Por María Mercedes Tenti.
El problema planteado acerca de la fundación de Santiago del
Estero guarda estrecha relación con el carácter privado de la conquista
española y los conflictos jurisdiccionales generados como consecuencia. A
partir de 1535 sobrevino la ocupación más difícil de territorios con
poblaciones en estadio cazador recolector asociados a agricultura incipiente,
de menor densidad y de estructuras políticas y sociales más débiles. Así
comenzó la extensión de la conquista a lo largo de la costa del Pacífico por
Chile y la internación por la región del Tucumán -en el actual noroeste
argentino-, expandiéndose por el sur en búsqueda del puerto atlántico.
Los conquistadores Francisco Pizarro y Diego de Almagro
habían sometido a los quechuas en el Perú -conocidos genéricamente como incas-
a partir de 1532, aunque pronto comenzaron ellos y sus herederos una cruenta
guerra civil en la que ambos fueron asesinados; sin embargo, luego de sus
muertes las disputas continuaron sus beneficiarios y seguidores. La corona
española trató de apaciguar el enfrentamiento dividiendo el territorio y
cediendo a los pizarristas la zona peruana y a los almagristas la franja del
imperio que continuaba por el sur.
En lo referente a la exploración y reconocimiento de nuevos
territorios, en 1536 Almagro había incursionado por el Tucumán en su paso para
Chile, pero la primera expedición que penetró en espacio santiagueño fue la de
Diego de Rojas. El gobernador del Perú nombró en 1543 a Rojas para explorar la
región del Tucumán, ubicada más allá de la Puna, sin datos claros de su
extensión. Pasó por los valles Calchaquíes y los llanos tucumanos y, tras
continuos enfrentamientos con los aborígenes, penetró en territorio santiagueño
por las sierras de Guasayán. En la zona de Maquijata, en un enfrentamiento con
los tonocotés, Rojas fue herido con una flecha y, como consecuencia, murió. La
expedición siguió, recorriendo las actuales provincias de Catamarca, La Rioja y
norte de San Juan, hasta entrar en Córdoba y continuar rumbo al Paraná, de
donde regresó tras encontrarse con huellas de españoles que habían penetrado
por el río de la Plata y remontado el Paraná.
A mediados del siglo XVI, Pedro de la Gasca, presidente de la
Audiencia de Lima, que acababa de poner fin a la guerra civil en el Perú, se
vio en la necesidad de emplear a la soldadesca desocupada que promovía
desórdenes. Por ello encomendó a Juan Núñez de Prado que organizara una
expedición y fundara una ciudad para proteger el camino a Chile, informase de
las probabilidades de ocupación del territorio y facilitara la apertura de la
ruta al río de la Plata y la salida al Atlántico. Núñez partió de Potosí y el
29 de junio de 1550 fundó una ciudad en el valle de Gualán -actual provincia de
Tucumán- y le puso por nombre El Barco. Realizó el trazado del poblado,
conformó el Cabildo y distribuyó los indios en encomiendas. Estando allí
instalado se planteó el primer conflicto de jurisdicción con tropas chilenas
que, al mando de Villagra, lo obligaron a reconocer la dependencia de la nueva
ciudad respecto de la gobernación de Chile. Una vez que se retiraron Villagra y
sus hombres, Núñez de Prado desconoció su autoridad y decidió trasladar el
poblado. En 1551 lo ubicó en el valle de Quiriquiri -Salta- que estimaba
pertenecía a la jurisdicción de Charcas. Poco duró en esta ubicación ya que, al
año siguiente -quizás por los ataques de los aborígenes o por la posibilidad de
una nueva incursión de las tropas chilenas- la trasladó nuevamente a orillas
del río del Estero – hoy río Dulce-, cerca de la actual Santiago del Estero.
El gobernador de Chile, Pedro de Valdivia, por creer que El
Barco estaba dentro de sus territorios, designó gobernador de esta ciudad a
Francisco de Aguirre y lo envió a tomar posesión de ella. Su objetivo era unir
en una sola gobernación toda la tierra existente entre el Atlántico y el
Pacífico. Aguirre, apenas llegó a territorio santiagueño, en mayo de 1553, se
apoderó de la ciudad, designó nuevas autoridades, organizó el cabildo, apresó a
Núñez de Prado, lo envió prisionero a Chile y decidió trasladar la ciudad a
corta distancia de su antigua ubicación, por estar demasiado expuesta a las
crecidas del río. Finalmente, convalidó la fundación de una nueva ciudad
denominándola Santiago del Estero, el 25 de julio de 1553.
El acta de la fundación de El Barco nunca fue encontrada,
como tampoco la de Santiago del Estero. Es por ello que, en 1952, a pedido del
gobierno de la provincia, una comisión de historiadores de la Junta de Estudios
Históricos de Santiago del Estero, abalados por la Academia Nacional de la
Historia, determinó que Santiago del Estero había sido fundada por Francisco de
Aguirre el 25 de julio de 1553, basándose especialmente en dos actas del
cabildo santiagueño, del 14 de abril de 1774 y del 21 de julio de 1779 -es
decir de dos siglos posteriores a la fundación- encontradas por el presidente
de la Junta, Alfredo Gargaro, en archivos chilenos. En la primera de ellas, se
acordaba organizar la festividad de Santiago Apóstol el 25 de julio, "… en
memoria de que en días semejantes introdujeron las armas españolas el Santo
Evangelio y se hizo la primera fundación de dicha ciudad".
Como contrapartida, hay innumerables testimonios en
probanzas, cartas, relaciones, etc. -contemporáneas al hecho que nos ocupa- que
identifican ambas ciudades como una sola. Como ejemplo enunciaremos solamente
una de los más significativos: en la carta que escribió Francisco de Aguirre al
rey, el 23 de diciembre de 1553, sostiene: "… Porque habrá dos años
escribimos a la Audiencia de V.M. que reside en la ciudad de los Reyes lo
sucedido en esta ciudad de Santiago…" Como vemos hace referencia a 1551,
cuando la ciudad se llamaba El Barco.
Luis Alen Lascano, en su Historia de Santiago del Estero,
publicada en 1991, da a conocer el resultado de investigaciones realizadas por
Gastón Doucet -investigador del CONICET- en archivos de Sucre, que intenta
clarificar este confuso panorama. Según Doucet, documentos judiciales por él
encontrado -aunque nunca publicados-, mencionan el libro capitular de la ciudad
como iniciado el 29 de junio de 1550, con la fundación de Núñez de Prado, y
continuado durante el gobierno de Francisco de Aguirre y los gobernadores
sucesivos, a partir de 1553. Es decir que no se cambió de libro de actas quizás
porque se consideraba a Santiago del Estero como una continuidad jurídica de la
ciudad de El Barco o tal vez, por la precariedad de las fundaciones, no tenían
los protagonistas otro libro de actas. Por todo esto Alen Lascano considera a
Juan Núñez de Prado como el primer fundador y a Francisco de Aguirre como el
poblador definitivo de la ciudad.
El director del archivo histórico provincial, Juan Viaña,
consiguió el año pasado, del Archivo Nacional de Bolivia -Sucre-, de la antigua
Audiencia de Charcas, copia de los expedientes 1590-5 entre los que está un
documento en el que el escribano del cabildo, de apellido Vallejo, da fe de la
fundación de El Barco, por Núñez de Prado, el 29 de junio de 1550 y que el 25
de julio de 1553, luego de tres años, Francisco de Aguirre, enviado por el
teniente general de la gobernación de Chile, Pedro de Valdivia, "mudó la
ciudad y le puso por nombre Santiago", según consta en el mismo libro del
cabildo, ratificando lo descubierto por Doucet.
Como se puede apreciar, Santiago del Estero, la ciudad más
antigua del país, la madre de ciudades -como recalcan permanentemente los
medios de comunicación y los anuncios oficiales- fundada a orillas del río
Dulce, es la ciudad sin acta de fundación que tuvo que esperar cuatrocientos
años para que, por un decreto del gobierno de la provincia se estableciera la
fecha fundacional. Fue el gobernador peronista Francisco Javier González quien,
en 1952, luego del dictamen de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del
Estero, presidida por el historiador Alfredo Gargaro, sancionó la fecha
fundacional mediante un decreto del Poder Ejecutivo provincial, fijándola el 25
de julio de 1553 y a su fundador Francisco de Aguirre, enviado desde Chile. Con
esto se ponía fin -aparentemente- a las disputas surgidas entre los
historiadores sobre quién era el fundador y cuál la fecha fundacional, disputa
dividida entre nuñezpradistas y aguirristas que adjudicaban el mérito de la
empresa a Juan Núñez de Prado –fundador de la primitiva ciudad de El Barco-
enviado desde Perú- o a Francisco de Aguirre -enviado desde Chile-
respectivamente.
Las expediciones se componían de un puñado de españoles, acompañados
de indígenas yanaconas que actuaban como lenguaraces, unos pocos caballos,
alimentos, armas y vituallas. Tenían que atravesar lugares desconocidos por
caminos intrincados y rodeados de monte que terminaba con su escaso ropaje
hecho girones. En estas condiciones, las fundaciones eran, en consecuencia,
bastante precarias de allí que es entendible que usaran el mismo libro de actas
y que participaran de las fundaciones los mismos hombres, aún los enviados por
diferentes autoridades.
Como historiadora me pregunto si tiene sentido seguir
discutiendo quién es el fundador de la ciudad si, hasta la fecha, no se
encontraron documentos fundantes que hagan cambiar el rumbo de las
interpretaciones, tanto de un sector como de otro, ya que entran en juego posturas
a veces irreconciliables basadas en teorías diversas. El problema no resuelto,
a pesar del decreto de 1952, creo que seguirá en la misma instancia, por cuanto
tanto uno como otro conquistador venían con mandatos expresos de fundar una
ciudad en esta amplia región, poco conocida por entonces, denominada
genéricamente Tucma o Tucumán. En síntesis, creo que se trató de una lucha
interna de dos jurisdicciones a cargo de los herederos de Almagro y Pizarro por
apropiarse de esta extensa región, con una fundación que les diera asidero
permanente en ella.
Luego de la primera celebración sobresaliente del cuarto
centenario, en agosto de 1953, con la presencia del presidente Perón en la
ciudad, entusiastas ceremonias con desfiles e inauguraciones y la realización
de un Congreso Nacional de Historia, a cargo de la Academia Nacional de la
Historia -presidido por el historiador Ricardo Levene- que ratificó la fecha
fundacional, las conmemoraciones julias fueron in crescendo a lo largo de la
segunda mitad del siglo pasado, para transformarse en la actualidad en una
festividad que sitúa a la capital santiagueña en el centro de la agenda
invernal para la temporada turística.
A partir de la conmemoración de los cuatrocientos cincuenta
años de la fundación, en 2003, las fiestas de julio pretenden transformar la
vida santiagueña con espectáculos artísticos callejeros, la feria artesanal que
fue creciendo en superficie y duración, la espectacularidad de las festividades
religiosas como la de la Virgen del Carmen -patrona de la ciudad- el 16 de
julio, de San Francisco Solano –el apóstol de América- el 24 de julio, de
Santiago Apóstol el 25 de julio, los fuegos artificiales de la vigilia y muchos
otros eventos que permitieron institucionalizar las festividades, invocando la
tradición para habitualizar a la sociedad, generar significatividad y afianzar
un espíritu de pertenencia.
La marcha de los bombos, surgida de la iniciativa privada,
fue tomada como parte de los festejos del calendario ritualizado, conformando
una pretendida costumbre que, si bien reclama cierta historicidad es reciente
en su origen, pero pasa a integrar esas "tradiciones inventadas" –al
decir de Hobsbawm- que toman de referencia situaciones pasadas y que, por su
repetición y espectacularización las actualizan e innovan en el mundo
posmoderno.
La institucionalización de las celebraciones, la invención de
la tradición y la mercantilización de la cultura son propias de la pos
modernidad e impactan en sociedades tradicionales que pretenden insertarse en
este mundo globalizado, apelando a viejos usos y a referencias al pasado para
instaurar nuevas concepciones, símbolos y percepciones, para dar idea de
cohesión social y de continuidad de valores. En ese ámbito se enmarca la
fundación de Santiago del Estero. Queda sin embargo por analizar, qué pasa
realmente con esta controversia, en el interior de la sociedad santiagueña. Fte: El Liberal
Dra. María Mercedes Tenti. Integrante de la Academia Nacional
de la Historia.
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