lunes, 6 de octubre de 2025

Weisburd: Crónica de un Sueño Industrial Forjado en el Quebracho

Crédito: Bichos de campo


La historia de Weisburd, una recóndita localidad en el centro del departamento Moreno de Santiago del Estero, es una épica de ambición, visión industrial y, finalmente, declive. Es la narrativa palpable de cómo el ímpetu de un solo hombre pudo transformar un paraje agreste, conocido inicialmente como El Bravo, en el corazón palpitante del desarrollo industrial provincial durante la primera mitad del siglo XX. Hoy, esa historia persiste, grabada no solo en la memoria de sus habitantes sino en el nombre oficial que adoptó la localidad en 1933: Weisburd, en honor a Don Israel Benjamín Weisburd, el inmigrante judío ruso que desafió a los gigantes del comercio global.

La magnitud de la empresa de Don Israel Benjamín Weisburd, un pionero cuya visión rivalizó incluso con la todopoderosa compañía inglesa "La Forestal", se dimensiona al observar la demografía actual. Weisburd alberga hoy a aproximadamente 4000 habitantes. Esta cifra, aunque significativa para la región, palidece en comparación con su época de máximo esplendor, hace casi un siglo, cuando se estima que su población superó los 5000 residentes, todos atraídos por el pleno empleo y la infraestructura de vanguardia que Don Israel había instalado.

Geográficamente, Weisburd se sitúa en un punto estratégico, a unos 40 kilómetros de distancia tanto de Quimilí como de Tintina, en el noreste central de la provincia. La visita a Aldo “Chito” Zalazar, quien fungió como comisionado municipal entre 2008 y 2017 y es testigo vivencial de la transformación del pueblo, ofrece una perspectiva invaluable sobre la gloria y la caída de este enclave industrial.

El Contexto del Chaco Santiagueño y el Origen del Pionero

El entorno natural de Weisburd es el Chaco santiagueño, una ecorregión que en sus orígenes estaba dominada por un monte impenetrable. Este ecosistema era el hogar de especies arbóreas de alto valor económico e industrial, como el quebracho colorado y blanco, el algarrobo, el chañar, el guayacán, y el mistol. También abundaban las especies espinosas conocidas en quichua como “janas”, testimonio de la dureza del clima y la vegetación. El quebracho colorado, en particular, se convertiría en el pilar de la fortuna y el legado de Don Israel, gracias a la inestimable riqueza que encerraba: el tanino.

La llegada de Israel Benjamín Weisburd a Santiago del Estero estuvo marcada por la necesidad y la oportunidad que trajo el ferrocarril. De origen judío ruso, Weisburd había migrado a la Argentina y se había establecido inicialmente en la colonia agrícola de Moisés Ville, Santa Fe, donde gestionaba un almacén de ramos generales. Su destino cambiaría drásticamente cuando, en 1906, llegó en tren a la provincia con su familia.

Su primer contacto con la industria forestal fue bajo el ala de Don Julius Hasse, cerca de Tintina. Weisburd asumió el rol de encargado de la compañía maderera, una experiencia que le serviría como trampolín para desarrollar su propia visión. Fue durante este período que cristalizó su ambición, expresada en una frase premonitoria dirigida a su patrón, cargada de simbolismo local: “Aquí compraré un campo y echaré raíces para siempre, como el centenario algarrobo que cobija a los pájaros, y al resto de los animales con su sombra, como también al hombre, dando además frutos, madera y abrigo”. Esta declaración no solo delineaba un plan de negocios, sino una filosofía de vida: la construcción de un proyecto industrial que también fuera un hogar y una fuente de sustento integral para la comunidad.

Poco a poco, la independencia se materializó. Weisburd adquirió unas 30.000 hectáreas de bosque virgen en las inmediaciones del paraje El Bravo. En este vasto territorio, levantó su casa y sentó las bases de su hogar y su futuro imperio. El progreso de su emprendimiento fue meteórico; para 1920, la capacidad logística y de explotación ya le permitía despachar 80.000 toneladas de leña propias. La trascendencia de este crecimiento fue tal que, solo trece años después, en 1933, el Poder Ejecutivo Nacional oficializó un decreto que rebautizaba la estación El Bravo como Weisburd, un reconocimiento inusual a un pionero aún en vida.

La Competencia Titanica: El Tanino como “Oro Rojo”

El gran salto industrial ocurrió en 1941, cuando Don Weisburd consolidó su obra maestra: una fábrica de tanino. Este extracto, conocido en la época como el "oro rojo" debido a su alto valor en la industria del curtido y a su coloración intensa, representaba el pináculo de la explotación forestal. La instalación de esta planta convirtió a la empresa de Weisburd en el emprendimiento industrial más grande de todo Santiago del Estero durante el siglo veinte, estableciéndose como un rival directo para el monopolio que hasta entonces ejercía "La Forestal", la compañía inglesa que controlaba el mercado mundial del tanino.

El proceso de extracción del tanino era relativamente simple pero intensivo en recursos. Consistía en chipear la madera de quebracho y luego someterla a ebullición para extraer el extracto soluble. A pesar de que se estimaba que el tanino proveniente del quebracho santiagueño poseía una calidad ligeramente inferior al de su par chaqueño, la escala de producción de Weisburd era colosal. Al año siguiente de su inauguración, Don Weisburd ya había expandido sus propiedades a 92.500 hectáreas.

La fábrica operaba a un ritmo frenético e ininterrumpido: funcionaba las 24 horas del día, los 365 días del año. Esta maquinaria productiva empleaba a cerca de 3500 operarios y alcanzaba una producción anual de 20.000 toneladas de tanino. El producto, envasado en bolsas de arpillera de 50 kilogramos, era esencialmente destinado a las curtiembres de todo el mundo y, en una aplicación menos conocida, se utilizaba en la perforación de pozos petrolíferos. Gran parte de esta producción era exportada a mercados internacionales clave como Estados Unidos, Japón, Alemania, Cuba y Polonia, demostrando la inserción global de este pequeño pueblo en el Chaco.

La Visión Utopista: Ingeniería y Comunidad

El verdadero legado de Don Israel no reside solo en la escala de su producción, sino en la infraestructura y la sociedad que construyó alrededor de su fábrica. Contemplando hoy las ruinas de aquel complejo industrial, como lo recuerda Chito Zalazar, se evoca una época de gloria donde la planificación urbana y la ingeniería se pusieron al servicio de la comunidad.

Uno de los mayores desafíos en el corazón del Chaco semiárido era el agua. Para garantizar el funcionamiento industrial y la supervivencia de la creciente población, Don Weisburd se asoció con su sobrino, el ingeniero hidráulico León Weisburd. Juntos, diseñaron un sistema hídrico extraordinariamente avanzado para la época. Incluía perforaciones profundas, acueductos, y un sistema de represas con capacidad para almacenar 17 millones de litros. Para la distribución, se instalaron motobombas, un depósito de 20.000 litros de nafta para asegurar la energía constante de las bombas, y cisternas subterráneas que alcanzaban los 50 metros de profundidad para garantizar el agua potable. Además, se tendieron cañerías que proveían agua corriente (no potable) a todas las casas del pueblo. Conscientes de la calidad del agua de la zona, los habitantes dependían también del agua de lluvia, almacenada en numerosos aljibes que formaban parte del diseño urbano.

La visión de los Weisburd iba incluso más allá de las fronteras del pueblo. Fueron firmes impulsores de la canalización del río Bermejo, un proyecto ambicioso que buscaba proveer de agua a la totalidad de Santiago del Estero y, más audazmente, facilitar la navegabilidad fluvial. Don Israel, influenciado por modelos europeos, contemplaba el transporte de mercancías mediante barcazas, optimizando la logística de exportación del tanino.

León Weisburd, reconociendo la importancia de la gestión sostenible de los recursos, fue además cofundador de la Facultad de Ingeniería Forestal de la provincia, bajo la premisa de que el futuro económico de la región dependía de la extracción racional y científica de sus recursos forestales.

Para sostener este monumental proyecto, Don Israel tejió una red comunitaria que incluía a familiares (hermanos, primos, sobrinos), técnicos especializados de origen europeo, y a la población nativa de toda la región. El resultado fue un poblado de 5000 habitantes gozando de pleno empleo y una calidad de vida excepcional.

El Modelo Socioeconómico de Weisburd

La infraestructura no se limitó al ámbito industrial o hídrico. Don Israel invirtió masivamente en infraestructura social y de comunicaciones:

* Vivienda y Servicios: Se construyeron 80 casas, un hospital bien equipado, una farmacia y una biblioteca. La provisión de bienes estaba garantizada por una tienda y una proveeduría.

* Educación: Se fundaron 17 escuelas en diversos parajes circundantes, subrayando su compromiso con la formación de la niñez.

* Comunicaciones y Energía: Se instaló luz eléctrica gratuita para todos los habitantes, un servicio de telégrafo y se tendieron 108 kilómetros de cables telefónicos.

* Logística y Transporte: Se establecieron 77 kilómetros de vías férreas internas, cuatro estaciones de ferrocarril, e incluso una pista para aviones sanitarios. Sorprendentemente, se construyó una autovía de alta velocidad que permitía a los vehículos moverse a nafta hasta a 120 kilómetros por hora.

* Esparcimiento: El pueblo contaba con un cine, que también funcionaba como bar y salón con mesa de billar, y diversos clubes sociales.

El factor distintivo del modelo Weisburd fue su profundo sentido social y moral. A diferencia de otros enclaves extractivistas, Don Israel promovía la autosuficiencia y la dignidad del trabajador. Los obreros no solo recibían su salario, sino que podían establecer sus propias huertas, criar animales y abrir comercios. Existía un sistema de créditos y, notablemente, la empresa no utilizaba vales (una práctica común y a menudo abusiva de la época) para pagar a sus empleados. Este sistema laboral fomentó la organización, permitiendo la existencia de un sindicato de la Federación de Obreros Santiagueños de la Industria Forestal (FOSEIF).

Don Israel complementó la explotación forestal con la diversificación agrícola y ganadera. Poseía caballos, mulas, vacas mestizadas, ovejas, cerdos, cabras, aves de corral y colmenares. Sembraba algodón, maíz, sorgo y alfalfa para forraje. Sus convicciones eran claras y se transmitían en máximas:

* “Quiero morir sin ver ranchos en este lugar”, una meta social que buscaba erradicar el mal de Chagas, endémico en las viviendas precarias.

* “Que los chicos vayan a la escuela. Deben prepararse para saber defender su futuro”, enfatizando la educación como clave del progreso personal.

* “No quiero un pueblo sin fe, porque si no, se dedica al vicio”, una creencia que lo llevó, siendo él mismo judío practicante, a financiar y construir una iglesia católica para la comunidad.

La Tormenta Perfecta y la Caída del Imperio

Este esplendor, sin embargo, no estaba destinado a perdurar. El declive de Weisburd fue un proceso multifactorial, marcado por la fatalidad, la geopolítica y los cambios regulatorios.

El punto de inflexión fue el fallecimiento de Don Israel Benjamín Weisburd en 1952. Hasta el último momento, mantuvo su ética laboral, asegurando que no sucumbiría a las presiones de la compañía inglesa La Forestal—que buscaba manipular el mercado mundial del tanino—ni suspendería a ningún obrero. Su muerte dejó un vacío de liderazgo y visión que sus sucesores lucharon por llenar.

Coincidiendo con este evento, el mercado internacional sufrió una transformación irreversible. Se descubrió y popularizó la planta de “mimosa africana” como una fuente alternativa y económicamente viable de extracto de tanino. La Forestal, priorizando la maximización de sus ganancias y buscando mano de obra más barata, decidió trasladar gran parte de sus operaciones de tanino a la India.

A estos factores externos se sumaron las tensiones internas. Se especula que las nuevas leyes laborales promulgadas durante el gobierno de Juan Domingo Perón, destinadas a proteger los derechos de los trabajadores, se hicieron onerosas para las grandes compañías extractivas, incluyendo a La Forestal, que buscaba cualquier pretexto para reducir su presencia en Argentina.

La estocada final provino del Convenio de París de 1955, un acuerdo que fijó cupos mínimos de producción para las empresas argentinas que competían globalmente con el tanino de mimosa. Empresas nacionales no vinculadas al capital inglés, como Weisburd y COTAN (Compañía Taninera SRL de Monte Quemado), se vieron incapaces de vender su volumen de producción. Esto obligó a una reducción progresiva de las operaciones de la fábrica.

Los herederos de Don Israel intentaron desesperadamente salvar la empresa mediante la innovación. Se asociaron con la compañía estadounidense Williams para fundar una Carboquímica. El objetivo era industrializar los subproductos que la fábrica de tanino desechaba, como gajos y hojas, transformando residuos en nuevos insumos. Llegaron a destilar alcoholes y fenoles, y a producir una briqueta de carbón de alto poder calórico, similar al carbón de piedra o coque. Incluso existe el rumor persistente de que lograron destilar un componente apto para el combustible de aviones. Sin embargo, por razones que se desconocen o no se han documentado suficientemente, el proyecto Carboquímica tampoco prosperó.

El destino de la fábrica de tanino de Weisburd estaba sellado. Finalmente, La Forestal, en un acto de consolidación y eliminación de competencia, compró la planta para, inmediatamente después, desmantelarla por completo.

La Resiliencia y el Presente Austero

Con la desaparición de la fuente de empleo, la emigración se hizo inevitable. Cientos de obreros se vieron forzados a abandonar Weisburd en busca de nuevas oportunidades.

Sin embargo, el espíritu cooperativo y la capacidad de trabajo que había inculcado Don Israel persistieron. En 1969, un grupo de aproximadamente 200 trabajadores, apoyados por un subsidio estatal, se "reciclaron" y organizaron una cooperativa metalúrgica y maderera. Utilizando la maquinaria que había servido para el mantenimiento de los vagones del tren, se dedicaron inicialmente a la carpintería metálica. Desarrollaron un sistema de trueque ingenioso, canjeando chapas y hierros de Altos Hornos Zapla a cambio de carbón vegetal, lo que les permitió erigir tinglados (estructuras metálicas) en toda la provincia. En el aserradero, se enfocaron en la elaboración de muebles de algarrobo y quebracho colorado y blanco.

Hoy, la manifestación viva de aquel esfuerzo cooperativo se reduce a un pequeño taller de carpintería de madera, que apenas emplea a unos siete integrantes. Su trabajo principal se centra en la elaboración de productos rústicos de quebracho, como mangas, tranqueras y postes para corrales. Los carpinteros explican una técnica esencial para trabajar el durísimo quebracho: debe trabajarse “mojado”, es decir, antes de que su madera se seque y se vuelva prácticamente imposible de manipular. También aprovechan el quebracho blanco, que es más blando, utilizándolo para fabricar varillas destinadas a alambrados. Reciben la materia prima en rollos, un testimonio de que el monte, aunque mermado, sigue siendo el proveedor fundamental de la escasa economía local.

La realidad actual del pueblo de Weisburd se presenta como un contraste doloroso con la visión de su fundador. Las calles son mayoritariamente de tierra. La infraestructura hídrica y sanitaria que una vez fue modelo ha desaparecido o colapsado; el pueblo carece de red cloacal y de cañerías de agua corriente. La falta de empleo estructural es crónica, llevando a la mayoría de los habitantes a depender de los planes estatales. No hay un médico permanente, el cine es un recuerdo y, desde la década de 1990, el tren que trajo la vida a El Bravo ya no llega más.

A pesar de las carencias, la memoria del esplendor pasado sirve como un recordatorio constante de las palabras de Don Weisburd: él demostró que la provincia no es pobre y que sus habitantes no están condenados a la miseria.

Un Llamado al Patrimonio

El arquitecto Daniel Weisburd, hijo del ingeniero León, es hoy el custodio de esta memoria histórica. Él ha sido la fuente principal de información para la documentación del legado de su familia, incluyendo la publicación de su apasionado libro: “Weisburd, el pueblo de un pionero”, editado en abril de 2006.

Daniel Weisburd sostiene una lucha activa para que el pueblo donde se crió sea declarado Patrimonio Histórico Nacional. Argumenta que este reconocimiento no solo honraría el esfuerzo monumental de su abuelo, sino que también serviría como palanca para un incipiente turismo cultural, ofreciendo a Weisburd una nueva oportunidad económica en el siglo XXI.

Al final, la historia de Weisburd es una lección sobre el poder transformador de la inversión honesta, la planificación comunitaria y la ética laboral, y sobre cómo las fuerzas incontrolables del mercado global y la geopolítica pueden borrar de la faz de la tierra el sueño de un pionero. El legado de Don Israel Benjamín Weisburd, sin embargo, perdura, encapsulado perfectamente en la dedicatoria de su nieto Daniel, una guía moral para el futuro de un pueblo que se aferra a su pasado:

“A Don Israel, un Weisburd que con sus acciones trascendió en la vida y dejó el apellido en la historia y en la geografía. A mis padres, Vita y Leova, que me dieron la posibilidad de vivir en un lugar maravilloso y aprender a conocer la vida de la gente de nuestro país; a creer que se puede ser feliz con poco, especialmente cuando se tiene trabajo, y que es posible un mundo mejor, cuando se trabaja honestamente, y cuando se vive y se deja vivir.”  Bichos de Campo




 


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