domingo, 26 de enero de 2025

La López Pereyra

 


...O quizás un cuchillo o vaya uno a saber de qué desgraciada manera fatal, este compositor bohemio y músico empedernido despenó a la causante de sus descontrolados celos. Lo indudable es que don Artidorio Cresseri estuvo enamorado hasta los huesos de la víctima de la demencial actitud. Y si no ha sido así, cómo pudo recordarla en su forzado encierro de una manera tal que no recuerdo salteño y muchísimos más que no la cante o la sepa (mal, regular o bien) y la entone como algo propio y por su cualidad de innegable himno salteño.

El contexto metafórico no conlleva ni un dejo de despecho, rabia, indignación o algo muy oculto o “entre líneas” que deje entrever “algo” de pequeñez o chatura. Todo el texto es una tristísima elegía de enamoradísimo ser que, ante la adversidad irreversible, derrama su alma en cada verso y como remate ruega “al Dios piadoso resignación...”

El título de tamaña zamba no tiene nada que ver con la historia, la leyenda, del cómo, del cuándo y los porqués del contenido sentimental del poema. El doctor Carlos López Pereyra, abogado, recibe el agradecido homenaje de Don Artidorio por haberlo “salvado” quizás de una cadena perpetua por su demencial delito, al conseguir la absolución del imputado (Don Artidorio) por “emoción violenta”.

“La López Pereyra”, himno de los salteños y apropiada por innúmeros conocidos e ignotos intépretes, sigue viva y con muy buena salud en la memoria del pueblo. Ojalá todos los dramas pasionales dejaran canciones de este calibre.

La zamba creció sola, no necesitó de promoción alguna. Se “fue” de Salta como el viento, sin rumbos. Hasta que ocurrió todo lo conocido como “juicio por paternidad autoral” cuando un tal Don Andrés la halló sin que Don Artidorio la perdiera. Pero, el argumento de más peso fue el título y las constancias legales desbarrancaron cualquier fundamento que soño fundamentar el “hallador”.

El Dr. López Pereyra vivó en la ciudad de Salta en la calle “La Florida” al 484 aproximadamente y se comprobó su actividad y las circunstancias en las que se constató su activa participación en el triste hecho que le tocó vivir al pobre Don Artidorio.

Todo lo aquí expresado tiene más de recopilación versionada generacionalmente y no tiene ninguna otra intencionalidad que la de hallarle al magnífico texto poético ese “por qué” fue escrito y cantado.

 

Sin ningún tipo de “dardo encubierto” invito a que repasemos su sinigual carácter y, porque no, esa estructura literaria que, asociada a la fantástica melodía, hacen una obra, diría, insuperable hasta el presente. Vamos pues a su letra conociendo ya, al menos, una versión más de su historia ¿o leyenda? Fuente: www.portaldesalta.gov.ar

Juanita Simón, un testimonio que sobrevive

Publicada en FBK por: Don Omar Estanciero

 


 Basualdo la presenta en el escenario del cine Petit Palais en el concurso "Voces Argentinas" y gana el 1º premio cantando el vals "Rosas de Otoño". Ahí surge su misteriosa vocación que deleitaría a toda la Argentina, con un estilo musical, revelación que se aglutina junto a sus hermanos.

Ya integrante del conjunto Los Hermanos Simón, por indicaciones de los Dr. José y Antonio Castiglione, inauguran artísticamente L.V. 11 y un año después (1937) L.V. 12 de Tucumán

De nuevo el silencio. Juanita manifiesta: "Estando mi padre en agonía me dijo que tenía que seguir cantando. Que lo haga con el cariño de siempre. Que lo haga junto a mis hermanos" continua: "eso lo llevo prendido en mi corazón..." Me cuenta, que estando de seis meses de embarazo hace su primera grabación. Luego se sumarían más de 16 L.P. y alrededor de 233 obras grabadas. Con el gobierno de don Eduardo Miguel se mandaron 12.000 discos a los EE. UU. para proyectar nuestra música en los países del norte. Siempre pegadita a sus hermanos recorre cientos de escenarios; toda la Argentina. Dejando un testimonio original y una larga trayectoria de un movimiento que marcó un momento trascendental en la historia del canto argentino. Su pensamiento recorre las imágenes triunfadoras de cuantos recuerdos: "quince años en Radio Bel- grano (Bs. As.) seguidos de renovadas expresiones por un público que nos quería y nos seguía en la audición "Oro y Flama".

No soy el único que puedo descubrir las bondades de esta mujer, pero tengo los medios para hacerlo. Curiosamente le pregunto, ¿por qué no sigue cantando? Su hija me responde. Ella está apoyada en su hombro. "...Mi mami ha vivido mientras cantaba continúa Nilda del Valle (Pochi) su vida siempre fue el canto. Ella renace sobre el escenario. Tiene tanto para seguir entregando..."

Quién no recuerda la calidez de Juanita cantando "Tacita de Plata"; "La Siete de Abril"; "Brasita de mi Chala"; "Chacarera del violín"; "Cajoneando mi guitarra"; "Mi guitarra eres tú"; etc. etc.

En fin, de alguna forma soy un testigo que sabe de su trayectoria, de su música auténtica. Sin deformaciones. Tengo la sensación que estoy rastreando los profundos filamentos de una ver- tiente maravillosa que no admite duda. Es que, Juanita Simón es un testimonio vital que nos sobrevive.

¿Por qué? Porque supo transitar la huella de fidelidad y respeto con la esencia de nuestro folklore. Porque de ella podemos extraer: experiencia, sabiduría, generosidad y pasión que se ha convertido en una verdadera historia, con la cual podríamos llenar páginas enteras. Es que Juanita Simón representa el arquetipo nacional de nuestra música, porque sus cualidades vocales e interpretativas la ubican en un lugar de preponderancia.

La escucho con un verdadero silencio. Me reseña su trayectoria artística. Tenía doce hermanos. Al principio sus padres (Don Juan y Da. Florinda) no la dejaban cantar”. Mujer... qué diría la familia". Juanita no aceptó...porque era este desafío. Cuando tenía diez años, don Gómez

CARLOS MIGUEL FUENTES

sábado, 25 de enero de 2025

"Perfume de carnaval y de controversia"

 


En el año 1982, PETECO tenía 26 años y vivía en la casa de su prima NORMA en Constitución, Capital Federal y ya era autor de: "Mi abuela bailó la zamba", "Entra a mi hogar”, “Puente Carretero", "Mi abuelo tenía un violín", entre otras más.

En aquellos tiempos tenía una relación amorosa, austríaca que trabajaba en la Embajada de Austria y con quien tuvo su primer hijo: JUAN.

Ella vivía en la calle Malabia frente del Jardín Botánico, entre Juncal y Arenales.

Muy culta ella, poseía una discoteca importante; allí conoció el disco que grabara CHANGO y MARIAN FARÍAS GÓMEZ con MANOLO JUÁREZ pero lo que más le llamaba la atención la "colección de música clásica". Era un tiempo que se sentía feliz y cómodo.

Por ese entonces integraba el conjunto "LOS CARABAJAL". Cierta noche, luego de actuar en una peña, se juntaron varios santiagueños a guitarrear. En dicha reunión, resaltaba la presencia de PABLO RAÚL TRULLENQUE, entre otros artistas más.

Alguien interpretó "La flor azul"(ANTONIO RODRÍGUEZ VILLAR/ MARIO ARNEDO GALLO) y PABLO, conociendo al autor dice: "Hay que esforzarse al máximo para poner lo mejor del pensamiento en una canción", refiriéndose al verso: "...me acomodo con mi perro/ solito a pitar"..."Siguió con la tradición!" O sea, se refería que de vago escribió ese verso y que se debía poner más realce, en vez de poner perro hubiera puesto 'suerte'.

Cuando terminó la juntada, esa frase caló hondo en PETECO y, estando solito en la casa de su prima, tomó la guitarra y empezó a puntear, hacer acordes y entonar una melodía y una letra simultáneamente. Le salió: "Me voy solo con mi suerte..." entonces le surgió los relatos de su padre CARLOS cuando tocaba en los Carnavales del campo, cosa que él no vivió nunca, únicamente las trincheras de siesta en Sarmiento y Central Argentino y los bailes a la noche de Olímpico y de Tiro Federal en La Banda.

Su padre siempre le contaba de un perfume que usaban las mujeres para jugar que consistía en agua perfumada con flores. Su aroma impregnaba el baile y era muy persistente.

De ahí sacó el título (Perfume de Carnaval) y luego siguió con una historia de amor inexistente.

La compuso en 1982 y el primero en escucharla fue ANTONIO TARRAGO ROSS y su señora.

La grabaron LOS CARABAJAL, luego ALFREDO ÁBALOS, LOS TUCU-TUCU, LOS SANTIAGUEÑOS y muchísimos más.

Registrada en SADAIC el 15 de junio de 1983 N°169760/ISWCT 3036052076.

Hace como 10 años aproximadamente, un rumor (malentendido), afirma que el poeta jujeño JUAN CARLOS "RENGO" MALLAGRÁY (1950, Ledesma-2007 San Salvador de Jujuy), le pasó la letra.

Esa versión la dio a conocer ISOLINA COMAS, íntima amiga de MALLAGRAY y asegura que el vate le hizo entrega de la misma en una guitarreada en Tilcara.

A tal afirmación, PETECO responde que, en 1987, conoció La Quebrada en el Tantanacuy con LOS SANTIAGUEÑOS. Además, no le gusta recibir letras.

Conclusión: en una línea de tiempo: NO EXISTE COINCIDENCIA, tampoco MALLAGRAY reclamó ni la viuda. Que más para reivindicar al poeta, fue un rumor para perjudicar a PETECO.

"PERFUME DE CARNAVAL" "Me voy solo con mi suerte/ la llevaré en mi recuerdo/ bajo un añoso algarrobo/cortaba el aire un pañuelo/ bailando una vieja zamba/ yo le entregaba mis sueños. //El sol quemaba la tarde/siluetas que parecían/ fantasmas amarillentos/ llenos de tierra y de vida/y yo rendido a tus ojos/sintiendo que me querías. //Ay! perfume de Carnaval/ ya nunca me he de olvidar/ su piel llevaba el aroma/ de flor y tierra mojada/ bellos recuerdos que siempre/ los guardo dentro del alma.// Ay! tiempos! dónde han quedado?/ Dónde he perdido mis sueños?/ quien sabe si ella se acuerda/ de un viejo mes de febrero/ y de aquel baile en el campo/ y de mi amor verdadero. //  No quise decirle nada/ la amé en silencio esa tarde/  y sobre sus trenzas negras/ dejé mi copla sentida/ me fui llevando sus ojos/ un miércoles de cenizas.-

Entrevistado el 26/09/ 2024 por GABRIELA VIVIANA DAGAN, cantante, autora y compositora con el pseudónimo GAVIOTA DE MARTELLI.

FACEBOOK  18/01/2025.

INCLUIDO EN EL LIBRO INÉDITO "HISTORIA DEL CANCIONERO POPULAR SANTIAGUEÑO" DE OMAR SAPO ESTANCIERO

Historia de la guitarra


La guitarra es un instrumento musical de cuerda que ha tenido una rica y fascinante historia que abarca más de 4.000 años. 

Orígenes y evolución (3000 a.C. - 1500 d.C.)

- La guitarra se originó en la antigua civilización persa, donde se utilizaban instrumentos de cuerda llamados "tar" y "setar".

- En la antigua Grecia y Roma, se utilizaban instrumentos similares a la guitarra, como la "kithara" y la "cithara".

- En la Edad Media, la guitarra se convirtió en un instrumento popular en la música cortesana y eclesiástica.

Renacimiento y Barroco (1500 - 1750 d.C.)

- Durante el Renacimiento, la guitarra se convirtió en un instrumento popular en la música de cámara y en la ópera.

- En el Barroco, la guitarra se perfeccionó y se convirtió en un instrumento más versátil.

Clasicismo y Romanticismo (1750 - 1910 d.C.)

- En el Clasicismo, la guitarra se convirtió en un instrumento fundamental en la música clásica, gracias a compositores como Haydn y Mozart.

- En el Romanticismo, la guitarra se popularizó en la música popular y en la música de concierto.

Jazz y rock (1910 - 2000 d.C.)

- En el siglo XX, la guitarra se convirtió en un instrumento fundamental en el jazz y en el rock, gracias a músicos como Django Reinhardt y Jimi Hendrix.

- La guitarra eléctrica se convirtió en un instrumento popular en la música rock y en la música pop.

Actualidad (2000 d.C. - presente)

- En la actualidad, la guitarra se utiliza en una amplia variedad de géneros musicales, desde la música clásica hasta el jazz, el rock y la música popular.

- La guitarra sigue siendo un instrumento popular en la música y la cultura en todo el mundo.

- En este período, se han desarrollado nuevas tecnologías y materiales para la fabricación de guitarras, lo que ha permitido mejorar su sonido y su durabilidad. 

#costumbresargentinas 

#Argentina

#guitarracriolla


La Taba, un juego antiguo y olvidado

 

Juego propio del gaucho, sea rico o pobre. No puede haber reunión sin unos tiros de taba.

Taba, se llama un hueso que tiene el animal vacuno, en la pierna, en la parte que forma el garrón; aunque también tienen taba los ovinos, cerdos, etc., pero la empleada en el juego es la de vacuno y grande: de buey o de toro viejo...” ¡Murió el buey, murió el toro…ché!  Sacale las tabas”.

La taba tiene una parte cóncava labrando sus rugosidades, como en forma de S o formando dos caras, del lado opuesto es casi lisa. Cara o suerte se llama la parte de la S. Culo la parte lisa o contraria. Se prepara la cancha (lugar donde se va a jugar), tratando de despejar el suelo de pastos, accidentes del terreno, etc., bien firme, humedeciendo un poco el terreno fuera de la línea del tiro, para los que les gusta clavar (que es tirar la taba, dando una vuelta o vuelta y media en el aire, y caiga sin movimiento). Las canchas tienen un largo de 7 pasos en general, pero se tiraba en canchas de 8 y hasta 9 pasos, que eran las canchas de tiro largo.

Los límites se marcan haciendo una raya recta con la punta del cuchillo o también estirando un hilo fino, sujetado en sus extremos por clavos o grampas hechas con alambre.

Los jugadores, unos parados, otros en cuclillas, rodean los costados de la cancha, haciendo sus apuestas de “Al tiro voy… tanto” (al que tiraba la taba), o “Al que espera, juego” (contrario).

Previamente, los que tiran la taba han depositado en el medio de la cancha, la cantidad que juegan.

Tirando por alto la taba de extremo a extremo de la cancha, si cae con el lado de la suerte para arriba, gana el que la tiró; al revés, pierde. Si cae de costado, no hay juego.

Lo cortó. - Se dice cuando un jugador al tirar la taba echa suerte de entrada (cortó, al contrario, y otro jugador toma entonces la taba).

Pisar la taba. - Significa que el jugador que esto hace, una vez dilucidada una jugada, “copa la parada”, para tirar él.

Taba cargada. - Se decía de una taba que, agujereada en un lado, muy disimuladamente, se le ponían chumbos para que, al ser tirada, hiciera contrapeso. De ahí lo de “tabas culeras”.

#costumbresargentinas

#Argentina

#gauchosArgentinos

miércoles, 22 de enero de 2025

Gumersindo Sayago, figura destacada de la salud pública de Córdoba (Primera parte)

La historia de Villa Independencia es rica en personajes increíbles. Entre ellos, hay uno que sobresale no sólo por su reconocida trayectoria profesional, sino también por su calidad como vecino; estamos haciendo referencia al doctor Gumersindo Sayago.

 


Nacido el 10 de diciembre de 1893 en Santiago del Estero, era hijo de Rosario Gallardo y del Dr. Gumersindo Sayago, ex diputado provincial y profesor del Colegio Nacional de esa provincia. Allí terminó de cursar sus estudios secundarios, trasladándose luego a Buenos Aires para estudiar medicina. Según Ada R. del Valle Iturrez de Capellinni [2012], Gumersindo vivió en la urbe porteña una vida bastante sacrificada debido a las difíciles condiciones materiales en que se desarrollaba su existencia. Pese a ello, fue un alumno brillante, aunque no pudo continuar sus estudios debido a que se enfermó de tuberculosis. Con la meta de tratar de curarse, viajó y se radicó en la ciudad de Córdoba, donde finalmente pudo recuperarse y recibirse como profesional de la medicina. Sin dudas, la afección que tuvo que sufrir lo marcó para siempre, ya que se especializó en la lucha contra esta enfermedad. Gracias a la labor realizada en este campo durante todo el resto de su vida, Sayago terminó por convertirse en uno de los médicos más reconocidos de su época y pionero en Córdoba en el estudio y la prevención contra la tuberculosis, ese terrible flagelo que asoló nuestra sociedad entre fines del siglo XIX y las primeras décadas de la centuria siguiente.

Vale la pena, pues, conocer un poco más de su historia, la cual dejó una huella imborrable en el campo de la medicina nacional y la villa serrana, y que como justo tributo nuestra comunidad honró designando al hospital municipal con su nombre.

La tuberculosis y sus graves secuelas

El proceso de extensión y acumulación capitalista que vivió nuestro país entre el último tercio del siglo XIX y el primero del siguiente profundizó las desigualdades sociales entre quienes concentraban la mayor parte de la riqueza generada por la hegemonía de la producción agroexportadora y aquellos que, aún siendo gran mayoría, debían sobrevivir en las más difíciles condiciones de vida a causa de los magros ingresos que percibían por la venta de su fuerza de trabajo. Hacinados en pequeños espacios habitacionales, la mayoría de los cuales no tenían acceso a servicios públicos esenciales para garantizar las mínimas condiciones higiénicas, estas familias de trabajadores se hallaban fuertemente expuestas a un diverso número de enfermedades. Además, la situación empeoraba en los casos donde todavía no se había hallado un tratamiento efectivo o antibiótico capaz de detener el avance de determinado padecimiento. Uno de estos ejemplos era la tisis o tuberculosis, que se había transformado por esos años en una de las causales de mortandad más elevadas de la ciudad de Buenos Aires.

La ciudad de Córdoba, como el resto de las grandes ciudades del país, no vivía aislada de este panorama. Específicamente hablando de la tuberculosis, ésta también presentaba un alto nivel de mortalidad en la urbe mediterránea, tal como lo demuestra Adrián Carbonetti:

“Partiendo en 1887 de una tasa de mortalidad cercana al 21,8 por diez mil habitantes, llega a su máximo en 1915 con 49,3. […] Con estas tasas de mortalidad la tuberculosis se transformó en la principal causa de muerte para la ciudad de Córdoba, […].” [1999: 67]

Sayago y su destacado rol en la tisiología cordobesa

Teniendo en cuenta que la capital provincial contaba con una de las universidades más prestigiosas del país, no extrañó que salieran de ella varios profesionales de la salud que, en virtud del grave problema social que representaba la tisis, se abocaran a estudiar y elaborar proyectos para tratar de disminuir su influencia. Entre ellos, se destacó el tisiólogo santiagueño Gumersindo Sayago, quien había recibido su título de doctor en medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) el 16 de abril de 1919.

En este punto, vale recordar que Sayago había sido uno de los principales protagonistas de la Reforma Universitaria de 1918, siendo uno de los firmantes del Manifiesto Liminar del 21 de junio de ese año, el célebre documento donde los reformistas exponían las metas a través de las cuales se proponían democratizar y superar el anacronismo de los programas de estudios en el que se hallaba la universidad cordobesa. Como recordaría tiempo después, aquella participación en la política estudiantil imprimiría una huella profunda en su consciencia, ya que le dejaría marcado por siempre los principios de acción que tuvo a lo largo de su vida pública:

“Y son aquellos días ya lejanos de mi actuación estudiantil en el año 18, llenos de fe y esperanza, los que representan para mí el mayor blasón de mi vida universitaria. En ellos se trazó un sendero de rectitud, de libertad y de justicia social, por el que siempre seguí afanosamente.” [Ibíd.]

Una vez recibido, Sayago comenzó poniendo en práctica esos principios trabajando en el hospital Tránsito Cáceres de Allende. Mientras tanto, seguía inserto en el ámbito universitario, donde comenzó su tarea docente como adscripto a la Cátedra de Clínica Epidemiológica. Los conocimientos teóricos y prácticos de los que se fue nutriendo en esos años le sirvieron para iniciarse en el campo de la investigación académica, donde ya en 1920 recibió el premio José M. Álvarez por su obra titulada “La tuberculosis en la provincia de Córdoba”.

El compromiso social asumido por Sayago se expresó concretamente en ese primer trabajo de investigación, donde expuso que la tuberculosis afectaba principalmente a los sectores socioeconómicamente más desfavorecidos, pues éstos se hallaban frente a condiciones de vida (vivienda y trabajo) que favorecían el desarrollo y propagación de esta enfermedad:

“En especial para el sexo femenino y para todos aquellos que trabajan en sus domicilios, las horas de trabajo diarias llegan fácilmente a 10 y 16 horas. Es en todos estos obreros en donde la tuberculosis hace mayores víctimas, pues son sujetos que viven en un continuo surmenaje físico.” [SAYAGO, 1921: 271, cit. por: CARBONETTI, 1999: 83]

En vista de esta situación, Sayago y otros higienistas cordobeses propusieron la intervención del Estado provincial en la implementación, tal como lo define Adrián Carbonetti, de una serie de “medios indirectos” que terminarían por ayudar a reducir la difusión de la tuberculosis. Entre ellos, se propugnaba la provisión de agua corriente potable y la ampliación del sistema de cloacas.

Asimismo, también sostuvieron la necesidad imperiosa de fijar estrategias “directas”, como aislar a los enfermos en hospitales para evitar el contagio en forma masiva. En este sentido, pusieron de relieve el alto valor que tenía el clima serrano cordobés para el tratamiento de esta enfermedad, ya que el mismo obstaculizaba la reproducción del bacilo debido a la escasa humedad que presentaba la zona. En esta posición, también había influido la experiencia de los sanatorios que se habían erigido en el área serrana, y cuyos resultados habían sido hasta ese momento en buena parte auspiciosos. De este modo, apoyaron la creación a principios de los años veinte de algunos sanatorios de este tipo en la ciudad de Córdoba, como el Misericordia y el Rawson.

Las medidas tomadas entonces dieron muy pronto sus frutos, pues no sólo se detuvo la espiral de mortalidad ascendente que había alcanzado su pico máximo en 1915, sino que ya desde la década de 1920 empezó a retroceder tanto en términos nominales como relativos.

La Escuela de Córdoba o Escuela de Sayago

Los logros alcanzados por los profesionales cordobeses les valieron el reconocimiento de sus pares a nivel nacional e internacional, aunque todavía no habían conseguido disponer de un espacio institucional específico. Esto se pudo lograr en 1933, luego de que se normalizara el funcionamiento de la universidad local tras la intervención del gobierno de facto. En ese momento, se procedió a crear el Instituto de Tisiología perteneciente a la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC, cuya dirección quedó por concurso a cargo del doctor Gumersindo Sayago.

Una vez en funciones, éste reforzó los lazos con otros importantes centros de estudios especializados. En vista de ello, fue nombrado Académico del Instituto de Tisiología de Hamburgo e integrante de la Academia Real de Medicina de España.

En 1937, la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC llamó a concurso para cubrir el cargo de profesor titular de la primera Cátedra de Tisiología que se creó en el país, la cual fue inaugurada el 19 de abril de 1938 bajo la dirección de Sayago.

A partir de la ardua labor emprendida, la Escuela de Córdoba o Escuela de Sayago –como también se la conocía debido a su máximo impulsor- brindó un renovado impulso a la investigación, generando una serie de acciones que les permitieron a sus integrantes el reconocimiento de sus colegas y del Estado provincial para estar al frente de la lucha contra la tuberculosis:

“[La Escuela de Córdoba] generó publicaciones sobre la especialidad, como la revista Temas de Tisiología; consolidó redes con los principales centros de estudio de Europa y Estados Unidos; formó, mediante cursos de posgrado, especialistas del interior del país y de países limítrofes como Chile y Paraguay; y posibilitó la inserción de varios de sus integrantes en puestos claves de organismos estatales de control de la tuberculosis.” [CARBONETTI, 2008: 203]

El gobierno impide la concreción del plan de lucha contra la tuberculosis

Tratando de encontrar una vía más efectiva para atenuar los efectos de la tisis dentro del territorio provincial, el Instituto de Tisiología propuso al gobierno cordobés la puesta en práctica de un ambicioso plan de lucha. Fundamentalmente, se basaba en la necesidad de construir nuevos centros hospitalarios dirigidos por profesionales cordobeses, donde se internarían a los tuberculosos con la meta de aplicarles el tratamiento más efectivo hasta entonces conocido: aislamiento, higiene, dieta y abundante sol.

Lamentablemente, el erario requerido para la aplicación del plan diseñado por Sayago y sus colegas no fue aportado por el gobierno provincial, aduciendo sus responsables que el mismo implicaba elevar por triplicado el presupuesto previsto para el área de salud. Esta postura, que concebía a la salud pública como un gasto y no una inversión, era tributaria de una tradicional concepción liberal ortodoxa del Estado que se venía aplicando desde hacía varias décadas en la Provincia, donde se dejaba a las entidades de beneficencia y asistencia buena parte de la responsabilidad en la atención sanitaria de los sectores populares. De este modo, se evitaba contradecir aquellos principios que postulaban lo perjudicial que resultaría la intervención estatal dentro de los ámbitos propios de la sociedad civil, aunque en la práctica, como lo ha demostrado la Dra. Beatriz Moreyra [2009], esto era usualmente evitado debido a la asistencia monetaria y material del Estado en beneficio de las entidades privadas antes mencionadas.

Las disputas políticas marcan la decadencia de la tisiología cordobesa

El notable avance obtenido a partir del trabajo de campo y la institucionalización académica comenzó a verse perjudicado a partir del golpe de Estado ocurrido en junio de 1943. Tras subscribir, junto con varios de los más afamados científicos de la época, una solicitada en contra de aquel suceso, el doctor Gumersindo Sayago fue separado de la dirección del Instituto y la Cátedra de Tisiología. En solidaridad con él, otros integrantes de aquellas instituciones renunciaron a sus cargos, lo cual ponía fin al fructífero trabajo que hasta entonces habían desarrollado este conjunto de notables profesionales.

En 1945, en un contexto de fuerte deslegitimación del gobierno militar, Sayago volvió a ser designado el frente de sus cargos universitarios. Esto originó un fuerte conflicto con la Comisión Directiva de la Asociación Tránsito Cáceres de Allende, la que se había manifestado en contra de asumiera al frente del Instituto de Tisiología. Hay que tener presente que esta entidad civil tenía una gran influencia en la toma de decisiones por parte de las autoridades universitarias con respecto a esta institución, pues tenía a su cargo las dependencias del hospital donde funcionaba la misma.

Según Carbonetti [2007], esta posición de los directivos del hospital tenía que ver con el hecho de la adhesión de la Iglesia católica –con la cual estaba vinculada esta entidad- al candidato del partido laborista, Juan Domingo Perón, lo cual se contraponía con el posicionamiento público del tisiólogo santiagueño a favor de la Unión Democrática. Esta situación dio inicio a un enfrentamiento irreconciliable entre la UNC y la asociación civil, cuando esta última recurrió al gobierno provincial para que impidiese que Sayago se hiciese nuevamente cargo del Instituto de Tisiología. No obstante, el prestigioso médico pudo finalmente cumplir con la función asignada, cuando en febrero de 1946 la UNC dio por terminado el acuerdo con la Asociación Tránsito Cáceres de Allende. Pero esto, para desgracia de sus expectativas, aún distaba mucho de haber finalizado.

Tras la intervención decretada por el gobierno peronista en el ámbito de las universidades de todo el país en 1948, Sayago fue apartado de sus funciones. Como sucedía en todas las cátedras intervenidas, tanto él como sus colaboradores fueron reemplazados por un grupo de profesionales afín con el proyecto peronista.

Pese a los agravios recibidos por su posicionamiento político, Gumersindo estaba lejos de bajar los brazos. Junto con otros colegas crearon una institución civil sin fines de lucro denominada “Centro de Asistencia Médico y Social de la Tuberculosis”, la cual se mantenía con los aportes de los propios galenos. Además, continuó formando parte de la Sociedad de Tisiología de Córdoba, desde donde pudo continuar la labor pedagógica dictando varios cursos de especialización sobre la materia.

Luego del golpe de Estado de septiembre de 1955, Sayago asumió nuevamente la dirección de la Cátedra e Instituto de Tisiología. Sin embargo, y a pesar de recuperar lo que injustamente había perdido, Sayago ya no se encontraba con las mismas fuerzas de siempre, aquellas que solía fortalecer durante sus estadías veraniegas en las serranías cordobesas. Como pudimos ver, su vida fue muy intensa, debiendo continuamente debatirse con el poder político por los continuos obstáculos que éste ponía a la hora de limitar o frenar las numerosas iniciativas que surgían de su febril actividad. En el paisaje serrano de Villa Independencia lograba recargar las energías para hacer frente no sólo a tantos problemas, sino también para abordar los desafíos que implicaban avanzar en el mejoramiento del tratamiento de tan nefasta enfermedad.

Fuente: www.lajornadaweb.com.ar/

Por José Antonio Casas / Profesor en Historia

Gumersindo Sayago, figura destacada de la salud pública de Córdoba (Segunda parte)

 


Como vimos en la primera parte de este trabajo, el doctor Gumersindo Sayago fue un incansable luchador no sólo en el campo de la salud pública cordobesa, sino también en la defensa de los valores y el sistema democrático. Semejante nivel de actividad le implicaba un elevado esfuerzo físico y mental, que Sayago lograba recuperar cuando pasaba sus días de descanso y recreación en Villa Independencia, una pequeña urbe serrana turística al sur de Carlos Paz. Parte de su vida en ese hermoso paisaje serrano podemos conocerla gracias a los recuerdos de aquellos vecinos que llegaron a conocerlo y tratarlo, y que gracias a la amabilidad de los mismos podemos hoy en algo reconstruir.

Sayago y las sierras: su predilección por Villa Independencia

Como la mayoría de sus colegas, el doctor Sayago disfrutaba mucho de pasar sus tiempos de descanso y recreación en las serranías cordobesas. Su lugar preferido era Villa Independencia, la urbanización turística que había emprendido Juan Irós en 1928. Para Gumersindo, era el lugar ideal para alejarse del estrés y las exigencias de la vida diaria en la capital provincial. En ese paisaje de sierras y vertientes se sentía plenamente libre, independiente; de allí que gustaba de asociar el nombre de la villa con el estado de ánimo que sentía al pasar en esta tierra esos increíbles días de verano: “Tiene muy bien puesto el nombre. Es Villa Independencia y yo soy independiente; acá no me busca nadie.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, Villa Independencia, 26-X-2011]

En un hermoso terreno situado a la vera del río San Roque [actual San Antonio], Sayago había construido una hermosa residencia temporaria, a la cual solía asistir con su esposa y sus tres hijos. Según recuerda Rafael De Simone, lo hacía con todo aquello que necesitaba para mantener el nivel de vida al que estaba acostumbrado: “Él venía en el verano, con cocinera, servicio doméstico, tenía casero permanente ahí. Venía por dos meses y pico, y en el invierno venía todos los sábados.” [Ibíd.]

Quienes lo llegaron a conocer y tratar no han podido olvidar su figura, tan distinta al resto de los profesionales y comerciantes provenientes de los sectores medios residentes en las principales urbes del país. Éstos, como lo ha analizado Ezequiel Adamovsky en su estudio sobre la clase media argentina [2009], solían ser descendientes u originarios del continente europeo, pues las élites políticas y socioeconómicas dominantes asociaban el “progreso” a las personas blancas que provenían de los países que conformaban dicho territorio. En contraposición, quienes descendían de los grupos originarios o eran el producto del mestizaje de lo que se consideraban “razas inferiores” (como los afroamericanos) eran asociados a la “barbarie”, razón por la cual se los empujaba a través de diversos mecanismos económicos y culturales hacia los escalones más bajos del orden social. Por ello, los trabajadores que presentaban las características mencionadas en primer lugar tenían grandes oportunidades de obtener las mejores oportunidades educativas y laborales, hecho que terminó por diferenciar al campo del trabajo entre un sector medio y las clases populares.

En vista de estas circunstancias, no era nada fácil para alguien que portaba en su piel una fisonomía fuertemente estigmatizada poder superar estos prejuicios y acceder a una posición social más elevada. Sin dudas, la enorme capacidad que tuvo Gumersindo Sayago le posibilitó superar todos estos obstáculos, logrando así insertarse en un estrato societario al cual muchos de sus compatriotas no podían llegar debido al color de su piel. De allí que no fueron pocos los que en su tiempo les llamaba la atención de que uno de los “distinguidos” habitantes de la villa serrana no presentase los rasgos físicos tan típicos de sus integrantes, algo que ha quedado guardado hasta ahora muy vívidamente en el recuerdo de los pobladores más antiguos de la zona:

“Era un hombre criollo, criollo; era un indio, un coya totalmente. Una persona bien negra, unos pelos parados, ancho, petisón, gordo; vos te dabas cuenta, y él lo decía, que era descendiente de indios.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, Barrio El Canal, 08-IV-2012]

En Villa Independencia, Sayago podía disfrutar de una de sus grandes pasiones: los caballos. En tal sentido, solía compartir con algunos de los habitantes permanentes de la localidad largas cabalgatas en busca de disfrutar de la belleza de los paisajes serranos y la hospitalidad de su gente:

“Nosotros hacíamos cabalgatas con el doctor Sayago. A veces nos juntábamos 40 o 30, y nos íbamos a Cuesta Blanca, que no había nada. No estaba ni loteado Cuesta Blanca. Vivía el padre del casero del Dr. Sayago. El hombre tenía animales, así que un día hicimos un viaje allá. Ya nos esperaban con cabritos y todo eso. Fue hermoso. Cuando volvimos nos agarró la lluvia. Era un aguacero descomunal. Otra vez fuimos a Las Jarillas. No me acuerdo cómo se llamaba la institución religiosa que había ahí. También fuimos a andar un poco, comer cabritos y todo eso.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, op. cit.]

Además de las cabalgatas, a Sayago le encantaban los higos que se podían recolectar en la época veraniega. Pero, debido a que las higueras se encontraban en un lugar de difícil acceso, solía ir con el joven Gerónimo “Mito” Llanos para que éste le alcanzase los higos. Así lo recordaba tiempo atrás el inolvidable Mito:

“Y le gustaban mucho los higos. […] Había que subir por la calle de la escuela Bernabé Fernández y ahí había un camino que subía la quebrada hasta llegar arriba de la sierra, bajás como un kilómetro y allí hay un lugar de muchas vertiente, y las higueras están en lugares donde hay muchas vertientes. [Sayago] llevaba esos tarros que venían antes de cinco litros de aceite, y él llevaba uno, yo llevaba otro que atábamos [a los caballos] con unos tientos para no llevarlo en la mano así no nos cortaba el alambre de la manija. Así nos íbamos con él a caballo a cortar higo. Él me llevaba porque yo me tenía que subir de la higuera, cortarle los higos y luego alcanzárselos. Con él habremos ido cuatro o cinco veces a buscar higos para allá.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, op. cit.]

Cuando nos contaba sus anécdotas con el doctor Sayago, Mito también rememoraba el afecto que éste tenía hacia su abuela, con la que solía compartir charlas amenizadas por los mates que ella misma le cebaba. También había cultivado amistad con su tío, quien le cuidaba los caballos que utilizaba para viajar por las sierras:

“Él tenía caballos, y cuando se iba a Córdoba los dejaba en el campo de mi abuela; se los cuidaba Lino Quinteros, un tío mío. Cuando él venía en verano se llevaba los caballos a su casa, para él y el hijo. […] Era muy amigo de mi abuela. Mi abuela cebaba mate con yuyos, peperina, té de burro, con esas cosas de los molles, y hacía esas tortillas con grasa, y como ese hombre era de allá comía todas esas cosas. Y de ahí fue la amistad que tuvo con mi abuela, y como dejaba los caballos en invierno…” [Ibíd.]

Un hombre comprometido en todo momento

Si bien Sayago buscaba en Villa Independencia la tranquilidad que no le brindaba la ciudad, no por ello dejaba de estar al tanto de las vicisitudes políticas de la época. En especial, y como pudimos comprobar, hubo un hecho que marcó para siempre su actividad profesional, y fue el golpe de Estado de junio de 1943. Acérrimo defensor de los principios democráticos, su oposición al régimen militar le valió sus cargos universitarios. Pese a ello, nunca bajó los brazos y siguió luchando por sus ideales en todas las situaciones y contextos posibles. Aún en aquellos que, a priori, no acostumbraba a utilizar para estos fines, como sus días en la villa serrana.

Luego de ser depuesto de sus funciones en noviembre de 1943, se dirigió como era costumbre a su casa de veraneo. Todavía sensibilizado por lo que había pasado, un día de ese verano reunió a varios jóvenes del lugar para hablarles de la importancia de defender la democracia, algo que quedó para siempre guardado en la memoria de quienes escucharon de su voz tan elocuentes palabras, como Horacio Bardi:

“[…] Entonces, junto con el doctor Lafalle, [Sayago] nos reunió a los jóvenes en el río, en la costa -porque su casa daba al río- para hacernos una arenga. Fuimos los jóvenes más o menos de mi edad. Nos juntó para arengarnos y hacernos ver lo que era la democracia. […]

-¿Qué les dijo Sayago en esa arenga?

-Nos decía que teníamos que pensar lo que es la libertad, como debíamos comportarnos y pensar que teníamos que tener presente la libertad de la persona. Estuvo muy bien. Fue un momento muy lindo realmente. Fue una mañana, cerca del mediodía. Nos reunieron él y el doctor Lafalle; pero el que habló fue Sayago.” [Entrevista al Sr. Horacio Bardi, Villa Independencia, 29-X-2011]

Pero no sólo Sayago no dejaba de lado sus convicciones políticas en sus tiempos de descanso; en ciertas ocasiones, también disponía de sus conocimientos para tratar a algún vecino aquejado por la tisis. Uno de ellos fue el célebre músico andaluz Manuel de Falla, quien al enterarse de la presencia en Villa Independencia de uno de los más afamados tisiólogos del país decidió consultarlo y tratar así de calmar el sufrimiento que le causaba la enfermedad:

“A Manuel de Falla lo atendía Conde, pero él no era tisiólogo. Manuel de Falla se entera de este doctor [Sayago], y viene y lo ve. Y Sayago empieza a curarlo a Manuel de Falla y se siente bien.” [Entrevista al Sr. Gerónimo “Mito” Llanos, op. cit.]

Una terrible pérdida signa los últimos años de su vida

Como todos los que los conocieron, el doctor Sayago sentía un especial afecto por su hijo, a quien todos los vecinos de la villa solían conocer como “Charles” o “Charlie”. Según De Simone, Gumersindo hacía todo lo posible para que su hijo continuase la profesión donde él tanto se había destacado. A tal fin, “[…] para que no se distrajera él le estaba pagando la Facultad de Medicina en Buenos Aires. Se iba en avión y él se iba a verlo rendir allá.” [Entrevista al Sr. Rafael Guillermo De Simone, op. cit.]

Gran amigo de Ennio Luengo y Rafael De Simone, Charlie solía compartir con éstos varias travesías en caballo por los senderos serranos. Un día, ya recibido de médico y con una beca para ir a estudiar a Alemania, decidió montar un equino que se mostraba bastante indócil. Tras iniciar la cabalgata sufrió a pocos metros un grave accidente, cuando cayó del caballo y golpeó con su cabeza en el suelo. Lamentablemente, las heridas recibidas fueron de tal gravedad que, a pesar de los esfuerzos por atenderlo en la clínica del Dr. Eugenio Conde, dejó de existir en un lapso muy breve de tiempo. Ennio, quien mantiene aún un vívido recuerdo de su amigo, fue testigo principal de aquella trágica jornada, la cual, según sus palabras, nunca más pudo olvidar:

“Yo era muy amigo de los Sayago, y aparte le gustaba al viejo porque yo escribía. Charlie iba siempre a visitarme. Un día me va a visitar a caballo –le gustaba mucho andar a caballo, tenían unos caballos hermosos- y estuvimos charlando un rato largo; cuando está por irse, recuerdo que al caballo lo tenía atado a un chañar que había entonces frente a mi casa y el caballo no se dejaba montar. Le dije: “Charlie, lleválo de tiro”. Eran cinco o seis cuadras. “No”, decía, era muy orgulloso. “Lo voy a montar” Bueno, tanto jodió –hablando mal y pronto- que se pudo subir, y salió galope tendido hacia abajo. A una cuadra de mi casa se produjo un tierral, y vi que se paró el caballo. “Uy”, decía y me reía. “Lo volteó”. Cuando se va la tierra estaba tendido en el suelo el Charlie. Llegué yo, lo levanto -estaba en coma- y venía un Ford 8 (modelo) 1938. Fue tan duro… Recuerdo que antes de salir de casa me dijo que se iba a ir a estudiar medicina a Alemania, y fijate que le digo: “Bien hecho, hombre, a vos que te gusta la medicina” “Mirá, me dice, porque total hoy estamos y mañana no estamos”. Llega el Ford 8 y le digo: “Por favor, llévenlo a una clínica en Carlos Paz, a la clínica Conde”. Me dice: “Espere, soy médico yo”. Lo mira y dice: “Sí, vamos”. Lo llevaron a la clínica Carlos Paz, y no sé quién le avisó enseguida a Sayago que vino pronto. Dicho sea de paso, admiraba el temple del viejo (viejo para mí), ni un gesto. Me dice Conde: “Salí, porque te vas a desmayar”. Bueno, me salí. Ya estaba muerto, prácticamente.” [Entrevista al Sr. Ennio César Luengo, Santa María de Punilla, 16-IX-2012]

La muerte de “Charlie” Sayago fue un golpe durísimo para la familia, la que ya había sido tremendamente afectada por la muerte de una de sus hijas algunos años antes. Ennio Luengo, quien por entonces tenía 30 años [teniendo en cuenta que había nacido en 1927, suponemos que el hecho tuvo lugar en el año 1957], aún no olvida cómo la madre de Charlie estaba afectada por lo sucedido, sin poder superarlo:

“Yo era muy amigo e iba siempre a visitarlo a Sayago, pero después que murió Charlie fui unas pocas veces más. Doña Susana me llamaba, me llevaba al dormitorio y me decía: “Vení, decime cómo murió Charlie”. Fui una, dos, tres veces, y me hace mal, y no fui más porque, pobre, me preguntaba siempre lo mismo y por eso me alejé, porque me daba pena.” [Ibíd.]

Como vemos, el recuerdo de Charlie y su muerte en la villa tuvo un hondo impacto en la familia. Poco tiempo después, más precisamente en 1959, el doctor Gumersindo Sayago fallecía en la ciudad de Córdoba, quedando del núcleo familiar original compuesto por cinco miembros sólo su esposa y una de sus hijas. Éstas últimas continuaron sus vidas en la ciudad de Córdoba, mientras que aquellos días en que la familia pasaba sus temporadas estivales en la villa serrana pasaron a ser un recuerdo cada vez más lejano.

En este contexto, la casa de la familia Sayago pasó a otras manos, y hoy, pese a las modificaciones sufridas, todavía es posible admirar parte de la fachada de lo que fuera la pintoresca morada del gran médico. Sus muros, como la memoria de los vecinos que lo conocieron, son los últimos testigos del paso de Sayago por estas tierras, aunque su huella quedó tan firmemente impresa que no hay olvido ni ignorancia que puedan borrar una vida dedicada al progreso y la justicia social.

Fuente: www.lajornadaweb.com.ar/

Por José Antonio Casas / Profesor en Historia

lunes, 20 de enero de 2025

Tiempo legendario

 


Se sabe, Santiago vivió su tiempo legendario, en épocas no tan lejanas. Apenas hay que dar vuelta para atrás unas páginas de la historia, para encontrar algunas de las leyendas fundacionales de la provincia. Están a la vuelta de la esquina. De las tres más importantes, el Linyerita de la Belgrano y vías, el bulón de oro del puente Carretero y los túneles que salían de la casa de Juan Felipe Ibarra, dos no han cumplido un siglo. Esto quiere decir que están vivos algunos de quienes fueron testigos de esas leyendas. O sus hijos, que si son ciertas las afirmaciones sobre las verdades de la transmisión oral, vienen a ser testigos casi de primera mano.

El Parnaso santiagueño tiene sus dioses, semidioses, héroes, mitos, próceres mayores y menores. Y sus antihéroes. Siempre, por supuesto, más aquí de la Telesita, la Almamula y otros seres que poblaron estas tierras en la prehistoria y que son justamente recordados por el folklore más antiguo. Y algunos personajes anónimos que se colaron para siempre en la eternidad, con algún gesto que hace que todavía hoy sigan presentes en el recuerdo popular.

Hubo un tiempo luminoso de la ciudad, recordado por vates de la altura de Jorge Rosenberg o historiadores de vivencias, como Pedro Rojas Cuozzo.

En la Urquiza y Belgrano había un puente y desde allí el agua corría calle abajo hacia la Roca, recordando a todos que el pasado campesino estaba a la vuelta de la esquina, apenas pasando el barrio de las Catalinas. El estadio de Central Córdoba, en el que a veces las hinchadas desean la muerte de los rivales, era el cementerio de la ciudad, barrio de Cantarranas, según los memoriosos. Para el otro lado, en lo que hoy es pleno centro todavía, Cachi Pampa no imaginaba las campanas de San Roque siempre puntuales, llamando a misa.

Y en medio de ese Santiago que despertaba a inventos modernos que al fin llegaban, un joven Vicente Gigli, tomaba fotografías, inmortalizando para siempre una leyenda que, gracias a sus hijos y sus nietos sigue vigente. Santiago sería mucho menos, si no se hubieran levantado registros gráficos de lo que sucedía, porque la historia no es lo que sucedió sino lo que se sabe que sucedió.

Fuente: revistaelpuntoylacoma.blogspot.com.ar/

"Coquito" Cáceres, el bohemio cantor

Coquito Cáceres” era un personaje que deambulaba por la noche santiagueña con su guitarra y su cigarro en chala que, a la hora que llegaba al Rincón, ya venía con algunas copas de más y hacía su entrada triunfal entonando grandes versos que luego perduraron en la memoria de los habitués.


                                                                                                

Por Roberto Vozza

Para las tres últimas generaciones de santiagueños, hablar de “Coquito” Cáceres y de su bohemia guitarrera y poética es una novedad. Para aquellos que pasamos el medio siglo de vida, su nombre forma parte del folclore ciudadano vuelto personaje y por ende sigue siendo inolvidable e irrepetible.

Muy poco se puede referenciar puntualmente de él. Se dice que a mediados del siglo pasado llegó desde su pueblo natal que habría sido en la provincia de Buenos Aires para formar parte de un espectáculo denominado “100 guitarras”. Pero comentan que fue tal su mala fortuna, que “ovillado en el alcohol” como refiere la zamba que a él le dedicaron, se cayó en la desaparecida acequia de la Avenida Belgrano y su traje blanco con el que se acordó debían llevar los integrantes de esa numerosa formación de músicos en la actuación prevista quedó amarronado y sucio. Coquito se vio por ello impresentable para actuar; pero aquel episodio le marcará la decisión de permanecer desde entonces y hasta su muerte en suelo santiagueño.

Y así comenzó a deambular por la noche con su guitarra y su cigarro en chala, con la consabida parada en el desaparecido “Rincón de los Artistas” de la entonces calle Tucumán, para entonar estrofas o recitar antiguos poemas gauchescos que habrían de perdurar en la memoria de los concurrentes a aquel salón donde el folclore se engalanaba con la presencia de artistas populares.

Su propietario, don Pedro Evaristo Díaz, protector de los humildes músicos y poetas que allí se refugiaban, habría de darle albergue y cuidar a Coquito con el paso de los años en su casona de Avda. Moreno casi Alsina.

Ovillado por el vino
tu canto eriza la noche
y al escuadrón guitarrero tu voz
con el lucero lo esconde.
Y al escuadrón guitarrero tu voz
con el lucero lo esconde.

Con estos descriptivos versos de su personalidad, el poeta Marcelo Ferreyra (Cola i’ Gallo en el ambiente) se inspiró para dedicarle esta “Zamba para un bohemio guitarrero”, a la que aportó su sensibilidad musical Carlos Carabajal.

“Coquito” era de baja estatura, pelo encanecido, con visibles arrugas en la frente y el rostro más su voz aguardentosa al hablar y cantar, que le conferían, ya bien entrado en edad, esa particular semblanza del personaje bohemio que convocaba a la diversión de quienes lo rodeaban en la calle siempre con su modesta guitarra a la que un día, dijo “tuvo que venderla para comprar cuerdas”. De allí que, de boca en boca, como ese gracioso dicho, se fueron conociendo presuntas anécdotas que hoy la memoria puede rescatar.

Guitarrero enamorado
abrazao' a la pobreza
miras del cielo llorando el ayer
las estrellas con tristezas.
Miras del cielo llorando el ayer
las estrellas con tristezas.

Una de las más graciosas que se le recuerda fue aquella cuando antes de interpretar un tango dijo: “Quiero contarles a ustedes esta hermosa historia… Una historia de amor… Cuando Carlos Gardel vino a actuar a Santiago conoció a una santiagueña con la que mantuvo un breve romance. Luego se fue y nunca más volvió sin saber que había gestado un hijo… Señoras y señores, voy a cantar de Le Pera y mi papá… “Volver”

Solito como la urpila
Coquito Cáceres canta
canta pechando la pena en su voz
de su bohemia atormentada.
Canta pechando la pena en su voz
de su bohemia atormentada.

Solía decir que Leo Dan era “su hijo” artístico, por cuyo motivo interpretaba “Adiós a las penas” del gran baladista santiagueño…O proponía hacer escuchar una canción en francés de su autoría titulada “Tu corazón es un témpano de yelo” y cuya letra decía… “ Ra taf taf taf taf taf… Meau… Meau… Meau…

Tu canto beben las calles
de mi pueblo santiagueño
cuando el silencio se hace soledad
y la noche ata el sueño.
Cuando el silencio se hace soledad
y la noche ata el sueño.

En folclore, una de sus zambas preferidas para cantar en cualquier esquina o bar de Santiago era la famosa “ Angélica“- Pero él la pronunciaba “ARGELICA”… y en medio de la interpretación solía detenerse para decir… “ viene la parte dramática”… “No olvidaré cuando en tu Córdoba te ví”…. por favor, me dan 10 pesos ahora”?

Indudablemente que estas ocurrencias de “Coquito” generaban un momento inolvidable y gracioso entre sus circunstantes.

Siempre estaba “atento” al convite del vino a cambio de alguno de sus reideros cantos, pero cuando la copa no llegaba se tornaba remiso para ello.

En una ocasión, rodeado de un grupo de jóvenes en una confitería céntrica, asumió tal postura negativa.

Fue entonces cuando uno de los presentes mirando al mozo le dijo…” un vino, por favor!!!”. Inmediatamente Coquito respondió… “zamba va…”

Madurando carnavales
tu guitarra moja el alba
y en el remanso de tu corazón
una chacarera baila.
Y en el remanso de tu corazón
una chacarera baila.

Él se sentía artista, convencido de sus “dotes” como cantor y recitador, y hasta se animaba a juzgar a quienes se consideraban lo mismo para animarse a juzgarlo con tono sentencioso y decirle a uno de ellos por ejemplo… “ vos no puedes cantar, porque te falta mímica”…

Un día cualquiera de un año cualquiera, Coquito Cáceres se fue de este mundo. Muy pocos lo deben haber sabido…Un silencio envolvió su muerte. Tampoco fue noticia en los diarios…El bohemio guitarrero no obstante dejó una inolvidable impronta para sumarse a la ya extinguida lista de los personajes populares que tuvo el Santiago de ayer.

Solito como la urpila
Coquito Cáceres canta
canta pechando la pena en su voz
de su bohemia atormentada.
Canta pechando la pena en su voz
de su bohemia atormentada.

Fuente: mileniomdq.blogspot.com.ar/

El barrio de Cantarranas

 


CANTARRANAS fue un barrio de la ciudad. Lo menciono en pretérito, seguro de que gran parte de la población actual, lo desconoce por el nombre que le dió características inconfundibles a fines de siglo.

Desapareció con él, cediendo a los impulsos del progreso, un típico arrabal de Santiago. La vieja ciudad fué desprendiéndose poco a poco de sus cuadros ambientales, para estrenar vistosos y extraños ropajes, como obligado tributo a las imposiciones del tiempo. Mudó su atuendo, sin quererlo quizás; pero enamorada de su estirpe guardó en la arcaza donde su pasado, el recuerdo de una época, que caracterizó como ninguna otra, su auténtica fisonomía criolla.

El viejo barrio fué una prenda más que se arrumbó en el olvido. Habrá muchos, sin embargo, para quienes la evocación de su nombre sea el despertar de un largo sueño de inconstancia. Revivirá el recuerdo de pecaminosas aventuras, más gratas cuanto más lejanas; pero rememorará pasadas ilusiones que se esfumaron con la veleidad de su capricho; restañará profundas heridas de amargos desengaños; y como el toque del Angelus, sonará en los pechos para abrir el cofre de las afecciones más puras y de las más dulce reminiscencias.

TÍMIDO y humilde el barrio de Cantarranas se arrinconaba entre las vías del Central Córdoba y la avenida Moreno. Lo cerraba hacia abajo el blanco salitral del campo de Las Carreras, y entre éste y la cintura verdosa de las primeras quintas que daban al poniente, destacaba sus líneas renacentistas el chalet del Dr. Corvalán.

Le dieron fisonomía un antiguo cementerio, que ocupó el solar donde hoy muestra sus jardines la plaza San Martin, y vastas excavaciones siempre llenas de agua, vestigios de abandonados tabiques, en las que al caer la tarde los batracios atormentaban con Su incesante croar. Característica tan original fué captada por la fácil imaginación de nuestro pueblo, y lo que nació como ingeniosa humorada de algún noctámbulo divertido, terminó por imponerse como denominación de todo el barrio.

Su suelo salitroso fué hostil a los cultivos. Aisladas isletas de jumes y cachi yuyos surgían en aquella pampa de tierra floja y arenosa, y cuando entre ellas levantaba su redondeada copa un algarrobo o un tala, era la señal segura de que a su sombra se resguardaba la humilde casita de un morador criollo.

Hurafio e inhospito, albergaba, sin embargo, una población modesta, laboriosa y buena. Allí hundieron sus raíces los viejos troncos de algunas familias de tradición en nuestro me- dio, y en él encontraron las falanges de la guerra civil al soldado incansable, valeroso y digno.

Conservó hasta hace pocos años, en celosa custodia, los rasgos que le dieron nombre y ambiente; y si bien es cierto que los avances del progreso lo van transformando, no lo es menos que sobre los restos de su afanoso pasado conserva el ponderado empaque que le dió menta y fama.

EL antiguo cementerio se construyó en el 59 por suscripción pública. Fué el primer enterratorio secular y se conservó hasta el 87 en que se le dio el emplazamiento actual. Daba frente al naciente, y en el espacio que hoy ocupa la cancha del club Central Córdoba, se abría una amplia plaza que servía de refugio a las carretas y arrias de mulas que llegaban de las provincias andinas, cargadas de productos regionales.

La llegada de un convoy era motivo de justo regocijo. No ya sólo el animado trajín de los negociantes que se disputaban la adquisición de las primicias, sino también la novedad de los forasteros que entusiasmaban a los mozos del barrio con el halago de sus golosinas y el deleite de sus canciones en esas largas noches a cielo raso.

Los viejos vecinos recuerdan aún el espectáculo pintoresco de esas ferias y no se cansan de ponderar la variedad, exquisitez y baratura de sus productos. Un barrilito de aguardiente a un peso, el de vino a dos Ristras de ore- jones y de pasas. Quesos y Patay. Todo en abundancia y por muy poca plata,

Un convoy sucedía a otro y de esta suerte, la actividad comercial del barrio se mantenía en constante ritmo, provocando entusiasmo y vocación por este género de negocios. No fueron pocos los vecinos que encontraron en ellos un género de vida cómodo y provechoso; y esta situación de envidiable preeminencia se mantuvo hasta varios años después del 84, en que, como se sabe, llegó el primer ferrocarril a esta ciudad.

EN la esquina actual, formada por la calle Pedro León Gallo y la avenida Colón, a la derecha de la acequia pública se levantaba el cuartel de la guarnición local. Dos amplios salones, destinados a depósito de armas y asiento de la guardia, separados por un ancho zaguán, daban a la avenida.

Más al fondo, otras construcciones proporcionaban alojamiento a los je- fes y tropa. Se le llamaba "El Polvorín" y había sido construido en los primeros años del gobierno de Ibarra. De tipo colonial, su factura era de material cocido y tejas, estando rodeado por un amplio campo de adiestramiento que se extendía hacia el lado de arriba y al poniente.

Allí alojó Ibarra en el año 40 su famosa "División de los Libertadores". La componían setecientas plazas y era su jefe el coronel don Francisco Ibarra, hermano del gobernador. Bien equipada, estaba lista para oponerla a la coalición del Norte, que con Avellaneda en Tucumán, Solá en Salta, Alvarado en Jujuy, Cubas en Catamarca, Brizuela en La Rioja, Fragueira en Córdoba y Martín Herrera en Santiago, amenazaba seriamente el poder de Rosas y sus secuaces.

Pero ocurrió un o insólito Al mediodía del 24 de septiembre de aquel año, ruido de armas y voces de mando turbaron la calma secular del barrio. La división de los Libertadores se sublevó al grito de "Viva la patria", "Muera el tirano Ibarra". El comandante Rodríguez y los oficiales Herrera, Fulco y Roldán, fueron los je- fes visibles de los amotinados.

La noticia llegó a la casa del gobernador, ubicada en el solar donde hoy se levanta el teatro 25 de Mayo, en circunstancias que éste se encontraba a la mesa, acompañado de su ministro Dr. Gondra, el jefe de la División y algún otro familiar. De inmediato el coronel Ibarra, a todo galope y seguido del capitán Albornoz y un asistente se dirigió al cuartel, seguro de que su sola presencia bastaría para apaciguar a los revoltosos. En lugar de entrar por la amplia puerta de la guardia, lo hizo por los fondos que daban a la actual calle San Martín. La presencia del jefe, hombre de ponderado valor y reconocido coraje, produjo un momento de vacilación entre los sublevados, pero bien pronto se renovó el empuje y el coronel Ibarra caía mortalmente herido, por sus propios soldados, en el campo de su comando.

Si bien triunfó el levantamiento, la falta de decisión de sus jefes, dió tiempo a Ibarra para reunir gente y retomar el gobierno. Muy caro costó a los revoltosos el afán de su aventura. Ya en el poder, el gobernador castigo despiadadamente a los cabecillas, y los nombres de Herrera. Rodríguez, Unzaga, Libarona y otros, se inscribieron en las tablas de sangre de aquella época luctuosa.

En memoria de don Pancho Ibarra, que así llamaban al mártir de esa triste Jornada, se levantó una gran cruz de quebracho con leyenda alusiva la que se conservó hasta fines de siglo en el ángulo sur de la intersección de las actuales calles San Martín y Colón.

EN junio del 80 conmovió al barrio un suceso impresionante. Desde el amplio carril (hoy calle Pedro León Gallo), se divisaba hacia el centro una masa informe que avanzaba lentamente, mientras llegaban ecos de órdenes y ruidos de voces, casi apagados por los sones de músicas marciales.

Momentos después, una larga caravana pisaba los umbrales del barrio. Carros y más carros, cargados de hombres con disimulada sonrisa en los labios, marchaban pesadamente bajo la custodia de soldados del 9 de Línea; mientras muchos más, mujeres y niños, seguían a pie en apiñada columna, como piadoso séquito de una postrer despedida.

 

¿Qué sucedía? El gobierno de la provincia enviaba a Buenos Aires su contribución de hombres, para sostener a las autoridades nacionales amenazadas por la revolución de Tejedor.

La columna dobló frente al "Polvorín", siguiendo por la hoy avenida Colón hasta encontrar el camino real (calle Libertad) que la conduciría a San Pedro, la estación más próxima del entonces ferrocarril Córdoba a Tucumán. Sin otras alternativas que la incomodidad de los medios de locomoción, pues cada carro llevaba diez o doce personas, el convoy continuó su viaje siempre rodeado de hombres, mujeres y niños, que no se resignaban a separarse de sus seres queridos. Estos abnegados acompañantes, algunos a pie y otros a caballo, siguieron la caravana a más de cuatro o cinco leguas afuera, hasta que, agobiados de cansancio, volvían, uno a uno, pesarosos y tristes, con la amarga desazón de un empeño inútil.

Era gobernador de la provincia .en ese entonces don Pedro Gallo. El reclutamiento fué obligatorio y la medida causó profundo desagrado en la población. El dia de la partida todo el pueblo se volcó para despedir a los que marchaban; unos por cumplir un humano deber; otros, quizás los más, por curiosidad. El gobernador dirigía los preparativos del viaje montado en un hermoso caballo blanco. Las mujeres lo rodeaban y se prendían a las riendas, para suplicar anhelantes la libertad de sus familiares; pero aquél, impasible y con despiadada energía, repartía latigazos sin respetar sexo ni edad, lo que ahondó el descontento y exacerbó los ánimos,

En realidad de verdad, el reclutamiento del 80 no tuvo calor popular. Los hijos de Santiago, que habían contribuido con sus esfuerzos y su sangre para la organización definitiva de la República, no se hallaban ya con el ánimo dispuesto para arriesgarse en nuevas empresas políticas. Y mucho menos, en la que se pretendía embarcarlos, que al fin y al cabo respondía a intereses de grupo, discutibles como tales y ajenos a las preocupaciones de esta provincia. Faltaba igualmente, el estímulo de aquellos viejos caudillos, ya desaparecidos que se dejaban seguir al solo conjuro de sus nombres y que rubricaron en hazañas memorables, por todos los campos de la patria, el valor y corazón del soldado santiagueño. En tales condiciones, la nueva contribución de sangre que se impuso, tenía necesariamente que ser impopular e inoportuna.

Igual contingente partió el año 20 aunque esta vez por ferrocarril, desde la estación del Central Córdoba. En ambas ocasiones, los santiagueños llagaron a Buenos Aires cuando ya las hostilidades habían cesado. Más valía así. La leva se hizo sin ninguna selección, enrolando a la fuerza hombres de todas las edades, sin la menor noción del manejo de las armas. Carecían de instrucción militar, y mal alimentados y peor vestidos llegaron a destino en condiciones deplorables. En tal situación, habrían sido llevados a un sacrificio inútil, si la marcha de los acontecimientos no hubiese determinado un cambio de frente.

ME transporto en el recuerdo y contemplo, no sin cierta emoción, mi viejo barrio de Cantarranas de principios de siglo. El cementerio y la plaza de la feria habían desaparecido, y un espeso monte de jumes y cachi yuyos los cubrían por completo. El alto matorral adquiría formas fantásticas en la noche y desde aquella profunda oscuridad en la que a veces se engarzaba la parpadeante luz de alguna vela, puesta por manos cristianas como devoción a las ánimas- llegaban un rumor de fantasía y un háiito de superstición y de miedo.

Del "Polvorin" no quedaban más que el muro, cubierto totalmente por la maleza. Los niños llegábamos algunas veces, hasta aquellas ruinas y nos entreteníamos en separar uno por uno sus viejos ladrillos, profanando aquel solar que fué testigo mudo de un lar go proceso de nuestra historia provinciana.

Las excavaciones, llamadas lagunas por los vecinos, quizás por semejanza, que en otros tiempos fueron famosas y dieron fisonomía y nombre al barrio, Iban cegándose poco a poco. La más grande ocupaba el tramo de la calle Santa Fe, entre Sarmiento y San Martin, extendiéndose hasta más de la mitad de las manzanas colindantes. Había otra sobre San Martin, frente a la plaza del mismo nombre y una tercera en San Luis, entre Sarmiento y aquélla.

En época de lluvia se unían, formando una sola masa de agua entre las avenidas Moreno y Colón, haciendo difícil el tránsito y fomentando la aparición de sapos y ranas que mantenían la sonora tradición del barrio. Pasadas las lluvias, comenzaba la afloración del salitre, mientras la tierra firme se volvía negra, en partes retinta, por obra de su descomposición. Bien pronto, el viento se encargaba de esparcir en densos nubarrones aquel polvo areno-salitroso, poniendo a prueba la resistencia y constancia de sus moradores.

Predominaban los baldíos y las casas llamadas de parapeto eran muy pocas. Las habitaciones consistían, en su mayoría, en piezas de media agua, construidas con material cocido y muchos ranchos diseminados sin responder a un ordenamiento edilicio. Los únicos edificios de importancia que se levantaban, eran la escuela Zorrilla y la estación del Central Córdoba.

Las pobladores del barrio eran gente sencilla y de trabajo Conservaban las costumbres del patriarcado criollo y preferían el trabajo independiente de la artesanía a las otras formas de contratación laboral. Se desempeñaban en sus propias casas y eran maestros consumados en sus respectivos oficios.

Las mujeres fueron hábiles en las labores domésticas y renombradas en el amasijo. No será fácil olvidar las empanadas de doña Ermilia, los chipacos de doña Segunda, los panes y Toscas de doña Transito.

Más tarde, las principales tiendas de la ciudad implantaron el sistema de la costura de confección, lo que hizo desviar la vocación de las más Jóvenes hacia esa nueva forma de trabajo, alentadas con la perspectiva de medio de vida más cómodo y de mayor distinción.

Habla muy pocos negocios. La panadería de doña Manuela y don Ma-to, ubicada en Pedro León Gallo y Santa Fe, gozaba de celebrada fama por sus riquísimos blacochus, Instalados frente a frente, en la antigua quina de Sarmiento y Santa Fe, estaban los dos únicos almacenes que proveían de artículos alimenticios y que pertenecieron a don Victorio Terera y a un español conocido por el Rose de Prolo.

El vecindario se proveía de agua para beber en la bomba del ferrocarril, utilizando para otros menesteres la salobre de los pozos de balde, que se habilitaban en cada casa con muy poco esfuerzo, pues el agua se encontraba a menos de dos metros. El baño se hacía en la acequia de la avenida. Colón. Los espesas jumes que la bordeaban servían de natural reparo, pues como no se usaban mallas, había que buscar la forma de resguardarse de las miradas furtivas. Los hombres lo hacían en lugar aparte. Sólo los niños tenían el privilegio de frecuentar uno y otro bando. Está demás decir que el baño era función de verano ya que en invierno, eran muchas las dificultades que se oponían para practicarlo con frecuencia,

A vida se desenvolvía tranquila y sin 'alternativas dignas de mención. Las horas del dia se controlaban al son de la campanita de la escuela Zorrilla, y en la noche las campanas del reloj del cabildo se dejaban oír impresionantes en aquel profundo silencio.

Fuera de alguno que otro acontecimiento familiar que congregaba a los más allegados, el motivo principal de reunión lo constituían las celebraciones religiosas. Las familias principales tenían siempre alguna imagen que concitaba la devoción del vecindario. El dia de la festividad se reunían para acompañar al santo y velarlo durante la noche, entre rezos y cánticos. La ocasión era, además, propicia para estrechar amistades, extendiéndose en amenas conversaciones sobre temas intrascendentes, matizadas de vez en cuando, con dimes y diretes sobre la vida y andanzas de algún indefenso mortal. Los dueños de casa se esmeraban por dar al acto la solemnidad debida y los vecinos se hacían presentes con ofrendas de velas, sin faltar tampoco, los que cumpliendo una promesa se prestaban para ayudar a servir café, caña o masitas a la concurrencia.

Fue muy nombrado el velorio del Amo Jesús, que tenía lugar la noche del miércoles santo en casa de los Miranda. El calvario se armaba con cañas y ramas de árboles en un rincón de la amplia habitación que daba a la calle Pedro León Gallo. Entre Flores y gajos de albahaca, emergía la imagen del Nazareno con la Dolorosa a su lado, mientras a sus ples, ardía toda la noche un enjambre de velas.

Se rezaba hasta el amanecer, alternando con cánticos religiosos que se acompañiaban con flauta, clarinete y trombón. Las niñas hacían gala de sus condiciones artísticas y los músicos Acosta, Herrera, Nolasquito y el negro Chagaray confirmaban su bien ganada fama de ejecutantes sacros.

El nacimiento del niño Dios se realizaba en casa de la familia Ludueña que vivía en la misma calle Pedro León Gallo casi esquina avenida Colón. El motivo de la recordación era distinto y por consiguiente la celebración tenía otro carácter. Pasado el oficio religioso, comenzaba el baile que se prolongaba hasta el amanecer. La calidad del padrino garantizaba la esplendidez de la fiesta, pues por fuerza de la costumbre debía ser su principal mantenedor.

Merecen igual recordación, el velatorio de la Virgen del Valle en casa de la familia Carabajal, el de San Gil en lo de Leiva, y el de la Virgen de las Mercedes en casa de los Coronel.

Como no podía ser menos, también el barrio tuvo sus políticos y sus vecinos fueron entusiastas y apasionados en las luchas cívicas.

Allí vivieron los hermanos Salvatierra, de reconocido coraje y decisión, elementos incondicionales de don Pedro García, con quienes éste armaba sus revoluciones, que pusieron en jaque, más de una vez, a varios gobernadores. Lo recuerdo también a don. Nicanor Salvatierra. Era alto, morocho y de porte distinguido. Vivía en una lujosa casa de la calle Pedro León Gallo y avenida Moreno y se le veía salir en un magnífico coche tirado por dos hermosos troncos, concitando la admiración de chicos y grandes. Fué una figura prominente de la política santiagueña y llegó a ocupar altas posiciones públicas. Tuvo sobrados motivos para vincular su nombre al barrio y es así, como por pasión o por afecto, amigos y adversarios le llamaban "el Conde Cantarranas".

Sólo conocí de vista a don Nicanor y no tuve oportunidad de tratarlo. En cambio supe apreciar desde bien niño a otro caudillo del barrio, más modesto, pero de un gran corazón. Lo nombro a don Crescencio Carabajal. Fué el prototipo del santiagueño auténtico. Sencillo, afectuoso, desinteresado y valiente. De él podemos decir que fué guapo, en el doble sentido que tiene esta palabra en castellano culto y en la jerga popular. Caso curioso, le conocí militando siempre en la oposición. Las reuniones en su casa, el día del comicio, congregaban a todo el barrio y allí calamos hasta los niños, seguros de que habría empanadas para todos. Pero nuestra presencia no se reducía a ello solamente, Don Crescencio sabía ocuparnos en algo y recuerdo que cuando nos confiaba la búsqueda de los electores en el padrón para indicarles la ubicación de las mesas, nos sentíamos importantes, orgullosos de saber leer y confiados de que retribuíamos ampliamente la generosidad del dueño de casa.

DESPUES de ésta, para mí grata evocación del barrio Cantarranas de mis primeros años, no podría decir con el poeta, que todo está como era entonces. El progreso en su marcha implacable fué transformando intensiblemente el viejo barrio. Las gestiones da la Asociación Pro Fomento y Cultura del Barrio Oeste, cuyo edificio social se levanta en el mismo solar que ocupaba una de las tantas lagunas que le dieron nombre, tuvieron la virtud de concitar la acción del vecindario y llamar la atención de las autoridades, para culminar en el año 1928 con la instalación de las caferías distribuidoras de aguas corrientes y la construcción de la plaza San Martín. Ello abrió una ruta amplia al impulso vecinal, cada día que pasa, una nueva iniciativa acre- dita al acervo emprendedor de sus moradores, dando al barrio una fisonomía a tono con las exigencias de los tiempos que corren.

El barrio de Cantarranas está cambiado y hasta su nombre tradicional tiende a desaparecer para ser sustituido por el de un rumbo geográfico o el de una vía de ferrocarril.

No importa, es la ley fatal del progreso; pero si es verdad que el adulto se halla en el niño que fué, como el fruto que guarda en lo más recóndito el aroma de la flor que lo forjó en su seno, así seguirá Cantarranas siendo para muchos aquel barrio inolvidable, adentrado en el corazón por el afecto y vivo en la imaginación por su ambiente, sus costumbres y sus hijos.

Número del Cincuentenario * EL LIBERAL * 1898 - 3 de Noviembre