Por; Jorge Washington Abalos
Mi animadversión por las hormigas no se origina en el daño que estos insectos producen como plaga, pues en mi condición de biólogo cualquier fenómeno de vida me resulta justificado.
No atribuyo mi tirria a
razón alguna digna de psicoanalistas, como podría serlo el haber metido en los
albores de mi niñez la pata en un hormiguero, con su urticante consecuencia; mi
espíritu de justicia me hace comprender que a nadie le gusta que le aplasten la
casa.
Creo que mi ojeriza tiene
por origen esa laboriosidad obsesiva de las hormigas, las que parecieran estar
echando en cara a la gente el "dolce far niente", pues ellas (las
hormigas) ni siquiera respetan, como deberían hacerlo todos los animalitos de
Dios, el descanso hebdomadario... por lo menos.
Sospecho que quien me ha
inculcado -con intención opuesta esta inquina ha sido el fabulista galo, con
aquello de la cigarra y la hormiga que comienza:
La cigale, ayant chanté
tout l'été.
Se trouva fort déporvue...
Nunca entendí bien por
qué hubo de agarrárselas con el pobre coyuyo, dándole con el blando del hacha,
para destacar la laboriosidad obsecuente y antigremialista de la hormiga. Quizá
por esto he tenido siempre un interés atento a explicarme la razón del canto de
las chicharras, sabiendo que en la naturaleza no tiene vigencia la copla
popular:
No canto porque te quiera
ni pa' que vos me querás.
Canto por andar de vicio,
canto por cantar, no más.
En la naturaleza, los animales - aunque su accionar sea instintivo- tienen siempre un motivo en su proceder.
Si hemos de guiarnos por
la fábula, el canto de las cigarras no es tarea especulativa, sino puro
fandango. ¡Craso error! El único bicho que canta por razones estéticas
(bueno.... no siempre) es el hombre; por eso es que el ingenuo fabulista ha
intentado extraer la moraleja partiendo de una posición antropocéntrica preñada
de prejuicios. Sería interesante Investigar la razón por la cual los fabulistas
se la han tomado con la pobre chicharra para inventar sus moralejas (a las que,
felizmente, nadie lleva el apunte), basándose en hechos biológicos
incorrectamente observados y pésimamente deducidos. Recuérdese "Cicada et
Noctua" en la que se acusa a la cigarra de interrumpir con su canto el
honesto sueño del búho quien, por sus correrías nocturnas (sobre las que el
autor no abre juicio) debe dormir todo el día. Y esto de "quien no se
aviene a las leyes de la humanidad paga el castigo de la soberbia" me
parece excesivo en el caso.
Si las cigarras no
cantaran, muchos milenios atrás hubieran desaparecido de la faz de la tierra.
La competencia en el mundo biológico es implacable, cruel, sin concesiones.
Quien no devora es devorado. Además, el animal debe crecer y reproducirse.
Muchas veces el secreto
está en la palabra misma: "cigarra", así como "chicharra",
se origina en cicada, quia cito caedi, es decir, que hiere al cantar.
El animal tiene que
evitar ser devorado y debe reproducirse... Investigaciones realiza- das hace
pocos años por especialistas de la universidad de Princeton, Estados Unidos,
han develado el secreto del canto de las cigarras. Los cicádidos se cuentan
entre los más ruidosos de los insectos; recuerden el haikai de Bashio, poeta
japonés del siglo XVII, que nos sirve de epigrafe: "penetrando las rocas,
el canto de la cigarra". El aparato de sonido del macho y el órgano del
oído en ambos sexos fue identificado hace ya muchos años, y resultan ser los
más notables del mundo de los artrópodos.
Debo acotar aquí que la
copla popular que sigue no se ajusta con objetividad científica a la ubicación
del aparato sonador de los coyuyos:
Yo también sabía cantar,
no con caja ni guitarra,
cantar con mi sola boca
como cantan las
chicharras.
(Es claro que los
santiagueños sabemos, sin ningún tipo de duda científica o filosófica, lo que
la copla expresa; sólo quiero salvar mi prestigio científico).
En un área determinada,
las chicharras de especies dadas nacen a la condición de adultos alados en
camadas cuya aparición es súbita. Acotemos que algunas de las especies tardan
hasta diez y siete años (sico) en alcanzar la condición de adulto que las saca a
la luz del sol, pues pasan todos sus estadios de desarrollo bajo tierra y
evolucionan, allí enterradas, alimentándose de los jugos de las raíces de las
plantas. La vida del adulto alcanza a durar sólo pocas semanas; es por esto que
su bullanguera presencia concluye tan rápidamente como comenzó. Como se ve,
aquello de Yo soy como la chicharra / corta vida y larga fama..., se refiere
sólo a su breve aparición en público.
El mismo Bashio dijo en
otro kaikai:
Canto y muerte
de la cigarra
en el mismo paisaje.
Aunque en otro poema
expresara:
¡Qué van a morir!
Nada descubre el canto
de la cigarra.
Las coplas santiagueñas
confirman la duración indefinida de la vida de la chicharra:
Soy lo mismo que coyuyo,
cada año salgo a cantar:
domingo, lunes y martes,
tres días de carnaval.
Yo soy como el agua clara
que corre bajo del yuyo.
Aquí te vengo a cantar,
al año, como el coyuyo.
Quienes arman la jácara
son los machos. Como nacen varias especies a un tiempo, entremezcladas, el
canto simultáneo de cada una de ellas tiene por objeto segregarse para el amor.
Emitiendo su canto, los machos se llaman unos a otros y se reúnen en el extremo
de las ramas de los árboles, separándose por especies. Luego las hembras
responden al reclamo y se les unen, consumándose la cópula. Las experiencias
realizadas han de mostrado que las distintas especies insmiscuidas tienen un
oído de sensibilidad específica para el llamado de los de su raza, y son sordas
al sonido de las otras; de modo que no se produce promiscuidad sexual. Dicho de
otro modo, aquello de "si te perdés, chiflame" está aquí llevado a lo
exquisito.
El lector habrá
comprendido ahora que el jacareo de las chicharras cumple una función biológica
ineludible para la perpetuación de la especie. Es claro que al mismo lector le
cabe ("en este estado", como diría un aséptico notario) el derecho a
preguntar: "¿Y para qué pitos nacen a un tiempo, en un área determinada,
varias razas de cigarras?". Amigo, aquí está el quid de la cuestión.
Aunque un aforismo biológico dice que ante un mismo problema de vida los
distintos animales lo resuelven por caminos diferentes originándose así la
diversidad de los seres vivos, la naturaleza no arma todo un mecanismo para dar
una respuesta complicada a un problema de solución simple; pues con sólo
desplazar ligeramente en el tiempo la aparición de los adultos de las distintas
especies, lograría su objetivo. Pero no acuse a la naturaleza. Cuando usted no
logre interpretar un fenómeno biológico, no lo juzgue. La naturaleza ha
recurrido a la aparición simultánea de varias especies para salvarlas de la
destrucción; para asegurarles la sobrevida. Otra vez he dejado al lector
"sentado al borde de la duda". Pero creo tener derecho a ello: los
biólogos han permanecido perplejos durante siglos ante la incógnita.
¿Conoce los pájaros? ¡Es
claro que los conoce!, son las bellas, multicolores aves canoras que en las
mañanas campesinas nos despiertan con trinos que nos hacen sentir la grata
sensación de vida, de pertenecer a un mundo maravilloso... Pero, por un momento,
conviértase (sea esto dicho con todo respeto) en un insecto y piense en el
enorme pico de un horroroso ser alado y lleno de plumas que viene a engullirlo.
¿De qué mecanismos se valdría usted para salvar su querido pellejo? Porque,
aunque uno sea un miserable gusano, nada hay más importante que el pellejo. Los
insectos (no pierda de vista que a efectos de la imaginaria experiencia que le
he propuesto usted es un insecto) utilizan di- versos métodos: la venenosidad a
la ingestión, el mimetismo, la dureza de su coraza... son innumerables los
recursos protectores. Por su parte, las chicharras han descubierto uno que
usted ya lo sospecha... Acertó, es el sonido.
Al registrar la salmodia de las cigarras, los aparatos electrónicos establecieron que la asociación del coreo de las distintas especies involucradas se complementa, cubriendo una gama de sonido que resulta repelente a los pájaros predadores, manteniéndolos alejados del área. Si el lector gusta de refinamientos, agregaré que la algarabía de los coyuyos interfiere, además, la comunicación entre las aves. Sobre la intensidad, diré (para no hablarle de dines por centímetro cuadrado y otras unidades) que los técnicos del laboratorio de investigaciones auditivas que realizaron el trabajo debieron turnarse con frecuencia en la tarea, pues la acción sónica del área les provocaba, a los pocos minutos de estar sometidos a ella, silbidos en los oídos, mareos y aturdimiento que duraban horas.
¿Ha quedado satisfecho?
No. Luego de haber absorbido el impacto de la maravilla ésta del mecanismo que
le he descripto, usted se plantea nuevamente la duda: "Entiendo la
protección que la Naturaleza presta a estos insectos; pero... ¿es que hay hijos
y entena- dos? ¿Cuál es el destino de esos pájaros que se alimentan de ellos?
Con la suficiencia de
zoólogo que me resta (aunque me estoy quedando en llanta) aún puedo
responderle: En los días nublados en que la temperatura ambiente desciende, los
insectos no pueden cantar y los pájaros hacen su agosto; además, a la mañana
temprano y en la tarde, luego que el sol entra, hay un periodo en el que los
coyuyos no pueden poner en marcha sus "rompeoldos" y son también
presa de las aves.
La Naturaleza, la sabia
Naturaleza equilibra esta pérdida con una superpoblación compensadora de
cigarras. A propósito, ¿conoce el lector el significado de la palabra
proletario? Pero dejémonos de disquisiciones que exceden nuestra área de
trabajo. ¿Satisfecho con la explicación zoológica?
Ya veo que le queda una
duda. Le confieso que yo también la tengo: siendo el equilibrio biológico -como
acabamos de ver en este pequeño ejemplo - un mecanismo de tan extraordinaria
precisión y delicadeza, ¿tiene el hombre derecho a alterarlo sin medir bien los
riesgos?
Y termino esta nota
porque no quiero exponerme a que el lector, cansado ya con mi zumbo, me salga
con la copla aquella que comienza:
Deja de cantar,
chicharra,
que ya m'estás
atontando...
Jorge Washington Abalos
Fuente: revistafolklore.com.ar/

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