domingo, 26 de octubre de 2025

La Historia Social del Gaucho, una Odisea de Tierra, Poder y Resistencia

¿Quién era realmente el gaucho? Más allá del mito romántico que nos contaron, Ricardo E. Rodríguez Molas nos invita a un viaje profundo por la historia social del Río de la Plata, desentrañando cómo la posesión de la tierra, el control económico y la lucha diaria por la supervivencia forjaron la figura del hombre a caballo, desde los tiempos coloniales hasta el apogeo del latifundio.

 


A veces, las historias que más nos gustan son las que menos se parecen a la verdad. Olvídense por un momento de los versos gauchescos que pintan una vida libre y bohemia en el desierto. La historia social del gaucho, tal como la reconstruye Ricardo E. Rodríguez Molas en su fundamental obra, es una narrativa mucho más cruda, tejida con los hilos del poder oligárquico, la miseria impuesta y una resistencia silenciosa pero constante. Este no es solo un relato de batallas y fronteras; es la crónica de cómo la élite se aferró a sus privilegios, desde la seducción inicial del oro y la plata, hasta la consolidación de un sistema económico y social diseñado para mantener a los de abajo, abajo. El gaucho emerge aquí no como un personaje de folklore, sino como el protagonista involuntario de una odisea donde su única arma, al final, fue su increíble capacidad de adaptación y supervivencia.

El Comienzo: La Tierra, el Sueño del Oro y la Realidad del Arcaísmo

Cuando los primeros españoles llegaron a estas tierras, su mente no estaba puesta en sembrar o construir comunidades, sino en encontrar oro y plata. Como nos muestra Rodríguez Molas en "Los Comienzos: Los Hombres, la Tierra y el Arcaísmo", el Imperio giraba en torno a los metales preciosos. La religión misma se usaba como excusa: si había minas, había hombres interesados en ocupar el territorio.

Pero en el Río de la Plata, la realidad era otra. No había tesoros enterrados. La tierra era fértil, sí, pero el panorama era desolador. Buenos Aires, fundada en 1580, era poco más que una aldea miserable, hecha de barro y paja. Los viajeros de la época no se andaban con rodeos: hablaban de un páramo donde el hambre acechaba y el camino era una condena.

El poder se consolidó rápidamente en manos de unos pocos, los "señores feudatarios" latifundistas. Ellos controlaban la tierra, las encomiendas indígenas y, por ende, la economía. Quien quería ser "vecino" y obtener beneficios, debía entrar en este círculo cerrado. Era una sociedad donde el prestigio social, la hidalguía de España, se sustituía por la posesión de tierra.

El Dominio Económico y el Control Social: La Mano Dura de la Colonia

El poder no se mantenía solo con decretos; se sostenía con la fuerza. El sistema colonial se articuló sobre la base de la explotación. La llegada de hombres libres y mestizos no significó un cambio en la jerarquía, sino una nueva fuente de mano de obra para el sistema.

Un ejemplo escalofriante de este control era la práctica de las malocas, esas incursiones organizadas para capturar indígenas. Los líderes de estas expediciones, a menudo los mismos vecinos de la ciudad, justificaban la violencia como una forma de "policía". El obispo de Córdoba, en 1609, no podía ocultar su alarma ante "las crueldades" cometidas.

Mientras tanto, el gaucho, que aún no tenía ese nombre, se transformaba. La adopción del caballo, esencial para la vida en la pampa, generó un cambio en las costumbres que aterrorizaba a la élite. Los informes oficiales lo describían como salvaje, indomable, un "elemento peligroso" que rechazaba el "orden" y la "policía" impuesta. El sistema, en su esencia, temía que el oprimido se levantara.

La Miseria, el "Folclorismo" Inducido y la Creación del Mito

La imagen idealizada del gaucho, esa figura melancólica y libre, es, según el autor, una construcción interesada. El folclore que hoy celebramos —el mate, el canto, la guitarra— fue, en sus inicios, la forma en que la élite permitió que el oprimido se "alienara" de su miseria. Era una forma de control social sublimado.

El gaucho, el "hombre del común" o de "baja esfera", no era visto como un héroe, sino como un estorbo. El sistema necesitaba perpetuarse, y para ello, se utilizaba el lenguaje para degradar: vagos, malentretenidos, ociosos. Estos términos no aludían a una etnia, sino a aquellos que, al no someterse al trabajo del amo, amenazaban la estructura de poder.

La Libertad Prometida y la Realidad de la Leva

Cuando llegó la Revolución de 1810, con sus "ruidos de rotas cadenas", la esperanza era grande. Pero, como dice la Gazeta de Buenos Aires en 1810, la revolución se debió a las necesidades concretas de los hacendados de Buenos Aires, que buscaban liberarse del monopolio comercial.

La nueva era trajo consigo la leva obligatoria. De repente, todos los "vagos sin ocupación conocida" entre 18 y 40 años debían servir al ejército para defender al nuevo régimen. Los informes de la época son desgarradores: soldados reclutados con violencia, a menudo sin armas funcionales, mal alimentados y, en muchos casos, enviados por sus propios patrones, los estancieros, a cambio de que dejaran de estorbarles en el campo.

El sistema se perfeccionó con el tiempo. Si antes el castigo era el látigo, ahora era el servicio militar forzoso, un "castigo que se repite en el mismo lugar que se hizo el reclutamiento". El gaucho, despojado de su tierra y su libertad, se convertía en soldado, en un instrumento para defender los intereses de la misma clase que lo oprimía.

El Código Rural: La Ley Escrita para Atar al Peón

La llegada de la ley escrita, el Código Rural de 1865, no supuso un avance hacia la justicia, sino la consolidación de las prácticas feudales en un marco legal moderno. El peón debía llevar siempre su "papeleta" firmada por el amo y el juez de paz, detallando su trabajo, salario y horario. Sin ese papel, era un vago, y el castigo era inmediato: cárcel o multa, con la posibilidad de ser enviado al ejército por años.

El poder del estanciero se hizo absoluto. No solo dictaba las condiciones de trabajo, sino que su palabra era ley ante el juez de paz, quien a menudo compartía sus mismos intereses económicos. El Código no buscaba la justicia; buscaba la "perpetuación del dominio", asegurando que el trabajador rural, el gaucho, permaneciera atado a la tierra que no le pertenecía.

El Gaucho Peón: Entre el Alambre y la Miseria Moderna

Tras la Conquista del Desierto y el auge de la lana y la carne para exportación, el panorama cambia, pero la esencia del control se mantiene. El alambrado, símbolo del progreso tecnológico, vino a acelerar el fin de la vida pastoril tradicional. El gaucho dejó de ser un cazador errante para convertirse en peón de estancia, un trabajador asalariado.

En 1888, la propiedad de la tierra estaba concentrada de manera obscena. Mientras los hacendados construían palacios en Buenos Aires y mandaban a sus hijos a Europa, el peón vivía en ranchos de barro y paja, sin mesa ni silla, comiendo carne sin sal. El salario, irrisorio, apenas cubría la vida: en 1895, el peón ganaba 20 pesos al mes, mientras los productos básicos se habían duplicado en precio.

La dicotomía era total: la élite, que se creía heredera de una "aristocracia" europea, despreciaba al gaucho, al que veía como un vestigio bárbaro. El gaucho, por su parte, se refugiaba en el fatalismo, aceptando una vida de servidumbre porque, como decía el refrán, "no hay otro remedio".

Epílogo: El Eco de la Resistencia en la Palabra

La historia del gaucho, vista a través de los documentos, es la historia de cómo el poder siempre se ha defendido de la movilización popular. Desde los gritos contra los "gringos" y "masones" en Tandil, hasta las leyes laborales que ataban al peón, el patrón siempre encontró una justificación para su dominio.

El pensamiento de los dueños de la tierra, como el del poeta Miguel Cañé en 1864, era claro: el gaucho era un "elemento peligroso desorganizador" que vivía en "desacuerdo con todas las leyes y reglas de la sociabilidad".

Hoy, al mirar hacia atrás, vemos que el gaucho fue mucho más que un arquetipo folklórico. Fue el resultado de un sistema económico que, en su búsqueda incansable de riqueza y control, forjó una figura humana obligada a vivir al margen, esperando un día que el sistema, por su propio peso, colapsara. La pampa, ese espacio infinito, fue el escenario donde la lucha por la dignidad se libró, no con armas, sino con la simple, terca y a veces trágica persistencia de seguir existiendo.

Fuente Principal: Rodríguez Molas, Ricardo E. Historia social del gaucho.

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