Por Roberto Vozza
Martín ya estaba radicado en Santiago para ejercer su
profesión de músico y permanecer en condición de tal con numerosas actuaciones
a lo largo de una década.
Su inserción al medio, en lo social, revistió una
característica muy particular. En aquella ciudad chica de los años 60’,
comunicativa y expansiva, la presencia de un mulato, a la par de los rubios y
morochos lugareños, no dejaba de ser una connotación especial y aun mas siendo
músico.
Se lo conoció artísticamente y en la identificación personal
simplemente como “Morocho Martín”, sin más detalles. Un hombre, alto y
corpulento, de pelo motoso o “mochoso” al decir santiagueño; muy educado,
sociable, que en la relación cotidiana no dejaba de mostrar rasgos de simpatía,
porque no mezquinaba saludos y caminaba por las calles siempre con un atildado
vestir compuesto de saco y corbata esbozando una sonrisa.
Solía vérselo en algunas oportunidades acompañado de una
mujer también de color, que sería su esposa, y frecuentaba el desaparecido
“Rincón de los Artistas” acodado en el mostrador a la par de aquellos rústicos
“pingüinitos” donde se servía el vino al parroquiano.
La veterana cancionista Amalia García, que terció en esta
investigación acerca del personaje, contó que Martín conformó una pequeña
agrupación orquestal tanguera que actuó en muchos escenarios del medio e
integrada por Juan de Dios Gallo al violín, el cieguito Fidel Lucero y Gimenez
al bandoneón y Luis Saganias al contrabajo. Todos bajo una dirección
concentrada y severa del “Morocho” y donde ella fue la vocalista.
“Ensayábamos en el
auditórium de Radio del Norte. El “Morocho” era muy profesional”.
Apuntó, asimismo: “hasta gestó una suerte de sana rivalidad
con el gran e inolvidable pianista y director orquestal santiagueño Luis
Napoleón Soria”.
La desaparecida emisora fue una suerte de “bastión” musical
para él donde intercalaba actuaciones en vivo, y en algunas ocasiones
acompañaba a intérpretes foráneos que venían a actuar a la ciudad.
Juan Carlos García, el “colorado” destacado bailarín y estrechamente
vinculado al tango por sus orígenes porteños y relaciones con el ambiente,
recordó que cuando Américo Navarro formó una agrupación orquestal, Martin actuó
como pianista.
“Yo era el
presentador”, cuenta; pero no pudo aportar nada más acerca de otros aspectos de
la vida del personaje que hoy recordamos, como para saber acaso qué
circunstancias lo trajeron a Santiago, donde fijó su residencia y en qué
momento se fue de la ciudad hasta el final de sus días.
¿SERA EL MISMO? ...ASI
PARECE
La generosa página web “Todo Tango” registra entre los
numerosos compositores de la música porteña a Placido Martin Sixto Simoni
Alfaro. Muy escuetamente dice que nació en Buenos Aires en 1903 y registro dos
obras como músico tituladas “Nubes negras” y “Tiempo perdido” con letra de
Armando Tagini la primera y de Jaime Lloret Reos, la segunda.
En los registros autorales de Sadaic, Simoni Alfaro inscribió
“Charrua” con Ernesto Cardenal, “Para que seguir viviendo” con José Gregorio
Alfaro, “Pobre rancho” con Joaquin Alvarez y “Sina Sina”con Pablo Amadeo
Scolari.
En un libro sobre historia del tango que escribe Horacio
Ferrer se dice… “los notables negros o descendientes negros de la historia del
tango fueron, entre otros, Rosendo Mendizabal, Carlos Posadas, José Martinez,
Leopoldo Thompson, Eduardo Pereyra, José Ricardo, Enrique Maciel, Eduardo
Barbieri, Celedonio Flores y PLACIDO SIMONI ALFARO…
En “El Tango y sus intérpretes” de Roberto Gutierrez Miglio,
se dice que Simoni Alfaro reemplazó como pianista a José Martinez en la
orquesta de Julio de Caro en 1926.
En la conversación con Amalia Garcia esta recordó como dato
importante que el apellido del “Morocho” Martin era ALFARO. “Es lo único que
sabía de él como persona, porque era en ese aspecto muy hermético”, apunta, lo
que no deja de ser un elemento coincidente con el nombre Plácido como se
registra en la crónica periodística local, el nombre Martin, su descendencia
africana y el apellido Alfaro, que estarían revelando acaso la misma identidad
de los dos personajes aquí analizados.
Juan Carlos García
apuntó una graciosa anécdota.
Cuenta:” un día se me dio por aprender tocar el piano y le
consulto, “Maestro ¿me podrá enseñar”? – Si mi amigo, como no… será un honor-
le respondió.
Por entonces él alquilaba un piano en una casa frente Tribunales en la calle Chacabuco. En la esquina de ésta e Yrigoyen había un bar. Concurría a clases tres veces por semana y me cobraba 10 pesos por cada una. Comencé con las dos manos haciendo la escala, y le entregué los 10 pesos…” Siga así que va bien…yo vuelvo enseguida”, me decía. Al segundo día…lo mismo: do re mi fa sol la si…me pedía los 10 pesos y un – siga así va muy bien…ya vuelvo. Así estuve tres semanas y cada clase a la que llegaba, lo primero que me decía era “¿me trajo alguito?” ¿QUE PASABA?: Cuando me decía – va muy bien siga así…ya vuelvo se corría hasta a la esquina a tomarse un vino y regresaba a la hora. Y al retirarme de la clase me apuntaba… usted va a salir bueno” …
El también revisionista “historiador de vivencias
santiagueñas” Pedro Rojas Cuozzo, sumó otro aporte importante.
Recordó que en 1964, cuando murieron en forma casi sucesiva
Julio Sosa, Francisco Canaro, Juan de Dios Filiberto y otro exponente destacado
de la música porteña que no recuerda con precisión, el “Morocho” compuso un
tango con letra de Mariano Chajud - bonaerense pero santiagueño por adopción
que reside en Santiago - titulado “Cuatro estrellas para el cielo”.
Mariano está muy enfermo y no es posible hablar con él. Pero
su esposa, que hace de interlocutora de quien fue un notable verseador y
payador entre los santiagueños, algo recordó de lo que él supo decirle. Por
caso el de que la identificación de “Morocho” Martín era un nombre más
artístico que el usar su verdadera identidad que “era tan larga”. Y apuntó ser
un individuo de bajo perfil.
“El Morocho” Martín,
sin duda se inscribe como un personaje de la música y el cancionero popular de
los santiagueños, dejando una impronta que no puede escapar a la memoria. Pero
dejó incógnitas no develadas y sepultadas por los años- esas que desvelan al
murmurar comarcano – como el saber qué lo trajo a estos pagos habiendo cumplido
un papel importante en la música de Buenos Aires y ser socio de SADAIC. Y si
acaso es el mismo Simoni Alfaro de marras, por qué ocultó su verdadero nombre y
trayectoria desarrollada en Buenos Aires- aparentemente aquí nadie lo supo y
supuestamente él lo habría ocultado exprofeso- y por qué se fue un día sin
saberse más nada de él cuando esta tierra lo cobijó como lo hace siempre con
los foráneos que hacia ella vienen. Fuente: Patio Santiagueño
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