Adaptación Leyendas del Folclore Santiagueño
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Antigua Iglesia Catedral en 1686 |
Este recorrido por su historia —basado en los valiosos
documentos recopilados por Alberto Tasso en Historia de ciudades: Santiago del
Estero (1984)— busca contar, con mirada humana, los momentos que marcaron su
destino.
Siglo XVI: Fundación y
primeros desafíos
En 1582, Pedro Sotelo de Narváez retrató a Santiago como el
centro de la gobernación: una ciudad joven y vibrante, enclavada junto a un río
generoso pero impredecible. Aquella tierra fértil, calurosa, pero “sana”,
albergaba a 48 vecinos encomenderos y unos 12.000 indígenas. Las lenguas que se
escuchaban —diaguita, tonocoté— hablaban de un territorio profundamente diverso
(Tasso, 1984).
Pero no todo era promesa. Para 1590, el gobernador Juan
Ramírez de Velazco advertía sobre un problema grave: la escasez de agua
potable. La tierra, tan suelta como la esperanza de los primeros días, impedía
hacer acequias. Su propuesta fue clara: mover la ciudad río arriba. Buscaba
asegurar el sustento… y también aliviar el peso del trabajo indígena (Tasso,
1984).
Siglo XVII:
Inundaciones y decadencia
En 1628, la ciudad tembló —literalmente— bajo el agua. Felipe
de Albornoz contó cómo una crecida arrasó templos, casas reales y viviendas
principales. La desesperación de los vecinos no se hizo esperar. Querían
mudarse. Pero, como muchas veces en la historia, el deseo no alcanzó: la
mudanza quedó en palabras (Tasso, 1984).
Tres décadas más tarde, en 1657, el viajero Ascarate Du
Biscay dejó un testimonio desalentador. Vio una ciudad de apenas 300 casas, sin
murallas, sofocada por el calor. Describió a sus pobladores como “perezosos y
afeminados”, una mirada teñida de prejuicios coloniales, aunque también apuntó
a los males del clima y de la salud, como el temido “coto”, una hinchazón en el
cuello provocada por deficiencias alimentarias (Tasso, 1984).
Siglo XVIII: Crisis y
controversias
El siglo XVIII no trajo alivio. En 1682, el obispo Ulloa fue
durísimo: comparó a Santiago con Córdoba y dijo que parecía un “bosque
inmundo”. Vaticinó su despoblación, y señaló con preocupación una iglesia mal
atendida, al borde del abandono (Tasso, 1984).
Para 1775, Miguel del Castaño —proveedor del Real Hospital—
dio en el clavo al vincular el “coto” con el consumo de agua estancada. Pidió
cerrar los pozos contaminados. Fue uno de los primeros en plantear una mirada
más técnica y preventiva sobre la salud pública (Tasso, 1984).
Siglo XIX: Entre la
ruina y la redención
El siglo XIX comenzó con gestos pequeños, pero
significativos. En 1818, un teniente de gobernador mandó construir veredas y
limpiar calles. Buscaba mejorar ese “prospecto ruinoso” que Santiago ofrecía a
quien la visitaba (Tasso, 1984).
En 1825, el capitán Joseph Andrews fue más crudo: vio una
Catedral deteriorada, un comercio escaso y una población empobrecida, oprimida
por impuestos arbitrarios (Tasso, 1984).
Y, sin embargo, no todo era decadencia. Hacia 1855, el
navegante Thomas J. Page se encontró con una ciudad pequeña, de 5.000 almas,
muchas casas corroídas por el salitre. Pero también destacó algo importante: el
empuje de su gente. Lo mismo observó el científico Pablo Mantegazza, que en
1858 escribió, con cierto pesar, sobre “calles desiertas y casas de barro
ruinosas” (Tasso, 1984).
La verdadera transformación llegó con Manuel Taboada.
Gobernador firme, ambicioso, impulsó reformas que encendieron una chispa de
modernidad. En 1880, E.F. Knight todavía describía una ciudad “bárbara y
salvaje”. Pero apenas una década después, Lorenzo Fazio retrató algo
completamente distinto: calles pavimentadas, luz eléctrica, escuelas nuevas,
comercios reactivados. “Una Santiago Neustadt se levanta al lado de la vieja”,
escribió. Y esa frase lo dice todo (Tasso, 1984).
Conclusión
Santiago del Estero atravesó siglos de adversidad. Luchó
contra el clima, contra el abandono, contra sus propias sombras. Pero siempre
hubo algo que la sostuvo: la tenacidad de su gente.
Desde aquellas inundaciones coloniales hasta el impulso transformador
del siglo XIX, su historia es mucho más que una cronología: es una lección de
resistencia.
Como dijo Manuel Gálvez en 1882:
“Aquella ruina se ha levantado como Lázaro de una tumba”
(Tasso, 1984).
Fuentes: TASSO, Alberto (comp.) (1984): Historia de ciudades:
Santiago del Estero, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. Selección
de textos: Silvia Piccoli.
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