lunes, 31 de marzo de 2025

Don Sixto Palavecino

Grabó su primer disco a los 50 años en 1966 para RCA. Autor de 300 temas, cuenta con 25 LP y dos CD, con un tercero en camino. Recibió el Premio Konex, un Disco de Platino y fue reconocido como Ciudadano Ilustre de Santiago del Estero. Carlos Menem lo distinguió como Personalidad Emérita de la Cultura Argentina. Ha compartido escenario con figuras como Chico Buarque, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Milton Nascimento y Pete Seeger. Además, actuó junto a León Gieco en estadios como Vélez Sarsfield y Boca Juniors, siendo parte de De Ushuaia a La Quiaca.




El 31 de Marzo del 1915, nacía Sixto Palavecino en la localidad de Barrancas, inserta en el departamento Salavina, en Santiago del Estero.

Su destino parecía determinado desde antes de nacer. "Soy quichuista desde quién sabe qué tiempo anterior", filosofa el músico, y la frase encaja perfectamente con esa imagen sencilla y ancestral. Un poncho santiagueño le cubre el hombro. En su mano derecha, un bastón acentúa la estampa de patriarca folklórico.

Sixto Palavecino creció en un entorno agreste, donde prácticamente nadie hablaba el castellano. La familia vivía del pastoreo y de lo que cosechaba. "Plata no había, no manejábamos dinero. Todo lo que plantábamos o criábamos, como ovejas y vacunos, era para comer".

Esa forma de vida natural y el influjo salamanquero del monte barranquero lo transformó en un músico sacherito (del monte) y bien criollo. "Yo me iba al monte a tocar, porque mi mamá no me dejaba y guardaba el violincito que me había fabricado en el hueco de un viejo algarrobo." Nadie le enseñó a tocar un instrumento. Sixto se contagió del ambiente musical que lo rodeaba. "La gente hacía música para los rezabailes, fiestas religiosas y cumpleaños. Siempre había música y musiqueros por todas partes. En la zona donde vivía había como unos veinte violinistos. De todos ellos aprendí yo. De mirar y escuchar", refresca en su memoria. .

Don Sixto fue el primero en la familia en cumplir varios sueños humildes, pero inalcanzables para algunos de sus mayores, que terminaron sus días en medio del monte. Sixto logró salir de Barrancas y trasladarse 25 kilómetros más cerca de Villa Salavina. "Para nosotros era como ir a Buenos Aires -compara-. Nunca nadie de mi familia había entrado ahí."

Allí conoció a su segunda mujer (se había casado a los 16 y había tenido una hija), tuvo sus tres hijos y alternó su ocupación de musiquero con la de comerciante. "Tenía un bolichito en las afueras del pueblo, antes de cruzar el río. Y en esa época me llamaban de todos los lugares para que participe de las fiestas. A mí me pagaban 50 pesos, al guitarrista 20 y al bombisto 10."

Cumplido el primer objetivo fue tras otros dos grandes sueños. "Quería que mis hijos estudien. Yo apenas había terminado la primaria. Y, además, quería tener un programa de radio pasando repertorio de música tradicional y difundiendo el quichua. Pero no de forma académica, sino por medio de la transmisión oral como aprendimos todos los que vivimos en Santiago." Las dos ilusiones se le cumplieron. Sus hijas se recibieron de docentes, mientras que su hijo se transformó en ingeniero agrónomo.

SIXTO PELUQUERO

El hombre no parece cansado después de haber pasado por diferentes oficios para sobrevivir, mudado de región en varias ocasiones, afincarse definitivamente en Santiago y seguir tocando junto a los integrantes de su familia de forma un poco más profesional. "En realidad, los últimos veinte años me dediqué más a la música. Antes trabajaba en la peluquería y estaba preocupado porque mis hijos terminaran de estudiar. Sólo cuando tenía 45 años formé el conjunto con mis hijos y con ellos hemos andado por todo el país." En la peluquería lo encontró León Gieco, cuando lo fue a buscar para participar de su disco "De Ushuaia a La Quiaca". En la década del sesenta, Jorge Cafrune lo fue a buscar al mismo lugar. "Vino porque me quería escuchar, me grabó dos chacareras que para mí era como llegar al cielo y después me trató de convencer para que salga de gira con él. La idea me interesaba, pero iba a tener que cortar los estudios de mis hijos, que me acompañaban en el conjunto. Me acuerdo que fue una decisión difícil. Una amiga me dijo: "Mire don Sixto, en un mes va a ganar lo que gana en un año en la peluquería". Era tentador, pero, finalmente, no acepté, y mis hijos se recibieron."

NO QUERIA SER FAMOSO

-"Nosotros hacemos la música naturalmente, no por una necesidad profesional o comercial, sino por difundir la cultura de nuestros antiguos. Eso es lo que me interesó desde siempre. Pero nunca pensé, ni soñé con hacerme famoso. Todo era en defensa del quichua. Sólo en el último tiempo comencé a vivir de la música".

Según su visión, con los años, las cosas se desnaturalizaron. Para Sixto el contexto determina: "Yo tuve la suerte de vivir las más sanas costumbres y vivencias. Como fueron antes nuestros antepasados. Hoy, lamentablemente, estamos perdiendo los principios y eso es triste. Claro no es mayoría".

Un detalle, Sixto guarda en el pequeño estuche del violín una foto del Che Guevara. "Tenemos que estar orgullosos de su valentía y su lucha por la libertad", dice.

Será por eso que el músico apuesta a las nuevas generaciones. "Yo tengo la esperanza de que la juventud tome conciencia. Que sepan cómo fueron sus abuelos y bisabuelos, se concienticen y puedan -aunque estamos en una era tremenda- volver a sus raíces", apunta el violinisto

. Lo que se preserva en Santiago del Estero de toda contaminación es el quichua. "En la provincia hay 27 departamentos, 14 de ellos hablan solamente el quichua. Más allá de que sepan castellano, toda la gente es quichuahablante. Yo también, no tengo nada que ver con los estudiosos. Lo mío es natural. A veces hasta me cuesta hablar en castellano", confiesa.

. En su familia se cuidaban todas estas costumbres de sus mayores. El quichua, en su casa, era tan natural como la música. "En mi casa mis dos hermanos mayores hacían música. En cada ranchito había un musiquero", recuerda. Eso sigue sin alterarse en las pocas familias que siguen viviendo en Barrancas. "Lo que hago es para representar ese monte, el lugar donde he nacido. Lo puro. Mi música y mi canto vienen desde ahí, muy en el fondo del tiempo."

EL DIA QUE CONOCIO A ARGELIA

"En un rezabaile de San Antonio la vi a Argelia. Me puso tres años de plazo para casarnos. Tan-to perseguirla le hice bajar a dos años y así le arañé hasta que... nos casamos a los seis meses. Nos casamos de civil en la casa de ella, pero esa noche no me entregan la novia y me volví a mi casa, casado y sin mujer. Así nos trataban. Cuando iba a visitarla cuando fuimos novios, me recibía el padre, ni la veía. Mi suegro ni pintado me quería.

Porque yo era musiquero, era pobrecito. Cuando veo que estoy tan despreciado por mi suegro le hice llegar un papelito a ella: "Argelia: te voy a pedir, pero sé que tu papá se va a negar, si vos estás dispuesta yo estoy dispuesto a sacarte, directamente nos casamos". Ella me contestó que sí. Pero los padres al final cedieron. Fue para toda la vida. Cincuenta y tres años y cuatro meses de alegría y felicidad.

La historia del amor empezó con una cabalgata de locos hacia la iglesia de Salavina. La fueron a buscar a la novia al monte, y a caballo la llevaron a la iglesia. Un contingente de caballos, hombres, mujeres, chicos, viejos y viejas reventando cohetes en nuestro honor.

Y ahí recién, a la nochecita, nos juntamos en mi casa, ya casados por iglesia. Hemos tenido tres hijos. Dos seguidos y hemos dicho vamos a suspender. Luego hemos tenido otrita, y ahí hemos parado para siempre. Así hemos hecho el convenio. A esa época no teníamos ninguna precaución para evitar el embarazo.

El hombre es el que tiene que buscar la forma. Hay otros que meta hijo nomás. No queríamos muchos porque decíamos: hay que educarlos. Entonces yo tenía que sacrificarme para evitar que se ponga embarazada. Ella era para mí la mejor del mundo. Calladita era. No era de ésas.

Cuando andábamos mal, jamás se ha puesto triste ni nada, porque podría haber dicho este hombre, siempre se funde. Murió de 75 años.. Cuanto más tiempo iba pasando, más nos queríamos. Los últimos años, a mí me parecía que más la quería.

"EL ALERO QUICHUA SANTIAGUEÑO"

Don Sixto se emociona el día que decidió visitar la vieja emisora Radio del Norte de Santiago del Estero –L.V. 11- ante el Director interino Don Alberto Pérez (Huesito), a quien le expresara el alcance de sus deseos: pedía una audición quichua para la difusión del idioma y de la cultura quichua; quería llegar a sus hermanos quichuahablantes e indicarles el camino de la reivindicación; deseaba fervientemente transmitir su propio orgullo a través de la onda radial y propagar desde la cuna al país este verdadero sentimiento de identidad nacional.

Don Alberto Pérez entendió el propósito y en valerosa y patriótica decisión autorizó la iniciación de la misma que a la fecha ha cumplido sus 35 años de audiciones ininterrumpidas. Hoy el quichua ocupa el nivel que soñaron sus defensores tales como Don Sixto; el Profesor Domingo Bravo; los poetas Vicente Salto y Felipe Corpos y todos aquellos identificados con estas raíces.

Publicado por Daniel Frediani

Fuente: turismoensantiago.blogspot.com

viernes, 28 de marzo de 2025

Olores, pregones y colores

 

Captura de FBK

Los hombres usan los sentidos para orientarse estableciendo una variada gama de referencias que almacenan en el cerebro. Informaciones que llegan a través de órganos receptores como los ojos, nariz y oídos. Estas acumuladas y asociadas, colaboran en la experiencia y conocimiento del vivir el sociedad.

Una ciudad contiene ruidos y olores, más un color que varía en forma permanente por movimientos de cosas provocando una dinámica que influye en el ánimo de los habitantes.

A comienzos del siglo XX, cuando el Mercado Armonía funciono en plena actividad, concentro a un número singular de personas que no eran vecinos de la ciudad. Gentes que llegaban diariamente en caravanas, desde parajes distantes trayendo artesanías, alimentos elaborados, animales domésticos y diversos frutos regionales.

Predominaban en esos” llegados” los venidos de Loreto y zonas de influencia, que recorriendo el viejo camino real ingresaban por calle Independencia o la Avenida Belgrano. Fue una “procesión” de vendedoras a pie, también montadas en sulkis y caballos acompañadas de sus hijos menores.

Rompían el silencio del amanecer con risas y diálogos picarescos expresados en voz alta, más el cacarear de gallinas molestas en el transporte; tintineo del cencerro de cabras que guiaba la pequeña majada mientras los “cushcos” ladraban de un lado a otro.

Contrastes cromáticos de los negros vestidos con “una huatana” (paño o toalla para cubrir la cabeza), portados por las ancianas, con el floreado en vivos colores de los vestidos de las jóvenes; alguna cinta roja o amarilla adornando el cuello o pelo, indicaban el “haber hecho promesa”.

Todo y mucho más, produjo una cadencia armónica de ruidos, formas y colores que el ciudadano de entonces supo qué hora era, la estación del año por el producto pregonado o motivando en la creación del menú del diario alimento.

Este cortejo en su paso dinamizo la actividad de la ciudad. Los sonidos metiéndose en las casas hacían callar a los moradores que intentaban captar los “chismes”, presta atención a las ofertas o por simple curiosidad.

Los perros caseros en enloquecidos trotes y aullidos protegían sus territorios.

Este espectáculo repercutió solo una hora, marcando el comienzo del día, cuando no sucedía, era feriado, la ciudad descansaba.

Después de las lluvias o con las brisas frescas del sur en las tardes, un manto de perfumes exquisitos se supieron desparramar por las zonas bajas al este de la ciudad, provenían de los jardines-viveros que se ubicaron en la Av. Belgrano a los costados de la desaparecida acequia. Fueron sus propietarios las familias Tarchini, Regazzoni, y Palumbo que desde fines del siglo XIX se dedicaron a esas tareas en predios de generosa superficie, tareas que eran extensión de las hogareñas, circunstancias por las que fueron conducidas por mujeres, como doña Elvira Regazzoni de Tarchini, posteriormente su hija carlota, que acrecentó la actividad.

De estos jardines salieron las palmas y coronas que acompañaron las mortajas o los tocados de las novias. Fue frecuente que al ver salir al “mandado” con el encargo, vecinos y transeúntes se arrimaran a la verja de los jardines preguntando por la primicia. De inmediato la noticia estaba de boca de todos, todos a festejar o a lamentarse.

A estas familias se le debió las costumbres de hacer jardines, cultivar en macetas, las técnicas del injerto y del recibimiento a la primavera a pleno color y olor.

El Dr. Orestes Di Lullo siendo intendente de la ciudad capital, a mediados de la década de 1940, foresto las principales calles del microcentro con especies frutales en sentido este-oeste (plantas de naranjas agrias), en orientación norte-sur con árboles de hojas perennes (brachos). El método que aplico permitió que, en época de floración, los vientos frecuentes del norte o sur arrastraran por la urbe un olor de azahares y que el fruto fuera aprovechado por el arte culinario (licores, dulces, repostería, etc.). Los brachos sirvieron de cortina para sombra del sol naciente o poniente.

Comento el DR. Di Lullo que la ciudad debía tener un toldo que naciera en las proximidades de la estación Zanjón y terminara en el barrio Huaico Hondo en las estribaciones de Las Lomas coloradas, llegado el periodo estival, correrlo poniendo todo a la sombra. Lo planteó como una utopía, por ello practicó este método más natural logrando confort para los ciudadanos y que las plantas fueran residencias de pájaros como factor de equilibrio ecológico contra insectos y larvas perjudiciales.

Por lo menos dos veces al mes y con temperaturas frescas, a pocas cuadras del microcentro en proximidad de la calle Alsina o Moreno, un olor pestilente impregnaba la atmosfera del lugar. Fue señal de que familias de matarifes y carniceros estaban haciendo jabón. Procesaban la grasa animal al fuego para luego incorporarle esencias, el producto fue vendido u obsequiado como “yapa” en el puesto. Esta actividad perduro hasta la década del 1940 y la practicaron las familias Collado y Segura entre otras.

En las fincas de los Provedano, de los Isorni al sur o de los Lissi al norte, situadas a los límites del núcleo urbano para mencionar algunas, en los días fríos del mes de julio, los olores de vapores de agua mezclado con grasa porcina y carne asada invadía la periferia indicando el faenamiento de cerdos y elaboración de embutidos. Esta industria familiar concentraba en fiesta, parientes y allegados de todas las edades. A manera de pelota, los chicos jugaban con la vejiga disecada e inflada de los cerdos; los grandes colaboraban con el trabajo. El mes de junio fue, hasta la postrimería de la década de 1930, muy anhelado y referencia en el calendario familiar por ese motivo.

“Lecherooo…” fue un pregón hasta la década del 60 que caracterizo las primeras horas de la mañana o el mediodía según el barrio. Una jardinera tirada por un caballo manso, conducida por un hombre de gorra o birrete blanco que a viva voz nombraba las vecinas o a las empleadas domésticas: “Filomenaaa…” “Panchitaaa…” “pepaaaa…”, más el ruido del chocar de los recipientes de aluminio que llevaba este original transporte y el insistente golpetear del mango del rebenque  contra las maderas del vehículo, anunciaba a cuadras de distancia, la presencia de este servicio: el lechero, personaje ciudadano que trascendía su oficio dando el parte diario de los sucesos entre los distintos barrios o recomendando a las madres por la conducta de sus hijos, ya que observo en el baldío o en la acequia, a “Pedrito”, haciendo travesuras.

A comienzo del mes de noviembre con los calores que anunciaba un posterior verano caliente, en esa hora de la siesta en momentos que la vida descansa, un hombre montado en un triciclo gritaba “heladooo…”, o simplemente “…aaados”, imitando al “caramelero” de los cines. Intercalaba el grito con el sonido de una afónica corneta. Vendia helados caseros de agua, no a la crema. Desde mediados de la década del 60 que ya no se lo escucha. En reemplazo hoy gritan “Bombón helado”, producto industrial más sofisticado transportado en cajas acromáticas.

Frente a las puertas de acceso de las escuelas primarias junto al cordón que limita acera y calle vehicular, los alumnos supieron arremolinarse junto a un vendedor de variadas golosinas, fue el “tirero” cuyo nombre  se debió a los métodos que uso para la venta; se “tiraba” una bolita en un círculo a manera de ruletas o se “tiraba” un elemento intentando hacer “blanco”. El premio consistía en un pequeño cucurucho o paquetito de caramelo de fabricación casera de gran tamaño, como torta, fraccionado a golpe de martillo, pregonando “tirooo…”, se desplazó por las calles en horas extra escolares hasta los años 60.

El carbonero por toda la ciudad; en las puertas de bancos y confiterías los vendedores de lotería, diarios y revistas ofertaron sus mercaderías a viva voz con extrañas modulaciones. La corneta del manicero en invierno; a media noche los sonidos del pito de la ronda policial; las campanas de las parroquias barriales; el olor a pan recién hecho de las panaderías; los olores de frituras, guisos, empanadas, etc, que salían por las ventanas de los hogares, guardapolvos blancos de “primaria”, uniformes de colegios, hábitos de curas uniformes de policías, conscriptos y militares, etc, etc, fueron olores, pregones y colores relacionados con la actividad humana, que dieron vida, vitalidad y dinamismo a la ciudad que fue Santiago del Estero. Hoy cambio.

Fueron cosas que permitieron la orientación del ciudadano, sentirse acompañado, por lo tanto seguro y con paz pública y esa paz no estuvo garantizada por fuerzas del orden, sino por una densa y casi inconsciente red de controles y actos inscripta en el ánimo de las personas y alimentada por ellas mismas.

Mencionada en capítulos anteriores la “sociedad urbana” más numerosa, ya no se preocupa de nuestros patriotas, hoy elimina olores, pregones y colores.

Si no existen pequeñas cosas que nos den pertenencia, somos extraños aquí y en donde sea.-

Fuente: SANTIAGO DEL ESTERO. Recorrido por una ciudad histórica. Autor: Arq. Roberto R. Delgado


jueves, 27 de marzo de 2025

La última entrevista a Alfredo Palumbo y la chacaraguá

 

Alfredo Palumbo

Con Alfredo Palumbo alguna vez nos hemos visto en noches de música y fiesta, pero pocas veces hemos conversado. Hace unos años ayudé a un amigo a hacer una entrevista a Franco Ramírez, que hizo famosa “Pobrecito el tupinami”. Y me percaté de que, si se rasca Santiago, hay otra realidad bajo su piel. Con gente que hace una música distinta, que termina con el aburrimiento de los acordes siempre iguales de una chacarera igual a la otra.

Uno es justamente, Alfredo Palumbo.

Y aquí lo tengo sentado en el living de casa, conversando, mirándome con esos ojos risueños, esperando a ver qué le pregunto.

“Yo sigo la línea folklórica, pero le doy toques especiales dentro de los ritmos, que tienen algo que ver con rocanroll, esas cosas, ¿me entindes?, algunos cortes. Eso sí, no es folklore tradicional, aunque también sí tengo algunas canciones compuestas que responden a ese tipo de línea, como chacareras, gatos, todo eso”.

- ¿Cómo se te ocurre la chacaraguá?

-Es una fusión de chacarera un poquito más apuradita, con la guaracha.

- ¿Sabes tocar guaracha también?

-Sí me animo, pero no hago guaracha. Lo que yo hago es chacarera con guaracha y le pongo “chacaraguá”. Es bailable y todo. “Pobrecito el tupinami” para mí es una chacaraguá. He mandado notas a Sadaic, pidiendo que se considere la posibilidad de incorporar un nuevo ritmo, pero no he tenido respuesta. Porque... chacarablue, chacarock… tantas cosas que se pueden hacer, ¿no?

- ¿Cuáles son tus referentes en el folklore?

-Tengo algunos referentes fuertes, como Atahualpa Yupanqui, un hombre al que respeto muchísimo, un hombre muy sabio. Ha sido uno de mis referentes, de chico. También hay gente muy importante dentro de la poesía, como Dávalos, Castilla, toda esa gente. Y en Santiago el mayor referente que tengo es Jacinto Piedra, del cual fui muy amigo y tengo algunas canciones con él.

-Últimamente no importa si haces chacarera, zamba o folklore, todo es música, ¿no?

-¡Estoy totalmente de acuerdo!, la música es totalmente libre. Es como que se han liberado conceptos muy estrictos. Ahora los mensajes apuntan mucho a lo social. Yo tengo temas que hablan mucho de las cosas cotidianas de la vida.

- ¿Dentro del rock, quienes son tus referentes?

-Papos blues es un referente altísimo dentro de los argentinos, Miguel Abuelo, toda esa gente. También me gusta la música de los Redonditos, Lito Nebbia.

- ¿De la poesía de Santiago?

-Felipe Rojas, el Pocho Nassif, Alberto Tasso, qué sé yo, el Zoco Rosenberg.

En el silencio en que lo escucho atentamente, aprovecha para contar que está terminando de grabar un compacto que va a salir dentro de poco. Va a llevar por nombre “Galopa el duende en el río” y dice que “por lo menos yo lo veo tirando a una especie de bailecito, algo así”.

Apago el grabador y nos quedamos conversando todavía un largo rato. Promete que va a volver a traerme unas fotos, a ver si hago una nota. No tenemos cómo saber que esa primera vez que hemos charlado mano a mano, sería también la última. El hombre se ha ido para el mundo del silencio. Sus restos descansan en el cementerio de Manogasta.

En algún lugar del monte, una iguana dispara veloz como una flecha hasta perderse debajo de un chaguar. Bailan los tupinamis, pobrecitos, brillando en la siesta.

Por: Santiago Luna

Fuente: Arena Política

Aquel mulato pianista y tanguero

 Por Roberto Vozza

 


 En estos días, el revisionista Omar Estanciero publicó la réplica fotográfica de un recorte periodístico donde el doctor José Antonio Faro, abogado santiagueño y compositor folklórico, por muchos años estrechamente ligado a SADAIC, hacia entrega en Santiago de sendas medallas de oro por haber cumplido 50 años como socios de la entidad al poeta y escritor Marcos J. Figueroa y al pianista Plácido Martin, el “Morocho” Martin, aclara el epígrafe de la foto. Este acontecimiento fue el 20 de abril de 1962.

Martín ya estaba radicado en Santiago para ejercer su profesión de músico y permanecer en condición de tal con numerosas actuaciones a lo largo de una década.

Su inserción al medio, en lo social, revistió una característica muy particular. En aquella ciudad chica de los años 60’, comunicativa y expansiva, la presencia de un mulato, a la par de los rubios y morochos lugareños, no dejaba de ser una connotación especial y aun mas siendo músico.

Se lo conoció artísticamente y en la identificación personal simplemente como “Morocho Martín”, sin más detalles. Un hombre, alto y corpulento, de pelo motoso o “mochoso” al decir santiagueño; muy educado, sociable, que en la relación cotidiana no dejaba de mostrar rasgos de simpatía, porque no mezquinaba saludos y caminaba por las calles siempre con un atildado vestir compuesto de saco y corbata esbozando una sonrisa.

Solía vérselo en algunas oportunidades acompañado de una mujer también de color, que sería su esposa, y frecuentaba el desaparecido “Rincón de los Artistas” acodado en el mostrador a la par de aquellos rústicos “pingüinitos” donde se servía el vino al parroquiano.

La veterana cancionista Amalia García, que terció en esta investigación acerca del personaje, contó que Martín conformó una pequeña agrupación orquestal tanguera que actuó en muchos escenarios del medio e integrada por Juan de Dios Gallo al violín, el cieguito Fidel Lucero y Gimenez al bandoneón y Luis Saganias al contrabajo. Todos bajo una dirección concentrada y severa del “Morocho” y donde ella fue la vocalista.

 “Ensayábamos en el auditórium de Radio del Norte. El “Morocho” era muy profesional”.

Apuntó, asimismo: “hasta gestó una suerte de sana rivalidad con el gran e inolvidable pianista y director orquestal santiagueño Luis Napoleón Soria”.

 

La desaparecida emisora fue una suerte de “bastión” musical para él donde intercalaba actuaciones en vivo, y en algunas ocasiones acompañaba a intérpretes foráneos que venían a actuar a la ciudad.

Juan Carlos García, el “colorado” destacado bailarín y estrechamente vinculado al tango por sus orígenes porteños y relaciones con el ambiente, recordó que cuando Américo Navarro formó una agrupación orquestal, Martin actuó como pianista.

 “Yo era el presentador”, cuenta; pero no pudo aportar nada más acerca de otros aspectos de la vida del personaje que hoy recordamos, como para saber acaso qué circunstancias lo trajeron a Santiago, donde fijó su residencia y en qué momento se fue de la ciudad hasta el final de sus días.

¿SERA EL MISMO? ...ASI PARECE

La generosa página web “Todo Tango” registra entre los numerosos compositores de la música porteña a Placido Martin Sixto Simoni Alfaro. Muy escuetamente dice que nació en Buenos Aires en 1903 y registro dos obras como músico tituladas “Nubes negras” y “Tiempo perdido” con letra de Armando Tagini la primera y de Jaime Lloret Reos, la segunda.

En los registros autorales de Sadaic, Simoni Alfaro inscribió “Charrua” con Ernesto Cardenal, “Para que seguir viviendo” con José Gregorio Alfaro, “Pobre rancho” con Joaquin Alvarez y “Sina Sina”con Pablo Amadeo Scolari.

En un libro sobre historia del tango que escribe Horacio Ferrer se dice… “los notables negros o descendientes negros de la historia del tango fueron, entre otros, Rosendo Mendizabal, Carlos Posadas, José Martinez, Leopoldo Thompson, Eduardo Pereyra, José Ricardo, Enrique Maciel, Eduardo Barbieri, Celedonio Flores y PLACIDO SIMONI ALFARO…

En “El Tango y sus intérpretes” de Roberto Gutierrez Miglio, se dice que Simoni Alfaro reemplazó como pianista a José Martinez en la orquesta de Julio de Caro en 1926.

En la conversación con Amalia Garcia esta recordó como dato importante que el apellido del “Morocho” Martin era ALFARO. “Es lo único que sabía de él como persona, porque era en ese aspecto muy hermético”, apunta, lo que no deja de ser un elemento coincidente con el nombre Plácido como se registra en la crónica periodística local, el nombre Martin, su descendencia africana y el apellido Alfaro, que estarían revelando acaso la misma identidad de los dos personajes aquí analizados.

Juan Carlos García apuntó una graciosa anécdota.

Cuenta:” un día se me dio por aprender tocar el piano y le consulto, “Maestro ¿me podrá enseñar”? – Si mi amigo, como no… será un honor- le respondió.

Por entonces él alquilaba un piano en una casa frente Tribunales en la calle Chacabuco. En la esquina de ésta e Yrigoyen había un bar. Concurría a clases tres veces por semana y me cobraba 10 pesos por cada una. Comencé con las dos manos haciendo la escala, y le entregué los 10 pesos…” Siga así que va bien…yo vuelvo enseguida”, me decía. Al segundo día…lo mismo: do re mi fa sol la si…me pedía los 10 pesos y un – siga así va muy bien…ya vuelvo. Así estuve tres semanas y cada clase a la que llegaba, lo primero que me decía era “¿me trajo alguito?” ¿QUE PASABA?: Cuando me decía – va muy bien siga así…ya vuelvo se corría hasta a la esquina a tomarse un vino y regresaba a la hora. Y al retirarme de la clase me apuntaba… usted va a salir bueno” …

El también revisionista “historiador de vivencias santiagueñas” Pedro Rojas Cuozzo, sumó otro aporte importante.

Recordó que en 1964, cuando murieron en forma casi sucesiva Julio Sosa, Francisco Canaro, Juan de Dios Filiberto y otro exponente destacado de la música porteña que no recuerda con precisión, el “Morocho” compuso un tango con letra de Mariano Chajud - bonaerense pero santiagueño por adopción que reside en Santiago - titulado “Cuatro estrellas para el cielo”.

Mariano está muy enfermo y no es posible hablar con él. Pero su esposa, que hace de interlocutora de quien fue un notable verseador y payador entre los santiagueños, algo recordó de lo que él supo decirle. Por caso el de que la identificación de “Morocho” Martín era un nombre más artístico que el usar su verdadera identidad que “era tan larga”. Y apuntó ser un individuo de bajo perfil.

 “El Morocho” Martín, sin duda se inscribe como un personaje de la música y el cancionero popular de los santiagueños, dejando una impronta que no puede escapar a la memoria. Pero dejó incógnitas no develadas y sepultadas por los años- esas que desvelan al murmurar comarcano – como el saber qué lo trajo a estos pagos habiendo cumplido un papel importante en la música de Buenos Aires y ser socio de SADAIC. Y si acaso es el mismo Simoni Alfaro de marras, por qué ocultó su verdadero nombre y trayectoria desarrollada en Buenos Aires- aparentemente aquí nadie lo supo y supuestamente él lo habría ocultado exprofeso- y por qué se fue un día sin saberse más nada de él cuando esta tierra lo cobijó como lo hace siempre con los foráneos que hacia ella vienen. Fuente: Patio Santiagueño

lunes, 24 de marzo de 2025

"Guarany y yo hicimos el primer Cosquín".

 


Relata RODOLFO CIRO "EL ZURDO" OVEJERO, notable guitarrista santiagueño, nacido en Tunas Puncu: "Todos hablan de Cosquín, nadie habla de OVEJERO, pero hay una razón. Pocos o muchos ignoran como se formó el Primer Cosquín, cuyos pioneros fuimos: HORACIO GUARANY, CHANGO RODRÍGUEZ, EDUARDO FALÚ, HERNÁN FIGUEROA REYES, pero los que pusimos el primer tablón fuimos GUARANY y YO.

En la siesta coscoína, en una camioneta acondicionada con parlantes, recorrimos las calles propalando: "Escuche esta noche al gran HORACIO GUARANY y el canto de "El mensú", "La Alto Verde", rezaba HORACIO y yo por mi lado: "Escuche al gran guitarrista santiagueño RODOLFO OVEJERO, “La sonrisa morena del folclore", como me había bautizado MIGUELITO FRANCO.

Al momento de la paga, éstas fueron magras. Al año próximo, seríamos considerados, así nos prometieron, pero...Llegó el Segundo Festival y no nos llamaron. Acudieron a los más grandes y los etcéteras, como decía YUPANQUI.

Llegó el Tercer Festival y recibo una carta de la Comisión del Folclore y les pedí 20 mil dólares, todavía no me llamaron. Pero no importa. ¡Me convertí en espectador!".

(Entrevista de la revista Folklore)

DEL LIBRO INÉDITO "ANÉCDOTAS DE FOLCLORISTAS SANTIAGUEÑOS " DE OMAR SAPO ESTANCIERO

Héctor Sierra: "nunca tuve un maestro "

 


Relata HÉCTOR SIERRA: " de chango vivía en una humilde casa en el Parque Aguirre, tras del Santiago Lawn Tennis Club. Yo me rebuscaba lustrando y vendiendo chipacos y moroncitos.

Aprendí a bailar y zapatear viendo los festivales y espectáculos que se hacían en el recordado Parque de Grandes Espectáculos.

Allí vi a BAILÓN PERALTA LUNA, BUBY NAVARRO, entre otros.

Nunca tuve un maestro que me enseñara, aprendí viendo.

Cuando tenía 14 años, me presenté en un concurso en la Plaza Libertad, pero, el reglamento exigía no solo zapateo sino también bailar otras danzas. Conseguí una compañera y me animé. Gané el Primer Premio en Malambo y en Chacarera y el Segundo Premio en Escondido, triunfando ante destacadas figuras de entonces.

Luego me conoce DON AGUSTÍN CHAZARRETA, HUGO DÍAZ, ANTONIO PANTOJA, TITO SOTELO, entre otros y me llevaron para actuar por todo el país y Latinoamérica.

En 1970, dejo la danza por una operación de tobillo y me esmeré para aprender algunos tonos en la guitarra y me largué como cantor, silbador y cuentista con una solvencia extraordinaria que me abrió otro camino triunfal".

(El Liberal, 13 de junio de 1971)

DEL LIBRO INÉDITO "ANÉCDOTAS DE FOLCLORISTAS SANTIAGUEÑOS " DE OMAR SAPO ESTANCIERO

miércoles, 19 de marzo de 2025

Patrocinio Díaz, la dulce calandria santiagueña

 


Me gustas, Patrocinio, porque cuando cantas, pintas.

Así decía "Don Montiel" -aquel gran criollo entrerriano a nuestra gran Patrocinio Díaz, cuando la sensible cancionista de cosas de la tierra prestigiaba "Cenizas del Fogón", la recordada y digna audición de otros tiempos.

Y Germán de Elizalde-maestro de canto se dirigía también a la artista santiageña para expresarle:

-Hace años que enseño canto. Me esfuerzo en perfeccionar la voz de quienes acuden a mí. Usted, a su modo, canta sin sujetarse a algunas leyes, pero canta bien. Canta como los pájaros. A los pájaros, nadie les ha enseñado a cantar, y, sin embargo, cantan bien....

Estaba todo dicho. Pero podemos agregar algo aún. Mieles del Norte trae Patrocinio Díaz en su garganta. Mieles perfumadas de flores humildes, como la "miel de palo" de su solar santiagueño. Su voz es un milagro de la canción popular. Dulzura profunda, gentileza respetuosa y entrañable, fidelidad a la letra y su sentido, delicadeza de expresión.

Patrocinio Díaz es un alto valor del canto folklórico argentino, de la canción nacional. Decimos es y no afirmamos ha sido, porque, por otro milagro venturoso, su voz se mantiene intacta, pura y entera. Quienes la admiran y son muchos desean ansiosamente que ese otro milagro se produzca: su reaparición en nuestras ondas radiales, en las que duran- te tanto tiempo deleitó a sus oyentes.

Patrocinio Díaz que se llama, en realidad, Patrocinia (y así lo dicen sus documentos, a despecho de que la gramática expresa que su nombre no tiene fe- menino) nació en la ciudad de Santiago del Estero, en la calle Belgrano nº 212, antigua casona de la esquina de Belgrano y Salta, llena de plantas y flores. Patrocinio viene de antigua gente criolla. Santiagueños son sus abuelos. También sus padres, Rosario Valdez y Domingo Díaz. De las seis mujeres y un varón que compusieron la descendencia, ella vino a ser la única cantora, pero los justificó a todos... De niña le decían cariñosamente "La Mochita", por su pelo crespo y ondulado. Cantó prácticamente desde su niñez. Era requerida para festivales y beneficios. Estudió en Santiago, en el Colegio Belén (atendido por religiosas), y luego en la Escuela Normal, pero no finalizó sus estudios. "Me tiraba demasiado el canto", nos confiesa. Empezó a aprender solfeo entonado sin piano con el maestro Manuel Gómez Carrillo y la es- posa de éste, "Después, como en mi casa eran pobres y no podían comprar el piano que necesitaba para mis estudios -nos dice, ya con conocimientos musicales, opté por la guitarra, instrumento que aprendí con don Andrés Chazarreta". "Toda la vida he cantado, desde jovencita, con esa audacia de la edad -continúa diciéndonos, y antes de integrar el conjunto de Chazarreta yo ya había hecho, como mezzosoprano, el papel de "Lola" en "Cavallería rusticana" y el de "Mimosa" en "Geisha", en una compañía de aficionados. Mi voz es de soprano lírica".

En 1921 el 19 de marzo Patrocinio Díaz hace su debut en Buenos Aires, en el Teatro Politeama, con la compañía de Andrés Chazarreta, que es traída por el animoso empresario Juan Teodoro Mauri. Fue un verdadero impacto, una sorpresa de auténtico mensaje norteño en la ciudad distraída. Ricardo Rojas publicó en "La Nación" un artículo altamente laudatorio, titulado "El coro de la selva". En el mismo había palabras de enconio para la gracia y la fineza de Patrocinio Díaz. Como recuerdo de aquella temporada memorable, conserva Patrocinio Díaz sus largos vestidos de paisana, adornados con volados, y piadosa- mente guarda también sus trenzas de criolla...

"Yo tengo mi manera de ser. Si no siento una canción, no la canto. Para cantar una canción, hay que sentirla y hay que vivirla" Está dicho todo en estas palabras de la intérprete, que añade a la sensible fineza de su voz una expresividad y autenticidad que viene de la convicción con que canta. "Cuando empecé a cantar en Buenos Aires -nos agrega ahora- yo quería hacer conocer la vidala, que era mi fuerte. No siempre podía hacerlo. Para penetrar en los programas debía alternarla con otras composiciones: una vidala, un estilo. Y hasta no pocas veces un tango- canción, de esos líricos y finos como "Caminito" o "Aquel nocturno". Mucha gente me recuerda toda- vía por la parte en que, en este tango, yo hacía vocalmente del solo de violín. Siempre preferí las canciones, sin interesarme lo típicamente bailable. Así, me reduje a la canción, sin cantar chacareras, zambas ni gatos, por ejemplo". Todavía se recuerdan las exitosas y brillantes presentaciones de Patrocinio Díaz, sus temporadas en Radio Splendid donde comenzó a cantar en 1928- v casi inmediatamente en Radio Belgrano, y después hacia 1938 en Radio El Mundo.

En 1922 contrajo enlace con don Juan T. Mauri, su compañero de siempre, empresario esforzado de dignísimos espectáculos folklóricos, cuando éstos no prometían buenos resultados financieros.

Patrocinio Díaz abordó por única vez el cine, en "Juan Moreira", película que protagonizó Domingo Sapelli. Con Filiberto que había formado entonces un coro magnifico participó en el estreno del Teatro París. Formó parte de la admirable compañía "Arte de América", en la que cantó, siempre como solista. Grabó para él sello "Odeón", y sería magnífico regrabar esos discos, hoy totalmente agotados. Hizo, no hace mucho, unas audiciones especiales para Radio Municipal. Ahora esperamos que su voz, que tiene la pureza de una "flor del aire" y el lírico encanto de las calandrias norteñas, vuelva a deleitarnos otra vez, con su intacta frescura como cuando sus vidalas santiagueñas eran un rocío de belleza y sosiego en la ciudad a la que su voz conquistó. Fuente: revistafolklore.com.ar

Publicada originalmente en Revista Folklore

domingo, 16 de marzo de 2025

El nacimiento del término Chacarera

 


El Prof. Dr. DOMINGO BRAVO investigador de la gramática del Quichua santiagueño realizó una investigación profunda y exhaustiva fundamentando en un importante artículo sobre el origen del término "chacarera" que hoy trataremos de rescatar.

Dice el Prof. Bravo que cuando llegaron el quichua y el español al territorio santiagueño sufrieron una criollización lingüística que derivó en un proceso morfo-fonético y semántico. La invasión del binomio (quichua-castellano) ha originado una gama de hibridaciones como el vocablo "chacarera", nombre de nuestra emblemática danza hoy Himno Cultural santiagueño.

Dicho vocablo está compuesto por el término base "chajra" que pertenece al "runa simi" lengua oficial del imperio incaico cuyo significado es predio cultivado. Con el tiempo a "chajra" se le sufija el morfema castellano ero-era, designando así a los trabajadores rurales de aquellos predios según fueren masculinos o femeninos.

El raid lingüístico del vocablo-dice Bravo-registra diferencias en los distintos países de habla quichua. Perú la registra "chahra" con "h" intermedia que significa "tierra o terreno labrado, sembrado, finca, estancia. El quichua ecuatoriano registra "chagra" con la variante "g" significa sementera. En el quichua boliviano encontramos la variante "chajra" con "j", que significa sembradíos, parcela.

El quichua santiagueño anota la palabra "chacra" lo que más tarde recibe la influencia de la fonética castellana "era". Ante la dificultad de pronunciar ese vocablo quichua, el español optó por adaptarla a su lengua pronunciándola "chacarera", la registra así el viejo cronista español.

De esta manera el Prof. Domingo Bravo quiere demostrar que en ninguno de los países citados el diccionario registra la hibridación chacarera, chacarero, sino tan solo en nuestra provincia por lo que este vocablo es originario de Santiago del Estero.

El nacimiento de la Chacarera como danza rescataremos seguramente en otro escrito. Aquí solo hemos querido homenajear y recordar al Prof. Domingo Bravo y su arduo trabajo de investigación, un auténtico santiagueño, genio de la Cultura quichua, orgullo de nuestra lengua madre.

                           Miguel Coria

sábado, 15 de marzo de 2025

"Melodías similares, producen confusión".

 


La "Chacarera del itín" y "La loretana", ambas composiciones de DON ANDRÉS CHAZARRETA, tienen melodías similares o parecidas y, cuando AGUSTÍN CARABAJAL, le pone letra, lo hace con la música de "La loretana" y entonces, ahí se genera la confusión.

La que se conoce como "Chacarera del itín" es la difundida. Obviamente, lo diferente está en la partitura y, según JORGE LUIS CARABAJAL, hijo de AGUSTÍN, afirmó que su madre siempre dijo que, con esa chacarera, tuvo problemas con SADAIC.

Sin embargo, según Wikipedia, entre las 21 obras registradas de AGUSTÍN CARABAJAL, se encuentra "Chacarera del itín" en coautoría con el Patriarca. (Aclaramos que "La loretana" es una chacarera instrumental).

¡Hay que agudizar el oído!

"CHACARERA DEL ITÍN" (AC- A.CH.): "Por aquí pasó mi amor/ aquí fue donde la encontré, / y hasta el trébol floreció/ en donde pisaron tus pies.//Sos el día, sos el sol, / lucero del atardecer/ y mis sueños de cantor/ radiante luz de amanecer .// No me mates con desdén/ niña no me cause dolor/si me quieres ver morir/ entonces mátame de amor // Chacarera del itín, /que me. renueva la ilusión, / la ilusión que en mi jardín/ reviente de nueva una flor.// Cuando cae la oración, / ocaso adentro siempre soy/ recordando a quien yo sé/ ladrona de mi corazón // Clava el gallo su puñal/. al pecho del amanecer, / con una nueva ilusión/ al aclarar quiero volver. // Adiós prenda de mi amor/ a mis espaldas quedarás/ nada te dirá mi voz/ mi corazón te añorará.

 

* Chacarera del itín (chacarera) - Carlos Leguizamón

* La Loretana (Chacarera) - Los Cantores de Quilla Huasi

 

OMAR SAPO ESTANCIERO

Agustina Palacio de Libarona

La biografía




Sobre 'la heroína' escriben Benjamín Poucel (viajero francés, de Marsella, 1807-1872. Compañero de Martín de Moussy; visita Córdoba y Tucumán y publica varios libros). Pablo Mantegazza (antropólogo, 1831-1910, casado en Salta; en 1857 es contratado por la universidad de Buenos Aires para dictar cátedras en Ciencias Exactas. Vuelve a Italia, a la universidad de Pavía. Publica 'Río de la Plata y Tenerife' y un estudio sobre cráneos fueguinos. En Salta la conoció personalmente a la señora Agustina Palacio de Libarona). Antonio Zinny, en su 'Historia de los gobernadores', de paso se refiere a este caso. Francisco Macareno Viano, pariente de ella, en 1903 publica 'Agustina'. Abelardo Arias, cordobés, escritor profuso y ampliamente celebrado, en 1969 obtiene el primer premio nacional de literatura con su novela 'Polvo y espanto', que se ha hecho famosa por su buena pluma y lo atrapante y conmovedor del argumento, aunque deje de lado ajustar algunos detalles a la realidad histórica. En 1970 la revista 'Intervalo' publica una versión de Héctor Pedro Blomberg, ilustrada. Tata Melcho (seudónimo de Juan Francisco Bianchi) en 1984 la recuerda en versos 'gauchescos'.

En su 'Historia de Santiago' Néstor Achával menciona este caso marginal a la historia trascendente. En la suya, Luis Alén Lascano le dedica más espacio y aporta valiosos datos y elementos de juicio.

A la 'heroína del Bracho' se la toma, también, como personaje para el teatro. A Atilio Betti le sirve de argumento para 'La selva y el reino', que dos veces ha sido representada por alumnos del Nacional en el teatro '25 de Mayo'. El tucumano Delfín Valladares con ese título, 'La heroína del Bracho', le da forma de tragedia en cuatro actos.

Figura también en la canción con una zamba que le dedica Canqui Chazarreta:

 

Aún tejías, santiagueña,
sueños de niña mujer,
cuando ignorando el destino
bebiste el encuentro con el querer.
Hacia el monte, Bracho adentro
tras Libarona te irás,
despertando soledades
con sólo el martirio te toparás.
En los montes del olvido
murmullos escucharás,
son las torcazas que quieren
volcar en tu llanto gotas de paz.
Cuando al filo de las sombras
sola te deje el dolor,
tú serás, niña del Bracho,
un ángel que el cielo diera al amor.
Agustina, Agustina,
Ibarra no vuelve más;
duerme tranquila tu sueño
amante del Bracho descansa ya,
que Libarona te espera:
senderos de estrellas te llevarán.

 

Poucel, habiéndose anoticiado en Tucumán de las emocionantes peripecias sufridas por esta señora, viajó a Salta, donde ella vivía, expresamente para conocerla a 'la Heroína' (ya se la llamaba con ese nombre). Le pidió que relatara sus recuerdos e inmediatamente los escribió. En primera persona, como si ella misma redactara. En 1858 se publica en los números 25, 26 y 27 del periódico 'La Religión', de Buenos Aires, dirigido por Félix Frías. En 1863, vuelto Poucel a Francia, incluye la historia de doña Agustina en su libro 'La vuelta al mundo'. Poco después 'El Correo de Ultramar' la publica separada, ilustrándola con láminas grabadas en madera que muestran un ambiente muy tropical, con paisajes santiagueños que parecieran del Caribe. Esta edición llega a todos los países civilizados.

La impresionante narración de Poucel, ilustrada, causa sensación y es muy difundida y muy bien acogida. Tanto que en España se la usó como texto de lecturas escolares, pues además de un drama apasionante enseñaba geografía y mostraba vida y costumbres de un país exótico: Santiago del Estero.

La versión de Poucel contiene algunos errores gruesos, como que él no conocía los antecedentes ni nuestro medio. Un ejemplo: confundiéndolo a Rosas con Oribe, supone que fue Rosas el que vino al norte en persecución del ejército de Lavalle, y que con él se entrevista Agustina para pedirle por su marido. Sabido es que Rosas nunca estuvo en Santiago.

Hay otra breve versión, escrita personalmente por Agustina para hacerle conocer los hechos a su cuñado, Santiago de Libarona. Teniendo a mano estas dos, la de Benjamín Poucel y la de Agustina, una asociación nacional de damas patricias, cuyo grupo santiagueño de homenaje estaba presidido por Luz Menéndez de Gallardo, en 1925 publicó los 'Infortunios de la matrona santiagueña doña Agustina Palacio de Libarona', el relato de Poucel con notas aclaratorias extraídas de la narración de ella.

La señora de Libarona

Es hija de Santiago de Palacio e Iramáin y de María Antonia Gastañaduy, hija, ella, de Prudencio Gastañaduy, el último teniente de gobernador de Santa Fe antes de la revolución de 1810. Su padre, don Santiago, es un personaje de la política antes y después de 1810, ocupa cargos capitulares y en 1826, interinamente, la gobernación de la provincia. En 1831 dos veces es gobernador interino. Amigo de Felipe Ibarra, su sola presencia hubiera evitado los conflictos que se presentarán, pero muere en 1835.

Agustina nace en 1822 en Tucumán, donde su padre tenía negocios. A ese negocio se vincula José María de Libarona, español, canario, que es tenedor de libros y secretario mercantil de varios comerciantes fuertes. Buenmozo, elegante, bien vestido; un petimetre, lo describe Luis Alén. En 1837 se casan. Tienen dos hijas, Elisa y Lucinda. En 1840, siendo Lucinda criaturita de pecho, vienen a Santiago a visitar a la familia.

Libarona, ¿vino complotado con la Coalición del Norte? Ese es otro asunto. Años después, dado un vuelco en la situación política, Agustina pudo haber dicho que sí, con lo que ganaría el mérito de haberse opuesto a la 'tiranía'. Pero ella contará que el levantamiento de las tropas acaudillado por el comandante Rodríguez se debió a que la fuerza estaba mal pagada, mal comida, desnuda. Si hay razones ideológicas, ansias de derrocar a un 'tirano', o a dos, intentos de apoyar la expansión del imperio francés, eso ella no lo advierte. La tropa se subleva porque está mal paga; lo cuenta como si fuera muy natural. Dice que su marido se negaba a participar por no ser vecino de Santiago, pero lo obligan para redactar y escribir las actas y proclamas, por su ortografía y su caligrafía. Es posible que el marido participara del complot sin saberlo ella, por la natural inclinación de las mujeres a desentenderse de lo político y de los maridos a no darles intervención en sus asuntos.

El pronunciamiento, fracasa. El gobernador Ibarra recluta gente y tres días después, sin oposición, recupera el poder. El juez don Felipe Santillán dicta duras condenas. Libarona y don Pedro Ignacio de Unzaga y Argañarás, que estuviera junto a Rodríguez, a la cabeza del complot, son torturados, con plantones al sol, flagelados, atados a los troncos de los naranjos en la quinta de José Domingo Iramáin (donde ahora están el Automóvil Club y la capilla de las franciscanas) pero salvan la vida: se los destierra al Bracho.

Ella gestiona ante las autoridades, el ministro Adeodato de Gondra, el gobernador Ibarra, el jefe del ejército federal, don Manuel Oribe, un perdón para su marido, que no tuvo nada que ver, que, obligado, sólo actuó como escribiente, pero no consigue nada. Se va al Bracho con su hijita mayor; ante el peligro de un malón de los indios -y las súplicas de su esposo, que quiere verla segura y que sueña en una fuga a través del Chaco hacia el Paraná- a la semana vuelve, deja su hija en la ciudad y otra vez va a acompañar al marido. Allá se encuentra con que Libarona se ha vuelto loco. Además de la demencia, llagas y pústulas en la piel. Poco después, en febrero de 1841, él muere sin haber recuperado el juicio. Ella vuelve muy afectada y, cuando logra recobrar su ánimo, se va a Tucumán primero y a Salta después, donde pasará el resto de su vida, muy considerada por la sociedad.

Agustina, a pesar de su juventud -tiene diecinueve años al morir Libarona- no vuelve a casarse. La hija mayor, Elisa, se casa con Juan Manuel Méndez. Al morir Elisa, el viudo, Méndez, se casará con Lucinda. De modo que Agustina tuvo dos hijas casadas pero un solo yerno. Sus parientes y su descendencia han prestigiado estos apellidos en Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Córdoba y San Juan.

Presidios y prisiones

Tenemos idea de que 'presidio' ha de ser el establecimiento en el que se recluye a los 'presos'. Pero de acuerdo al origen histórico y a la etimología, los dos términos no tienen nada que ver.

'Preso' es el que está apresado, asido, tomado, aprehendido, atrapado, palabra que nos viene del latín 'prensus', participio pasivo de 'prendere', prender. El preso está prendido, se supone que por un delito, pues si se lo prendiera por un acto de guerra sería 'prisionero', y si fuera por una agresión estaría 'cautivo'.

El término 'presidio', en su origen, no tiene nada que ver con los presos. Viene del verbo 'presidir', que significa tener el primer lugar, como es el lugar del 'presidente' que preside un gobierno o una asamblea. Deriva de 'prae', antes, y 'sedere', sentarse. Presidir es sentarse antes, sentarse delante. Y de allí nace que se les llamara 'presidios' a las guarniciones con asiento en las fronteras. Eran presidios por ser las sedes que estaban primeras ante el ataque del enemigo.

A los fuertes o fortines de la frontera se les llamaba 'presidios'. ('...acaudillados de los propios christianos se servían de partidarios en los presidios de la frontera...' dice don Joseph de la Quadra en 1781, refiriéndose a nuestra frontera con los indios). En 1711 el gobernador Urizar y Arespacochaga levanta el 'real presidio' de Balbuena como guardia de la frontera en el Salado, amparo para las tribus mansas de los lules, isistinés, toquistinés, oristinés y tonocotés.

Pero la relación de ideas entre presos y presidios no viene sólo del parecido entre las palabras. Desde tiempos antiguos se usaron los presidios, por ser lugares seguros, con su guarnición de soldados y separación -por murallas o por distancias- de la población civil, para alojar a los sentenciados por sus delitos. El 'presidio', por sus características de lugar fuerte, seguro, fortificado, pasó a ser -a la vez- prisión, sitio en el que se asegura a los presos.

Cuando teníamos una 'frontera' con el Chaco, una línea de fortines aseguraba la defensa, impedía el paso de los malones. A esos fortines, especialmente al de Balbuena, también se les dijo 'presidios': eran las primeras sedes de nuestro lado del confín. Y también sirvieron, por falta de capacidad o de seguridad de las cárceles públicas, para alojamiento de delincuentes.

Un lugar natural para arresto de los presos, era el Cabildo, sitio bien guardado y vigilado. Es famosa la prisión del general Paz, alojado en el Cabildo de Santa Fe. El mismo general relata en sus Memorias que por aquel tiempo la ciudad de Santa Fe fue objeto de un malón; sofocados y reprimidos los indios, se los alojó, como prisioneros, en el fondo del Cabildo; él, desde su habitación en el piso alto, los veía en un patio; no había comodidades que alcanzaran para ellos.

El Bracho fue, en tiempos de Ibarra y de los Taboada, un punto vital en la línea de defensa frente a las invasiones del Chaco. Era un presidio, es decir una sede avanzada, con vigilancia permanente. Resulta natural, entonces, que a ese lugar seguro se enviara a los presos, políticos o no políticos, por falta de capacidad en el Cabildo o por necesidad de una mayor seguridad. Que en ese caso al natural sufrimiento por la privación de su libertad el preso deber sumar las mortificaciones propias de la ubicación, la selva con sus peligros que todo lo rodea, la falta de visitas y los mosquitos que abundan en las inmediaciones de los ríos y en algunos sitios son más agresivos aún, es un detalle. ('... nos acometieron los mosquitos y las vinchucas...', dice la señora de Libarona). De cualquier manera, los fortines eran lugares con habitantes permanentes, y si había algunos forzados a residir allí, por imperio de las autoridades, para otros era su natural residencia, el sitio en el que desarrollaban su existencia y, además, servían a la patria.

Para Ibarra, nacido en Matará, que también funcionaba como un avanzado presidio fronterizo, junto al río, seguramente no sería un agravante de la pena el hecho de trasladarse a un lugar como aquel en el que él naciera y se criara.

La historia

En 1840 Tucumán encabeza una coalición de las provincias del norte que le retira a Rosas el manejo de las relaciones exteriores y apoya la intervención de Francia que se propone derrocarlo del poder. Los coaligados tratan de ganar el respaldo de Ibarra, que se niega. Y más: sospechando una subversión, para defender la ciudad hace venir de Abipones quinientos soldados con su comandante, el español Domingo Rodríguez.

Pero Rodríguez es seducido por los conspiradores, se pasa al bando contrario. (Antes ya había sido unitario. Es Deheza, en su intervención, el que lo designa en Abipones. Al retomar el poder, Ibarra, condescendiente, lo mantiene en el cargo). Con los capitanes Santiago Herrera, Mariano Cáceres, Ramón Roldán, complicados con el juez Pedro Ignacio de Unzaga, y con los Palacio, los Olaechea y Neirot -se supone que también con el secreto apoyo del general Lamadrid desde el gobierno de Tucumán -da un golpe revolucionario la madrugada del 25 de septiembre de 1840. Se intenta apresar al gobernador en su casa.

El coronel Francisco Antonio Ibarra, hermano de Juan Felipe, es el jefe de la guarnición, que tiene su cuartel central en el polvorín de Cantarranas, un poco al poniente de la actual terminal de ómnibus, pasando la Colón. Un soldado fiel escapa y lo advierte de este levantamiento. El lo pone sobre aviso a su hermano y corre a sofocar la rebelión. Pero la tropa está sublevada, Herrera les ha dirigido una arenga, y no acatan sus órdenes. Es cierto que los magros sueldos están atrasados. Antes de que él desenvaine la espada, le dan lanzadas, cae al suelo y de a poco se desangra y muere. Rodríguez vé el asesinato, impávido. Mientras tanto Juan Felipe ha tenido tiempo de montar a caballo y cruza al otro lado del río.

Sobre el tambor se levanta un acta, se lanza una proclama y se plebiscita un gobernador: el comandante Rodríguez. Por la magia de las palabras, la mesnada saladina de la frontera de los abipones queda convertida en 'división libertadores'. Rodríguez delega el gobierno en Únzaga para dedicarse a la tarea militar, pero todo fracasa, falto de apoyo popular, de medios, de organización.

Como tantas otras veces, Ibarra busca apoyo en el paisanaje de la campaña. Con éxito, pues tres días después vuelve y recupera el gobierno sin ninguna oposición. Los sublevados no han podido organizarse en el poder.

Y él, a quien se lo ha criticado de pachorriento e indolente, esta ocasión será duro con los asesinos de su hermano. A Herrera, que con valor y señorío se entrega reconociendo su responsabilidad, se lo mata 'retobado', con una especial crueldad en un largo suplicio; Rodríguez huye a Salta y Cáceres a Catamarca, pero a su hora serán prendidos y ejecutados. También huye Ramón Roldán, que es tomado y 'enchalecado'. José Arce trata de escapar al norte, y es apresado y muerto en el Deán. A Domingo de Palacio se lo detiene en el Zanjón. Ünzaga, uno de los ideólogos del golpe y que ha actuado como gobernador por delegación de Rodríguez, no atina a huir, se lo captura en la ciudad, y en vez de ejecutado es desterrado al Bracho; en 1844 intentará una fuga que terminará con su ejecución. Libarona trata de huir, pero es denunciado por el baquiano que lo conducía. Irá al destierro del Bracho junto con Unzaga.

José María de Libarona, con el pretexto de visitar a los parientes de su mujer, ha venido de Tucumán expresamente a instigar este levantamiento que sumaría a Santiago a la Coalición del Norte. Es la interpretación de los historiadores. El pobre Libarona no ha tenido más intervención que la efectuada a regañadientes, obligado, debido a su buen manejo de la pluma. Es la defensa que de él hará su mujer.

Ibarra, el Santiagueñazo, por lo general indolente y benévolo, ante el asesinato de su hermano Pancho reacciona con energía. Con Santiago Herrera y algunos más se muestra feroz y ordena o autoriza crueles suplicios. Por poco tiempo. La mayoría de los firmantes de la proclama revolucionaria serán simplemente absueltos, ni siquiera molestados por su rebelión. Y el destierro impuesto a Unzaga y a Libarona es también una muestra de benevolencia, ya que la normal alternativa legal era la ejecución.

Antonio Yerro, desde el Bracho, le escribirá a Ibarra que 'Libarona este loco de atar'.

 ('Retobar' y 'enchalecar' a una persona era coserle alrededor, total o parcialmente, un cuero fresco y mojado. El cuero, secado al sol, se contrae con el consiguiente suplicio para el que está atrapado adentro).

El drama

Es conocido el drama. Agustina, niña mimada de la sociedad por su linaje, por la fortuna de sus padres, por su educación, hace lo posible por lograr el perdón para su marido. Gracias a sus vinculaciones tiene oportunidad de presentar sus súplicas ante las autoridades. Hace todos los esfuerzos a su alcance y no consigue nada.

No puede alcanzar su libertad, pero al menos se le permite ir a dar consuelo al desterrado. En un ambiente hostil, selvático, con constante peligro de malones de los indios -el Bracho es, precisamente, una defensa fronteriza- o de ataques de los feroces jaguares. Hace planes con su marido: sueñan con escapar, cruzar el Chaco, llegar a Corrientes a través de las tierras de los salvajes. Ante la inminencia de un malón viene a Santiago a dejar la hijita que había llevado y que le sería un impedimento.

Pero al volver allá, su marido la vé y retrocede con fría indiferencia. 'Tenía los ojos fijos y su palidez y flacura llegaban a lo sumo'. Libarona se ha vuelto loco. 'Únzaga me hizo una seña y yo contuve mis gritos, pero no mis lágrimas'.

La demencia 'había comenzado por una fiebre lenta'. ¿Consecuencia de las preocupaciones, de las torturas, de las privaciones, de los solazos? ¿Los fuertes soles le derritieron los sesos? La neurología no estaba avanzada en aquel tiempo. Agustina mandó a buscar un médico, pero no logró que fuera allá a tratarlo. Sólo le mandaron recetas -baños frecuentes- que ella con ímprobo trabajo le aplicaba, pues el enfermo la rechazaba, a veces con ferocidad. Debe luchar con el acarreo del agua y con la resistencia del loco a recibir este tratamiento. El no discierne quién es esta mujer, ni siquiera pronuncia su nombre, y no le permite tirarse a los pies de su cama. Agustina, niña rica y mimada, que ni siquiera sabe montar a caballo, debe ocuparse de todo, sin ninguna ayuda de su marido, convertido en un ente. Tampoco Únzaga la auxilia, pues padece otras enfermedades y ella también deber atenderlo.

Tiene conciencia de que él está perdido. 'Ya no contaba salvar a mi marido'. Y sigue luchando, por su responsabilidad de esposa. 'Si recobrara la razón antes de morir, sabría cuánto le he amado y sus últimas palabras me consolarían de todos mis trabajos'. Más de ese consuelo, no puede esperar.

Y mientras tanto debe luchar con el medio. En aquel ambiente conocer el caso, próximo, de un indiecito devorado y su madre malamente herida por un tigre que un momento antes ha pasado a su lado sin que ella lo advirtiera. Dispone de dinero, con el que manda a construir un rancho, pero trasladados a otras localidades se da con que no hay obreros, que a los gauchos no les interesa trabajar por plata, ya que el dinero no tiene mayor aplicación en lugares en que no hay comercio, y para adquirir cosas tiene que empeñarse ella, servir de ama de leche a un indiecito, aplicar sus pocos conocimientos de costura en hacer ropa para la indiada.

Tienen, en su destierro, ciertas libertades. No sólo se le sacan los grilletes al preso, sino que Libarona hasta puede tener su escopeta, necesaria para procurarse la comida diaria. Ante su enfermedad a la escopeta la dispondrá Únzaga. Pero se la quitan. Los indios les saquean el rancho. Muchas oportunidades pasan hambre y sed, mal alimentados con espigas de trigo verde que tuesta y muele. Deben soportar aguaceros de varios días viviendo simplemente bajo un árbol, sin siquiera una enramada.

A ella la sostiene el recuerdo de su madre y de sus hijitas, que han quedado en Santiago. Si no fuera por ellas, dice, y 'el sentimiento de mis deberes hacia mi marido, creo que me habría suicidado'.

En esa situación, después de meses de padecimiento, a las dos de la tarde del 11 de febrero de 1841 Libarona calladamente muere sin darle siquiera el esperado consuelo de un momento de lucidez y de gratitud.

Es su condición de madre la que le ha brindado la fortaleza para soportar tanta adversidad, asistiendo a un hombre con el cuerpo cubierto de llagas, a veces furioso, y que ni siquiera la reconoce. Pero a quien ella hasta el último momento amar con toda su alma, puesto que es su marido ante Dios y la sociedad.

 (Las palabras entre comillas son de Agustina, según la versión de Poucel)

“Acoso sexual”

Al drama de esta mujer con el marido preso, lejos de su casa pues vivían en Tucumán, con dos criaturitas, hay versiones que le agregan el problema de que el gobernador Ibarra la requería de amores. O ella era 'objeto de acoso sexual', como se dice en la jerga moderna. Pero no es cierto.

Si así hubiera sido, Agustina lo habría puesto de manifiesto para mostrar la injusticia de sus padecimientos: su marido perseguido y alejado por culpa de pecaminosas inclinaciones de un mandón. Pero no hay nada de eso.

Al contrario. Ibarra se muestra duro, grosero, desconsiderado con ella. 'Dejen a ese gallego donde está... bien está allí'. Cuando la mujer va a suplicarle él ordena '¡que la echen fuera'! Pide permiso para irse al Bracho, y el gobernador dice '¡que vaya esa loca al Bracho, y la roben los salvajes, si esa es su voluntad!' Si hubiese querido tenerla cerca, un buen pretexto sería que en el Bracho, un destacamento militar, los presos estaban para castigo, no para recibir visitas. Y más aún: aplicando la ley podía haberlo hecho ajusticiar y, muerto el marido, Agustina no habría tenido motivo para marcharse lejos.

Evidentemente si él se resistía a recibirla -'¡que la echen fuera!'- por lo menos ella se salvaba de propuestas deshonestas. Menos mal, para no aumentar sus padecimientos.

 (Las palabras entre comillas son de don Felipe Ibarra, según la versión de Poucel).

El Bracho

¿Por qué el lugar se llama así? ¿Qué es un 'bracho'? No hemos podido averiguarlo. Tiene aspecto de ser el nombre de una planta, pero ni los botánicos ni los folkloristas conocen ninguna con ese nombre. En latín 'brachium' es el brazo, el brazo humano, y algunos autores extienden su sentido a las ramas de los árboles. Una rama, pero no el nombre de ninguna planta. ¿Podría haberse llamado así a un brazo del río, de ese río que frecuentemente cambia de curso? Quizá.

El doctor Di Lullo, con su enorme autoridad, supone que 'bracho' puede ser aféresis de 'quebracho'. Se habría dicho 'bracho' como una forma abreviada de decir 'quebracho'. Puede ser así, pero tampoco Di Lullo se muestra muy satisfecho con esta explicación.

Hay muchos lugares que se nombran con apellidos de personas, de próceres, de personajes conocidos, de familias radicadas en el lugar, de gente importante. Bracho es un apellido. Hubo un señor Simón de Tagle Bracho, vecino de Santa Fe, que en 1713 estuvo en Santiago otorgando una escritura de comercio; negociaba con miel, un producto muy cosechado en el Salado, en las fronteras del Chaco. ¿Por este señor, o por algún otro de ese apellido, se le llamaría 'bracho' a un lugar de la costa saladina, región productora de miel? No podemos aventurarlo, sólo lo sugerimos. En Tucumán hay otro Bracho, donde actualmente está la planta distribuidora de energía eléctrica; convendría averiguar por qué el Bracho tucumano lleva ese nombre.

El Bracho era el principal de una serie de numerosos fortines, o presidios, que guarnecían la frontera. Ibarra, como gobernador, tiene predilección por él como sitio estratégico. En los primeros años de su gobierno debe preocuparse de las provisiones para la guarnición, del maíz para que la gente coma. Pero los fortines son también escuelas de agricultura para los soldados allí acantonados. Progresando esta práctica, las siembras permitirán que los soldados no reciban paga del Estado: se mantendrán de lo que ellos mismos cosechen. Con el tiempo en el Bracho habrá no sólo sembrad¡os de trigo sino hasta un molino harinero.

Cuando se pensaba en canalizar el Salado, éste era un punto importante del proyecto. Poco después el fortín se cambió de sitio, se mudó una legua y media. El primitivo Bracho, aquel que conoció Agustina, tenía como centro una empalizada de quebracho y un foso ancho y profundo, de una cuadra de lado, con un cañon apuntado hacia el este. En el nuevo Bracho ya hubo una plaza central y, aunque las viviendas eran ranchos rudimentarios, frente a la plaza se construyó la residencia para el general.

Se le calculó una población de unos trecientos habitantes, de los que sólo tres o cuatro hablarían español, situación que comenzaría a cambiar en 1872, cuando allí se instaló una escuela a cargo del maestro Castillo.

A principios de este siglo la enciclopedia Espasa lo supone al Bracho con 850 habitantes, en los que seguramente se incluirían algunos parajes de sus alrededores. Para entonces ya se había instalado la estación ferroviaria en Herrera, un poco más de una legua al poniente, que, rápido, absorbió su población y su comercio, de modo que en poco tiempo el Bracho desaparecerá. Hoy sólo queda un vago recuerdo.

'Parece que aquí estuvo el Bracho', dice Lázaro Moreno, que es vecino del lugar.

En el folklore al Bracho se lo recuerda como prisión más que como fortín. Hay coplas quichuas que jocosamente lo mencionan:

 

Ckarai puca comisario El comisario Iguana
 
hualitu presochipanqui, a la tortuguita me la ha apresado,
 
chinitas molestan nipas diciendo que molesta a las chinitas
 
Brachoman cachachipanqui. para el Bracho me la ha hecho mandar.

 

 

Nacimiento

No sabemos la fecha de nacimiento de Agustina Palacio, ni siquiera el año. La mayoría de sus biógrafos dice que nació en Santiago del Estero en 1825. Otros, pocos, que en Tucumán y en 1822. El doctor Di Lullo dice que en 1822 o en 1825, sin mostrar preferencia por ninguna de las alternativas.

Se casó en Tucumán, en 1837, y en 1840, al iniciarse el drama, ya tenía dos hijitas que no eran mellizas. Si fuéramos a creer que nació en 1825 deberemos aceptar que se casó de doce años, y que al desencadenarse los acontecimientos tenía sólo quince. Es posible. La gente, en aquella época, era muy precoz y se casaba temprano. Pero es de creer que no tan temprano. Si es que nació en 1822 se habría casado de quince años, lo que era más o menos normal y frecuente.

Puesto a elegir entre un año y el otro, uno puede inclinarse por 1822.

No sólo por ser muy desusada tanta precocidad -matrimonio a los doce años, dos hijos a los quince- sino porque Poucel, que escribe sin tener otros datos que los que ella le da, dice así, que nació en 1822 y en Tucumán; que al desencadenarse los acontecimientos de 1840 ella tenía dieciocho; que, al enviudar, en 1841, tenía diecinueve años.

Entonces nació en 1822 y, más precisamente, en enero o febrero de 1822. Lo dice ella, sin motivo alguno para engañar, y sería muy raro que una mujer se aumentara la edad.

¿Qué habría nacido en Tucumán? Sí, es muy posible. Esto no quiere decir que no tenga razón Canqui Chazarreta al decrir 'aún tejías, santiagueña, / sueños de niña mujer...' Es verdaderamente santiagueña, santiagueña por parte de padre, de ilustre familia, y santiagueña porque santiagueño es el ambiente en el que se desarrolla su drama, como santiagueños los actores. No es santiagueño el otro personaje de esta historia, su marido, pues es sabido que era español; hay quienes dicen que canario y otros que no hay constancias de qué parte de España procedería. Pero es eminentemente santiagueño ese Bracho, para él inhóspito, en el que transcurre su desgracia y en el que perece.

Los amores del Bracho

Agustina Palacio pudo quedarse en Santiago. Aquí estaban sus hijas pequeñitas, que ella tenía la obligación de amamantar y criar. Pero estimó que más fuerte era su responsabilidad de acompañar a su marido y allá se fue. Quisieron atajarla. El gobierno, sus parientes, hasta el mismo Libarona le pidieron que se quedara. Nadie la obligaba a ir al destierro. Pero se fue, impulsada por la enorme fuerza juvenil de su amor. Siguió al hombre que amaba, y acató como un mandato supremo su responsabilidad de esposa, de mujer, de cónyuge cristiana.

Y no sería la única. Otra mujer también sufrirá las soledades, las angustias, las miserias del Bracho, por su condición de mujer, de esposa, de cónyuge. Es el caso de Dolores Díaz de Varela, la señora del coronel don Felipe Varela.

Cuando Mitre, después de derrotado Urquiza, 'a palos' imponía a las provincias someterse a la unidad, Varela levanta la vieja bandera del federalismo, pensando que las demás provincias se sumarían y que su patriada redundaría en beneficio de toda la América española.

Pero las tropas de Mitre, bajo el mando del general Antonino Taboada, derrotan a los catamarqueños y riojanos en el Pozo de Vargas. En La Rioja toma el poder Taboada. Y para mayor castigo y oprobio del derrotado, a su señora, Dolores Díaz, la toma presa y la manda desterrada al fortín de la Viuda. Después la traslada al célebre Bracho.

La joven Agustina va al destierro porque así lo quiere, por amor a su esposo. La madura doña Dolores va al destierro porque lo dispone el gobierno, porque así lo ordena la autoridad, en razón de ser la legítima y amante esposa de un jefe federal al que se ha derrotado por las armas.

¿Cuáles serían los padecimientos de Dolores en esas lejanías? ¿Habrá comido espigas verdes de trigo tostadas al rescoldo para saciar su hambre? ¿Se vería obligada a coserles ropa a los indios para suplir sus necesidades? ¿Tendría parientes que le alcanzaran algún dinero? ¿La asustarían los ataques de los tigres; les temería a los malones? ¿Cómo la habrán maltratado los mosquitos y las vinchucas? ¿Qué esperanzas se forjaría de que su amado marido triunfe, o qué desalientos la embargarían ante una previsible derrota?

Poco y nada sabemos de las peripecias de doña Dolores D¡az de Varela confinada en el Bracho. Al amor de una mujer madura no se lo tiene en cuenta como al de una joven. Los federales a veces se ponían muy violentos, pero solían respetar a las mujeres de los vencidos. Los unitarios, más fríos y duros, se ensañan con las mujeres, no por un presunto peligro ni en castigo de una inexistente participación, sino por sed de venganza, como elocuentemente lo explica José Hernández en 'La vida del Chacho'.

La joven Agustina en pocos meses se liberó del Bracho por la muerte de Libarona. Doña Dolores se liberará también, aunque después de más de un año de destierro, y gracias a las gestiones de un hombre santo: fray Mamerto Esquiú, su paisano, que se ocupará de gestionar la libertad de una inocente.

Fuente: ©El punto y la coma.


Principios y fines autonomistas