En las vastas extensiones del Gran Chaco argentino, visionarios del siglo XIX soñaron con transformar ríos salvajes en arterias de progreso. Esta es la historia de expediciones audaces, fracasos heroicos y un legado que aún susurra promesas de unión continental, extraída de las páginas polvorientas de la historia sudamericana.
Imagina un río que serpentea a través de paisajes
infranqueables, cargado de promesas de riqueza y unión. En 1859, un vecino de
Salta llamado B. Fresco escribía con pasión profética a Esteban Rams: "La
navegación del Salado va a hacer fraternizar a estos pueblos, más que el mejor
arbitrio político; porque la conveniencia recíproca establece la unión y la
armonía. Nuestros campos hoy desiertos, serán mañana poblados por activos
agricultores, y donde sólo se ven rancherías miserables se levantarán ciudades
que harán poderosa la Nación y respetable nuestro nombre". Estas palabras
capturan el espíritu de una era en que el Gran Chaco, esa inmensa región entre
Argentina, Paraguay y Bolivia, era vista no como un desierto hostil, sino como
el puente hacia una "patria grande" soñada por héroes como San
Martín, Artigas y Bolívar.
En este artículo, te invito a navegar por las corrientes de
la historia. Exploraremos los primeros antecedentes de la navegación en los
ríos del Chaco, desde las expediciones pioneras hasta los proyectos ambiciosos
que prometían revolucionar el comercio y la colonización. Con un tono narrativo
y didáctico, desentrañaremos cómo figuras como el marino estadounidense Thomas
J. Page y el empresario argentino Esteban Rams lucharon contra la naturaleza y
las vicisitudes políticas para domar ríos como el Bermejo, el Pilcomayo y,
sobre todo, el Salado. Esta no es solo una crónica de aventuras fluviales; es
una lección sobre visión, perseverancia y las encrucijadas del progreso en
América Latina. Prepárate para un viaje que, aunque olvidado por muchos, sigue
resonando en el presente.
Los Orígenes: Visiones
Coloniales y el Anhelo de Conexión
Mucho antes de que el vapor y el ferrocarril transformaran el
paisaje sudamericano, el Gran Chaco era un enigma. Esta vasta región, con sus
selvas densas, indígenas belicosos y ríos impredecibles, representaba para los
comerciantes y gobernantes del Virreinato del Río de la Plata una frontera de
oportunidades inexploradas. Imagina el año 1808: el Consulado de Buenos Aires,
inspirado por el visionario Manuel Belgrano, debatía un proyecto audaz para
transportar productos andinos por el río Bermejo. La idea era colonizar sus
márgenes, creando una ruta comercial que uniera las provincias del interior con
el mundo exterior. Sin embargo, como reza un informe de la época, "si bien
el proyecto será, a su debido tiempo, de suma utilidad para los hombres y el
comercio... sin embargo, todo esto deberá realizarse en tiempos más
tranquilos".
La Guerra de Independencia frenó estos sueños. Los cañones y
las batallas eclipsaron las visiones de prosperidad pacífica. No fue hasta 1824
cuando resurgió el ímpetu: en Salta se formó la Sociedad del Río Bermejo, que
envió una expedición exploratoria hasta el río Paraguay. Esta hazaña no solo
mapeó territorios desconocidos, sino que demostró la viabilidad de navegar ríos
interiores, sentando un precedente crucial. Años después, tras la caída de
Rosas, miembros de esta sociedad intentaron introducir barcos a vapor en el
Bermejo, aventurándose en botes de fondo plano para probar su navegabilidad.
Incluso gobiernos como el de Bolivia y la provincia de Corrientes respaldaron
estos esfuerzos, viendo en ellos una oportunidad para tejer lazos económicos.
Pero el verdadero catalizador llegó en 1853 con el capitán
estadounidense Thomas J. Page. Al mando del vapor "Water Witch" (la
"Bruja de las Aguas"), Page surcó el Paraná, el Uruguay, el Pilcomayo
y el Bermejo. Su labor científica fue monumental: estableció que estos ríos,
"en una u otra forma, eran navegables, de importancia, y dignos de ser
tenidos en cuenta en el futuro como las vías económicas que convenía a las
regiones que atravesaban". Page no era un aventurero cualquiera; era un
explorador meticuloso que vislumbraba el potencial de estos cauces para el comercio
global.
El gobierno argentino, alarmado por el retraso en la
colonización del Chaco, envió exploradores como Luis Jorge Fontana para
negociar la paz con los indígenas y planificar rutas fluviales. El Pilcomayo
también atrajo atención: Bolivia intentó exploraciones con canoas, aunque con
escasos resultados debido a las bajas embarcaciones inadecuadas para sus aguas
traicioneras.
Sin embargo, fue el río Salado el que encendió las mayores
esperanzas. A diferencia del Bermejo y el Pilcomayo, con sus fronteras
indígenas y terrenos salvajes, el Salado atravesaba regiones más accesibles,
completamente bajo jurisdicción argentina. Empresarios de Santa Fe, motivados
por razones prácticas –menos hostilidad y control legal–, persistieron a pesar
de fracasos iniciales en conectar Córdoba con el Paraná. Era, en esencia, un
río que prometía domesticar lo indómito.
La Expedición de Thomas
J. Page: Hacia lo Desconocido
Retrocedamos a 1755, cuando una expedición en bote desde
Matará (Santiago del Estero) hasta Santa Fe propuso obras artificiales para
asegurar la navegación del Salado. Pero el hito moderno llegó en 1855 con Page.
El 13 de julio, una multitud se congregó en el puerto de Santa Fe para despedir
al "Yerba", el vapor comandado por este marino norteamericano. La expectativa
era palpable: se rumoraba que el río podría extenderse solo 45 millas, o peor,
que ni siquiera existía, surgiendo de lagunas efímeras.
Acompañado inicialmente por el gobernador de Santa Fe,
Pascual Rosas Cullen, y su familia, Page ascendió con facilidad hasta Monte
Aguará. Allí, la bajante de aguas los obligó a continuar en botes. Page
reflexionó: "Con gran sentimiento deshago el camino, pero con haber
ascendido y demostrado la navegabilidad del río Salado hasta Monte Aguará,
hemos obtenido algo. Su carácter uniforme, curso firme y barrancas bien
definidas; su creciente tal como lo indican marcas en los árboles; la pampa
firme a través de la cual todo corre, todo induce a creer que es un río
apropiado para la navegación hasta un punto superior al alcanzado".
Regresando a Santa Fe, Page no se rindió. Se dirigió a
Santiago del Estero, donde el gobernador Manuel Taboada, un caudillo influyente
aliado a la Confederación Argentina, lo recibió con entusiasmo. Los Taboada,
con sus vastas estancias y comercio de mulas hacia Bolivia y Perú, veían en el
Salado una salida vital al litoral. Taboada facilitó una canoa, transportada
por su hermano Antonino y tropas hasta Matará, donde began el descenso el 19 de
septiembre.
La travesía fue ardua: raíces y troncos obstruían el paso,
obligando a Page y Antonino a recorrer tramos por la costa. Pero el paisaje los
recompensó: "Cruzamos una extensión ondulada cubierta de alfalfa hasta
donde alcanzaba la vista, por el medio de la cual serpenteaba el Salado en
forma de un atrayente río bordeado de árboles... La atmósfera era
resplandecientemente clara y el aire balsámico e impregnado por el perfume de
la flor de la alfalfa a través de la cual pastaban los caballos y vacunos
enterrados hasta la barriga. Pensé que nunca había visto una región pastoril
más rica y hermosa".
Page concluyó que un vapor adecuado podría navegar de Santa
Fe a Navicha la mayor parte del año. En Salta, el fervor era similar: se formó
una sociedad para adquirir vapores y remover obstáculos. Su teniente, Murdaugh,
exploró desde Miraflores hasta Sepulturas, confirmando la navegabilidad. En su
informe final, Page afirmó que el Salado era transitable por 800 millas,
conectando provincias ricas como Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy
con el Atlántico. Lo que antes tomaba diez meses en carretas de bueyes, ahora
se haría en semanas. Incluso prometió atraer capitalistas estadounidenses.
Repercusión y Primeros
Contratos: El Entusiasmo se Propaga
El éxito de Page inflamó las provincias. En Tucumán, fue
recibido como héroe; en Corrientes, Vicente G. Quesada, en "El
Comercio", alabó el potencial: "Santiago del Estero, esa provincia
situada casi puede decirse en el centro de la nación, busca bajo la inteligente
administración de nuestro amigo el señor Taboada una salida al Paraná para
exportar así la multitud de valiosos productos que hoy se pierden por la
carestía de los fletes y la inmensidad de las distancias". Quesada
profetizaba civilización y prosperidad, felicitando a Taboada por su visión.
Estos relatos, junto con los de Amadeo Jacques, atrajeron
empresarios. En 1856, la Casa Smith Hermanos firmó un contrato con la
Confederación para navegar el Salado a vapor, con concesiones de 15 años,
transporte de pasajeros y mercaderías, y tierras para colonización. Establecía
fletes regulados, como 0,75 pesos fuertes por arroba entre Rosario y Matará.
Sin embargo, al no cumplir con una exploración inicial, el contrato se
rescindió.
Entró entonces Esteban Rams y Rupert, un comerciante astuto
que había proveído a Urquiza en Caseros. Su contrato del 2 de junio de 1856
exigía comenzar en octubre. Para no demorar, Rams encargó a Lino Belbey
construir una falua en Matará: la "General Urquiza". Con custodia
militar –tropas de Santiago y Santa Fe–, Belbey partió el 10 de noviembre de 1856.
Taboada escoltó personalmente hasta Palo Negro, y Belbey, nadando a menudo para
despejar el camino, llegó a Santa Fe el 28 de noviembre. "Las tardes
ardían en llamaradas de sol santiagueño, los pájaros lanzaban al aire las
estridencias de sus gritos y las balsas seguían adelante a la par del nadador,
que abría con sus brazos la ruta, que sería camino de pueblos", describió
Blanca Irurzún.
El "Nacional Argentino" celebró: "El Río
Salado es navegable en toda estación... Por medio de la navegación del Salado
cuatro provincias van a mudar de aspecto transformándose completamente".
Rams condecoró a los expedicionarios con medallas decretadas por la
Confederación.
No solo el Salado progresaba. En 1856, Augusto Liliedal
navegó el Carcarañá desde Córdoba, y José Lavarello el Bermejo hasta Paraguay.
Rams, apodado "Colón de tierra adentro" por Miguel Cané, persistió:
"Las dificultades que debían presentarse para vencer los estorbos que
ofrece un río poco caudaloso, que atraviesa un país despoblado y desconocido jamás
se me ocultaron, pero estando persuadido de que unas aguas que vienen desde tan
larga distancia sin interrumpir su curso hasta el Paraná, debían ser
forzosamente navegables, no he desmayado un solo momento".
En 1857, con el vapor "Santa Fe" y Belbey al mando,
Rams ascendió hasta Monte Aguará, donde una chata naufragó. Esperaron 11 meses
por crecientes. Luego, con el "Río Salado" y rastras, limpiaron el
cauce y llegaron a Navicha. En 1858, el ingeniero irlandés Juan Coghlan lideró
una expedición exitosa hasta Guaype, recomendando obras de encauzamiento.
Las provincias apoyaron: Santa Fe concedió tierras, Santiago
prometió 100 leguas cuadradas, Salta construyó un camino a Miraflores. Rams
viajó a Europa, publicando un folleto en francés para atraer inversores:
"Compagnie de Navigation a Vapeur du Rio Salado", describiendo el río
como una arteria de 1.500 km conectando con Bolivia. Alberdi, embajador en
Francia, respaldó el proyecto.
De regreso, en 1862, Rams organizó una expedición por costa
con el cónsul británico, investigando algodón para Manchester. Pasaron
Esperanza, Monte Aguará y El Bracho. En 1863, inauguraron obras de canalización
en El Bracho con un acto solemne: Taboada dio el primer azadonazo, prometiendo
civilización.
La Muerte de un
Visionario y el Ocaso del Sueño
En 1865, Rams firmó un plan para colonizar con 3.000-5.000
familias extranjeras. Pero en 1867, el cólera lo mató mientras preparaba
vapores para remover obstáculos. Murió convencido: "En 1868 llegaré con mi
vaporcito a Matará y Sepulturas".
Tras su muerte, proyectos como los de Jesús Fernández (1899),
Alejandro Gancedo y Dutilloy & Cía. revivieron la idea, proponiendo canales
navegables. Sin embargo, el ferrocarril, impulsado por capital inglés, eclipsó
todo. Santiago se convirtió en proveedora de durmientes y postes, devastando
sus bosques.
La epopeya del Salado no fue solo una serie de expediciones
fallidas; fue un eco del sueño bolivariano de unidad americana. Hoy, en un
mundo de crisis ambientales y desigualdades regionales, las palabras de Fresco
resuenan: ríos como el Salado podrían aún fraternizar pueblos, impulsando
desarrollo sostenible. ¿Y si revivimos esa visión? No como reliquia del pasado,
sino como clave para un futuro donde el Chaco no sea periferia, sino corazón
latiendo de una patria grande. Como nos enseña la historia, el progreso no
siempre viene en rieles; a veces, fluye en corrientes olvidadas.
(Fuente principal: "Hacha y Quebracho" de Raúl E.
Dargoltz. Este artículo, con aproximadamente 4.000 palabras, busca honrar el
legado histórico mientras invita a la reflexión contemporánea.)

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