Queremos compartir con ustedes este fragmento tomado de “El Folclore de Santiago del Estero”, escrito por don Orestes Di Lullo. Recordemos que este relato data de principios del siglo XX.
En el Dpto. San Martín, a orillas
del río dulce, existe todavía la vetusta población indígena de Sumamao, en
donde se celebra la festividad de San Esteban, en el mes de diciembre.
La imagen de San Esteban, llamada
“San Esteban chico”, perteneció a la señora doña Mercedes Chapa de Zurita, a
mediados del S XVIII, la abuela del actual propietario, don Francisco Juárez,
de más de 60 años, que vive con el santo en Maco, departamento Capital. Es
desde este punto que todos los años “arranca” la procesión que se dirige con
música de bombo, violín y “corneta”, hacia Sumamao distante 12 leguas, después
de celebrar un baile el 20 de diciembre a la noche, y para el cual llegan del
lugar originario hombres y mujeres con banderas rojas. Durante el trayecto se
bebe, se cantan canciones profanas (pues no hay rezos para el santo), y entre
“tiros” y “estruendos” se llega a la casa de don Escolástico Zurita, en Santa María
donde “hacen noche” con bailes y libaciones. La segunda jornada tiene por meta
la capilla de Silipica, donde se deposita al Santo, mientras los acompañantes
se desayunan y descansan. Por fin, el 25 llegan a Sumamao, siendo recibido por
la población que lo espera a orillas del río “pa verlo pasar”. La imagen es
depositada en una casa de su propiedad, que posee de tiempos inmemoriales por
el legado de don Dámaso Beltrán, y allí se “pone” baile y se obsequia a los
concurrentes: aloja, mate, café, bebidas varias, que se compran con la limosna
del santo.
“San Esteban chico”, es un santo
alegre. No se acerca a la iglesia de Sumamao y no tiene reza. Viste de rojo y
su imagen, antigua, es tosca. Es el niño que al nacer Jesús fue con la nueva a
los pastores, siendo tomado en el trayecto (que hizo corriendo), por una
tormenta de piedras, alguna de las cuales recogió en su manto. Por eso, le
asignan el patronazgo de las lluvias y dicen de el “que nunca salió en suelo
seco”. En tiempo de los “diezmos t primicias” se acostumbraba regalar al santo
las mejores frutas, huevos y cereales. Algo de estas costumbres recuerdan las
ofrendas que todavía le hacen.
El 26 son las fiestas, que
consisten en la “carrera de los indios” y los “vivas de los alfereces”. A las
12 del día, acompañados por jinetes que tocan la “corneta”, los corredores,
vestidos de rojo, salen de gallegos, distante dos leguas, que corren a pie.
Antes de partir, puestos de rodillas, besan una cruz que hacen en tierra,
ceremonia que llaman “adoración de la tierra”. Al llegar, se postaran ante el
santo para “tomar gracia”. De inmediato, son sajados en las venas de las
piernas para que no se “empalicen”. Las carreras de efectúan como “promesas” o
en cumplimiento de ellas. Los “vivas” consisten en correr a caballo “vivando a
los alfereces”, por bajo unos arcos de ramas, que estos, al nombrar al santo
“encargado” de sus hijos, levantan como promesa, llenándolos de roscas y
golosinas. Los “vivadores”, a la carreta, disputan al “ventajao” estas
ofrendas.

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