En una esquina de Santiago del Estero, donde el tiempo parece detenerse, aún se alza un edificio que fue testigo de la primera magia del séptimo arte en el norte argentino. El Petit Palais no fue solo un cine: fue un escenario de amor, música, incendios, reinicios y leyendas. Hoy, con una placa conmemorativa que lo devuelve a la memoria colectiva, su historia vuelve a proyectarse —no en pantalla, sino en las palabras de quienes la vivieron, la recordaron y la cuidaron como un tesoro familiar. Este es el relato de un lugar que nació con un águila de piedra, se quemó con el celuloide y resurgió con el estilo Art Deco… y que hoy, más que nunca, reclama su lugar en la historia cultural de Argentina.
En una esquina de Santiago del Estero, donde el tiempo parece detenerse, aún se alza un edificio que fue testigo de la primera magia del séptimo arte en el norte argentino. El Petit Palais no fue solo un cine: fue un escenario de amor, música, incendios, reinicios y leyendas. Hoy, con una placa conmemorativa que lo devuelve a la memoria colectiva, su historia vuelve a proyectarse —no en pantalla, sino en las palabras de quienes la vivieron, la recordaron y la cuidaron como un tesoro familiar. Este es el relato de un lugar que nació con un águila de piedra, se quemó con el celuloide y resurgió con el estilo Art Deco… y que hoy, más que nunca, reclama su lugar en la historia cultural de Argentina.
La primera vez que Leonardo “Nano” Gigli enciende el grabador, no está contando una historia. Está abriendo una puerta. Una puerta que da a un mundo de pianos que lloran con las películas mudas, de proyectores que arden con el celuloide, de confiterías donde los billares son testigos de amor y de un águila de piedra que, en realidad, era un cóndor.
Nano no es un historiador. Es un narrador. Un artesano de
recuerdos. Un heredero de historias que su padre, don Vicente, le dejó como
legado —y que él, con la gracia de quien sabe que el pasado no es polvo, sino
música, lo convierte en escena viva.
Y si hoy, en diciembre de 2025, la “Madre de Ciudades”
ilumina su historia con una placa conmemorativa en la fachada del antiguo Petit
Palais, es porque alguien como Nano —y como los Mazure, los Renzi, los
Cinquegrani, los Oshiro— decidió que esta historia no podía quedar en el
olvido. Que el cine no es solo entretenimiento, sino memoria. Que una sala de
proyección puede ser un templo. Y que una placa, aunque pequeña, puede encender
una luz que lleva cien años apagada.
🦅 Capítulo I: El Águila que No Era Águila — Y el Hombre que la Puso en Escena
Todo comenzó con un francés. Paul Mazure. Un hombre de mirada
inquieta, que llegó a Santiago del Estero a principios del siglo XX con una
idea: no solo vender dulces, sino vender sueños.
En la esquina de Avellaneda y 24 de Septiembre, instaló la
Confitería El Águila —un nombre que, según Nano Gigli, era más poético que
exacto:
“En realidad, era un
cóndor”, ríe. “Pero a la gente le gustaba decir ‘águila’, porque sonaba más
elegante. Y el cóndor, bueno… era más santiagueño, pero menos glamoroso”.
Ese cóndor de piedra —hoy, sobre un pedestal en la placita
Lugones, frente a la Iglesia San Francisco— no era solo un adorno. Era un
símbolo. Un anuncio de que allí, en ese rincón de la ciudad, se estaba gestando
algo más que un negocio: se estaba creando un espacio de encuentro, de arte, de
espectáculo.
Dentro de la confitería, había billares, mesas en el
exterior, una barra… y, en el fondo, un escenario. Un escenario donde, en los
años 10, actuaban orquestas pequeñas, cantantes, músicos que daban vida a las
noches santiagueñas.
Pero Mazure no se conformó con eso. En 1917 —o tal vez 1910,
o 1915, como recuerda Nano, porque “la memoria no es un reloj, es un río”—,
abrió el Petit Palais. El primer cine de Santiago del Estero.
Un cine que, como su confitería, era un espacio de lujo, de elegancia, de magia. Un lugar donde, en blanco y negro, sin sonido, se proyectaban películas que, gracias a un piano o a una pequeña orquesta, cobraban vida.
Y aquí es donde entra la música. Porque en el Petit Palais,
el cine no era solo imagen. Era sonido. Era emoción. Y la emoción la ponía un
violinista llamado “Pedrito” Cinquegrani, y una pianista llamada Marica
Balzaretti. Dos músicos que, según Nano, se enamoraron en el escenario del
Petit Palais —y que luego se casaron.
“Era como una película
de amor”, dice, con esa sonrisa que solo tienen los que saben que la historia
no es solo hechos, sino sentimientos.
🔥 Capítulo II: El Cine que Se Quemó — Y que Resurgió de sus Cenizas
Pero la historia del Petit Palais no es solo de amor y
música. Es también de fuego. De tragedia. De resurrección.
En 1937 —o 1938, según las fuentes—, un incendio consumió el
cine. No fue un incendio cualquiera. Fue un incendio que se alimentó del
celuloide, ese material inflamable que, en los primeros años del cine, era tan
peligroso como mágico.
“Las películas eran de
celuloide”, explica Nano, “y con un poco de calor, se quemaban y producían
llamas. Por eso había muchos incendios en los cines”.
Y el Petit Palais no fue la excepción.
El incendio ocurrió en la madrugada del 11 de octubre de
1937. Un policía, alertado por las llamas y el humo, dio la alarma. Pero los
bomberos, con sus mangueras llenas de perforaciones, no pudieron hacer mucho.
El fuego se propagó con rapidez, devorando todo: las estructuras internas, las
puertas, los cristales.
Y cuando las llamas cedieron, a las ocho de la mañana, lo
único que quedaba era ceniza. Ceniza de un cine, de una confitería, de una
historia.
Pero la historia no terminó ahí. Porque, como en las mejores películas, el Petit Palais resurgió. En diciembre de 1938, apenas un año después del incendio, el cine reabrió sus puertas. Pero no era el mismo. Había cambiado. Se había modernizado. El arquitecto Aníbal Oberlander y el productor Remo Staffolani lo habían reconstruido en estilo Art Deco —un estilo que, en aquel entonces, era sinónimo de modernidad, de elegancia, de futuro.
La nueva fachada era imponente. Dos escudos con liras en los
laterales, un mascarón ornamental en el centro, columnas con bajorrelieves de
instrumentos musicales, frisos y dentículos de orden corintio.
Y, en el interior, una sala con 900 butacas Pullman, un sistema moderno de refrigeración, mejoras acústicas… todo para ofrecer una experiencia cinematográfica de vanguardia.
🎭 Capítulo III: El Cine que Dio Origen a Otros Cines — Y que se Convirtió
en un Faro Cultural
Pero el Petit Palais no fue solo un cine. Fue un faro. Un
faro que iluminó el camino para otros cines en Santiago del Estero. Y que,
gracias a su éxito, convirtió a la ciudad en un centro cultural del norte
argentino.
En los años 20 y 30, Santiago del Estero se llenó de cines.
El Splendid, en el Teatro 25 de Mayo; el Capitol, en la esquina de 9 de Julio y
25 de Mayo; el Renzi, en Yrigoyen; y, en verano, películas se proyectaban
incluso en el Parque de Grandes Espectáculos. Pero el Petit Palais seguía
siendo el rey. El cine más grande, el más moderno, el más elegante.
Y no solo por su arquitectura. También por su programación.
Las películas que se proyectaban en el Petit Palais eran de las mejores
distribuidoras de la época: Max Gluschamann, Foxx Film, Nueva York Film,
Exchange. Y, además, se proyectaban noticieros en forma de cortometrajes
documentales, capturados por el italiano Vicente Gigli —el padre de Nano—, que
era prácticamente el único en el norte argentino que tenía una colección de filmes
que registraban los sucesos sociales, políticos y religiosos de la época.
Pero, quizás, el momento más memorable en la historia del
Petit Palais fue en mayo de 1919. Porque en esos días, el dúo Gardel-Razzano
—acompañado por su guitarrista José Ricardo— se presentó en el cine. Fueron
tres noches consecutivas: los días 16, 17 y 18 de mayo. Una actuación triunfal.
Tanto, que se repitió durante tres días consecutivos. Y, para cerrar la noche,
se proyectaban películas mudas protagonizadas por el actor William Russell.
Esa actuación fue tan importante, que en 1990 —71 años después—, se colocó una placa en el frente del Petit Palais, ofrecida por “Los Amigos del Tango”. Una placa que, aunque el cine ya no existe, sigue allí, como un recordatorio de que, en aquel lugar, una vez, se escuchó la voz de Gardel.
🎭 Capítulo IV: La Noche que Gardel Cantó en Santiago — Cuando la Historia
se Volvió Teatro
Pero la historia del Petit Palais no terminó en 1919. Ni en
1938. Ni en 1980. Porque, como dice Nano, “las cosas no mueren si las
recordamos”. Y en Santiago del Estero, alguien decidió que la historia de
Gardel en el Petit Palais no podía quedar solo en una placa. Tenía que volver a
la vida. En escena.
Así nació “La noche que Gardel cantó en Santiago”, una
representación teatral creada por un grupo de actores y cantantes locales,
inspirada en aquellos tres días de mayo de 1919. Con la pluma del actor y director
teatral José “Machi” Kairuz, la historia se ficcionó, se tejió, se volvió
emoción viva.
“A partir de ese hecho
real —que nuestro mayor cantante nacional llegó a Santiago— ficcionamos una
historia. Y la misma que contamos es la última noche de él en Santiago
cantando, donde se entrecruza con una historia de amor prohibido con un final…
que para saberlo tienen que venir a verlo”, evocó Kairuz en una entrevista con
El Liberal.
La obra no solo revive la voz de Gardel. Revive el ambiente
del Petit Palais. La música, la emoción, el olor a celuloide, el calor de la
sala, la magia de una noche en la que el tango llegó a la “Madre de Ciudades” y
se quedó en su alma. Y, como en el cine mudo, la música —ahora en vivo— vuelve
a acompañar la historia. Pero esta vez, no con un piano. Con una orquesta. Con
voces. Con pasión.
Y así, el Petit Palais no solo sigue vivo en la memoria. Sigue vivo en el escenario. En las voces de los actores. En las lágrimas del público. En la emoción de quienes, como Nano, saben que la historia no es solo hechos. Es sentimientos. Es música. Es amor.
📉 Capítulo V: El Cine que se Vendió — Y que, Aunque Cerró, Nunca Murió
Pero, como toda buena historia, la del Petit Palais también
tuvo un final. O, mejor dicho, varios finales.
En 1949, Carlos Mazure —el hijo de Paul— vendió la confitería
El Águila y la propiedad al Sr. José Noguerol. Al año siguiente, el cine fue
vendido a la Sociedad Inmobiliaria del Norte S.R.L., aunque la Compañía
Cinematográfica del Norte S.A. de Tucumán continuó administrándolo. Y, en la
década de los 80, el cine cerró sus puertas.
Pero, aunque cerró, no murió. Porque, como dice Nano, “las
cosas no mueren si las recordamos”. Y la gente de Santiago del Estero lo
recordó. Lo recordó en las historias que se contaban en las confiterías, en los
recuerdos de los que habían ido a ver películas en su infancia, en las fotos
que se guardaban en los álbumes de familia.
Y, ahora, en diciembre de 2025, con la colocación de una
nueva placa conmemorativa, el Petit Palais vuelve a la vida. No como cine, sino
como símbolo. Como memoria. Como historia.
🧭 Capítulo VI: El Cine que nos Enseña — Que la Cultura es Memoria
Y aquí es donde el Petit Palais deja de ser solo un edificio,
y se convierte en una lección. Una lección sobre la importancia del cine en la
vida de una sociedad. Porque el cine no es solo entretenimiento. Es memoria. Es
historia. Es cultura.
En el Petit Palais, se proyectaron películas que, hoy, nos
parecen antiguas. Pero, en su momento, eran la vanguardia. Eran el futuro. Y,
al proyectarlas, el cine no solo entretenía, sino que también preservaba la
memoria colectiva. Capturaba momentos que, de otra manera, podrían haberse
perdido en el olvido.
Y no solo las películas. También los eventos sociales,
políticos y religiosos de la época. Porque, como dice Nano, “el cine no es solo
lo que se ve en la pantalla. Es lo que se vive fuera de ella”. Y en el Petit
Palais, se vivió mucho. Se vivió amor, música, tragedia, resurrección. Se vivió
historia.
Por eso, hoy, cuando recordamos el Petit Palais, no solo
celebramos su esplendor arquitectónico, ni su importancia en la vida cultural
de Santiago del Estero. También reflexionamos sobre la continuidad de la
historia y la cultura a través del tiempo. Sobre cómo, a pesar de los desafíos,
un cine puede sobrevivir. No físicamente, pero sí en la memoria. En las
palabras. En las historias.
💭 Cierre Reflexivo:
El Petit Palais no fue solo un cine. Fue un testigo. Un
testigo de una época en la que el cine era magia, en la que una película muda
podía hacer llorar a una sala entera, en la que un incendio podía destruir un
edificio, pero no una historia.
Y hoy, con una placa conmemorativa que lo devuelve a la
memoria colectiva, el Petit Palais vuelve a proyectarse. No en pantalla, sino
en las palabras de quienes lo vivieron, lo recordaron, lo cuidaron. En las
palabras de Nano Gigli, que, con su voz cálida y su memoria viva, nos recuerda
que el pasado no es polvo, sino música. Que una sala de proyección puede ser un
templo. Y que una placa, aunque pequeña, puede encender una luz que lleva cien
años apagada.
Pero también vuelve a proyectarse en el escenario. En la obra
“La noche que Gardel cantó en Santiago”, donde la historia se vuelve teatro, y
el tango vuelve a sonar en la ciudad que lo recibió con los brazos abiertos.
Porque, como dice Kairuz, la historia no termina. Se reinventa. Se canta. Se
cuenta. Se vive.
Porque, al final, el cine no es solo entretenimiento. Es
memoria. Es historia. Es cultura. Y el Petit Palais, aunque ya no proyecte
películas, sigue siendo, más que nunca, un cine. Un cine que, en la memoria de
quienes lo amaron, sigue proyectando historias. Historias que, como las
películas de celuloide, pueden quemarse… pero que, como el espíritu del Petit
Palais, nunca se apagan.
📌 ¿Querés saber más?
👉 Visita la placita Lugones y busca el cóndor de piedra. Es el mismo que
adornaba la Confitería El Águila.
👉 Paseate por la calle 24 de Septiembre y mirá la fachada del antiguo Petit
Palais. Aún se conserva.
👉 Si tenés fotos, recuerdos o historias del Petit Palais, ¡compártelas con
nosotros! Queremos seguir construyendo esta memoria colectiva.
👉 Seguí a @HistoriasDeSantiago en redes sociales para más relatos como
este.
👉 ¡No te pierdas la obra teatral “La noche que Gardel cantó en Santiago”!
Próximas funciones en el Centro Cultural Bicentenario. ¡Las entradas vuelan!
📚 Fuentes:
* El Liberal (2025). “Hoy, 5 de diciembre, la ‘Madre de
Ciudades’ iluminará su historia con el emotivo descubrimiento de una placa
conmemorativa en el frente del antiguo cine Petit Palais”.
* El Liberal (2025). “La noche que Gardel cantó en Santiago:
una obra teatral revive el mítico concierto de 1919”.
* Victor Hugo Sayago (2025). “16 de mayo de 1919, cuando el
famoso dúo Gardel-Razzano hizo su entrada triunfal en el Petit Palais Mazure”.
* Leonardo “Nano” Gigli (entrevista personal, 2025).
* Liliana Mazure (bisnieta de Paul Mazure, 2025).
* Antonio Virgilio Castiglione (2025). “Historia del cine en
Santiago del Estero”.
* Diario El Liberal (1937-1938). Informes sobre el incendio y
la reconstrucción del Petit Palais.
* José “Machi” Kairuz (entrevista, 2025). Sobre la creación
de la obra teatral “La noche que Gardel cantó en Santiago”.
✍️ Nota del Autor:
Este artículo fue escrito con la intención de rescatar,
honrar y difundir la historia del Cine Petit Palais, un lugar que, aunque ya no
proyecte películas, sigue siendo un símbolo de la cultura y la memoria de
Santiago del Estero. Agradezco a Leonardo “Nano” Gigli, a Liliana Mazure, a
José “Machi” Kairuz, y a todos los que, con sus recuerdos y sus historias,
hicieron posible este relato. Porque, como dice Nano, “las cosas no mueren si
las recordamos”. Y esta historia, hoy, está viva.
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