Verano de 1912 – Santiago del Estero
EN esta mi querida
ciudad, tan llena de recuerdos, se practica el folklore con personas venidas
del campo, y que, sintiendo intensamente la emoción nativa, se complacen en
tocar y cantar para los amigos. Soy un buen amante de la música, y dicen que
soy un buen pianista, pero mis inclinaciones, lo confieso, son por los cásicos
y románticos, especialmente Chopin. Los bailes nativos me agradan y sé zapatear
un gato y sentir la cálida dulzura de la zamba.
Ayer tuve un pequeño
altercado con Santiago M. Lugones, buen amigo y extraordinario profesor.
Lugones, sin- cero y ferviente partidario de las cosas criollas, no aceptaba lo
que él llamaba "mi tibieza", y en el colmo de la discusión me dijo,
casi como un estampido de bomba de remate:
Es que usted, que compone
valses franceses al es- tilo de Crémieux, Berger o Waldteufeld, romanzas al
estilo de Tosti, no le da importancia a nuestra música porque no es capaz de
componer un triste gato ni menos una zamba. - Y terminó, rojo de indignación,
mientras con el índice de su mano derecha me amenazaba frente a mis narices: -
Para eso hay que ser músico de alma y no dejarse arrastrar por los gringos, y
ser criollo, aunque no se sepa música...
Me quedé confuso por la
injusticia de sus recriminaciones, y enojado por el calificativo de
"patadura", siendo. yo un buen bailarín, y le repliqué:
Mañana a la tarde tendrá
usted en su poder una zamba, que la compondré sin trabajo ninguno, y sólo para
demostrarle que está en un injusto error.
Llegué anoche a casa, y
fastidiado y anheloso de cumplir la promesa, me puse a pensar motivos
musicales. Trabajé esta mañana intensamente. Todavía siento las palabras de
Lugones pronunciadas delante de todos los amigos.
A las siete de la tarde
llegué a la puerta del Club de Ajedrez, simulando no llevar nada, pero en uno
de mis bolsillos, bien dobladito, estaba el papel donde había escrito mi zamba,
Oiganlé al guapito! me
dijo socarronamente Lugones, mordiendo entre sus dientes un palillo; y ter- minó
con una sonora carcajada: ¿No decía usted que era tan fácil hacer una zamba?...
¿Por qué no la ha hecho...? si es tan sabio?
- Vea, mi querido
Santiago le respondí, gozando para- mis adentros; no me mortifique..., ¡qué le
vamos a hacer!... Acompáñeme a tomar un vermut le dije, to- mando o de un
brazo.
Después del vermut invité
a Santiago a pasar al salón de baile, donde hay un hermoso piano de cola.
Lugones se resistía a ir, creyendo que yo le iba a "endilgar" una
audición de música foránea e intrascendente. Pero a tantos ruegos, por fin,
accedió. Me senté en el taburete, y con toda solemnidad saqué mi papel con la
música manuscrita, y, despaciosamente, lo extendí en el atril.
La sorpresa de Santiago
fué grande cuando vio el título: "Zamba para el incrédulo Santiago
Lugones". Cuando la terminé de ejecutar, su sorpresa no tenía límites.
Veinte veces me obligó a que la tocara. Y nos quedamos allí, y perdimos el
habitual paseo por el parque Aguirre.
Pero a esta zamba le
pongo el nombre de "La estrellita". ¿Por qué? Lugones y yo nos
disputamos el favor de la mirada de... una "estrellita" santiagueña.
Ella no lo sabe; ¡y nosotros estamos tan lejos de merecer esa mirada!... Pero
él es poeta, y yo soy músico...
Aquí, en un cajón de mi
escritorio, guardo a "La estrellita", inédita en todas sus emociones,
pero... pero esperando que algún día me mire...
Fuente: Revista "El Hogar" 1948

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