sábado, 28 de junio de 2025

Santiago del Estero: ¿una ciudad inteligente imposible?


Captura Facebook



Santiago del Estero, cuna de historia y tradiciones, vive un choque entre su imagen patrimonial y la promesa tecnológica. En el Smart City Expo 2025 un visitante se coloca un casco de realidad virtual ante un gran letrero iluminado «SMART CITY». La escena, digna de una ciudad futurista, contrasta con las calles empedradas y los barrios tradicionales bajo el sol santiagueño. Esta provincia, fundada en 1553 y llamada la “Madre de Ciudades” por su herencia colonial, arrastra décadas de rezago en infraestructura y servicios. Por ello resulta difícil encajarla en la definición global de ciudad inteligente, que apunta a urbes conectadas, sustentables e inclusivas.

¿Qué es una ciudad inteligente?

No existe una sola definición. ONU-Hábitat resume la visión global: una ciudad inteligente sostenible es “innovadora” y usa las TICs para mejorar la calidad de vida y la eficiencia de sus servicios, satisfaciendo las necesidades económicas, sociales y ambientales del presente y del futuro. El gobierno británico añade que más que un estado fijo, una smart city es un proceso continuo con participación ciudadana, infraestructuras sólidas y tecnologías digitales que hagan la ciudad más habitable y resiliente frente a nuevos retos. En resumen, el ideal global combina desarrollo urbano planificado con gobierno abierto y la integración inteligente de datos e infraestructura. Por ejemplo, ONU-Hábitat advierte que en una ciudad inteligente la infraestructura de TICs debe actuar como un “adhesivo” o “centro nervioso” que articula todos los sistemas urbanos. Esto implica redes de banda ancha, sensores, plataformas de datos y servicios en línea coordinados.

Infraestructura y servicios básicos

Estos supuestos chocan con la cruda realidad santiagueña. La provincia sufre carencias elementales. La CEPAL señala que la dispersión geográfica de Santiago del Estero genera falta de agua potable y una infraestructura eléctrica insuficiente en vastas zonas rurales. Sólo el 26% de los hogares puede usar gas de red o electricidad para cocinar, y apenas el 28,7% cuenta con red cloacal. En muchos poblados del interior faltan incluso estos servicios básicos: por ejemplo, en Monte Quemado “no hay agua potable ni red cloacal”, reflejando necesidades insatisfechas que un plan inteligente debería resolver. Mientras la smart city global habla de sensores de red hidráulica y edificios “inteligentes”, en Santiago las tuberías y acueductos comunes ni siquiera llegan a la mitad de la población.

En un stand del Smart City Expo local se exhibe un microbús eléctrico de “movilidad sustentable” equipado con tecnologías avanzadas. La imagen simboliza la aspiración futurista de la provincia. Sin embargo, en el uso cotidiano la mayoría de los colectivos circula con tecnología convencional y muchos viajes duran horas, pues la electrificación del transporte público aún es incipiente. De poco sirve la promesa de vehículos inteligentes si barrios completos carecen de iluminación pública adecuada o servicio eléctrico confiable. Así, la infraestructura física y digital, pilares del concepto de ciudad inteligente, resultan aún muy precarios en Santiago del Estero.

Conectividad y brecha digital

Tampoco las tecnologías de la información se distribuyen equitativamente. El censo 2022 reporta que sólo el 49,5% de los hogares santiagueños tiene conexión a internet (muchos por datos móviles) y apenas el 39,7% dispone de computadora, tablet u otro dispositivo similar. Esto posiciona a Santiago a la cola del país en acceso digital. La ONU-Hábitat señala que sin conectividad de calidad no funciona ningún proyecto inteligente: las TICs son el tejido que integra sensores, bases de datos y trámites online. En la provincia, la mitad de las familias quedan fuera de esa ecuación. Esta brecha digital agrava las desigualdades: los sectores rurales y más pobres no pueden aprovechar el e-gobierno ni la telemedicina, ni participar en la economía digital. Incluso en la educación se refleja el déficit: antes de la pandemia casi el 41% de los alumnos santiagueños no tenía Internet en su casa. Por tanto, la «inteligencia urbana» se estanca cuando ni siquiera se garantiza el acceso básico a la red.

Planificación urbana y desigualdades sociales

Una verdadera smart city requiere planificación urbana integrada: calles bien trazadas, suelo mixto y abundantes espacios públicos. En Santiago del Estero existe macrocefalia y crecimiento desordenado. La CEPAL advierte que el 57% de la población vive en el aglomerado Capital–La Banda, concentrando servicios mientras el resto de la provincia permanece disperso. Zonas periurbanas y pueblos crecen a menudo sin un plan regulador, dando lugar a barrios informales sin agua ni cloacas. Esta falta de orden también alimenta la desigualdad social: la economía local tiene altos niveles de trabajo informal y migración interna, en parte por el despojo de pequeños productores hacia cultivos de exportación. En la práctica, la smart city se imagina como una ciudad de oportunidades equiparables para todos, pero aquí la pobreza estructural y la concentración urbana alientan el camino contrario. Las cifras hablan solas: Santiago del Estero está entre las provincias más postergadas en agua, cloacas y gas, lo que evidencia brechas que la tecnología por sí sola no resolverá.

Gobernanza y participación ciudadana

En los relatos internacionales sobre ciudades inteligentes se insiste en la participación ciudadana y la transparencia. Por ejemplo, el Reino Unido define la smart city como un proceso continuo con “participación ciudadana, infraestructuras sólidas y tecnologías digitales” para hacer la ciudad más habitable y resiliente. Sin embargo, en Santiago del Estero la gobernanza local es débil. Un informe de la CEPAL describe “débil gobernanza local” e instituciones frágiles en la provincia. La prensa local y nacional incluso la tilda de “capital nacional del nepotismo”: cargos públicos y contratos estatales se reparten entre parientes y allegados en todos los ámbitos del poder. Como resumió un dirigente opositor en un noticiero, en SDE “el Estado se transforma en una gran torta que se reparte entre unos pocos, mientras la mayoría mira desde afuera”. Este grado de clientelismo y falta de rendición de cuentas erosiona cualquier intento de administrar la ciudad con criterios abiertos. En teoría, una smart city debe ofrecer e-gobierno y datos abiertos; en la práctica, la cultura política santiagueña deja poco espacio a la transparencia o a la voz independiente de los vecinos.

Asimismo, las prioridades de gestión revelan la desconexión con las necesidades reales. Mientras se publicitan congresos internacionales sobre innovación urbana en Santiago, muchas decisiones han favorecido obras faraónicas. Por ejemplo, el diario La Nación criticó que con fondos nacionales se financió la construcción de un aeropuerto y un foro de convenciones «innecesarios» para la mayoría de santiagueños, justo cuando había demandas urgentes de escuelas y hospitales dignos. Estos megaproyectos destacables en el acto público contrastan con un entorno donde faltan cloacas o se caen los techos de las escuelas. En lugar de invertir primero en lo esencial, la gestión local ha mostrado deficiencias: el dinero público se gasta en exhibir logros en lugar de cerrar brechas históricas.

Hacia un futuro urbano más humano

La idea de transformar Santiago del Estero en una ciudad modelo tecnológicamente avanzada choca con todos estos factores estructurales. Las propias guías de ONU-Hábitat advierten que la verdadera “inteligencia” urbana debe aplicarse para incluir a todos los ciudadanos, mejorar la rendición de cuentas y respetar los derechos humanos. De hecho, el documento insiste: “al final, se trata del tejido social, y no sólo de la competitividad económica y la infraestructura de última generación, donde se construyen las ciudades resilientes”. Este llamado cobra sentido en Santiago. Quizá la provincia no necesite espejismos digitales, sino enfoques más cercanos: invertir en conectividad rural, educación y salud, y abrir espacios reales de participación comunitaria.

En lugar de buscar un sello global de “ciudad inteligente”, tal vez deba definirse una ruta local: sumar tecnología a lo cotidiano, paso a paso. Por ejemplo, podría habilitarse Wi-Fi en plazas junto con talleres vecinales sobre ciudadanía digital; usar sistemas electrónicos para mejorar la calidad del transporte público más elemental; o implementar aplicaciones simples de quejas ciudadanas para reparar calles. Así se construye una “inteligencia urbana” basada en las prioridades reales de la gente. Al fin y al cabo, una ciudad inteligente de verdad es aquella que responde a sus habitantes y mejora su calidad de vida, no solo aplaude sus pantallas brillantes.

Fuentes: Documentos ONU-Hábitat III sobre ciudades inteligentes; informes del censo e INDEC sobre servicios e Internet en Santiago del Estero; análisis de la CEPAL sobre la provincia; reportajes periodísticos sobre pobreza y gestión santiagueña. Estas fuentes contrastan las aspiraciones “inteligentes” con la realidad local.


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