el gobernador dice '¡que vaya esa loca al Bracho, y la roben los
salvajes, si esa es su voluntad!' Si hubiese querido tenerla cerca, un buen
pretexto sería que en el Bracho, un destacamento militar, los presos estaban
para castigo, no para recibir visitas. Y más aún: aplicando la ley podía
haberlo hecho ajusticiar y, muerto el marido, Agustina no habría tenido motivo
para marcharse lejos.
Evidentemente si él se resistía a recibirla -'¡que la echen
fuera!'- por lo menos ella se salvaba de propuestas deshonestas. Menos mal,
para no aumentar sus padecimientos.
(Las palabras entre
comillas son de don Felipe Ibarra, según la versión de Poucel).
El Bracho
¿Por qué el lugar se llama así? ¿Qué es un 'bracho'? No hemos
podido averiguarlo. Tiene aspecto de ser el nombre de una planta, pero ni los
botánicos ni los folkloristas conocen ninguna con ese nombre. En latín
'brachium' es el brazo, el brazo humano, y algunos autores extienden su sentido
a las ramas de los árboles. Una rama, pero no el nombre de ninguna planta.
¿Podría haberse llamado así a un brazo del río, de ese río que frecuentemente
cambia de curso? Quizá.
El doctor Di Lullo, con su enorme autoridad, supone que
'bracho' puede ser aféresis de 'quebracho'. Se habría dicho 'bracho' como una
forma abreviada de decir 'quebracho'. Puede ser así, pero tampoco Di Lullo se
muestra muy satisfecho con esta explicación.
Hay muchos lugares que se nombran con apellidos de personas,
de próceres, de personajes conocidos, de familias radicadas en el lugar, de
gente importante. Bracho es un apellido. Hubo un señor Simón de Tagle Bracho,
vecino de Santa Fe, que en 1713 estuvo en Santiago otorgando una escritura de
comercio; negociaba con miel, un producto muy cosechado en el Salado, en las
fronteras del Chaco. ¿Por este señor, o por algún otro de ese apellido, se le
llamaría 'bracho' a un lugar de la costa saladina, región productora de miel?
No podemos aventurarlo, sólo lo sugerimos. En Tucumán hay otro Bracho, donde
actualmente está la planta distribuidora de energía eléctrica; convendría
averiguar por qué el Bracho tucumano lleva ese nombre.
El Bracho era el principal de una serie de numerosos
fortines, o presidios, que guarnecían la frontera. Ibarra, como gobernador,
tiene predilección por él como sitio estratégico. En los primeros años de su
gobierno debe preocuparse de las provisiones para la guarnición, del maíz para
que la gente coma. Pero los fortines son también escuelas de agricultura para
los soldados allí acantonados. Progresando esta práctica, las siembras
permitirán que los soldados no reciban paga del Estado: se mantendrán de lo que
ellos mismos cosechen. Con el tiempo en el Bracho habrá no sólo sembrad¡os de
trigo sino hasta un molino harinero.
Cuando se pensaba en canalizar el Salado, éste era un punto
importante del proyecto. Poco después el fortín se cambió de sitio, se mudó una
legua y media. El primitivo Bracho, aquel que conoció Agustina, tenía como
centro una empalizada de quebracho y un foso ancho y profundo, de una cuadra de
lado, con un cañon apuntado hacia el este. En el nuevo Bracho ya hubo una plaza
central y, aunque las viviendas eran ranchos rudimentarios, frente a la plaza
se construyó la residencia para el general.
Se le calculó una población de unos trecientos habitantes, de
los que sólo tres o cuatro hablarían español, situación que comenzaría a
cambiar en 1872, cuando allí se instaló una escuela a cargo del maestro
Castillo.
A principios de este siglo la enciclopedia Espasa lo supone
al Bracho con 850 habitantes, en los que seguramente se incluirían algunos
parajes de sus alrededores. Para entonces ya se había instalado la estación
ferroviaria en Herrera, un poco más de una legua al poniente, que, rápido,
absorbió su población y su comercio, de modo que en poco tiempo el Bracho
desaparecerá. Hoy sólo queda un vago recuerdo.
'Parece que aquí estuvo el Bracho', dice Lázaro Moreno, que
es vecino del lugar.
En el folklore al Bracho se lo recuerda como prisión más que
como fortín. Hay coplas quichuas que jocosamente lo mencionan:
Ckarai puca comisario El comisario Iguana hualitu presochipanqui, a la tortuguita me la ha apresado, chinitas molestan nipas diciendo que molesta a las chinitas Brachoman cachachipanqui. para el Bracho me la ha hecho
mandar.
Nacimiento
No sabemos la fecha de nacimiento de Agustina Palacio, ni
siquiera el año. La mayoría de sus biógrafos dice que nació en Santiago del
Estero en 1825. Otros, pocos, que en Tucumán y en 1822. El doctor Di Lullo dice
que en 1822 o en 1825, sin mostrar preferencia por ninguna de las alternativas.
Se casó en Tucumán, en 1837, y en 1840, al iniciarse el
drama, ya tenía dos hijitas que no eran mellizas. Si fuéramos a creer que nació
en 1825 deberemos aceptar que se casó de doce años, y que al desencadenarse los
acontecimientos tenía sólo quince. Es posible. La gente, en aquella época, era
muy precoz y se casaba temprano. Pero es de creer que no tan temprano. Si es
que nació en 1822 se habría casado de quince años, lo que era más o menos
normal y frecuente.
Puesto a elegir entre un año y el otro, uno puede inclinarse
por 1822.
No sólo por ser muy desusada tanta precocidad -matrimonio a
los doce años, dos hijos a los quince- sino porque Poucel, que escribe sin
tener otros datos que los que ella le da, dice así, que nació en 1822 y en
Tucumán; que al desencadenarse los acontecimientos de 1840 ella tenía
dieciocho; que, al enviudar, en 1841, tenía diecinueve años.
Entonces nació en 1822 y, más precisamente, en enero o
febrero de 1822. Lo dice ella, sin motivo alguno para engañar, y sería muy raro
que una mujer se aumentara la edad.
¿Qué habría nacido en Tucumán? Sí, es muy posible. Esto no
quiere decir que no tenga razón Canqui Chazarreta al decrir 'aún tejías,
santiagueña, / sueños de niña mujer...' Es verdaderamente santiagueña,
santiagueña por parte de padre, de ilustre familia, y santiagueña porque
santiagueño es el ambiente en el que se desarrolla su drama, como santiagueños
los actores. No es santiagueño el otro personaje de esta historia, su marido,
pues es sabido que era español; hay quienes dicen que canario y otros que no hay
constancias de qué parte de España procedería. Pero es eminentemente
santiagueño ese Bracho, para él inhóspito, en el que transcurre su desgracia y
en el que perece.
Los amores del Bracho
Agustina Palacio pudo quedarse en Santiago. Aquí estaban sus
hijas pequeñitas, que ella tenía la obligación de amamantar y criar. Pero
estimó que más fuerte era su responsabilidad de acompañar a su marido y allá se
fue. Quisieron atajarla. El gobierno, sus parientes, hasta el mismo Libarona le
pidieron que se quedara. Nadie la obligaba a ir al destierro. Pero se fue,
impulsada por la enorme fuerza juvenil de su amor. Siguió al hombre que amaba,
y acató como un mandato supremo su responsabilidad de esposa, de mujer, de
cónyuge cristiana.
Y no sería la única. Otra mujer también sufrirá las
soledades, las angustias, las miserias del Bracho, por su condición de mujer,
de esposa, de cónyuge. Es el caso de Dolores Díaz de Varela, la señora del
coronel don Felipe Varela.
Cuando Mitre, después de derrotado Urquiza, 'a palos' imponía
a las provincias someterse a la unidad, Varela levanta la vieja bandera del
federalismo, pensando que las demás provincias se sumarían y que su patriada
redundaría en beneficio de toda la América española.
Pero las tropas de Mitre, bajo el mando del general Antonino
Taboada, derrotan a los catamarqueños y riojanos en el Pozo de Vargas. En La
Rioja toma el poder Taboada. Y para mayor castigo y oprobio del derrotado, a su
señora, Dolores Díaz, la toma presa y la manda desterrada al fortín de la Viuda.
Después la traslada al célebre Bracho.
La joven Agustina va al destierro porque así lo quiere, por
amor a su esposo. La madura doña Dolores va al destierro porque lo dispone el
gobierno, porque así lo ordena la autoridad, en razón de ser la legítima y amante
esposa de un jefe federal al que se ha derrotado por las armas.
¿Cuáles serían los padecimientos de Dolores en esas lejanías?
¿Habrá comido espigas verdes de trigo tostadas al rescoldo para saciar su
hambre? ¿Se vería obligada a coserles ropa a los indios para suplir sus
necesidades? ¿Tendría parientes que le alcanzaran algún dinero? ¿La asustarían
los ataques de los tigres; les temería a los malones? ¿Cómo la habrán
maltratado los mosquitos y las vinchucas? ¿Qué esperanzas se forjaría de que su
amado marido triunfe, o qué desalientos la embargarían ante una previsible
derrota?
Poco y nada sabemos de las peripecias de doña Dolores D¡az de
Varela confinada en el Bracho. Al amor de una mujer madura no se lo tiene en
cuenta como al de una joven. Los federales a veces se ponían muy violentos,
pero solían respetar a las mujeres de los vencidos. Los unitarios, más fríos y
duros, se ensañan con las mujeres, no por un presunto peligro ni en castigo de
una inexistente participación, sino por sed de venganza, como elocuentemente lo
explica José Hernández en 'La vida del Chacho'.
La joven Agustina en pocos meses se liberó del Bracho por la
muerte de Libarona. Doña Dolores se liberará también, aunque después de más de
un año de destierro, y gracias a las gestiones de un hombre santo: fray Mamerto
Esquiú, su paisano, que se ocupará de gestionar la libertad de una inocente.
Fuente: ©El punto y la coma.
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