Las "salamancas" son una creencia generalizada en la mesopotamia santiagueña: no hay localidad que no tenga en sus proximidades una salamanca. Todo varón que se destaque en la música, en la danza, en el juego, en el éxito con las mujeres, en los negocios, y en fin, en cualquier aspecto, es sospechado de haber aprendido en la salamanca, cueva en la que ha hecho tratos con el diablo. Todo aquel que quiera aprender muy rápido y con suma destreza alguna de esas artes, se encamina a la salamanca, y se convierte de este modo en un "estudiante" y un frecuentador asiduo. Pero de todas las artes, las más importantes y las más comunes están relacionadas con la música. También mujeres curanderas o brujas han aprendido allí. Pero generalmente las mujeres van sólo para tener tratos íntimos con el diablo y a entregarse a la bacanal, en el baile que allí adentro se desarrolla.
Los lugareños pueden
señalar la entrada de la "cueva", que suele ser o un hueco en el
borde de una barranca, o una hondonada dejada por el antiguo cauce del río o
una aguada, en cuyo caso, la cueva está al fondo de ella. Pero la
"cueva" propiamente no se ve: "se abre cuando el que va quiere
dentrar", se desnuda y de repente pierde piso y cae en ella. Después de
superar una serie de pruebas en el "umbral", el
"estudiante" ingresa a ella. Allí se desarrolla una gran baile
campesino orgiástico, todos desnudos, en medio del cual el diablo le enseña lo
que él desea. Esa enseñanza y esos bailes son frecuentados por los
"salamanqueros" de ahí en adelante, aún después de haber aprendido de
modo excelente su arte.
Este complejo mito-ritual
se remonta al período colonial y tal vez se hayan transformado en él antiguas
creencias o rituales indígenas, y se hayan incorporado otras, negras. Los
nombres con que allí se llama al Diablo: Diablu o Malu, en español, Supay, en
quichua, y Mandinga, entre los negros, indican una interculturalidad
constitutiva.
(...)
Es común que cuando se
pregunta por alguna historia de salamancas en las áreas rurales, de norte a sur
y de este a oeste de la mesopotamia santiagueña, después de haber negado saber
nada, los lugareños relaten varias historias y señalen lugares próximos, donde
"todavía está una... antiiigua!...", o donde "hace poco se ha
empezáo a escuchar..." (se escucha la música del baile que allí acontece).
Historias de salamancas se recogen sobre todo en el campo, pero también las hay
en las periferias de las ciudades: las salamancas siempre están en medio del
monte, retiradas, cerca de los ríos, fluentes o muertos. Esos relatos, con
frecuencia, transitan el bilingüismo: se cuenta todo en quichua o sólo partes,
alternando quichua y español.
En general, las historias
viejas se cuentan (en parte o totalmente) en quichua, pero cuando se habla de
salamancas, aunque sean relatos recientes o actuales, aparecen siempre frases o
términos quichuas, algunos de ellos muy propios para referirse a lo relacionado
con estas "cuevas": caynitas, utulas o petisitus
("estitos", "pequeñitos" o "petisitos", como se
llama a ciertos personajes que aparecen junto al Diablu), corajudus (que son
quienes tienen el coraje suficiente para entrar a la salamanca), bichuscuna o
bichus ("bichos", como se nombra a los animales que por allí
merodean, y que recorren el cuerpo desnudo del "estudiante", como una
de las primeras pruebas, en la entrada: arañas, víboras, lagartijas), ampalau o
lampalagua ("ampalagua", también llamada en ese contexto
"viborón", es una boa constrictor de la zona, de unos 5 y hasta 6
mts. de largo, una de las formas que toma el Diablu dentro de la salamanca).
El
complejo mito-ritual de la salamanca
Se le llama
"salamanca", en el área mesopotámica, a una cueva oculta en medio del
monte, próxima a un brazo seco del río, o directamente ubicada en las barrancas
viejas, o que se encuentra en el fondo de alguna laguna que han dejado las
crecientes. [NOTA: La salamanca es un complejo mito-ritual extendido en todo el
centro y noroeste argentino (Pagés Larraya 1996), pero aparentemente la
creencia es mucho más intensa, y con una fuerza de vigencia incomparable, en la
mesopotamia santiagueña. Sólo me ocupo aquí de su versión santiagueña.]
Es decir, siempre la
salamanca guarda alguna relación con los ríos: con sus cauces abandonados o con
sus desbordes, con los dos polos diferenciales (defecto y exceso) de los ríos.
Esta cueva subterránea
sólo se abre cuando algún "estudiante" o "salamanquero"
desea entrar: no se la ve, el propio suelo se abre. Nunca se ven las
salamancas, son cuevas invisibles. "Estudiantes" son aquellos que se
dirigen allí para aprender alguna destreza u adquirir algún don en que quieren
sobresalir. Para ello deben establecer allí trato con el diablo, quien les
enseñará. "Salamanqueros" son aquellos que han aprendido su arte, y
que regresan a la salamanca sólo por placer. El diablo es también localmente
llamado "Malu", o en quichua Supay, o con su nombre afro
"Mandinga". También hay mujeres que van a la salamanca para hacerse
"brujas" o para tener relaciones carnales con el demonio y los
asistentes.
Determinados animales,
sobre todo cuando aparecen juntos, señalan la presencia cercana de una
salamanca: ampalaguas (víboras de gran tamaño, localmente llamadas
"lampalaguas" o "viborón"), arañas, lagartijas o iguanas.
Todos ellos son, en la comprensión general local, metamorfosis de lo diabólico.
"Estudiantes",
salamanqueros y mujeres no deben permitir que se los siga cuando se dirigen a
la salamanca, y sobre todo no deben ser vistos cuando están por entrar a la
cueva. Si eso sucede, si son descubiertos en ese momento, se pierden, se desorientan
totalmente, y enloquecen. En la entrada, deben despreciar a los representantes
celestes de la fe cristiana: Jesucristo, la Virgen y San José, y una vez
adentro no deben invocar su poder por nada.
También a la entrada
deben desnudarse, y en el interior, la primera experiencia es una sesión de
caricias realizadas por aquellos animales, que recorren todo el cuerpo,
poniendo a prueba toda confianza. El/la ingresante no debe dejarse llevar por
el temor, la repulsión o el terror, pase lo que pase, vea lo que vea, sienta lo
que sienta. En varios relatos, el viborón se enrosca sobre sí, con su cabeza
erecta al centro y el/la ingresante se debe sentar allí, permitiendo que el
reptil recorra todas sus partes. Luego el Diablo/Supay/Mandinga toma diversas
formas humanas y animales.
Allí dentro hay una gran
fiesta, con música y baile, en la que participan todos desnudos, entregados a
la bebida y a los placeres. El Diablo va enseñando a quienes desean aprender,
quienes lo hacen muy rápidamente, adelantando varias etapas en cada visita.
Pero si bien con esas artes tendrán facilitado el ascenso social, no podrán
vivir de acuerdo con su riqueza: permanecerán viviendo como pobres (y hasta
miserables), a pesar de hacer mucho dinero.
Las entradas a la
salamanca tienen lugar a horas de la siesta y a la noche, cualquier día, aunque
las "brujas" lo hagan sobre todo martes y viernes. Según la
circulación mesopotámica de los relatos, hay muchas salamancas, próximas a
diversas localidades, simultáneas. La multiplicidad, la alteración de las
experiencias sensoriales (espaciales, temporales, eróticas) y el atravesamiento
de las formas definidas (las metamorfosis) hacen a los modos de percepción y de
acción "salamanqueros". Quien es asiduo a la salamanca obtiene aquel
poder metamórfico y el don de la velocidad.
La presencia de una
salamanca es reconocida en una zona porque se oye música de fiesta a la
distancia, música de bombo, violín y guitarra (o bandoneón), música de
chacareras, que es aquella forma musical con la que los
"santiagueños" se identifican. De acuerdo con la abierta sociabilidad
campesina, si hay fiesta, es el propio sonido de la música la invitación misma
que los vecinos necesitan para asistir. Por lo tanto, al escuchar música,
algunos vecinos de la zona deciden ir, con la sospecha de que se trate de una
salamanca, ya que nadie ha hablado de que habría fiesta en esos días.
Todos quedan intrigados.
La música de salamanca se escucha en un momento hacia un lado, en otro momento
hacia otro, luego vuelve a cambiar hacia otro sitio, y así, quien decide seguirla,
termina perdido en medio del monte, en una aterradora sensación de desconcierto
y vulnerabilidad. Al otro día, los vecinos averiguan dónde hubo fiesta, y no la
hubo. En el campo, si uno va a hacer fiesta con baile, necesita un permiso
policial. En ello también se reconoce que se trataba de una salamanca: nadie
solicitó permiso en el puesto policial de la zona.
Tres
notas importantes me interesan destacar aquí:
1. La salamanca
manifiesta su presencia porque se la escucha, y se la escucha como música de
chacareras, ejecutada con sus instrumentos clásicos (guitarra o bandoneón,
bombo y violín).
2. Quien no se dirige a
ella con la intención de aprender algún arte, comienza a dar vueltas por detrás
de la procedencia de la música, se interna en el monte y se pierde. El monte
mesopotámico santiagueño, después de la explotación forestal de este siglo, es
de altura mediana (3 mts.), con algunos árboles aislados, llano y monótono, lo
cual impide (sobre todo por la noche), hasta a un conocedor, encontrar señales
de orientación. Quien comienza a girar de aquí para allá, se pierde. La
salamanca muestra una fuerte relación entre pérdida en medio del monte y
locura, en el elemento de una música capaz de desorientar, tal vez por su
extrema fluidez.
3. Se trata de un baile
clandestino, móvil, no localizable, y que se realiza sin permiso policial.
Siempre en los márgenes, en medio del monte, lejos de los espacios urbanos,
pero también retirado de los asentamientos rurales y de las casas aisladas, en
una liminariedad: "campo afuera" dicen los habitantes rurales (ese
"afuera" que también señalaba la rezadora de Loreto hablando de las
alumbradas del Día de Muertos, y el Oficial Principal de Villa Atamisqui,
señalando dónde "se sigue la quichua"), donde tiene lugar una "communitas"
dionisíaca, erótica y musical, rituales de inversión en los que se desprecia
(se escupen, se pisan, se arrojan al suelo, se empujan violentamente, se niegan
o maldicen) las imágenes y los nombres del cristianismo hegemónico (Turner
1970).
Una salamanca está
provisoriamente "localizada" en un sitio, pero después de un tiempo
se muda, a medianoche o en horas de la siesta. Es decir, se comporta como los
ríos, yendo de un cauce a otro. Tal vez sea una vieja movilidad obligada, de
cuando el río, al cambiar de curso y llenar el cauce viejo, la desplazaba.
Ahora, a pesar de que los ríos han sido domesticados, cambia periódicamente de
sitio.
Es creencia común, tanto
en las áreas rurales como urbanas, que quien se destaca por su habilidad en la
ejecución de un instrumento o en su inspiración poética para componer canciones
ha pasado por una salamanca. Del mismo modo, quien tiene mucha suerte en el
juego, o hace mucho dinero en poco tiempo, o danza de un modo espectacular, o
tiene un especial poder de seducción. En todos estos casos, los salamanqueros
son varones. Las mujeres sólo procuran allí la hechicería o el goce erótico y
sexual.
Las salamancas siguen
abundando hoy. En primer lugar, cuando uno pregunta si se sabe de alguna cerca,
los lugareños siempre niegan. Lo mismo sucede cuando se pregunta si se sabe
quichua o si se conoce algún "cementerio de indios" en las
proximidades, como ya hemos visto. Avanzando la conversación o en otro
encuentro, surgen las historias. Pero, en el caso de la salamanca, este segundo
momento suele demorarse más, y se habla en voz baja, la voz se hace más íntima,
las frases son breves, suspendidas, con entonaciones que suben y bajan a puntos
extremos, y narraciones llenas de sobreentendidos, contadas a medias, en las
que los salamanqueros son calladamente señalados.
Las salamancas proliferan
en toda la mesopotamia santiagueña: hay una a 5 km. de Villa Atamisqui, en un
paraje llamado La Bajadita; otra cerca de Soconcho; otra en Tiun Puncu, junto
al gran "cementerio de indios" y a un costado del brazo seco del
Dulce; en Taco Pozo, un poco más al norte; en Loreto Viejo, junto al lecho del
Río Ñambí, que sólo recoge agua en verano, y se la escucha en las proximidades
de su desembocadura en el Dulce; en Cruz Pozo, junto a Manogasta; en Maquito,
cerca de la ciudad de Santiago; en Pozo Ckomer, cerca de Villa Robles y otra en
una laguna de igual nombre, cerca de Loreto Viejo; en Tullitullu, cerca de
Alasampa; en La Cañada; en Uritu Huasi; en La Loma; en Tusca Pozo; en El Aybal;
otras dos en sendos remansos del Salado: Ampalausníoj y Mishíoj; en las lagunas
de Jume Esquina; en La Bruja; en Río Verde, cerca de Mayupunta; en Lana Pozo
... Como pasa con los "cementerios de indios", no hay localidad que
no tenga una que se escuche en sus proximidades.
La salamanca de Tuama,
según me contara Doña Juana Torrez en 1996, estaba, hasta 1930, en la laguna
que formaba un brazo del Dulce que se abría del cauce principal, y que hoy es
un bajo, a unos 200 mts. del actual cauce, camino a Mili. Por aquella época,
contaba Doña Juana, "el Dulce se voltió para aquel láo" (más al este,
por donde pasa ahora) y la laguna se secó. En tonces un sacerdote "la
había tapáo", lo que significa que la había bendecido. "Y la
salamanca se jué, y ha'i d' ser que se ha ido nomás, porque ya no se
escuchaba". Ahora ha vuelto, un poco más al sur de donde había estado, en
la barranca vieja del río.
Cuando falleció Doña
Juana en Septiembre de 1997, "se escuchaba clarito, música linda, todos
esos días de la novena", me decía Olga, su hija, y la han seguido
escuchando después. Con Olga fui a fines de 1997 al lugar donde había estado la
antigua salamanca. Es una hondanada de unos 20 x 10 mts., que mantiene humedad
y con bastante vegetación. Un muchacho le había contado a una de sus hijas que
él conocía dónde había una nueva. Ellos ya sabían que había una porque la
habían escuchado. Olga y sus hijos piensan que "seguro él ha querido
estudiar algo, y por eso encontró". Sospechan que tal vez anda queriendo
conquistar a alguna joven. Olga me confesaba que a ella le daba miedo ir a
averiguar dónde está, o pasar cerca de la barranca, por los "bichos"
que han aparecido: víboras y arañas.
Fuente:
Indios
Muertos, Negros Invisibles. La Identidad "Santiagueña" en Argentina.
de José Luis Grosso

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