jueves, 19 de junio de 2025

¿Y si había petróleo en Santiago del Estero? El enigma enterrado de Siete de Abril

Por Redacción 

 


Hay historias que comienzan con un rumor. Y en los años treinta, en pleno monte santiagueño, ese rumor se fue colando entre las charlas de fogón, las caminatas por los campos y los silencios cargados de intuición. En la zona de Siete de Abril, allá en el noroeste de la provincia, cerca del límite con Salta, algunos decían que el suelo olía raro, que la tierra tenía un color más oscuro de lo normal... y que quizás, solo quizás, había algo más abajo. Algo valioso. Tal vez, petróleo.

La idea encendió una chispa. Y no solo entre los lugareños. El Gobierno provincial, atento, no tardó en tomar cartas en el asunto. Si había una mínima posibilidad de que ese "oro negro" estuviera ahí, había que comprobarlo. Así, en 1932, se puso en marcha una investigación oficial para responder la gran pregunta: ¿hay petróleo en Santiago del Estero?

Un geólogo, una sierrita y una misión clara

La provincia pidió ayuda a la Nación. Y la Nación respondió. El Ministerio de Agricultura envió a uno de sus especialistas más destacados: el doctor Pablo Groeber, de la Dirección General de Minas, Geología e Hidrología. Groeber no solo tenía formación científica: tenía experiencia en el terreno, paciencia y ojo clínico para leer la historia escondida en las piedras.

El 12 de julio de 1932 comenzó su recorrido por la región. Su atención se centró en un punto clave: el Cerro del Remate, una sierrita que se recorta en el paisaje, cerca de Siete de Abril. Con su libreta de campo en mano, Groeber analizó capas de roca, midió inclinaciones, identificó formaciones. Pisó barro, yeso y caliza. Lo examinó todo con rigurosidad casi obsesiva.

Un mes después, llegó la respuesta.

Cuando la tierra dice que no

La verdad es que muchos esperaban un “sí”. Pero el informe de Groeber fue contundente: no hay petróleo.

¿La razón? La tierra simplemente no guarda ese tipo de secretos. Lo que el geólogo encontró fueron formaciones muy antiguas, con rocas cuarcíticas del Precámbrico, de esas que ya estaban allí mucho antes de los dinosaurios. Y encima de eso, sedimentos del Mioceno, con yeso, arcillas, algunas calizas. Pero nada más.

La clave está en el origen de esos sedimentos. Son continentales y salobres, no marinos. Y es que para que haya petróleo, tiene que haber habido vida marina enterrada, atrapada y cocinada durante millones de años. Aquí, en cambio, el paisaje fue otro: lagunas salobres, ríos antiguos, vientos que desgastaron todo lo que pudieron.

Incluso si alguna vez hubo una capa petrolífera, lo más probable —según Groeber— es que la erosión la haya barrido mucho antes de que se formaran las capas actuales. El tiempo, como siempre, jugó su propio juego.

Aguas que arden… pero no con petróleo

Como parte del estudio, también se analizó una vertiente sulfurosa en Ojo de Agua, más al sur de la provincia. Allí el agua brota caliente, con olor penetrante y ese aspecto misterioso que alimenta todo tipo de creencias. ¿Sería una señal de petróleo?

Nada de eso. El análisis químico mostró que el agua era muy salada, con altísimos niveles de cloruros. Su tacto era jabonoso, su sabor agresivo. La conclusión fue clara: inapta para el consumo humano y animal. Su origen es geotérmico, pero no tiene relación con la presencia de hidrocarburos. Una vez más, la naturaleza mostraba sus propios mecanismos, muy distintos a los que la gente imaginaba.

Lo que sí quedó bajo la superficie

Ahora bien, sería injusto decir que todo fue en vano. El trabajo del doctor Groeber dejó una huella profunda. Su informe detallado trazó el primer mapa geológico serio de la región, describió en profundidad las capas del subsuelo, explicó los procesos que moldearon ese rincón del país. Y dejó una enseñanza invaluable: la ciencia también se construye a partir de lo que no se encuentra.

Hoy, a casi un siglo de aquel viaje, la historia de Siete de Abril se cuenta como una anécdota entrañable. Es la historia de una búsqueda que no halló petróleo, pero sí conocimiento, curiosidad y un legado científico.

Y también es un recordatorio. Porque antes de hacer grandes promesas o jugárselo todo por una corazonada, hay que aprender a leer la tierra con humildad. Escucharla. Preguntarle. Entender que sus respuestas no siempre son las que queremos, pero casi siempre son las que necesitamos.

Y en este caso, la tierra dijo lo suyo con claridad: no hay petróleo... pero hay historia. Y eso también vale.

Fuentes:
Informe del Dr. Pablo Groeber, Dirección General de Minas, Geología e Hidrología (1932)
Archivos del Ministerio de Agricultura de la Nación

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