Imaginate esto: es una noche fresca en Santiago del Estero, allá por la década del 30. En un living room, no en un gran teatro, un hombre se sienta al piano. Sus dedos, ágiles y seguros, comienzan a tejer melodías que son un puente mágico entre el monte santiagueño y las salas de concierto de Europa. Ese hombre es Nicolás Segundo Gennero. ¿No sabés quién es? No te preocupes, no sos el único.
Si te preguntara por los grandes nombres de la música
argentina de Santiago, seguramente te vendrían a la mente Amancio Alcorta, con
su romanticismo del siglo XIX, o el titán del folklore, Andrés Chazarreta. Tal
vez, Manuel Gómez Carrillo. Son los nombres que aparecen en los libros de
texto, los que tienen calles céntricas y cuyo legado parece tallado en piedra.
Pero la historia, a veces, es injusta. Detrás de esos nombres
consagrados, hay una constelación de artistas que brillaron con luz propia y
que, por razones que a menudo no tienen que ver con su talento, fueron quedando
en la penumbra. Hoy queremos prender un foco, abrir una ventana y rescatar del
olvido la figura fascinante de uno de ellos: Nicolás Segundo Gennero. Un
compositor que lo mismo escribía una zamba que te hacía saltar las lágrimas que
una fuga académica impecable, un docente que formó generaciones y un artista
tan humilde como brillante. Acompañame en este viaje para redescubrir a un
genio escondido.
¿Por Qué se Pierden los
Grandes Artistas?
Antes de meternos de lleno en la vida de Gennero, es válido
preguntarse: ¿cómo es posible que un músico de semejante calibre, director de
orquestas de radio, compositor grabado por leyendas como Atahualpa Yupanqui y
Los Hermanos Ábalos, termine siendo casi un desconocido para el público general?
La respuesta es compleja. La historiografía –fancy palabra
para decir "el modo en que se escribe la historia"– suele ser
perezosa. Tiende a simplificar y a elegir "héroes", figuras icónicas
que representen una época o un movimiento. Chazarreta, por ejemplo, es el
estandarte indiscutido de la difusión del folklore. Su labor fue monumental,
pero centrarnos solo en él nos hace perder la riqueza del ecosistema musical
completo.
Además, para que un artista perdure, se necesita algo más que
talento: se necesita que su obra se edite, se interprete, se grabe y se
estudie. Y muchas veces, los creadores que no buscan activamente la fama o que
trabajan lejos de los centros de poder (como Buenos Aires) ven su legado
diluirse con el tiempo. Gennero fue, en muchos sentidos, un hombre de su
tierra, dedicado a la docencia y a la creación íntima, no a la autopromoción.
Su música quedó, en gran parte, guardada en cajones y en la memoria de sus
alumnos. Hasta ahora.
Los Primeros Acordes:
de La Banda a las Salas de Cine
Nicolás Segundo Gennero nació en 1899 en La Banda, la ciudad
hermana de la capital santiagueña. Desde chico, la música fue su lenguaje
natural. Se dice que era casi un autodidacta, uno de esos talentos puros que
parecen entender los secretos de la armonía por instinto.
Su primera gran escuela no fue un conservatorio, sino un
lugar mucho más divertido y demandante: el cine mudo. Sí, como lo leés. En sus
inicios, Gennero se ganaba la vida como pianista
acompañante en las salas de cine. Imaginate la escena: la película
transcurre en la pantalla, sin diálogos, sin efectos de sonido. La única guía
emocional para el público era la música. Y ahí estaba Gennero, frente al piano,
improvisando sobre la marcha.
Si aparecía el villano, sus dedos producían acordes ominosos
y disonantes. Si llegaba la escena de amor, la melodía se volvía dulce y
cantabile. Una persecución a toda velocidad era acompañada por galopes
frenéticos en el teclado. Este oficio, que parece sacado de una película de
Woody Allen, no era para cualquiera. Requería un dominio técnico impresionante,
una capacidad de improvisación fuera de lo común y un profundo entendimiento de
cómo la música afecta nuestras emociones. Fue el entrenamiento perfecto.
La Consagración Local:
La Radio y el Conservatorio
Su talento pronto trascendió las salas oscuras del cine. Lo
llamaron para ser pianista en una radio local, un medio novedoso y en plena
ebullición. La radio era la red social de la época, el lugar donde se construía
la cultura popular. Gennero no solo tocaba: su capacidad lo llevó a ascender
hasta convertirse en vicedirector de la emisora, trabajando codo a codo con el
violinista Pedro Cinquegrani.
Pero su verdadera vocación, la que marcaría su vida para
siempre, era enseñar. Fue convocado para sumarse al plantel docente del
Conservatorio Provincial de Música, dirigido entonces por el profesor Enrique
Arias. Gennero encontró en la docencia su misión. No era el típico maestro
distante y severo; era, como lo recordaban sus alumnos, un artista que bebía de
las raíces profundas de Santiago para luego elevar esa esencia a planos
musicales más altos.
Cuando el profesor Arias se jubiló, fue natural y merecido
que Gennero asumiera la dirección del Conservatorio. Desde allí, moldeó
generaciones de músicos santiagueños, inculcándoles el respeto por su herencia
folclórica y las herramientas técnicas del lenguaje musical universal. Su labor
no era solo formar instrumentistas, sino formar *músicos* completos.
El Salto a Buenos
Aires: SADAIC, Radio Nacional y el Reconocimiento Nacional
Tras jubilarse en Santiago, Gennero dio un salto y se
estableció en Buenos Aires. Lejos de retirarse, su carrera tomó un nuevo
impulso. Su reputación lo precedía, y pronto fue nombrado *inspector* en SADAIC
(Sociedad Argentina de Autores y Compositores).
Su trabajo ahí era fascinante y de una enorme
responsabilidad: era el encargado de aprobar
la música que llegaba para ser registrada. Imaginate la escena: Gennero,
con su oído entrenado y su conocimiento enciclopédico, era el filtro, el
guardián de la calidad musical que se incorporaría al patrimonio nacional. Un
puesto de enorme prestigio que demuestra el respeto que se tenía por su
criterio.
Pero el artista nunca dejó de crear. En la capital, dirigió
las orquestas de Radio Nacional y Radio El Mundo, dos gigantes de la
radiodifusión argentina. Tenía su propio espacio en la Radio Municipal y
realizó conciertos en el mítico Teatro San Martín. Santiago del Estero tenía un
embajador de lujo en el corazón cultural del país.
Su Obra: Un Puente
Entre el Monte y el Conservatorio
Aquí es donde la cosa se pone realmente interesante. ¿Qué
clase de música componía Gennero? La respuesta es: de todo, y todo bien hecho.
Su obra es un catálogo abierto de las posibilidades de un músico argentino
formado en la tradición europea, pero con el alma anclada en su tierra.
1. La Música con Raíz
Folclórica:
Gennero nunca dio la espalda a sus orígenes. Fue un brillante
recopilador y adaptador de música popular. Escribió una monografía fundamental
titulada “Música folclórica de Santiago del Estero”, donde volcó canciones y
estilos tradicionales arreglados para piano, asegurándose de que no se
perdieran.
* “La chujchala”:
Una zamba que es una recopilación y adaptación de una pieza anónima, que luego
grabó el virtuoso de la armónica Hugo Díaz, llevándola a todo el país.
* “El Isleño (Todos
los domingos)”: ¡Esta sí te puede sonar! Gennero compuso la música de este
escondido, que fue grabado y popularizado por nada menos que Los Hermanos
Ábalos. Es una pieza infaltable en cualquier peña que se precie.
* “Alegría en los
pañuelos” y “La Alma Mula”: Dos piezas para guitarra que trascendieron
gracias a que su amigo, Atahualpa Yupanqui, las grabó. Que el gran Atahualpa
grabara tus obras era el mayor de los reconocimientos posibles. Su amistad
queda como un testimonio de la admiración entre dos gigantes.
2. La Música de Cámara
y Académica:
Este es el Gennero más desconocido y quizás el más
sorprendente. Demostró que los ritmos y las emociones del noroeste argentino
podían dialogar con las formas clásicas sin traicionar su esencia.
* “Alborada Quichua”:
Una obra que, según un artículo de La Nación de 1963, fue interpretada en Radio
Nacional por el violinista santiagueño Humberto Carfí y su hermana Anahí. Una
joya que merecería ser rescatada.
* “Ahí viene la vaca”:
¡Una fuga! Sí, Gennero componía fugas, esa forma musical complejísima y
cerebral que dominaban Bach y Handel. Pero con un título bien nuestro.
* Poema sinfónico “Al alba florecen los ceibos”: Un cuadro
musical sinfónico, evocador y poderoso.
* Ballet “El pala pala”: Demostró su versatilidad
incursionando incluso en música para danza.
El profesor Sergio Valle, que lo conoció bien, lo definió
perfectamente: “Gennero era el artista que, tras de haber bebido con profundas
raíces esa enorme riqueza musical que Santiago tiene, la llevó, con su gran
conocimiento musical a planos elevados (…) Su obra es de una calidad
sorprendente. (…) transportándolos al terreno de la gran música, sin que por
ello perdiera su más pura esencia”. No se puede decir mejor.
El Alma de un Verdadero
Creador: Humildad y Pasión Docente
Uno podría pensar que un tipo con semejante currículum sería
un personaje engreído, un “maestro” en el sentido más pomposo de la palabra.
Pero Gennero era todo lo contrario.
En el acto de imposición del nombre de la Escuela de Música
que hoy lo homenajea, Irma Renzi de Noriega dijo de él: “esencialmente tenía
consigo desde niño la virtud permanente de dar forma expresiva a los motivos
más inverosímiles”.
Esto me recuerda una frase del gran compositor ruso Igor
Stravinsky, que decía que el verdadero creador no necesita paisajes bonitos ni
objetos raros para inspirarse. Le basta con mirar a su alrededor. Lo conocido,
lo que está en todas partes, es lo que solicita su atención.
Gennero era exactamente así. No necesitaba de grandes
escenarios ni de públicos multitudinarios. Su objetivo no era la fama, sino transmitir.
Le bastaba el paisaje de Santiago, sus costumbres, sus gentes. Su ambición era
plasmar esas impresiones en el pentagrama y, sobre todo, compartir sus
conocimientos con sus alumnos. Disfrutaba más de un concierto íntimo con amigos
que de cualquier gran gala. Su mayor legado, para él, no eran sus partituras,
sino las vocaciones que despertó y los músicos que formó.
No es casualidad que, al momento de elegir un nombre para la
que hoy es la Escuela del Profesorado de Educación Artística N°1, la decisión
fuera “unánime”. Su nombre era sinónimo de dedicación, excelencia y amor por la
enseñanza.
El Legado que Duerme en
un Cajón: Un Tesoro por Redescubrir
Nicolás Segundo Gennero falleció en Buenos Aires en 1960,
pero su verdadero fallecimiento, el cultural, ocurrió lentamente, con el paso
de los años y el silencio. Hoy, una calle en el barrio Borges de Santiago y la
escuela que lleva su nombre son los testigos físicos de su paso.
Pero su obra, esa vasta y diversa producción, permanece en
gran parte inédita, guardada en archivos polvorientos, en bibliotecas familiares
o simplemente perdida. Esta es la parte del artículo donde te lanzo un desafío.
¿Te imaginás encontrar una partitura olvidada de Gennero en
la casa de un familiar? ¿Ser un músico joven y atreverse a grabar una versión
de “Alborada Quichua”? ¿Ser un docente e incluir una de sus fugas “criollas” en
el programa de estudios?
El trabajo de rescate ya comenzó. Existen referencias a
Gennero en diccionarios especializados como el “Diccionario de la Música
Española e Hispanoamericana” y en libros de autores santiagueños como
“Diccionario Biográfico Cultural Santiagueño,” de María Teresa Pappalardo o
“Ilustres Santiagueños” de José María Lami Hernández. El diario EL LIBERAL de
Santiago guarda en sus archivos artículos que hablan de él. Pero falta lo más
importante: que su música suene.
Un Final que es un
Comienzo
La historia de la música argentina no es un panteón de mármol
con unas pocas estatuas inamovibles. Es un bosque frondoso y diverso, lleno de
árboles gigantescos y también de arbustos fascinantes que merecen que nos
agachemos a observarlos. Nicolás Segundo Gennero es uno de esos árboles
robustos que, por error, fue quedando a la sombra.
Redescubrirlo no es solo un acto de justicia histórica; es
una oportunidad para enriquecer nuestro presente cultural. Es encontrar un
nuevo sontrack para nuestra identidad, una zamba que no conocíamos, una fuga
que nos sorprende, una melodía que nos conecta con la Santiago profunda de
principios del siglo XX.
Es devolverle el lugar que se ganó no con bombos y platillos,
sino con trabajo silencioso, talento descomunal y una humildad admirable. Es,
en definitiva, escuchar de nuevo la voz de un músico fantasma que siempre
estuvo ahí, esperando en silencio a que alguien volviera a pasar las páginas de
sus partituras y le diera vida.
La próxima vez que escuches un escondido, que vayas a una
peña o que hables de la grandeza de la música santiagueña, acordate de
mencionar a Nicolás Segundo Gennero. Empecemos a sacarlo del olvido. La
conversación, recién comienza.
Fuente: Roberto Peralta

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