miércoles, 29 de octubre de 2025

El Efímero Canto del Coyuyo: El Sonido que Marca el Verano



¿Escuchás ese zumbido incansable? Es la banda sonora del calor en el Norte argentino, un concierto natural que tiene fecha de caducidad marcada por el otoño y el Carnaval.

Para los habitantes del monte, cuando a mediados de octubre el sol empieza a apretar de verdad, el primer "coyuyo" o cigarra que irrumpe en la arboleda es la señal inequívoca: "Ya se viene el verano". En el Chaco Salteño, su canto tiene un propósito práctico: avisa que la algarroba está a punto de madurar. Lo cierto es que, con el rigor del sol, este insecto afina su instrumento y desata un chirrido perpetuo, día y noche, expandiéndose como un coro polifónico en las copas de los árboles. Su música, un himno al calor, es tan fiel que el criollo sabe que solo se interrumpe por el mal tiempo. Y cuando ese canto se apaga definitivamente con los primeros aires frescos del otoño, la sentencia es clara y melancólica: "Ya se ha ido el verano; se va con el coyuyo y el carnaval."

La Música y el Ciclo de la Vida

Este canto incansable es el cortejo del coyote macho. Mientras resuena la sinfonía estival, las hembras cumplen su ciclo: ponen sus huevos en tallos y ramas secas. Al caer el verano, esos huevos se convierten en diminutas larvas destinadas a un largo exilio subterráneo. Y aquí viene el dato asombroso: estos futuros músicos pasarán enterrados, en estado de ninfa, ¡entre 2 y 17 años! Solo emergen cuando las condiciones son perfectas para su metamorfosis final y su breve, pero sonora, vida adulta.

El ciclo reproductivo del coyuyo, su Quesada Gigas, es una proeza biológica. El macho, equipado con un aparato estridulatorio en los costados de su abdomen —donde posee membranas llamadas timbales y sacos de aire que funcionan como cajas de resonancia—, canta para atraer a las hembras. Pueden vibrar a una frecuencia que roza los 86 Hz, un sonido tan potente que, en pleno canto y apareamiento, algunos machos pueden literalmente desintegrarse por la brusca diferencia de presión sonora interna. Una entrega total a la música del estío.

La Lección del Cuchi Leguizamón

Entre anécdotas y leyendas, el coyuyo también fue protagonista de clases inolvidables. Recordamos una ocurrida en los años 60, cortesía del recordado profesor de historia y literatura Gustavo "Cuchi" Leguizamón, en el Colegio Nacional.

Una mañana de noviembre, mientras los coyuyos ya dominaban las acacias, Leguizamón lanzó una pregunta al aire: "¿Cuáles son los animales más felices del mundo?". Tras un silencio nervioso, un alumno arriesgó que el hombre. A todo pulmón, el profesor corrigió con su particular gracia: "¡No señor! Los más felices de la tierra son los coyuyos y los sapos machos. ¿Y saben por qué? Porque sus mujeres son mudas; sapas y coyuyas no dicen ni mu".

La carcajada resonó en el aula, pero la broma dio pie a una lección de zoología. Leguizamón explicó que solo el macho canta y que, a diferencia de los humanos, puede hacer dos cosas a la vez: comer (de la savia de los árboles) y cantar. Utilizó una analogía cultural: "¿Se imaginan ustedes al turco Falú tocando la guitarra mientras se come un cupi? ¡Qué maravilloso!". El coyuyo, con su perfección musical, canta por amor hasta agotar su vida junto al verano.

El Silencio que Avanza en la Ciudad

Pero el escenario sonoro del Norte argentino está cambiando. Si bien el coyuyo es un emblema cultural y su ciclo vital está científicamente registrado, hoy su presencia es menos dominante en los centros urbanos.

La expansión de las ciudades, especialmente en Santiago del Estero, ha provocado un éxodo silencioso. Profesionales en Ciencias Forestales señalan una causa principal: la drástica reducción del algarrobo, el árbol que define el ecosistema del coyuyo. La Dra. Liliana Diodato, del Instituto de Control Biológico de la UNSE, explica que estos insectos se alimentan de la savia del algarrobo y, en su estado juvenil, sus raíces son su hogar.

"Antes había de estos árboles por todos lados, incluso en los patios de las casas, pero la ampliación de la ciudad hizo que el monte ahora esté cada vez más lejos", comenta la doctora. Las nuevas modas paisajísticas han sustituido al algarrobo por especies exóticas o árboles con flores más vistosas, transformando el hábitat ancestral de Quesada Gigas.

Para la Dra. Ana María Giménez, catedrática de la misma universidad, este silencio es más que una ausencia: es una señal de alarma sobre la pérdida de biodiversidad. "Tenemos la costumbre de pensar que todo lo que es de afuera es más lindo, y sin embargo lo que uno tiene en Santiago es muy valioso; es necesario volver a reconocer nuestras especies."

Una Pena Ancestral: El Coyuyo en la Leyenda

El vínculo entre el insecto y el fruto del algarrobo es tan profundo que trasciende la biología y se inscribe en el mito. Una leyenda local cuenta la historia de dos hermanos, Antenor y Francisco, recolectores de algarroba. Tras procesar el fruto para hacer "patay", "añapa" o la fuerte "aloja", los hermanos asistieron a una fiesta. Antenor bebió en exceso y, ebrio, asesinó a Francisco. Devorado por la culpa, huyó al monte, se hundió en la tierra y se transformó en coyuyo.

Su canto, según el relato, es una eterna disculpa, una forma de enmascarar su tristeza. Y es solo cuando la algarroba madura, en el corazón del verano, que se le permite salir a la superficie para cantar.

Así, el coyuyo nos recuerda, con cada vibración, que la naturaleza es un reloj preciso, un ciclo de vida, muerte y renacimiento. Su canto es el termómetro del verano, y su silencio, la señal melancólica de que la estación más ardiente ha llegado a su fin, llevándose consigo no solo el calor, sino también un fragmento irremplazable de nuestro paisaje sonoro.


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