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Santiago del Estero, cuna de historia y tradiciones, vive un
choque entre su imagen patrimonial y la promesa tecnológica. En el Smart City
Expo 2025 un visitante se coloca un casco de realidad virtual ante un gran
letrero iluminado «SMART CITY». La escena, digna de una ciudad futurista,
contrasta con las calles empedradas y los barrios tradicionales bajo el sol
santiagueño. Esta provincia, fundada en 1553 y llamada la “Madre de Ciudades”
por su herencia colonial, arrastra décadas de rezago en infraestructura y
servicios. Por ello resulta difícil encajarla en la definición global de ciudad
inteligente, que apunta a urbes conectadas, sustentables e inclusivas.
¿Qué es una ciudad
inteligente?
No existe una sola definición. ONU-Hábitat resume la visión
global: una ciudad inteligente sostenible es “innovadora” y usa las TICs para mejorar la calidad de vida y la
eficiencia de sus servicios, satisfaciendo las necesidades económicas, sociales
y ambientales del presente y del futuro. El gobierno británico añade que más
que un estado fijo, una smart city es un proceso
continuo con participación ciudadana,
infraestructuras sólidas y tecnologías digitales que hagan la ciudad más
habitable y resiliente frente a nuevos retos. En resumen, el ideal global
combina desarrollo urbano planificado con gobierno abierto y la integración inteligente de datos e
infraestructura. Por ejemplo, ONU-Hábitat advierte que en una ciudad
inteligente la infraestructura de TICs debe actuar como un “adhesivo” o “centro
nervioso” que articula todos los sistemas urbanos. Esto implica redes de banda
ancha, sensores, plataformas de datos y servicios en línea coordinados.
Infraestructura y
servicios básicos
Estos supuestos chocan con la cruda realidad santiagueña. La provincia sufre carencias elementales. La CEPAL señala que la dispersión geográfica de Santiago del Estero genera falta de agua potable y una infraestructura eléctrica insuficiente en vastas zonas rurales. Sólo el 26% de los hogares puede usar gas de red o electricidad para cocinar, y apenas el 28,7% cuenta con red cloacal. En muchos poblados del interior faltan incluso estos servicios básicos: por ejemplo, en Monte Quemado “no hay agua potable ni red cloacal”, reflejando necesidades insatisfechas que un plan inteligente debería resolver. Mientras la smart city global habla de sensores de red hidráulica y edificios “inteligentes”, en Santiago las tuberías y acueductos comunes ni siquiera llegan a la mitad de la población.
En un stand del Smart City Expo local se exhibe un microbús
eléctrico de “movilidad sustentable” equipado con tecnologías avanzadas. La
imagen simboliza la aspiración futurista de la provincia. Sin embargo, en el
uso cotidiano la mayoría de los colectivos circula con tecnología convencional
y muchos viajes duran horas, pues la electrificación del transporte público aún
es incipiente. De poco sirve la promesa de vehículos inteligentes si barrios
completos carecen de iluminación pública adecuada o servicio eléctrico
confiable. Así, la infraestructura física y digital, pilares del concepto de
ciudad inteligente, resultan aún muy precarios en Santiago del Estero.
Conectividad y brecha
digital
Tampoco las tecnologías de la información se distribuyen
equitativamente. El censo 2022 reporta que sólo el 49,5% de los hogares santiagueños tiene conexión a internet (muchos
por datos móviles) y apenas el 39,7% dispone de computadora, tablet u otro
dispositivo similar. Esto posiciona a Santiago a la cola del país en acceso
digital. La ONU-Hábitat señala que sin conectividad de calidad no funciona
ningún proyecto inteligente: las TICs son el tejido que integra sensores, bases
de datos y trámites online. En la provincia, la mitad de las familias quedan
fuera de esa ecuación. Esta brecha
digital agrava las desigualdades: los sectores rurales y más pobres no
pueden aprovechar el e-gobierno ni la telemedicina, ni participar en la economía
digital. Incluso en la educación se refleja el déficit: antes de la pandemia
casi el 41% de los alumnos santiagueños no tenía Internet en su casa. Por
tanto, la «inteligencia urbana» se estanca cuando ni siquiera se garantiza el
acceso básico a la red.
Planificación urbana y
desigualdades sociales
Una verdadera smart city requiere planificación urbana
integrada: calles bien trazadas, suelo mixto y abundantes espacios públicos. En
Santiago del Estero existe macrocefalia
y crecimiento desordenado. La CEPAL advierte que el 57% de la población vive en
el aglomerado Capital–La Banda, concentrando servicios mientras el resto de la
provincia permanece disperso. Zonas periurbanas y pueblos crecen a menudo sin
un plan regulador, dando lugar a barrios informales sin agua ni cloacas. Esta
falta de orden también alimenta la desigualdad social: la economía local tiene
altos niveles de trabajo informal y migración interna, en parte por el despojo
de pequeños productores hacia cultivos de exportación. En la práctica, la smart
city se imagina como una ciudad de oportunidades equiparables para todos, pero
aquí la pobreza estructural y la concentración urbana alientan el camino
contrario. Las cifras hablan solas: Santiago del Estero está entre las
provincias más postergadas en agua, cloacas y gas, lo que evidencia brechas que
la tecnología por sí sola no resolverá.
Gobernanza y
participación ciudadana
En los relatos internacionales sobre ciudades inteligentes se
insiste en la participación ciudadana
y la transparencia. Por ejemplo, el Reino Unido define la smart city como un
proceso continuo con “participación ciudadana, infraestructuras sólidas y
tecnologías digitales” para hacer la ciudad más habitable y resiliente. Sin
embargo, en Santiago del Estero la gobernanza local es débil. Un informe de la
CEPAL describe “débil gobernanza local” e instituciones frágiles en la
provincia. La prensa local y nacional incluso la tilda de “capital nacional del
nepotismo”: cargos públicos y contratos estatales se reparten entre parientes y
allegados en todos los ámbitos del poder. Como resumió un dirigente opositor en
un noticiero, en SDE “el Estado se transforma en una gran torta que se reparte
entre unos pocos, mientras la mayoría mira desde afuera”. Este grado de clientelismo
y falta de rendición de cuentas erosiona cualquier intento de administrar la
ciudad con criterios abiertos. En teoría, una smart city debe ofrecer
e-gobierno y datos abiertos; en la práctica, la cultura política santiagueña
deja poco espacio a la transparencia o a la voz independiente de los vecinos.
Asimismo, las prioridades de gestión revelan la desconexión
con las necesidades reales. Mientras se publicitan congresos internacionales
sobre innovación urbana en Santiago, muchas decisiones han favorecido obras
faraónicas. Por ejemplo, el diario La Nación criticó que con fondos nacionales
se financió la construcción de un aeropuerto y un foro de convenciones
«innecesarios» para la mayoría de santiagueños, justo cuando había demandas
urgentes de escuelas y hospitales dignos. Estos megaproyectos destacables en el
acto público contrastan con un entorno donde faltan cloacas o se caen los
techos de las escuelas. En lugar de invertir primero en lo esencial, la gestión
local ha mostrado deficiencias: el dinero público se gasta en exhibir logros en
lugar de cerrar brechas históricas.
Hacia un futuro urbano
más humano
La idea de transformar Santiago del Estero en una ciudad
modelo tecnológicamente avanzada choca con todos estos factores estructurales.
Las propias guías de ONU-Hábitat advierten que la verdadera “inteligencia”
urbana debe aplicarse para incluir a todos los ciudadanos, mejorar la rendición
de cuentas y respetar los derechos humanos. De hecho, el documento insiste: “al
final, se trata del tejido social, y no sólo de la competitividad económica y
la infraestructura de última generación, donde se construyen las ciudades
resilientes”. Este llamado cobra sentido en Santiago. Quizá la provincia no
necesite espejismos digitales, sino enfoques más cercanos: invertir en
conectividad rural, educación y salud, y abrir espacios reales de participación
comunitaria.
En lugar de buscar un sello global de “ciudad inteligente”,
tal vez deba definirse una ruta local: sumar tecnología a lo cotidiano, paso a
paso. Por ejemplo, podría habilitarse Wi-Fi en plazas junto con talleres
vecinales sobre ciudadanía digital; usar sistemas electrónicos para mejorar la
calidad del transporte público más elemental; o implementar aplicaciones
simples de quejas ciudadanas para reparar calles. Así se construye una “inteligencia
urbana” basada en las prioridades reales de la gente. Al fin y al cabo, una
ciudad inteligente de verdad es aquella que responde
a sus habitantes y mejora su calidad de vida, no solo aplaude sus pantallas
brillantes.
Fuentes: Documentos ONU-Hábitat III sobre
ciudades inteligentes; informes del censo e INDEC sobre servicios e Internet en
Santiago del Estero; análisis de la CEPAL sobre la provincia; reportajes
periodísticos sobre pobreza y gestión santiagueña. Estas fuentes contrastan las
aspiraciones “inteligentes” con la realidad local.

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