La tierra de nadie y de todos
Santiago del Estero, descrita por Orestes Di
Lullo como un "mar interior desecado", ha sido por milenios un crisol
de culturas, lenguas y contradicciones. Desde hace 8.000 años antes de Cristo,
esta planicie surcada por los ríos Dulce y Salado atrajo a pueblos diversos
—desde los Lules hasta los Incas— con su clima benigno, recursos abundantes y
una aparente facilidad para la vida. Pero detrás de esta aparente generosidad,
la tierra escondía una paradoja: "frío y calor; inundaciones y sequías;
prodigalidad y avaricia", antagonismos que, según Di Lullo, moldearon el
alma de su pueblo.
Historia de
poblamiento: Un mosaico de culturas en movimiento
Conectando con la introducción, esta región no solo fue un
espacio geográfico, sino un verdadero laboratorio humano donde se mezclaron
tradiciones.
La confluencia de pueblos
Santiago del Estero funcionó como un corredor biogeográfico y
cultural. Según el documento, aquí confluyeron:
Andinos: Quichuas, Aimaras y Diaguitas desde el noroeste.
Amazónidos: Guaraníes y Matacos-Guaicurúes desde el noreste.
Pámpidos: Huarpes y Sanavirones desde el sur.
La mixigenación fue la norma. Como señala Di Lullo:
"Estas mareas humanas... se absorbieron o quedaron remansadas, dejando
estratos de civilizaciones superpuestas". Un testimonio del siglo XVII
recogido por Lizondo Borda menciona a los Lules cercando a los Diaguitas —un
raro ejemplo de resistencia organizada—, pero la mayoría de los pueblos optó
por la adaptación pacífica.
Avanzando en el tiempo, el escenario cambió con la llegada de
una de las culturas más influyentes.
El legado Inca: Vasallaje sin conquista
A diferencia de otras regiones, los Incas no sometieron
militarmente Santiago. Según el cronista Cieza de León, el Inca Yupanqui envió
emisarios que lograron un pacto de "amistad perpetua" con los
locales, quienes solo debían "guardar la frontera". Esta diplomacia
dejó huellas en petroglifos, cráneos deformados ritualmente y herramientas como
los "tumis" (cuchillos ceremoniales), aún hallados en la zona.
Rasgos biofísicos y
patrimonio natural: Un escenario de contrastes
Para comprender mejor esta dinámica humana, es esencial
analizar el escenario natural que la hizo posible.
Geografía y clima
La provincia es una "zona de transición" entre
llanuras y serranías, con cinco subzonas mitificadas por sus habitantes: la
llanura (Pampáyoj), los ríos (Mayumaman), las sierras (Orkomaman), el bosque
(Sacháyoj) y los esteros (Malimpaya). Sus ríos, caudalosos solo dos meses al
año, fertilizaban el suelo con limo, permitiendo cultivos como el maíz.
Profundizando en este entorno, la biodiversidad jugó un papel
clave en el desarrollo cultural.
Fauna y recursos
Los bosques albergaban "aves, peces y miel",
mientras las salinas —codiciadas por los indígenas— eran clave para el trueque.
Sin embargo, la fauna megafaunística como gliptodontes ya había desaparecido
para la llegada del hombre, según evidencias arqueológicas.
Patrimonio cultural:
Resistencia a través del mito y la lengua
Más allá del paisaje, fue en el ámbito cultural donde estos
pueblos dejaron su huella más perdurable.
Adaptación vs. resistencia
Los pueblos santiagueños desarrollaron una "plasticidad
exterior" para sobrevivir, pero mantuvieron una resistencia cultural
silenciosa. Un ejemplo es la Unita, leyenda de una cabeza rodante que advierte
peligros, vinculada al culto ancestral de las cabezas-tótem.
En este contexto de preservación cultural, el lenguaje se
erige como testimonio vivo del pasado.
Lenguas: Un rompecabezas sin resolver
El documento enumera cientos de topónimos de origen
desconocido (ej: Sumampa, Guasiligasta), vestigios de lenguas extintas como el
Tonocoté o el Cacán. Di Lullo critica la negligencia académica: "Decimos
que no hay nada del Cacan... pero hay una gran ignorancia al respecto".
La llegada de los
españoles: El mito de la "belicosidad indígena"
Este rico tapiz cultural enfrentaría su mayor desafío con la
llegada de los conquistadores europeos.
Las crónicas españolas exageraron la resistencia local. Baltasar Méndez describió a los Lules como "usadores de ponzoña", pero Di Lullo desmiente: "Eran mansos, salvo contadas excepciones". La verdadera batalla fue contra el medio: "Esa anchura inerte... donde naufragan las mejores fuerzas". Los españoles replicaron las prácticas incaicas de trasplante forzoso, como las encomiendas que desnaturalizaron a comunidades como los Chicoanas.
Conclusión: El indio que no murió
En definitiva, Santiago del Estero es un espejo de América
Latina: un territorio donde las culturas no desaparecieron, sino que se
reinventaron. Como concluye Di Lullo: "El indio vive en nosotros, en
nuestra sangre". Su legado persiste en mitos como la Pachamama, en la
toponimia enigmática y en la "filosofía de la necesidad y la
facilidad" que aún define a sus habitantes.
Dato final: Un cráneo con deformación circular, hallado en la
zona y vinculado a los Aimaras, es hoy parte del acervo del Museo Arqueológico
de Santiago —símbolo de un pasado que resiste al olvido.
Fuentes citadas:
Di Lullo, O. (1960). Un cuadro de la prehistoria santiagueña.
Lizondo Borda, M. (1938). El Tucumán indígena.
Cieza de León, P. (1553). Crónica del Perú (citado por Di
Lullo).

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