En septiembre, Termas de Río Hondo soplará las velitas de su 71° aniversario como ciudad. Pero antes de las avenidas arboladas, los hoteles de lujo y el murmullo de los turistas, hubo un territorio que fue semilla de vida y de encuentros: Atacama, un lugar donde la memoria todavía late bajo el agua del embalse.
Donde todo comenzó
El 6 de septiembre no es solo una fecha en el calendario.
Para quienes habitamos Termas, es un recordatorio de orgullo y de pertenencia.
Sin embargo, la verdad es que cada aniversario también abre una pregunta
incómoda y hermosa a la vez: ¿de dónde venimos?
Y ahí aparece un nombre antiguo, con peso y ternura: Atacama.
Según documentos coloniales y relatos que viajaron de boca en boca, significa
“alma feliz” en quechua. Y es que no costaba imaginarlo: tierras que daban
abrigo, manantiales que parecían regalos escondidos, el río Dulce como venas de
agua fresca. Un sitio que parecía hecho para abrazar la vida.
Un territorio tejido
por culturas
Mucho antes de que los conquistadores españoles dejaran
huella, Atacama ya era punto de encuentro. Los arqueólogos lo saben bien: allí
aparecieron urnas funerarias, trozos de cerámica y hasta puntas de lanza con
seis mil años de antigüedad.
Eran huellas de pueblos que encontraron en este rincón lo
esencial para vivir: peces en el río, frutos de la caza, suelos generosos para
cultivar y aguas termales que sanaban el cuerpo y, quizá, también el espíritu.
El investigador Sebastián Sabater suele contarlo con una
mezcla de fascinación y cariño: “Era un sitio extraordinario. Tenía todo lo
necesario para vivir bien, y eso lo sabían tanto los pueblos originarios como
los conquistadores que vinieron después”. No sorprende, entonces, que más del
90% de las piezas que hoy se muestran en el museo provengan de ese mismo suelo.
De las mercedes al agua
que lo cubrió todo
El tiempo, sin embargo, trae giros inesperados. En 1655, la
Corona española concedió la Merced de Atacama al capitán Juan Pérez Moreno: un
extenso territorio de 9.000 hectáreas que abarcaba buena parte de la actual
ciudad.
Aquellas tierras pronto se convirtieron en escenario de pleitos y herencias. Apellidos como Sotelo, Galiano o Figueroa Roldán quedaron atados a escrituras y disputas que, de alguna manera, siguen resonando en los documentos antiguos.
Y después vino el capítulo más doloroso: la construcción del
dique. La obra estatal expropió terrenos, tapó manantiales y sumergió casas,
corrales y hasta un mausoleo familiar bajo las aguas del nuevo embalse. A
veces, cuando el lago baja, la historia vuelve a mostrarse: ladrillos, paredes,
aljibes que reaparecen como fantasmas discretos de un pasado que se niega a
hundirse del todo.
La memoria que no se
rinde
Aunque la tierra quedó bajo el agua, Atacama nunca
desapareció. Vive en los objetos guardados, en los relatos que pasan de
generación en generación, en las piezas que se rescatan de la orilla cuando el
embalse deja ver lo que esconde.
Sabater recuerda con una sonrisa el inicio de todo: comenzó
juntando pedacitos de cerámica mientras pescaba. Los guardaba en una caja de
zapatillas, sin sospechar que aquel gesto sencillo sería el germen del museo
que hoy cuenta la historia milenaria de la región.
Hablar de Atacama, entonces, es hablar de raíces. Es entender
que Termas no nació con el turismo, sino con el pulso de los pueblos
originarios que supieron leer en esta tierra un refugio para prosperar.
Una memoria compartida
Desde Termas Nuestra Historia, cada semana intentamos
encender esa chispa: traer a la mesa relatos, voces y objetos que no merecen
quedarse dormidos en archivos polvorientos. Porque la historia cobra sentido
cuando circula: en una sobremesa familiar, en una charla de escuela, en una
plaza bajo el sol o incluso en un post de redes sociales.
Y la verdad es que la invitación sigue abierta: fotos
antiguas, cartas de abuelos, recuerdos guardados en un cajón… todo suma al
mosaico que vamos armando entre todos. Porque la memoria no es propiedad
privada ni tarea de unos pocos iluminados: la escribimos juntos, cada vez que
recordamos y compartimos.
Fuentes consultadas
* Gramajo de Martínez Moreno, A. (1960). Historia de Santiago
del Estero en sus tierras y familias*. Santiago del Estero: Ediciones del
Norte.
* Archivo Histórico de Santiago del Estero. Merced de tierras
de Atacama (1655). Documento original.
* Sabater, S. (2023). Entrevistas y notas de campo para Museo
Arqueológico Regional. Comunicación personal.
* López, J. L. (2023). “Atacama, alma feliz: el primer
trazado de nuestra historia”. Proyecto Termas Nuestra Historia.

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