¿Y si tu vida hubiera
empezado en otro continente?
En la Europa medieval, venir al mundo era una lotería cruel.
Pero al otro lado del planeta, en las alturas del Tahuantinsuyo, el nacimiento
era un acto sagrado, cuidado con manos sabias y corazones conectados con la
tierra. Nacer no era una maldición, sino una ceremonia de inicio.
Europa medieval: la
cuna del miedo
Durante la Edad Media europea, dar a luz era una de las
causas más frecuentes de muerte entre mujeres jóvenes. Según datos de la
historiadora social Judith Bennett, se estima que una de cada tres mujeres
moría por complicaciones relacionadas con el parto a lo largo de su vida
(“Medieval Europe: A Short History”, 2010).
El ambiente en el que nacían los niños era, por decirlo
suavemente, desfavorable. No había conocimiento sobre gérmenes ni sobre
infecciones, y el dolor del parto era considerado un castigo divino por el
pecado original, una creencia reforzada por la Iglesia católica (Gélis,
Jacques. History of Childbirth: Fertility, Pregnancy and Birth
in Early Modern Europe, 1991).
Las mujeres parían en sus casas, muchas veces sin asistencia,
y con comadronas sin formación médica. Lavarse las manos no era una práctica
habitual —de hecho, los descubrimientos sobre higiene y contagio no llegarían
hasta siglos después con Semmelweis y Pasteur.
La mortalidad infantil era devastadora: más del 35% de los
bebés no sobrevivían al primer año de vida, según estudios demográficos
históricos recopilados por David Herlihy en The Black Death and the
Transformation of the West (1997). Incluso en familias nobles, la supervivencia
era incierta, por lo que tener muchos hijos era una necesidad estratégica, no
un lujo.
El Imperio Inca: nacer
con propósito
Mientras tanto, en las alturas del Andes, el Imperio Inca
tenía una concepción muy distinta del nacimiento. No existían hospitales ni
tecnología médica moderna, pero había una estructura cultural, social y
espiritual que protegía el acto de dar vida.
Las mujeres embarazadas eran cuidadas por su comunidad,
especialmente por las mamuna, mujeres mayores sabias encargadas del control del
embarazo. Se les reducía la carga laboral, se cuidaba su alimentación y se las
acompañaba emocional y espiritualmente.
El parto se realizaba generalmente en cuclillas, una postura
que facilitaba el alumbramiento —una práctica que la antropología moderna
considera fisiológicamente más eficiente (Devereux, George. Basic Problems of
Ethnopsychiatry, 1980).
El bebé era recibido en un espacio limpio, cálido, sin separarlo de su madre. El cordón umbilical se enterraba como símbolo de conexión con la Pachamama, y se realizaban rituales de bienvenida. “La concepción andina del cuerpo y el nacimiento estaba íntimamente ligada a la tierra y al cosmos”, explica Teresa Cabrera, investigadora del Instituto de Estudios Andinos (IEA-UNMSM, Perú).
Una infancia con raíz
En el Tahuantinsuyo, la infancia tenía sentido comunitario. A
los pocos días del nacimiento, se realizaba el Rutuchikuy, una ceremonia de
corte de cabello y presentación a la comunidad (ayllu), descrita en crónicas
como la de Felipe Guamán Poma de Ayala (Nueva corónica y buen gobierno, ca.
1615).
La educación era práctica, comunitaria y jerarquizada. Los niños
aprendían a través del ejemplo y del trabajo. Los hijos de nobles eran educados
en el Yachaywasi, centros donde se enseñaban matemáticas, astronomía y leyes.
Las niñas seleccionadas ingresaban al Acllahuasi, donde se formaban en tejidos,
rituales y cocina ceremonial (Murra, John V., La organización económica del
Estado Inca, 1978).
Medicina con alma y
raíz
La medicina inca combinaba el conocimiento herbario con una
comprensión espiritual del cuerpo. Los hampeq eran curanderos que no solo
trataban dolencias físicas, sino también desequilibrios del alma. Según Sabine
Dedenbach-Salazar (Saberes y prácticas medicinales en el mundo andino, 2005),
el enfoque terapéutico era holístico y comunitario, muy diferente al modelo
europeo, que aún separaba cuerpo y alma bajo la lógica del pecado.
Las madres, comadres y abuelas tenían un rol central en los
cuidados. Sabían qué hierba hervir, cuándo soplar para aliviar el alma, cuándo
callar o cantar. En este mundo, la mujer que daba a luz no era pecadora ni
pasiva, sino fuerza vital, canal entre lo humano y lo divino.
Dos mundos, dos
destinos
Mientras en Europa el nacimiento era un momento de temor,
dolor y muerte, en el Imperio Inca era un acto de integración, propósito y
conexión con la Tierra. Uno vivía rodeado de miedo; el otro, de comunidad. Uno
se resignaba al castigo; el otro celebraba la vida.
Quizás ahí está la gran enseñanza: el modo en que llegamos al
mundo puede marcar el modo en que aprendemos a habitarlo.
📚 Bibliografía complementaria:
Bennett, Judith. Medieval
Europe: A Short History. McGraw-Hill, 2010.
Gélis, Jacques. History of Childbirth: Fertility, Pregnancy and Birth in
Early Modern Europe. Polity Press, 1991.
Herlihy, David. The Black Death and the Transformation of the West. Harvard University Press, 1997.
Murra, John V. La
organización económica del Estado Inca. Instituto de Estudios Peruanos, 1978.
Poma de Ayala, Felipe
Guamán. Nueva corónica y buen gobierno, ca. 1615.
Cabrera, Teresa.
Estudios de cosmovisión andina. Instituto de Estudios Andinos, UNMSM.
Dedenbach-Salazar,
Sabine. Saberes y prácticas medicinales en el mundo andino, 2005.
Devereux, George. Basic Problems of Ethnopsychiatry. University of Chicago Press, 1980.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario