Bajo el monte santiagueño, un hallazgo de minerales estratégicos promete millones, pero amenaza con borrar del mapa a un pueblo entero. En el cruce entre la ciencia, la ambición y la resistencia, la historia de Jasimampa expone los dilemas del llamado “progreso”.
Un paraje con nombre
propio y memoria viva
En el corazón del sur santiagueño, a unos 20 kilómetros de la
ciudad de Sumampa, se alza Jasimampa. Un pequeño paraje rodeado de sierras y
piedras, donde la agricultura no prospera, pero la vida sí. Los pobladores, en
su mayoría campesinos, crían animales, educan a sus hijos y llevan adelante una
existencia digna, en armonía con el monte y sus ciclos.
Sin embargo, esa calma se vio interrumpida cuando, a
comienzos del siglo XXI, científicos y empresas mineras comenzaron a posar sus
ojos sobre la región. No buscaban agua ni tierras fértiles: buscaban algo mucho
más raro y valioso. Debajo de esas sierras dormía un tesoro geológico que hoy
se volvió geopolítico: las tierras raras.
Un descubrimiento que
cambió el rumbo
Todo comenzó en el año 2000, cuando un grupo de geólogos
—argentinos y extranjeros— visitó un viejo yacimiento a 1,5 kilómetros al
sudoeste de Jasimampa. En 2005, geólogos del CONICET como Liliana Castro, Raúl
Lira y Marta Franchini, bajo autorización del gobierno provincial, confirmaron
que allí se hallaba un reservorio de elementos de tierras raras livianas
(ETRL): lantano, cerio, itrio, escandio, neodimio y prometio.
Estos minerales, utilizados en tecnologías como láseres,
cámaras, medicina nuclear, fibra óptica y equipos militares, son considerados
estratégicos a nivel mundial. Según Franchini, citada por el diario La Nación,
el yacimiento santiagueño podría convertirse en el más importante de Argentina
y el segundo en América Latina, detrás de Brasil.
Cuando el desarrollo
golpea la puerta sin avisar
Las primeras exploraciones llegaron sin anuncio previo.
Máquinas protegidas por la policía empezaron a abrir trincheras de hasta 3
metros de profundidad, sin señalización. Animales caídos, terrenos abiertos y
temor en la comunidad. Así comenzó la resistencia.
“Esa fue la primera rebelión de los vecinos de Jasimampa”,
relata Norberto Costa (55), miembro de la Movida Ambiental, organización
vinculada a la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC). A partir de entonces, los
vecinos se autoconvocaron, llevaron el reclamo a Sumampa, y se sumaron apoyos
del MOCASE-VC y otras ONGs.
La paradoja del
progreso “verde”
Las tierras raras son esenciales para tecnologías “limpias”:
turbinas eólicas, autos eléctricos, paneles solares. Pero la paradoja es
evidente. “Los molinos eólicos instalados en la zona de Sumampa no son para el
pueblo, sino para alimentar a la minería”, denuncian desde el movimiento
ambiental.
En los años 60, ya hubo antecedentes de minería contaminante
en la región. Se trabajó en busca de plomo y cobre en el cerro “La Teta”, cerca
de Ojo de Agua, dejando como saldo trabajadores enfermos y muertos. Ahora, la
historia parece repetirse. “Hay una nueva fiebre minera, pero con el mismo
desprecio por la vida y la tierra”, señala Costa.
Silencios, donaciones y
propaganda
Las empresas, según denuncian los vecinos, entraron sin
permiso, reprimieron protestas y luego comenzaron una estrategia de cooptación.
Donaron bolsas de cemento a parroquias, visitaron escuelas, ofrecieron
beneficios a cambio de silencio.
“Van por las casas, sacan información, hablan de las
bondades… no se termina de identificar claramente si son de la empresa o del
gobierno”, explica Costa. En paralelo, los medios locales recibieron pauta
minera, cerrando sus micrófonos a la resistencia.
El conflicto por la
tierra
Jasimampa, como muchos parajes rurales, enfrenta también el
problema de la posesión de la tierra. Aunque las leyes nacionales protegen a
los habitantes ancestrales, las empresas suelen avanzar con apoyo del poder
judicial y policial. Muchas familias lograron frenar desalojos gracias al
acompañamiento legal de ONGs y redes de lucha campesina.
El futuro en disputa
La historia de Jasimampa no ha terminado. Lo que se decida en
ese rincón de Santiago del Estero puede marcar un precedente para otros
territorios del país. ¿Pueden convivir la ciencia, el desarrollo y la vida
rural? ¿Se puede extraer sin arrasar?
En medio de esas sierras bajas y su suelo rocoso, la pregunta
resuena como un eco profundo: ¿vale más lo que hay debajo de la tierra o lo que
está sobre ella?

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