Hace muchos años, cuando recién se adjudicaban las viviendas del barrio Los Flores, en el sur de la ciudad, una compañera del diario resultó beneficiada. Un día, la nueva propietaria nos comentó que "sentía" ruidos extraños en su casa nueva. Tenía miedo porque el sonido (ella decía que era parecido a un "tun tun") se repetía tanto en horas de la siesta como a la noche.
En el taller gráfico,
otro compañero, Lalo Carabajal, de feliz memoria, le dijo: "No te asustes.
Esos son los ocultos que andan cerca, por el cementerio. Andan buscando la
tumba del hermano". Fue así como me enteré de esa leyenda.
Yo tengo parientes que
viven en ese barrio y ahora nadie se acuerda de ese "top top"
misterioso. Imagino que por el profesionalismo de las empresas que ofrecen cementerios
privados, ya erradicaron a todos los bichitos que escarban la tierra día y
noche, produciendo ese eco particular que anuncia su presencia
cerca.
Mundo
moderno y globalización
En el mundo moderno y
globalizado que nos toca transitar, las tradiciones orales se van diluyendo. En
esta sociedad individualista, las leyendas locales ya no se transmiten
oralmente como antaño, de abuelos a nietos, de padres a hijos o en rueda de
amigos.
Por otra parte, es
inquietante que el entretenimiento actual, con la televisión e internet, está
reemplazando la tradición oral. Los asiáticos y europeos nos llevan la
delantera. Esa invasión virtual de culturas foráneas, con sus historias de
zorros de 9 colas, o de los héroes marciales del Wuxia y el Xianxia chino, no
hacen más que eclipsar las nuestras, a las que deberíamos sentir más cercanas
por su escenario geográfico.
Tanto el cine como las
series televisivas que se producen en el extranjero revelan su folklore, sus
costumbres, sus creencias. Las leyendas chinas difunden grandes hazañas
sobrenaturales de sus dioses, pero las nuestras no se quedan atrás.
Dioses
que castigan o ayudan
Cierta vez, durante la
transmisión televisiva de un partido de fútbol muy importante desde el Estadio
Único Madre de Ciudades, escuché que un arrogante comentarista se burlaba del
Dulce: "ese hilito de agua al que pomposamente llaman río",
decía.
Según la leyenda, Mayu,
un anciano guerrero indio, glorioso vencedor de miles de batallas, lloraba
tristemente por la sequía constante que asolaba la región, quemaba los
sembrados, mataba a las plantas y hacía sufrir a la gente y los animales. El
dios de la guerra, enojado por esta señal de debilidad del prestigioso
luchador, hizo que sus lágrimas se convirtieran en el cauce de un río. Lo llamó
Mishqui Mayu, burlándose del sentimiento de angustia que hizo llorar al viejo
guerrero.
En cambio, en la leyenda del mistol, la Pachamama, la diosa madre, es más piadosa. Mistol era un padre voluntarioso y trabajador. Le gustaba bailar, divertirse y siempre andaba con alguna ropa de color rojo oscuro. Todos los días iba al monte a buscar el sustento para sus hijos. Sucedió que el calor y la sequía arrasaban. La comida escaseaba. Mistol le rogó a la diosa que lo ayudara para calmar el hambre de su familia, y la Pachamama lo transformó en un árbol que da dulces frutos rojos, parecidos al color que él prefería.
Leyendas
de transformación
Las mágicas
transformaciones en animales se producen por diversos motivos en nuestras
leyendas, la mayoría es por sentimientos de culpa.
Cuentan que dos hermanos
vivían felizmente en el campo. Un día, uno de ellos, Topo, decidió ir en busca
de aventuras a otros lugares. Pasó mucho tiempo hasta que se enteró de que su
hermano estaba enfermo. Regresó justo para cuidarlo, pero la muerte igual se lo
llevó. Topo lo enterró y se alejó del pueblo nuevamente. Ya viejo, volvió al
pago y quiso homenajear a su hermano, prender velas y poner flores en su tumba.
Pero no la encontró. Se había olvidado del lugar donde lo sepultó. La locura lo
alcanzó en su frenética búsqueda, cavando el suelo para hallar la tumba de su
hermano. Los dioses convirtieron a Topo en un animalito al que no se lo puede
ver fácilmente, por eso la gente lo llama "el oculto", pues en forma
incesante excava túneles bajo la tierra haciendo un sonido particular.
Otro que hace un ruido
infernal es el coyuyo. En su leyenda también hay dos hermanos, a quienes les
gustaba juntar algarroba en los calurosos días de verano. Una vez, después de
beber copiosamente "se desconocieron" y comenzaron a pelear, con tal
mala suerte que uno de ellos resultó herido de muerte. El otro, al darse cuenta
de lo que había hecho, huyó despavorido. Su sentimiento de culpa lo hizo
acurrucarse en el suelo, escondiendo la cabeza. Posteriormente se transformó en
el coyuyo, que canta estruendosamente en verano, para recordar los buenos
tiempos en que solía recolectar la algarroba junto con su hermano.
Pero no todas estas
transformaciones resultan por algo negativo. También lo hacen por amor. Como es
el caso de la leyenda del hornero. El alfarero y la alfarera querían casarse.
Era costumbre de esa tribu indígena preguntar a las deidades sobre la pareja,
para conocer sus augurios. Desgraciadamente, al efectuarse la ceremonia, luego
de que el chamán encendiera el fuego de la adivinación, un fuerte viento lo
apagó y cayó un rayo, presagiando una tormenta. Ante tremenda perspectiva, el
jefe de la tribu denegó el permiso para que se casaran y vivieran juntos. Al
poco tiempo, la pareja de alfareros desapareció. Los dioses se apiadaron de
ellos y les dieron la posibilidad de vivir juntos convertidos en pájaros. Como
buenos alfareros que eran construyeron su nido con la habilidad y conocimientos
previos que habían cosechado en su vida humana.
Todas estas enseñanzas de
errores cometidos, culpas expiadas en bendiciones encubiertas que se traducen
en transformaciones sobrenaturales, nos hablan de una vasta riqueza espiritual
con la que se explica el mundo que nos rodea. Ojalá que nuestros artistas,
nuestros jóvenes escritores, los noveles realizadores audiovisuales indaguen
distintas posibilidades para valorar estas leyendas, así nunca se pierdan y
queden para las futuras generaciones de santiagueños.
Fuente: El Liberal

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