sábado, 23 de agosto de 2025

Felipe Corpos: la voz quichua que encendió un fuego en Santiago del Estero

 Poeta, payador y militante cultural, fundador del Alero Quichua Santiagueño. Su vida fue breve, pero su legado continúa iluminando la memoria y la identidad de un pueblo.




El eco de una lengua ancestral

Cuando se habla de las raíces culturales de Santiago del Estero, el nombre de Felipe Benicio Corpos emerge como una de esas figuras que, aunque fugaces en tiempo de vida, lograron dejar marcas profundas. Corpos fue poeta, payador, quichuista y creador de uno de los movimientos más influyentes en la defensa del patrimonio lingüístico y cultural del norte argentino: el Alero Quichua Santiagueño.

Hablar de él es hablar de la lengua quichua, esa herencia ancestral que llegó desde los Andes y se aferró con fuerza al suelo santiagueño, convirtiéndose en una identidad propia. Una lengua que, pese a siglos de marginación y desprecio, sobrevivió en las casas campesinas, en las coplas improvisadas, en los rezos, en las charlas de patio y en las canciones. Felipe entendió desde muy joven que esa lengua necesitaba no solo sobrevivir, sino ocupar un lugar central en la cultura argentina.

Su vida, marcada por el talento, la pasión y el compromiso social, es también el relato de un tiempo donde las tradiciones luchaban por no ser arrasadas por la modernidad. Una historia que, contada en clave de crónica, permite comprender cómo un hombre sencillo del departamento Figueroa logró encender una llama que todavía hoy arde en cada chacarera quichua.

Infancia entre el monte y la lengua quichua

Felipe nació el 23 de agosto de 1935 en Villa Figueroa, un pueblo humilde y lleno de historia. Su infancia transcurrió en Los Nogales, Pampa Muyoj, donde cursó sus estudios primarios. Como muchos niños de su tiempo, creció entre las tareas rurales y el ritmo de la vida campesina, donde el idioma quichua era parte del aire.

En su hogar, las palabras en quichua no eran un lujo ni una rareza: eran el idioma de la familia, de las canciones, de los consejos. A los nueve años se trasladó a la ciudad de Santiago del Estero junto a sus padres, donde terminó la escuela secundaria en la Escuela de Comercio Antenor Ferreyra, obteniendo el título de Perito Mercantil.

Ese traslado marcó una primera tensión en su vida: la del muchacho de origen campesino que debía adaptarse a un entorno urbano, más formal, más distante de la lengua materna. Sin embargo, esa dualidad lo acompañaría siempre y sería uno de los motores de su futuro compromiso.

En Córdoba, adonde viajó para estudiar Abogacía, completó tres años de carrera. Allí entró en contacto con círculos universitarios, políticos y culturales, y seguramente profundizó su mirada crítica sobre la marginación de los pueblos originarios y sus lenguas. Sin embargo, decidió regresar a Santiago. Su destino no estaba en los estrados judiciales, sino en la defensa del quichua.

El encuentro con Sixto Palavecino

El regreso a su tierra natal fue decisivo. En 1968, Felipe conoció a Sixto Doroteo Palavecino, violinista, cantor y quichuista de fama creciente. Ese encuentro fue, como dicen algunos testigos, “una chispa en un campo seco”: la pasión de ambos por la lengua y la cultura popular los unió de inmediato.

Las charlas se hicieron largas, intensas, y pronto descubrieron que compartían una misma preocupación: el quichua estaba en riesgo. Seguía vivo, sí, pero acorralado, relegado al ámbito privado y sin reconocimiento público. La sociedad urbana lo consideraba un idioma “menor”, sin valor literario ni cultural.

Para ellos, en cambio, el quichua era un tesoro, una herencia que debía protegerse y difundirse. Y de esa coincidencia nació una amistad y una sociedad cultural que transformaría el mapa de la cultura santiagueña.

Nace el Alero Quichua Santiagueño

El 5 de octubre de 1969, junto a Vicente Salto y Domingo Antonio Bravo, Felipe y Sixto dieron vida al Alero Quichua Santiagueño. En principio, fue una audición radial, pero muy pronto se convirtió en mucho más que eso: un espacio de encuentro, de difusión y de construcción comunitaria.

El Alero tenía una característica inédita: era el primer programa radial de la Argentina realizado en lengua indígena americana. Allí no se hablaba de los campesinos, sino que eran los propios campesinos quienes hablaban, cantaban y contaban. Los micrófonos se abrían para la gente de los catorce departamentos quichuas de la provincia.

En una de sus aperturas radiales, Felipe resumía la esencia del proyecto:

 Alero Quichua Santiagueño: la voz del Santiago quichua, elevándose desde el remanso lingüístico santiagueño, hacia los cuatro rumbos cardinales del país, con la generosidad de un corazón nativo, y para mostrar desde el canto, la música, la copla, el cuento y el poema, los contornos espirituales de una raza y los perfiles de la cultura quichua”.

No era solo un programa de radio. Era un acto de dignidad.

Escuelas y filiales: la expansión del movimiento

El impacto fue inmediato. El Alero se convirtió en un referente cultural y en un movimiento vivo. En 1971, nació la primera filial en Villa Atamisqui, y pronto siguieron otras en Córdoba, Buenos Aires y Tucumán.

La expansión no era solo geográfica, sino también pedagógica. Felipe impulsó la creación de escuelas de quichua para la enseñanza en primaria y secundaria, y en 1973 se incorporó la cátedra de Cultura Quichua en el profesorado provincial. Ese mismo año, se dictaron cursos en distintos puntos de la provincia, a cargo de Corpos, Salto, Bravo y Mirtha Presas.

La tarea era titánica: enseñar a escribir una lengua que había sido transmitida de manera oral durante siglos. Pero la respuesta del público fue entusiasta. El quichua empezaba a salir de los patios y a ocupar un lugar en las aulas.

Discos, traducciones y mesas redondas

En paralelo, el Alero impulsó proyectos discográficos. En 1971 se editó el primer disco documental del canto quichua, con el sello Diapasón, gracias a la intervención de Alfredo Ábalos. En ese mismo material se incluyó la traducción al quichua del Martín Fierro, realizada por Vicente J. Salto, en adhesión al Año Hernandiano.

En 1973, Felipe organizó la primera mesa redonda radial sobre el nativismo en una emisora local. El tema fue nada menos que el origen de la chacarera, un debate que aún hoy sigue generando pasiones.

Ese mismo año, el Alero produjo el disco Santiago del Estero, desde sus coplas al país, que marcó un hito en la difusión de la cultura local a nivel nacional.

El poeta y su obra musical

Más allá del gestor cultural, estaba el poeta. Felipe fue autor de numerosas letras que luego se convirtieron en canciones populares. Muchas fueron musicalizadas por Sixto Palavecino, dando origen a piezas emblemáticas como El sacherito, Mi tata sabía cantar, Pa’ que bailen, Como el sacha mishi y La ñaupa ñaupa.

Otras obras surgieron de colaboraciones con distintos músicos: La ronquera con Estanislao Lastenio Castaño, La Atamishqueña con Andrés Chazarreta, Cómo por qué* con Juan Carlos Almada y Corazón de tanino con Carlos Orieta.

Aunque varias de estas canciones fueron grabadas, gran parte de su producción permanece inédita. Ese archivo oculto representa un patrimonio cultural que, tarde o temprano, deberá salir a la luz.

La militancia cultural y social

Felipe entendía que la lengua no podía separarse de la vida cotidiana. Por eso, en sus programas radiales y en sus escritos hablaba de costumbres campesinas, de prácticas agrícolas, de la sabiduría popular sobre las plantas, el clima y los animales. Rescataba refranes, adivinanzas y cuentos.

En 1974, fundó junto a otros artistas la Sociedad de Folkloristas Santiagueños (hoy Asociación de Folkloristas Santiagueños). Ese mismo año lanzó una nueva audición radial: Domingos Santiagueños, donde se abordaban los temas más profundos de la identidad local.

Su relación con la historia, la arqueología y la lingüística lo llevó a colaborar en investigaciones académicas, siempre con el objetivo de demostrar que la cultura popular no era un simple folklore de entretenimiento, sino un verdadero sistema de conocimientos.

Una vida breve, un legado eterno

El 13 de diciembre de 1974, un accidente truncó la vida de Felipe Corpos. Tenía apenas 39 años. La noticia cayó como un baldazo de agua fría en el ambiente cultural de Santiago y dejó un vacío imposible de llenar.

Sin embargo, su obra no murió con él. El Alero continuó funcionando, las escuelas siguieron enseñando quichua, y su nombre comenzó a resonar como símbolo de resistencia cultural. Hoy, una calle del Barrio Tradición de la capital santiagueña y la Escuela N° 408 de Pampa Muyoj llevan su nombre, manteniendo viva su memoria.

Reflexión final: la herencia de una voz

La historia de Felipe Corpos es la historia de un hombre que entendió que la cultura no se hereda por inercia, sino que se defiende con compromiso. Su vida breve nos recuerda que una sola voz, cuando se eleva con convicción, puede cambiar el rumbo de una comunidad.

El quichua santiagueño sigue vivo gracias a hombres como él. Y cada vez que alguien canta una chacarera en quichua, cada vez que un niño aprende sus primeras palabras en esa lengua, Felipe vuelve a nacer.

Su legado es un llamado a valorar lo propio, a resistir frente al olvido, a encontrar en la lengua y en la música un refugio y una bandera. En tiempos donde las culturas locales parecen diluirse en la marea global, la vida de Corpos nos invita a preguntarnos: ¿qué raíces estamos dispuestos a defender?

Porque, como él mismo lo dijo, el quichua no es solo un idioma: es “el corazón nativo que se abre hacia los cuatro rumbos cardinales”.

Fuentes consultadas:

* Alero Quichua Santiagueño- Diario El Liberal-Diccionario Cultural Santiagueño-María Teresa Papalardo-Antología de poetas santiagueños-Alfonso Nassif.

 

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