En el corazón reseco del norte argentino, donde el monte se
mezcla con el viento y la tierra cruje bajo el sol, Las Termas de Río Hondo
brilla como un espejismo. Un oasis que no debería estar ahí… pero está. Sus
aguas calientes —unas 5.000 fuentes subterráneas— han convertido a esta ciudad
en un polo turístico que recibe a más de 150.000 personas cada año. A simple
vista, todo parece prosperidad. La economía fluye, los hoteles se multiplican,
y las promesas de sanación brotan del suelo.
Pero debajo de ese esplendor burbujeante, algo no anda bien.
Muy en silencio, el recurso que lo sostiene todo empieza a agotarse: los
acuíferos se vacían, los pozos ya no brotan por sí solos, y la calidad del agua
se deteriora. Lo que antes era milagro, hoy es advertencia.
El Licenciado Osvaldo Santillán —autor del estudio que
inspira este texto— lo dice sin rodeos: “Estamos consumiendo el futuro termal
de la ciudad en nombre del presente”. Y es que, a veces, hasta un paraíso puede
morir de éxito.
Las Termas no existiría sin su base geológica. Está enclavada
en el piedemonte del Aconquija, sobre seis acuíferos que descansan entre capas
de arcilla. Es ahí donde se esconde el verdadero tesoro: aguas mesotermales de
entre 30 y 50 grados, que emergen cargadas de minerales y beneficios. Según
datos del Departamento de Hidrogeología (1995), los tres acuíferos más
profundos contienen aguas saladas que alcanzan los 57°C. Son ideales para
tratamientos terapéuticos.
Pero este sistema tiene un punto débil. Su recarga depende
casi exclusivamente de dos cuencas, Los Sosa y Lules, que, aunque reciben
lluvias abundantes —unos 3.200 mm anuales—, no logran reponer lo que se extrae
cada temporada. Es como llenar un balde con una cuchara… mientras se desangra
por abajo.
II. La fiebre del oro
líquido: sobreexplotación sin freno
Los números, francamente, asustan:
Más de 5.000 pozos funcionando al mismo tiempo en temporada
alta (de junio a agosto).
1.632 millones de litros utilizados en apenas 120 días. Algo
así como llenar 650 piletas olímpicas.
Un descenso del nivel freático de 2 metros en solo 23 años
(1975-1998).
“Cada hotel tiene su
pozo”, explica Santillán, “y muchos están mal construidos, lo que genera
mezclas peligrosas de aguas con diferentes propiedades”. El problema es que ya
no brotan por presión natural: ahora necesitan bombas. Lo que antes era un don,
hoy es una pelea contra el subsuelo.
III. Termalismo como
commodity: cuando el agua se vuelve negocio
En Las Termas, el agua no es solo un recurso natural: es una
mercancía. No se trata de uso público, sino de un insumo privatizado,
convertido en lujo. Algunos hoteles de alto nivel ofrecen baños privados con
630 litros por sesión… y hasta seis veces por día por habitación. Mientras
tanto, los vecinos de la ciudad ven cómo sus propios pozos se quedan secos.
La paradoja es hiriente: el 80% del consumo anual ocurre en
apenas 4 meses. Es un sprint de uso intensivo, sin pausa ni recuperación
posible.
IV. Balneoterapia:
entre la medicina y el marketing
La Organización Mundial de la Salud reconoce las propiedades
terapéuticas de estas aguas: ayudan a tratar enfermedades reumáticas, gracias a
minerales como el hierro, el yodo y el flúor. Pero en Las Termas, la ciencia
convive con el show. “Algunos hoteles ofrecen ‘aguas milagrosas’ sin control ni
supervisión sanitaria”, advierte un médico local. Y eso ya no es curación: es
marketing.
V. Infraestructura
turística: crecimiento a ciegas
El centro de la ciudad concentra 82 hoteles en menos de 30
hectáreas. Eso significa, en promedio, tres por manzana. Esta acumulación
extrema, sumada a la falta de planificación urbana, ejerce una presión
constante sobre los acuíferos. Es como apretar demasiado una esponja: termina
por secarse.
VI. Temporada vs
silencio: el alma partida de la ciudad
Durante julio y agosto, Las Termas se transforma. Hay vida,
movimiento, turistas que llegan —en su mayoría desde Buenos Aires— y calles que
laten. Pero cuando baja la marea, todo cambia. De septiembre a junio, el 80% de
los hoteles cierra. Las calles quedan vacías. “Es como si apagáramos la
ciudad”, dice una artesana que trabaja con totora, una de las pocas que sigue
resistiendo durante la temporada baja.
VII. Precariedad
laboral: trabajadores golondrina
Detrás del turismo termal, hay una realidad más cruda:
El 82,5% de los empleos son temporarios.
Muchos jóvenes deben migrar a la costa atlántica en verano
para poder subsistir.
Solo el 17,5% tiene empleo estable, en su mayoría en fábricas
de alfajores.
Es una economía que late a ritmo estacional, y que deja a
muchos varados cuando el agua se enfría.
VIII. El ciclo vital de
un destino: entre el apogeo y el desgaste
La historia de Las Termas sigue un guion conocido en el
turismo:
Fase de creación (1900-1950): primeros hoteles y pozos
naturales.
Fase de madurez (1950-presente): expansión con apoyo estatal.
Fase de obsolescencia (hoy): caída de niveles freáticos,
deterioro químico del agua.
El geógrafo Chadefaud (1987) habla de una cuarta etapa
posible: la reconversión. Pero para llegar ahí, la ciudad necesita tomar
decisiones urgentes:
Regular las extracciones con tecnología que permita monitoreo
en tiempo real.
Diversificar el turismo, más allá de la balneoterapia.
Generar empleos estables, que no dependan de un termómetro o
un calendario.
Conclusión: ¿renacer o
desaparecer?
Las Termas de Río Hondo encarna uno de los dilemas más
profundos del desarrollo en América Latina: ¿cómo crecer sin destruir aquello
que nos sostiene?
“Sin un cambio de
modelo”, advierte Santillán, “veremos cómo un paraíso termal se convierte en un
pueblo fantasma”.
La solución no es cerrar el grifo, sino abrir la mirada.
Repensar el vínculo entre turismo, ambiente y comunidad. Porque el tiempo
corre. Y el agua, también.
Datos que invitan a
pensar:
Cada turista consume, en promedio, 10.886 litros de agua
termal por temporada.
Solo el 7% de los visitantes son del NOA; la mitad viene de
Buenos Aires.
Más de 1.000 comercios viven de una actividad que dura apenas
4 meses al año.
Fuentes:
Santillán, O. (2016). El turismo y el recurso hidrotermal en
Las Termas de Río Hondo. UCSE.
Departamento de Hidrogeología de Santiago del Estero (1995).
Chadefaud, M. (1987). La evolución de los espacios
turísticos.
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