lunes, 7 de julio de 2025

Santiago del Estero a través de los siglos

 Adaptación Leyendas del Folclore Santiagueño

 

Antigua Iglesia Catedral en 1686 

Santiago del Estero no es solo una de las ciudades más antiguas de Argentina. Es también una de las que más ha resistido. Fundada allá por el siglo XVI, fue testigo de tormentas climáticas, inundaciones devastadoras, crisis que dejaron huella… y, finalmente, de un renacer que aún se respira en sus calles.

Este recorrido por su historia —basado en los valiosos documentos recopilados por Alberto Tasso en Historia de ciudades: Santiago del Estero (1984)— busca contar, con mirada humana, los momentos que marcaron su destino.

Siglo XVI: Fundación y primeros desafíos

En 1582, Pedro Sotelo de Narváez retrató a Santiago como el centro de la gobernación: una ciudad joven y vibrante, enclavada junto a un río generoso pero impredecible. Aquella tierra fértil, calurosa, pero “sana”, albergaba a 48 vecinos encomenderos y unos 12.000 indígenas. Las lenguas que se escuchaban —diaguita, tonocoté— hablaban de un territorio profundamente diverso (Tasso, 1984).

Pero no todo era promesa. Para 1590, el gobernador Juan Ramírez de Velazco advertía sobre un problema grave: la escasez de agua potable. La tierra, tan suelta como la esperanza de los primeros días, impedía hacer acequias. Su propuesta fue clara: mover la ciudad río arriba. Buscaba asegurar el sustento… y también aliviar el peso del trabajo indígena (Tasso, 1984).

Siglo XVII: Inundaciones y decadencia

En 1628, la ciudad tembló —literalmente— bajo el agua. Felipe de Albornoz contó cómo una crecida arrasó templos, casas reales y viviendas principales. La desesperación de los vecinos no se hizo esperar. Querían mudarse. Pero, como muchas veces en la historia, el deseo no alcanzó: la mudanza quedó en palabras (Tasso, 1984).

Tres décadas más tarde, en 1657, el viajero Ascarate Du Biscay dejó un testimonio desalentador. Vio una ciudad de apenas 300 casas, sin murallas, sofocada por el calor. Describió a sus pobladores como “perezosos y afeminados”, una mirada teñida de prejuicios coloniales, aunque también apuntó a los males del clima y de la salud, como el temido “coto”, una hinchazón en el cuello provocada por deficiencias alimentarias (Tasso, 1984).

Siglo XVIII: Crisis y controversias

El siglo XVIII no trajo alivio. En 1682, el obispo Ulloa fue durísimo: comparó a Santiago con Córdoba y dijo que parecía un “bosque inmundo”. Vaticinó su despoblación, y señaló con preocupación una iglesia mal atendida, al borde del abandono (Tasso, 1984).

Para 1775, Miguel del Castaño —proveedor del Real Hospital— dio en el clavo al vincular el “coto” con el consumo de agua estancada. Pidió cerrar los pozos contaminados. Fue uno de los primeros en plantear una mirada más técnica y preventiva sobre la salud pública (Tasso, 1984).

Siglo XIX: Entre la ruina y la redención

El siglo XIX comenzó con gestos pequeños, pero significativos. En 1818, un teniente de gobernador mandó construir veredas y limpiar calles. Buscaba mejorar ese “prospecto ruinoso” que Santiago ofrecía a quien la visitaba (Tasso, 1984).

En 1825, el capitán Joseph Andrews fue más crudo: vio una Catedral deteriorada, un comercio escaso y una población empobrecida, oprimida por impuestos arbitrarios (Tasso, 1984).

Y, sin embargo, no todo era decadencia. Hacia 1855, el navegante Thomas J. Page se encontró con una ciudad pequeña, de 5.000 almas, muchas casas corroídas por el salitre. Pero también destacó algo importante: el empuje de su gente. Lo mismo observó el científico Pablo Mantegazza, que en 1858 escribió, con cierto pesar, sobre “calles desiertas y casas de barro ruinosas” (Tasso, 1984).

La verdadera transformación llegó con Manuel Taboada. Gobernador firme, ambicioso, impulsó reformas que encendieron una chispa de modernidad. En 1880, E.F. Knight todavía describía una ciudad “bárbara y salvaje”. Pero apenas una década después, Lorenzo Fazio retrató algo completamente distinto: calles pavimentadas, luz eléctrica, escuelas nuevas, comercios reactivados. “Una Santiago Neustadt se levanta al lado de la vieja”, escribió. Y esa frase lo dice todo (Tasso, 1984).

Conclusión

Santiago del Estero atravesó siglos de adversidad. Luchó contra el clima, contra el abandono, contra sus propias sombras. Pero siempre hubo algo que la sostuvo: la tenacidad de su gente.

Desde aquellas inundaciones coloniales hasta el impulso transformador del siglo XIX, su historia es mucho más que una cronología: es una lección de resistencia.

Como dijo Manuel Gálvez en 1882:

“Aquella ruina se ha levantado como Lázaro de una tumba” (Tasso, 1984).

Fuentes: TASSO, Alberto (comp.) (1984): Historia de ciudades: Santiago del Estero, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. Selección de textos: Silvia Piccoli.

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