viernes, 24 de octubre de 2025

Rubia Moreno, la Pulpera Indomable: De la Batalla de Pozo de Vargas a la Inmortalidad de una Zamba

En el corazón de un Santiago del Estero convulsionado por las guerras civiles del siglo XIX, una mujer de ascendencia europea y alma gaucha desafió todas las convenciones. Su historia, marcada por la lealtad, la traición y la tragedia, fue rescatada del olvido por una de las zambas más emblemáticas del folclore argentino, convirtiendo a la "Rubia Moreno" en un mito imperecedero de la identidad norteña.




El polvo del Camino Real se levanta con cada soplo del viento norte, un sendero milenario que ha sido testigo mudo del nacimiento de una nación. En sus orillas, donde el tiempo parece discurrir a otro ritmo, se tejieron historias de coraje, de amor y de sangre. Imagine por un momento ser un viajero de mediados del siglo XIX: un comerciante, un soldado, un chasqui llevando noticias urgentes. Tras leguas de monte agreste y sol implacable, divisa un rancho junto a la barranca del Río Dulce, en la bajada del antiguo camino al Polear. Es una pulpería, un oasis en la inmensidad santiagueña. Al entrar, el murmullo de los hombres cesa de golpe. No por la llegada de un forastero, sino por la presencia que domina el lugar. No es un gaucho recio ni un patrón de estancia. Es una mujer joven, de trenzas rubias y ojos verdes como el agua profunda del río, con una falda roja como la sangre federal, un poncho tejido sobre los hombros y el brillo de un puñal en su cintura. Su nombre es Santos Moreno, aunque la historia y la leyenda la conocerían para siempre como "La Rubia Moreno", la pulpera gaucha cuya vida fue tan intensa y trágica como la tierra que la vio nacer.

El Origen de la Leyenda: Una Niña Llamada Santos

Alrededor del año 1840, en esa geografía hostil y magnética de Santiago del Estero, un matrimonio de inmigrantes vascos franceses, los Moreno, buscaba forjarse un futuro. Instalaron un negocio de ramos generales, una pulpería, ese epicentro social, comercial y político de la campaña argentina. En un mundo donde la fuerza física y el trabajo rural eran ley, la pareja anhelaba un hijo varón que continuara con el negocio, cuidara la hacienda y defendiera lo suyo, si era necesario, con las armas en la mano. Pero el destino, siempre caprichoso, les entregó una niña. Una criatura pálida, de llanto penetrante y una salud de hierro. Desafiando las costumbres, la bautizaron con un nombre masculino: Santos.

La vida de Santos Moreno estuvo marcada desde el principio por la adversidad. La temprana muerte de su madre dejó su crianza exclusivamente en manos de su padre. Lejos de las enseñanzas domésticas reservadas para las señoritas de la época, el padre de Santos la educó en el único mundo que conocía: el campo y la pulpería. La niña aprendió a montar a caballo con la destreza de los mejores jinetes, a entender el lenguaje del monte y a manejar con firmeza el mostrador del negocio familiar. Creció entre el aroma a yerba, tabaco y aguardiente, escuchando las conversaciones de gauchos, soldados, carreros y comerciantes de carne. Su mundo no era el del bordado y el rezo, sino el de la palabra empeñada, el trato directo y la supervivencia diaria.

Con el paso de los años, aquella niña se transformó en una mujer de una belleza singular. Su cabello rubio y sus ojos verdes, herencia de sus ancestros europeos, contrastaban de manera llamativa con la piel cobriza curtida por el sol santiagueño. Sin embargo, su carácter se había moldeado a imagen y semejanza de su entorno. De tanto tratar con hombres, absorbió sus modales, su franqueza y su temple. Su voz, acostumbrada a dar órdenes y a hacerse oír por encima del barullo, adquirió un tono de mando que imponía un respeto inmediato. Cuando Santos Moreno entraba en su propia pulpería, se producía un silencio casi marcial. No era miedo, era la admiración por la imponente autoridad que emanaba de aquella joven.

Su atuendo era una declaración de principios, una fusión de lo femenino y lo gauchesco que rompía con todos los moldes. Abandonó las ropas tradicionales de mujer por una pollera roja, tan amplia y vibrante que parecía un poncho ceñido a su cintura. Complementaba su vestimenta con un poncho tejido, alpargatas, una vincha colorada sujetando sus trenzas y, como sello de su independencia y su capacidad para defenderse, un afilado puñal de cabo de plata que nunca la abandonaba. Era la estampa de una mujer que no pedía permiso para ser quien era.

El Grito de la Guerra: Lealtad y Sangre en Pozo de Vargas

Para entender la trayectoria de la Rubia Moreno, es imprescindible sumergirse en el turbulento contexto político de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX. El país se desangraba en una lucha fratricida entre dos proyectos antagónicos: el Unitarismo, que propugnaba un poder centralizado en Buenos Aires, y el Federalismo, que defendía la autonomía de las provincias. En Santiago del Estero, la facción liberal, aliada del presidente Bartolomé Mitre, estaba liderada por los hermanos Taboada, Manuel y Antonino. Eran hombres de poder, caudillos que gobernaban la provincia con mano de hierro.

Santos Moreno, quizás sin una profunda formación ideológica, pero con un agudo instinto político forjado en las conversaciones de su pulpería, se convirtió en una ferviente y leal partidaria de los Taboada. Su negocio, ubicado en un punto estratégico del Camino Real, era un hervidero de información y un centro de reclutamiento informal para la causa liberal. La Rubia no era una simple simpatizante; era una activista comprometida hasta la médula.

La prueba de fuego llegó en 1867. El caudillo federal riojano Felipe Varela, conocido como "el Quijote de los Andes", lideraba el último gran levantamiento montonero contra el gobierno de Mitre. Su avance por el noroeste argentino era una amenaza directa para el poder de los Taboada. Ante la inminencia del enfrentamiento, Santos Moreno demostró su valía y su inquebrantable lealtad. No se limitó a ofrecer palabras de aliento. Abrió generosamente sus corrales y donó caballos y vacas para alimentar a las tropas. Puso a disposición su peonada, hombres que la respetaban y seguían sus órdenes. Y en un acto de convicción suprema, convenció a su propio padre y a su marido, Juan Manuel Barrionuevo, para que se alistaran en el ejército de Antonino Taboada.

El 10 de abril de 1867, las fuerzas se encontraron en Pozo de Vargas, en las afueras de la ciudad de La Rioja. La batalla fue una de las más sangrientas y decisivas de las guerras civiles. Las tropas de Varela llegaron exhaustas y sedientas, tras días de marcha bajo un sol abrasador, solo para encontrar que el ejército de Taboada controlaba el único pozo de agua de la zona. La lucha fue desesperada y brutal. Durante más de tres horas, el aire se llenó del estruendo de los pocos fusiles, el choque de las lanzas y los gritos de los combatientes.

La Rubia Moreno tuvo una participación activa en la contienda, aunque las crónicas no detallan si combatió directamente o si su rol fue de apoyo logístico y moral. Lo que sí se sabe es que ese día, la causa por la que tanto había sacrificado le asestó el golpe más cruel. Al atardecer, entre los más de mil muertos que quedaron en el campo de batalla, se encontraba su padre, degollado en el fragor del combate. La victoria de Taboada fue también la tragedia personal de Santos.

La Traición y el Ocaso: Del Poder a la Pobreza

Tras la batalla de Pozo de Vargas, la Rubia Moreno regresó a su pulpería en Santiago del Estero. La victoria unitaria había consolidado el poder de sus aliados, los Taboada, y ella, heroína de la causa, debería haber gozado de una posición de privilegio. Sin embargo, la política es un juego de lealtades frágiles y vientos cambiantes. Mientras Antonino Taboada mantuvo su influencia, Santos Moreno conservó su estatus y sus bienes. Pero el tiempo pasa y los caudillos caen.

Con el fallecimiento de Antonino Taboada y el inevitable reacomodamiento del poder político en la provincia, aquellos que habían sido sus más fieles seguidores se encontraron de repente en una posición de vulnerabilidad. El nuevo orden, surgido de las cenizas del taboadismo, no tuvo piedad con sus antiguos adversarios ni con sus aliados caídos en desgracia. En un acto de cruel revanchismo político, Santos Moreno fue sistemáticamente despojada de todas sus posesiones. La pulpería, los campos, la hacienda, todo aquello por lo que había luchado y por lo que su padre había muerto, le fue arrebatado.

La caída fue vertiginosa y total. Aquella mujer dominante y respetada, dueña de su destino, se vio sumida en la más absoluta pobreza. Hacia 1880, la Rubia Moreno ya no era la imponente pulpera del Camino Real. Era una mujer anciana, debilitada por las penurias y los golpes de la vida. Para sobrevivir, tuvo que aceptar un destino que jamás habría imaginado en sus años de esplendor: trabajar como empleada doméstica. Su patrona fue su propia tía, María Rojas, en una casa ubicada en lo que hoy serían las calles San Carlos y Las Heras de la ciudad de La Banda. La mujer que una vez comandó hombres y contribuyó a decidir el destino de una provincia, terminó sus días en el anonimato del servicio, un fantasma de su propio pasado glorioso.

Su final fue tan humilde como trágico. Murió en la pobreza, y sus restos fueron a descansar al Cementerio de la Misericordia, en una tumba sin nombre ni epitafio que recordara su increíble historia. Parecía que el polvo del olvido, tan implacable como el del camino que la vio reinar, la cubriría para siempre.

El Rescate de la Memoria: La Zamba que la Hizo Inmortal

La historia de Santos Moreno podría haber terminado allí, como la de tantas otras mujeres anónimas cuyo papel en la construcción de la patria fue borrado por las crónicas oficiales, escritas por y para hombres. Pero el arte, y en especial la música popular, tiene una capacidad única para rescatar del olvido a sus héroes y heroínas. La salvación de la Rubia Moreno llegó en forma de zamba.

Fue Cristóforo Juárez, un maestro rural, poeta, escritor e investigador de la cultura santiagueña, quien quedó cautivado por la figura de esta mujer bandeña. Nacido en 1900, Juárez dedicó su vida a documentar y celebrar las raíces de su tierra. Investigó la vida de Santos Moreno, reconoció su importancia histórica y le dedicó un poema y una obra de teatro en tres actos, "La Rubia Moreno", estrenada con gran éxito en 1956. Pero fue su poesía la que trascendería todas las fronteras.

En colaboración con uno de los patriarcas del folclore argentino, Agustín Carabajal, Juárez transformó su poema en la letra de una zamba. El 18 de mayo de 1966, la obra "Rubia Moreno" fue registrada en SADAIC. La música de Carabajal, con su melodía nostálgica y su ritmo profundo, fue el vehículo perfecto para la lírica descriptiva y poderosa de Juárez. La zamba pintaba un retrato inolvidable:

 

Rubia Moreno, pulpera gaucha,

de falda roja, vincha y puñal.

No había viajero que no te nombre,

por el antiguo camino real.

 

En apenas unos versos, la canción encapsulaba toda su esencia. La describía como una fuerza de la naturaleza, "hecha entre el bronco bramar del dulce", y destacaba la intensidad de su mirada con una metáfora inolvidable: "Eran tus ojos dos nazarenas, clavas espuelas en el mirar". La letra también exploraba su carácter indomable, comparándola con las leonas de los juncales y dejando un halo de misterio sobre su vida sentimental: "Tuviste amores, tuviste celos, bella pulpera sin corazón".

La zamba se convirtió rápidamente en un clásico del cancionero popular. Fue interpretada por los más grandes nombres del folclore: Los Manseros Santiagueños, Los Chalchaleros, el Dúo Coplanacu, Horacio Banegas y, por supuesto, la familia Carabajal. Sin embargo, fue la voz grave y profunda de Jorge Cafrune la que, según muchos, la "catapultó a la inmortalidad". En su interpretación, la figura de la Rubia Moreno adquiría una dimensión épica, casi mítica.

Gracias a esta zamba, la historia de Santos Moreno trascendió los archivos polvorientos y las memorias locales. Se instaló en el corazón del pueblo argentino, en las peñas, en los fogones, en las radios de todo el país. La música logró lo que la historia le había negado: justicia poética y memoria eterna.

La Huella Imborrable de la Pulpera Gaucha

La vida de Santos Moreno es un microcosmos de las contradicciones, la violencia y la pasión que forjaron la Argentina. Es la historia de una mujer que se negó a ocupar el lugar que la sociedad le asignaba, construyendo su propia identidad en la frontera entre dos mundos: el de sus raíces europeas y el de la cultura gaucha que adoptó como propio. Fue una figura transgresora que desafió las normas de género, empuñando el poder y la autoridad en un ámbito exclusivamente masculino.

Su biografía es también una amarga lección sobre la lealtad política y la ingratitud del poder. Lo dio todo por una causa en la que creía, solo para ser abandonada y despojada por los mismos que se beneficiaron de su sacrificio. Su trágico final en la pobreza y el anonimato es un recordatorio de los innumerables protagonistas olvidados de nuestra historia, cuyas contribuciones fueron barridas bajo la alfombra de los grandes relatos.

Pero hoy, la Rubia Moreno no es solo un personaje histórico; es un símbolo. Es la encarnación de la fortaleza femenina, de la resistencia ante la adversidad y del espíritu indomable del norte argentino. Su figura, rescatada y engrandecida por el folclore, nos interpela desde el pasado y nos obliga a preguntarnos cuántas "Rubias Moreno" han quedado en el camino, esperando que un poeta o un músico les devuelva la voz.

Cada vez que suenan los acordes de su zamba, en algún rincón del país, la pulpera gaucha de falda roja vuelve a la vida. Su nombre resuena en el viento, cabalgando junto al Río Dulce, inmortal y legendaria, como una figura de cuño real que el tiempo no ha podido, ni podrá, borrar.

 

Fuentes:

* Omar Sapo Estanciero, "Zambas con Historias"

* Cristóforo Juárez, investigación histórica sobre Santos Moreno

* Registro SADAIC del 18/05/1966 - "La Rubia Moreno"

* Archivo histórico de Santiago del Estero

* Testimonios orales de la tradición santiagueña

* Eldiariodecarlospaz.com.ar


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