Por Atahualpa Yupanqui
Santiago del Estero es una provincia elegida por los viejos Dioses de la armonía. Es un pago milagrero y deslumbrante.
Como tiene poca agua, y las industrias eligieron otras
comarcas, le tocó a Santiago la calificación de "provincia pobre".
Pero la compensación está en los hijos de esa tierra. En los
hijos con "autenticidad" santiagueña. Es decir, en los que tienen
abuelos enterrados en la tierra bien-amada. Porque esos "hijos"
mantienen en sus venas el rumor de la leyenda, la "sacha historia"
narrada por las viejas pitadoras, en esas horas en que los changos luchan con
el sueño, mientras las hachas derribadoras del monte brillan reflejando un
pedacito de luna y los diferentes ruidos del campo no son sino rumores
musicalizados por un aire livianito; y el yanácari, "atajacaminos"
comienza a atravesar su brevísimo ponchazo sobre las huellas, y el cacuy, en el
fondo del algarrobal, pareciera señalar al entendido, la senda que lleva hasta
la temida y anhela- da Salamanca de la selva.
No es extraño, entonces, que Santiago del Estero sea tierra
de músicos. Tierra de trovadores, de rapsodas, de juglares.
Los hubo en todo tiempo, y muy famosos. Can- tores con mentas
de "supayoj", es decir, de "endiablados", como el Chumpi
Galarza, que caminando desde el sur de Suncho-Corral, entró en campo
santafecino -y, dándose cuenta que había "vandeao" su provincia
natal, volvió, y rompiendo la guitarra, se perdió en el monte, y nada se supo
de él desde entonces.
Tierra de músicos, de los Nachi Gómez, de los Costas, de los
Laurindos. Chazarretas, Aguirres, Guilli González, Acosta, Corvalanes, Díaz,
Gallardos y Palavecinos.
Esta noche, quiero conversar, entre rasguido y rasguido de
Benicio Díaz, nacido en Salavina, buscó la capital santiqueña para sus estudios
secundarios. Estoy seguro que se habrá sorprendido al comprobar que en la
ciudad no se enseñaba en quíchua, lengua que él hablaba corrientemente.
Soco Díaz estudió música. Tocaba guitarra y bandoneón. Es
decir: Estudió solfeo y teoría. Miró sobre el pentagrama los signos que concretaban
en cierto modo ese misterioso mundo que le bullía en el corazón desde niño.
Porque la música alentaba dentro de él como una necesidad natural de respirar,
de mirar, de sentirlo al desierto, a las salinas, a los jumiales, a las
represas, de ver su paisaje con amor de "shalaco", y de expresarlo en
música, con una chacarera, con un escondido, con una zamba, o una vidala de
esas que se dicen a la hora en que todas las palabras se con- vierten en una
íntima confidencia.
Soco Díaz era mozo inteligente y bastante versado en muchas
cosas. Lo he tratado durante años, y nos dábamos el trato de hermano. Era
ingenioso; y alguna vez, por ahí, en cualquier lugar del campo santiagueño, que
recorrimos juntos tanto tiempo, hacíame escuchar un aire de chacarera bien quichuista,
y luego, para pedirme que la repitiera yo en guitarra, me decía:
"Traducíla". ... Y, en verdad, había que traducirla, del quichua al
español, musicalmente hablando.
Otra vez, un director de banda le pidió una música, y
leyéndola rápidamente, quiso saber el tiempo de una frase; y le preguntó a
Díaz: "Dígame, Díaz, ¿esto va en tiempo "vivo" o
"moderato”?". Y el Soco le respondió: "Vea: como si quisiera
disparar... Pero después de haber almorzao, sabe?... Le encantaban las
ocurrencias. Pero en materia de música, de composición, ya no había bromas. Era
serio, y, muchas veces, in- tolerante, exigente. El pensaba que variar una
frase de una vidala de Salavina era como arrancar un algarrobo secular para
plantar una dalia o cosa así, en su lugar.
Su música era perfectamente bailable. Si lo sabrán los
paisanos de allá. Pero era gratísimo
escucharla en silencio, por la noche, cuando el airecito hamacaba los aromas
del jume y el poleo, y el patio parecía combo bajo la luz de una vela de largo
pabilo, escondida entre las macetas, "pa que dure"...
Alguna otra vuelta seguiremos conversando sobre este Benicio
Díaz, entrañablemente santiagueño, y con un universo en su emoción de músico de
la tierra. Por ahora, dejemos que avance el recuerdo de sus melodías, que nos
compensan de horas ingratas, de muchos sinsabores sin belleza. Sus melodías
apuntalan el alma criolla y nos hacen sentirnos más argentinos: argentinos con
ganas...
Publicada originalmente en Revista Folklore el 1/04/1962

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