Poeta, payador y militante cultural, fundador del Alero Quichua Santiagueño. Su vida fue breve, pero su legado continúa iluminando la memoria y la identidad de un pueblo.
El eco de una lengua
ancestral
Cuando se habla de las raíces culturales de Santiago del Estero, el nombre de Felipe Benicio Corpos emerge como una de esas figuras que, aunque fugaces en tiempo de vida, lograron dejar marcas profundas. Corpos fue poeta, payador, quichuista y creador de uno de los movimientos más influyentes en la defensa del patrimonio lingüístico y cultural del norte argentino: el Alero Quichua Santiagueño.
Hablar de él es hablar de la lengua quichua, esa herencia
ancestral que llegó desde los Andes y se aferró con fuerza al suelo
santiagueño, convirtiéndose en una identidad propia. Una lengua que, pese a
siglos de marginación y desprecio, sobrevivió en las casas campesinas, en las
coplas improvisadas, en los rezos, en las charlas de patio y en las canciones.
Felipe entendió desde muy joven que esa lengua necesitaba no solo sobrevivir,
sino ocupar un lugar central en la cultura argentina.
Su vida, marcada por el talento, la pasión y el compromiso
social, es también el relato de un tiempo donde las tradiciones luchaban por no
ser arrasadas por la modernidad. Una historia que, contada en clave de crónica,
permite comprender cómo un hombre sencillo del departamento Figueroa logró
encender una llama que todavía hoy arde en cada chacarera quichua.
Infancia entre el monte
y la lengua quichua
Felipe nació el 23 de agosto de 1935 en Villa Figueroa, un
pueblo humilde y lleno de historia. Su infancia transcurrió en Los Nogales,
Pampa Muyoj, donde cursó sus estudios primarios. Como muchos niños de su
tiempo, creció entre las tareas rurales y el ritmo de la vida campesina, donde
el idioma quichua era parte del aire.
En su hogar, las palabras en quichua no eran un lujo ni una
rareza: eran el idioma de la familia, de las canciones, de los consejos. A los
nueve años se trasladó a la ciudad de Santiago del Estero junto a sus padres,
donde terminó la escuela secundaria en la Escuela de Comercio Antenor Ferreyra,
obteniendo el título de Perito Mercantil.
Ese traslado marcó una primera tensión en su vida: la del
muchacho de origen campesino que debía adaptarse a un entorno urbano, más
formal, más distante de la lengua materna. Sin embargo, esa dualidad lo
acompañaría siempre y sería uno de los motores de su futuro compromiso.
En Córdoba, adonde viajó para estudiar Abogacía, completó
tres años de carrera. Allí entró en contacto con círculos universitarios,
políticos y culturales, y seguramente profundizó su mirada crítica sobre la
marginación de los pueblos originarios y sus lenguas. Sin embargo, decidió
regresar a Santiago. Su destino no estaba en los estrados judiciales, sino en
la defensa del quichua.
El encuentro con Sixto
Palavecino
El regreso a su tierra natal fue decisivo. En 1968, Felipe
conoció a Sixto Doroteo Palavecino, violinista, cantor y quichuista de fama
creciente. Ese encuentro fue, como dicen algunos testigos, “una chispa en un
campo seco”: la pasión de ambos por la lengua y la cultura popular los unió de
inmediato.
Las charlas se hicieron largas, intensas, y pronto
descubrieron que compartían una misma preocupación: el quichua estaba en
riesgo. Seguía vivo, sí, pero acorralado, relegado al ámbito privado y sin reconocimiento
público. La sociedad urbana lo consideraba un idioma “menor”, sin valor
literario ni cultural.
Para ellos, en cambio, el quichua era un tesoro, una herencia
que debía protegerse y difundirse. Y de esa coincidencia nació una amistad y
una sociedad cultural que transformaría el mapa de la cultura santiagueña.
Nace el Alero Quichua
Santiagueño
El 5 de octubre de 1969, junto a Vicente Salto y Domingo
Antonio Bravo, Felipe y Sixto dieron vida al Alero Quichua Santiagueño. En
principio, fue una audición radial, pero muy pronto se convirtió en mucho más
que eso: un espacio de encuentro, de difusión y de construcción comunitaria.
El Alero tenía una característica inédita: era el primer
programa radial de la Argentina realizado en lengua indígena americana. Allí no
se hablaba de los campesinos, sino que eran los propios campesinos quienes
hablaban, cantaban y contaban. Los micrófonos se abrían para la gente de los
catorce departamentos quichuas de la provincia.
En una de sus aperturas radiales, Felipe resumía la esencia
del proyecto:
“Alero Quichua Santiagueño: la voz del Santiago quichua, elevándose
desde el remanso lingüístico santiagueño, hacia los cuatro rumbos cardinales
del país, con la generosidad de un corazón nativo, y para mostrar desde el
canto, la música, la copla, el cuento y el poema, los contornos espirituales de
una raza y los perfiles de la cultura quichua”.
No era solo un programa de radio. Era un acto de dignidad.
Escuelas y filiales: la
expansión del movimiento
El impacto fue inmediato. El Alero se convirtió en un
referente cultural y en un movimiento vivo. En 1971, nació la primera filial en
Villa Atamisqui, y pronto siguieron otras en Córdoba, Buenos Aires y Tucumán.
La expansión no era solo geográfica, sino también pedagógica.
Felipe impulsó la creación de escuelas de quichua para la enseñanza en primaria
y secundaria, y en 1973 se incorporó la cátedra de Cultura Quichua en el
profesorado provincial. Ese mismo año, se dictaron cursos en distintos puntos
de la provincia, a cargo de Corpos, Salto, Bravo y Mirtha Presas.
La tarea era titánica: enseñar a escribir una lengua que
había sido transmitida de manera oral durante siglos. Pero la respuesta del
público fue entusiasta. El quichua empezaba a salir de los patios y a ocupar un
lugar en las aulas.
Discos, traducciones y
mesas redondas
En paralelo, el Alero impulsó proyectos discográficos. En 1971
se editó el primer disco documental del canto quichua, con el sello Diapasón,
gracias a la intervención de Alfredo Ábalos. En ese mismo material se incluyó
la traducción al quichua del Martín Fierro, realizada por Vicente J. Salto, en
adhesión al Año Hernandiano.
En 1973, Felipe organizó la primera mesa redonda radial sobre
el nativismo en una emisora local. El tema fue nada menos que el origen de la chacarera, un debate que
aún hoy sigue generando pasiones.
Ese mismo año, el Alero produjo el disco Santiago del Estero, desde sus coplas al país, que marcó un hito en
la difusión de la cultura local a nivel nacional.
El poeta y su obra
musical
Más allá del gestor cultural, estaba el poeta. Felipe fue
autor de numerosas letras que luego se convirtieron en canciones populares.
Muchas fueron musicalizadas por Sixto Palavecino, dando origen a piezas
emblemáticas como El sacherito, Mi tata sabía cantar, Pa’ que bailen, Como el
sacha mishi y La ñaupa ñaupa.
Otras obras surgieron de colaboraciones con distintos
músicos: La ronquera con Estanislao Lastenio Castaño, La Atamishqueña con
Andrés Chazarreta, Cómo por qué* con Juan Carlos Almada y Corazón de tanino con
Carlos Orieta.
Aunque varias de estas canciones fueron grabadas, gran parte
de su producción permanece inédita. Ese archivo oculto representa un patrimonio
cultural que, tarde o temprano, deberá salir a la luz.
La militancia cultural
y social
Felipe entendía que la lengua no podía separarse de la vida
cotidiana. Por eso, en sus programas radiales y en sus escritos hablaba de
costumbres campesinas, de prácticas agrícolas, de la sabiduría popular sobre
las plantas, el clima y los animales. Rescataba refranes, adivinanzas y
cuentos.
En 1974, fundó junto a otros artistas la Sociedad de
Folkloristas Santiagueños (hoy Asociación de Folkloristas Santiagueños). Ese
mismo año lanzó una nueva audición radial: Domingos Santiagueños, donde se
abordaban los temas más profundos de la identidad local.
Su relación con la historia, la arqueología y la lingüística
lo llevó a colaborar en investigaciones académicas, siempre con el objetivo de
demostrar que la cultura popular no era un simple folklore de entretenimiento,
sino un verdadero sistema de conocimientos.
Una vida breve, un
legado eterno
El 13 de diciembre de 1974, un accidente truncó la vida de
Felipe Corpos. Tenía apenas 39 años. La noticia cayó como un baldazo de agua
fría en el ambiente cultural de Santiago y dejó un vacío imposible de llenar.
Sin embargo, su obra no murió con él. El Alero continuó
funcionando, las escuelas siguieron enseñando quichua, y su nombre comenzó a
resonar como símbolo de resistencia cultural. Hoy, una calle del Barrio
Tradición de la capital santiagueña y la Escuela N° 408 de Pampa Muyoj llevan
su nombre, manteniendo viva su memoria.
Reflexión final: la
herencia de una voz
La historia de Felipe Corpos es la historia de un hombre que
entendió que la cultura no se hereda por inercia, sino que se defiende con
compromiso. Su vida breve nos recuerda que una sola voz, cuando se eleva con
convicción, puede cambiar el rumbo de una comunidad.
El quichua santiagueño sigue vivo gracias a hombres como él.
Y cada vez que alguien canta una chacarera en quichua, cada vez que un niño
aprende sus primeras palabras en esa lengua, Felipe vuelve a nacer.
Su legado es un llamado a valorar lo propio, a resistir
frente al olvido, a encontrar en la lengua y en la música un refugio y una
bandera. En tiempos donde las culturas locales parecen diluirse en la marea
global, la vida de Corpos nos invita a preguntarnos: ¿qué raíces estamos
dispuestos a defender?
Porque, como él mismo lo dijo, el quichua no es solo un
idioma: es “el corazón nativo que se abre hacia los cuatro rumbos cardinales”.
Fuentes consultadas:
* Alero Quichua Santiagueño- Diario El Liberal-Diccionario
Cultural Santiagueño-María Teresa Papalardo-Antología de poetas santiagueños-Alfonso
Nassif.

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