martes, 28 de octubre de 2025

Alfredo Palumbo: El Duende que le Cantaba al Monte

Hay historias que merecen ser contadas en voz baja, como un secreto. La de Alfredo Palumbo, el genio oculto del folklore santiagueño, es una de ellas. Un hombre que fue puente entre la chacarera y el rock, y cuya música sigue latiendo en el corazón de la tierra.



Hay figuras que no se olvidan. Personas que, con solo verlas una vez, se te graban en la memoria para siempre. Alfredo Palumbo era una de esas. Quienes lo cruzaron por las calles de Santiago del Estero o en algún polvoriento camino de los Valles Calchaquíes, cuentan que parecía una aparición. Un hombre tallado en la misma madera que los árboles del monte, con una barba blanca que le llegaba al pecho y unos ojos que habían visto de todo. Con su guitarra al hombro, no era simplemente un músico; era un personaje de leyenda, un pedazo del paisaje santiagueño que se había echado a andar.

Y es que, para entender a Palumbo, hay que volver a la tierra. Nació un 24 de julio de 1949 en Los Mimbres, un rincón de Santiago del Estero que él mismo describía como el lugar "donde comienza el reino de la magia". Creció entre Manogasta y Upianita, y aunque la vida lo llevó a la ciudad, su alma nunca se mudó de allí. Ese paisaje primigenio, lleno de mitos y susurros, fue la tinta con la que escribiría toda su música.

Aprendió a tocar la guitarra de chico, pero la verdad es que su espíritu indomable no tardó en soltarle la mano a su primer maestro para lanzarse a su propio camino. Se hizo trovador, un solista que recorría el cancionero popular argentino con una voz que sonaba a tierra y a verdad. Su talento era tan evidente que en 1996 ganó el rubro "Chacarera inédita" en el pre-festival de la Chacarera. El tema era "Carnaval del monte", una joya que compuso junto a otro poeta inmenso, Ricardo "Shinfu" Sgoifo.

Esa canción es mucho más que una canción. Es un portal. En sus estrofas, el monte santiagueño cobra vida en una fiesta cósmica: el Sachayoj se despierta, el Kakuy llora una vidala, la Telesita baila entre harina y esperanzas y hasta el Almamula anda de fugitivo. Palumbo no cantaba sobre el monte; él cantaba con el monte.

 

El sol asoma rojizo

cuando en el monte amanece

y en el follaje se mece

el canto del cardenal.

Anda el corazón del monte

rejuntando soledades

en la siesta las deidades

van jugando al carnaval.

(Fragmentos de "Carnaval del monte")

 

Un Alquimista de Sonidos: Folklore, Rock y Corazón

Etiquetar a Alfredo Palumbo siempre fue imposible, porque él mismo se escapaba de todas las jaulas. En la última entrevista que dio, lo explicaba con una simpleza desarmante: "Yo sigo la línea folklórica, pero le doy toques especiales que tienen algo que ver con rocanroll, esas cosas, ¿me entiendes?". Palumbo no era un guardián de museo, era un cocinero de sonidos.

Su coctel personal era único. En una mano sostenía la sabiduría de Atahualpa Yupanqui, a quien admiraba como un "hombre muy sabio", y la poesía de Dávalos y Castilla. En la otra, la electricidad y la rebeldía de Pappo's Blues, Miguel Abuelo y los Redonditos. En Santiago, su gran referente fue Jacinto Piedra, ese cometa fugaz del folklore con quien compartió amistad, música y sueños.

Con todos esos ingredientes, ¿qué hizo? Creó su propio plato. Inventó la chacaraguá, una mezcla explosiva y bailable de chacarera con el ritmo caliente de la guaracha santiagueña. Su tema "Pobrecito el Tupinami" es la prueba viviente de esa genialidad. Se adelantó a su tiempo y, como suele pasar, nadie le hizo mucho caso cuando mandó las notas a SADAIC para registrar el nuevo ritmo. Pero a él no le importaba demasiado. Ya andaba pensando en el "chacarablue" o el "chacarock", siempre un paso más allá.

El Trovador de la Gente, el Duende de los Valles

La verdad es que el escenario natural de Alfredo no eran los grandes teatros, sino la vida misma. La calle, un bar de mala muerte, el pasillo de un colectivo, una peña improvisada. Allí era donde su música cobraba su verdadero sentido. El escritor Guillermo Gardenal nos regaló el recuerdo de su primer encuentro con él, y es casi una escena de película.

Imaginen la situación: Tafí del Valle, unos amigos compartiendo un trago, y de repente, aparece Alfredo. "Cual duende de la montaña", con la guitarra a cuestas. Se acercó, vio que había música y se sumó. Lo que empezó como un encuentro casual al mediodía se convirtió en una de esas jornadas mágicas que se estiran sin que nadie se dé cuenta. El sol se fue, llegó la noche y ellos seguían ahí, entre chacareras, charlas y vino. Alfredo necesitaba encontrar a un lutier en Cafayate, así que, ya de madrugada, emprendieron una caminata de kilómetros bajo las estrellas, con el alma recargada por la energía de ese viejo sabio. "Sentimos siempre que la energía que el viejo nos había dado nos acompañaría en la caminata nocturna", recuerda Gardenal.

Esa era la magia de Palumbo. No era solo un músico, era un maestro de vida sin proponérselo. En otra ocasión, en una peña, le señaló a Gardenal cómo los siete algarrobos del patio formaban un círculo. Le dijo que solo gracias a esa ronda de árboles, a esa danza silenciosa, era posible la fiesta que estaba ocurriendo adentro. Para él, la naturaleza no era un fondo de pantalla; era la protagonista.

Un Tesoro Escondido en la Memoria

Alfredo se fue de este mundo un 13 de junio de 2010, en Cafayate. Tenía 60 años y, como no podía ser de otra manera, se despidió en medio de una guitarreada con amigos. Su cuerpo volvió a la tierra de Manogasta, pero su música se quedó flotando en el aire, frágil y preciosa.

Poco antes de irse, como si supiera que el tiempo se acababa, grabó el que sería su único disco oficial: "Galopa el duende en el río". Un álbum de doce canciones que es un faro en la niebla, un homenaje a su amigo Jacinto Piedra y la única puerta de entrada oficial a su universo.

Pero ese disco es solo la punta del iceberg. Se dice que compuso más de setenta canciones. La mayoría de ellas duermen en viejos casetes que sus amigos guardan como oro, o, lo que es aún más conmovedor, viven solo en la memoria de quienes lo escucharon cantarlas. Ahora mismo hay gente maravillosa transitando un "camino de recuperación", intentando rescatar esas joyas del olvido. Canciones como "Cueca del Monedón" o el huayno "Presencia", donde uno puede asomarse a su mundo interior de una forma casi mística.

 

Iba creciendo la siesta

el solcito en mi ventana

mis patitas se movían

mi cabecita pensaba

el corazón que sentía

esta rara alegría.

Y es cuando llegan los seres

que uno los lleva en el alma

cuando conversa con ellos

crece la magia a la vuelta

la vida que nos rodea.

(Fragmentos de "Presencia")

 

Su amigo Alberto Tasso lo definió a la perfección: era algo más que un músico y algo más que un paisano. Un "hombre de Naturaleza rabelesiana" que "huye de toda definición".

El Eco del Duende

Al final del día, la historia de Alfredo Palumbo es la del artista en estado puro. El que crea porque no tiene más remedio, porque la música le brota como el agua de un manantial. Fue un cronista de su tierra, un filósofo con guitarra y un innovador valiente.

Su legado es frágil, pero terco. Se resiste a desaparecer. Cada vez que alguien desempolva un casete o tararea una de sus melodías olvidadas, Alfredo vuelve a la vida. Su voz no se ha ido, solo se ha mezclado con el paisaje. Si alguna vez andan por Santiago del Estero y prestan atención, quizás puedan oírla en el canto de un cardenal, en el silbido del viento entre los algarrobos o en el ritmo secreto que late bajo la tierra. Es el eco del duende, que nos sigue invitando a escuchar.

 

Fuentes:

* Gardenal, Guillermo. (2018). Alfredo Palumbo (1949-2010). Hoja aparte en la etnomusicología de Santiago del Estero, Argentina. CUADERNOS SUPAY WASI, Nº2, pp. 59-63.

* Arias, Santiago. (21 de junio de 2010). La última entrevista a Alfredo Palumbo. Obtenido de: http://arenapoliticasde.blogspot.com.ar/2010/06/la-ultima-entrevista-alfredo-palumbo-y.html


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