Bajo las aguas calmas del embalse de Río Hondo se esconde una amenaza silenciosa: la colmatación. El tiempo, la erosión y la falta de cuidado lo están llenando de sedimentos. ¿Qué nos dice este fenómeno sobre cómo tratamos nuestros recursos más valiosos?
Cuando el agua ya no
fluye como antes
A simple vista, el embalse de Río Hondo es imponente. Un
espejo inmenso entre Santiago del Estero y Tucumán, que brilla al sol como si
nada pudiera afectarlo. Pero bajo esa superficie tranquila, las cosas no están
tan quietas. Hay algo que avanza en silencio, año tras año, y que podría
cambiarlo todo.
Desde su construcción en los años '60, el embalse empezó a
recibir toneladas de sedimentos. La mayoría provienen del río Dulce, que baja
arrastrando tierra y arena desde las zonas altas de la cuenca. Hoy, más de
medio siglo después, esa acumulación comienza a afectar su capacidad.
Según un estudio realizado por el INTA Famaillá junto a la
Universidad Nacional de Tucumán, basado en imágenes satelitales y datos
batimétricos, el embalse ha perdido entre un 20% y un 30% de su volumen útil en
los últimos 50 años (*Fuente: INTA Famaillá, Informe Técnico sobre
Sedimentación del Embalse de Río Hondo, 2021*). Y el proceso no se detiene.
La historia estaba
cantada desde el principio
Lo más preocupante es que esto no es nuevo. Ya en 1973, un
informe del **Instituto Nacional del Agua (INA)** advertía que el embalse
corría riesgo de colmatación si no se implementaban políticas de manejo de
cuenca y control de sedimentos (*Fuente: INA, Evaluación de la Colmatación del
Dique Río Hondo, 1973*).
Pero poco se hizo. Mientras tanto, la cuenca Salí-Dulce —una
de las más extensas del norte argentino— siguió deteriorándose. El
sobrepastoreo, la deforestación y el mal uso del suelo en zonas de montaña y
piedemonte dejaron su huella. Y la erosión hizo el resto.
Cada crecida del río es como una mudanza de tierra. Y toda
esa tierra va a parar al mismo lugar: el fondo del embalse. Con el tiempo, el
agua pierde espacio, el sistema se calienta y se vuelve más frágil.
Consecuencias que ya
golpean
Esto no es solo un problema de ingenieros. Se está sintiendo
en muchos frentes:
En la producción agrícola, la menor disponibilidad de agua de
riego afecta cultivos clave del NOA. El informe del Programa Nacional de
Recursos Naturales del INTA (2022) señala impactos crecientes en los sistemas
de riego de caña de azúcar y algodón en Tucumán y Santiago del Estero.
En la generación eléctrica, la represa de Termas de Río Hondo
pierde eficiencia. Según datos de la Dirección Nacional de Energía
Hidroeléctrica, su capacidad de producción disminuyó un 15% entre 2010 y 2020 (Fuente:
DNEH, Informe Anual 2021).
En lo ambiental, el embalse se transforma. Menor profundidad
implica mayor temperatura del agua, lo que afecta especies acuáticas sensibles.
El Proyecto Cuenca Salí-Dulce del COHIFE (Consejo Hídrico Federal) alertó en
2023 sobre el riesgo de eutrofización por el exceso de nutrientes y sedimentos.
Y en el turismo, el descenso del nivel del agua y su
creciente contaminación ya genera preocupación en Termas de Río Hondo, una de
las plazas turísticas más importantes del norte.
¿Qué se puede hacer?
Las opciones están sobre la mesa. Una es el dragado, que
implica remover los sedimentos del fondo. Pero los expertos advierten que es
costoso y que, si no se controla la erosión en las partes altas, solo sirve
como solución temporal.
La alternativa más sostenible es la gestión integral de
cuenca: reforestar zonas críticas, proteger el suelo, regular el uso
agropecuario y fortalecer los sistemas de monitoreo. El Plan Nacional de
Gestión Integrada de Cuencas Hidrográficas (2020) propone justamente este
enfoque, basado en el trabajo conjunto entre provincias y la Nación.
Pero para que eso funcione se necesita voluntad política,
articulación interjurisdiccional y una mirada de largo plazo. No alcanza con
una obra puntual: hay que pensar en toda la cuenca como un sistema vivo.
Cuando la naturaleza
habla bajito
La colmatación del embalse de Río Hondo no se ve a simple
vista. Pero está ahí, como una cuenta pendiente que se acumula en el fondo. No
es solo un problema técnico. Es un reflejo de cómo gestionamos —o descuidamos—
nuestros bienes comunes.
Como escribía el geógrafo Jorge Codignotto: El sedimento es
la memoria del paisaje: guarda lo que hicimos con él”. Y en este caso, esa
memoria se está llenando demasiado rápido.

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