“He querido ver el lugar donde ha nacido y muerto tanta historia,…las viejas poblaciones santiagueñas,…, cuatrocientos años sepultados en la nada…, hoy son un vasto cementerio donde ni siquiera se escucha una plegaria”. Di Lullo, O. (1954). Viejos pueblos, Santiago del Estero, páginas 75 y 76.
En las décadas de 1930, 1960 y 1990 tuvieron lugar fuertes
modificaciones en la estructura productiva argentina, de modernización forzada,
de la incorporación de nuevas tecnologías y esquemas productivos, y de no pocas
consecuencias políticas y sociales en el futuro inmediato.
La destrucción de las tierras agrícolas, ganaderas y
forestales explotadas tradicionalmente-extractivamente, fue una constante en
los últimos 100 años, como ya vimos en otras entradas. Esto fue posible debido
a inadecuadas prácticas de producción y conservación de recursos. El deterioro
de estos espacios se ha traducido en crecientes procesos de erosión,
agotamiento de los nutrientes de las plantas, problemas de salinización,
alcalinización, desertificación y/o anegamiento, con gradual empobrecimiento de
la fertilidad del suelo.
Raúl Scalabrini Ortiz, en su libro Historia de los
ferrocarriles argentinos, citando al diputado Alejandro Gancedo, señala que
“todos los ferrocarriles en cierta medida y cada uno a su tiempo han sido
despobladores. En Santiago del Estero los ferrocarriles hicieron desaparecer
centros florecientes de actividad comercial como Villa Loreto, Atamisqui,
Mailín, Salavina, etc., núcleos de cultura importantes que hoy muestran las
ruinas de sus viejas casas junto a las plazas donde las bestias pastan”. Y
posterior a ello, la sustracción del servicio del tren, muchos pueblos quedaron
en vía de extinción, otros ya son fantasmas, como consecuencia del cierre de
ramales ferroviarios y de la clausura de las estaciones de trenes. El paisaje
es y fue de desolación, muchas de las localidades existían gracias al tren. Al
cerrarse las estaciones, las localidades quedaron aisladas y la población
emigró. Esto llevó a la conformación de relictos de paisajes, diríamos,
ancestrales. Volviendo a la cita inicial, ese era el legado que veía Di Lullo
cuando recorría los viejos pueblos del interior santiagueño, ruina,
devastación, la nada. Era la herencia que dejó, el acoplamiento al modelo
agro-exportador, para las poblaciones nativas la fantasía del progreso.
En este sentido y otros, leemos a Jóse Luis Grosso, “…Las
planicies del sur fueron escenarios de lucha con el indio, pero ofrecieron
menos resistencia geográfica que el desierto chaqueño, selva alta e
impenetrable bajo el control territorial de varios grupos aborígenes. La
Conquista del Chaco comenzó en 1881 y terminó en 1917. Poco a poco, en los
terrenos tomados eran instalados obrajes forestales ya a ellos se extendían los
ramales ferroviarios, necesario para su extracción de la selva y traslado hasta
las puntas de riel. Luego, una vez deforestado el terreno circundante, se
establecían allí colonias destinadas a la agricultura,(…) pero no siempre la
explotación forestal concluyó en la agricultura. Los obrajes de madera y carbón
eran la principal inversión de los inmigrantes por su rédito inmediato. El
ferrocarril redujo la cantidad de molinos harineros que existían en la zona
mesopotámica: Villa Atamisqui y Salavina, por ejemplo, al traer harinas ya
elaboradas industrialmente y a bajo precio. Pero, por otro lado, posibilitó el
ingreso a la región de nuevas maquinarias. Las ventajas del transporte a menor
precio promovió la inversión en canales de riego en el curso medio del Río
Dulce, (…) los conchabadores (contratistas de trabajadores) ahora cargaban a
los jornaleros santiagueños (muchas veces con sus familias) en los vagones de
carga para llevarlos a la zafra de los ingenios tucumanos de caña de azúcar y a
los obrajes forestales que venían teniendo gran desarrollo en toda la
Mesopotamia santiagueña mientras abrían nuevas entradas en la selva chaqueña,
al este del Salado. La expansión ferroviaria y la explotación de los bosques se
reclamaban mutuamente: madera para los durmientes de quebracho en que se
asentaban los rieles, para postes de alumbrado y de telégrafo, y carbón para
combustible eran requeridos en todo el país de manera creciente. Varias
poblaciones mesopotámicas se mudaron a orillas del ferrocarril, como ya lo
hubieran hecho tantas veces en la historia siguiendo el curso azaroso de los
ríos. Estos traslados de pueblos enteros se inscriben en una larga tradición de
desplazamientos periódicos…”
En su momento al referirnos a la “Agonía del campo
santiagueño”, vimos cómo se conformaron como consecuencia de lo descripto
espacios de pobreza extrema, de vulnerabilidad social que desataron, a diversos
ritmos, procesos de éxodo de población hacia las ciudades y sus periferias.
Así, en las últimas décadas miles de campesinos pobres dejaron los campos para
irse a zonas urbanas, dentro y fuera de la provincia. Esta situación
geohistórica es sumamente grave debido a que el poblamiento de vastas zonas
disminuyó a un ritmo acelerado a partir de la década de los cincuenta y
sesenta, cuando la población rural emigró a las ciudades, cuando era necesaria
una mayor productividad de estas explotaciones tradicionales para originar más
alimentos, fibras y materias primas para la agroindustria, cuando las formas de
producción y sus formas adquieren otros criterios medioambientales.
A la falta de agua, la explotación extensiva, el inadecuado
laboreo agrario y la deforestación
irracional acarrearon dilapidaciones territoriales e inclusos desgastes
genéticos en ciertos cultivos, y otras plantas tradicionalmente útiles para
cultivos alimentarios.
En los espacios rurales tradicionales de extrema pobreza, las
plagas, pestes ganaderas y épocas de escasa fertilidad no han podido ser
detenidas debido a que los magros ingresos del campesinado impiden el acceso a
la modernidad por el alto precio de los productos químicos, a lo que se añaden
métodos rutinarios en el uso del suelo. De esta manera, la vetustez e
inmovilismo geosocial, y las agudas situaciones de extrema pobreza sólo han
ocasionado graves pérdidas socioeconómicas y ambientales, y han impedido el
desenvolvimiento agrícola, ganadero y forestal sustentable.
Al consolidarse el empobrecimiento de esos espacios se han
reducido, digamos la supervivencia del campesinado tradicional con sus
producciones para el autoconsumo. Ello se puede constatar en aquellas zonas
donde aún domina la explotación tradicional de los suelos. Aunque los espacios
destinados a la agricultura de subsistencia han disminuido en importancia por
la expansión de nuevos tipos de agricultura comercial, sobre todo a partir de
la rápida etapa de modernización de los años setenta y ochenta, aún hay grandes
superficies en donde habitan numerosas familias campesinas que conservan modos
de vidas del pasado, en evidente desincronización con la vida contemporánea. El
deterioro de estos espacios, que profundiza la pobreza y la desnutrición o mal
nutrición de las familias campesinas se han acentuado década tras décadas en
los paisajes agrarios tradicionales, tal como lo reflejan los informes de
numerosas fundaciones y/o organizaciones que están interviniendo en el interior
provincial.
La sobreexpolotación de maderas preciosas se ha llevado a
cabo, en varios grados, en regiones selváticas y boscosas, lo que empobrece la
cobertura vegetacional y degrada espacios. La velocidad con que se dañan.
Cualitativa y cuantitativamente, diversas especies maderables silvestres se
puede apreciar en especial en el quebracho colorado (Chaco y Santiago del
Estero), donde se traía el tanino, que a comienzo de los años treinta del siglo
pasado aportaba alrededor del 65% del consumo mundial (hizo que su importancia
declinara notoriamente a partir del quinquenio 1956-1960. Así se constataba en
1977, cuando se exportaban solo 84.000 toneladas del extracto curtiente. Los
obrajes donde se convertían en viruta los robustos rollizos de que quebracho se
transformaron en espacios yermos o abiertos al cultivo del algodón, pues estas
modalidades de explotación impedía su reposición natural o artificial.
En las décadas del ’60 y del ’90 se generaron profundos
cambios que disminuyeron la utilización de mano de obra en las tareas agrícolas
contemporáneamente a la drástica reducción de la actividad ferroviaria. “…ante
la nueva sequía ferroviaria de la década de 1980, cuando se desmontan los
servicios de miles de kilómetros en el país entero y quedaron los rieles
desiertos como lechos muertos, muchos pobladores volvieron a sus antiguos
asentamientos, dejando nuevos pueblos fantasmas en torno de las estaciones de
arquitectura inglesa”. Groso, José L. (p. 73 y 74)”.
Para ir concluyendo. La población flotante de trabajadores
sin tierras o los que viven de ocasionales trabajos rurales. Los campesinos que
pertenecen tipos de agricultura menor deben su situación a la involución
productiva de sus territorios de subsistencia, donde la escasísima producción
se obtiene a expensas de una irreparable destrucción de suelos, bosques y
biodiversidad. Las negativas transformaciones de estos espacios antiguos han
incidido, en las últimas décadas, en la conformación de paisajes empobrecidos
que no pueden asegurar la alimentación de los conglomerados rurales. Así, este
tipo de agricultura deja de tener solvencia no sólo porque se han destruido sus
bases geográficas sino también porque las tecnologías disponibles son antiguas.
A esto último, debemos sostener que el declive ferroviario no es la única causal del despoblamiento rural y de pequeños pueblos, o del vaciamiento del interior provincial, o de la agonía del campo o como quieran denominarlo, no sabemos si fue el tren o fue un conjunto de distintas variables las que afectaron de distintas maneras a los pueblos. En muchos casos, el tren perdió su razón de ser. Su matrimonio con la industria liviana nunca funcionó, ni aquí ni en el resto del mundo. El camión captó las cargas generales y aquellas que atravesaban distancias menores.
Hay que sumar también los cambios tecnológico, de propiedad y
organizacional en el agro y los nuevos esquemas productivos. Santiago del
Estero siempre fue expulsora de población, desde la época colonial. Las
pequeñas localidades son las más vulnerables en las migraciones. La ida de 15
personas puede representar el 10-15% de su población. Además, estas suelen ser
monoproductoras. De manera que, si esa actividad afrontara algún tipo de
problema, probablemente estos serían transmitidos al pueblo todo.
La pregunta que nos hacemos, y que en algún momento
trataremos de responder dejando de lado la nostalgia y el “amor al ferrocarril”
de algunos, y que, no es necesariamente amor a todo el ferrocarril, sino al más
bien al de pasajeros, porque es el que conectaba las localidades y permitía que
las personas pudieran movilizarse: ¿La vuelta del tren traerá progreso a las
localidades que la perdieron? Decimos esto, porque la nostalgia por el tren
expresa una postura política muy fuerte, en tanto es aquel que dio vida a la
Argentina, a la sexta economía mundial en términos de producción por habitante.
Ese ferrocarril, que expresa un estadio en el desarrollo de la sociedad, no
existe más. Y la última, ¿Qué respuestas nos podría dar el pasado para ser
reutilizada en el siglo XXI?
Fuente: nuestrasmiradassobresantiago.wordpress.com
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