domingo, 29 de junio de 2025

¿Por qué no puede nevar en Santiago del Estero?

#OlaPolar #SantiagoDelEstero #Nevada


La verdad es que… sería algo casi imposible. Y no es por falta de ganas, ¿quién no soñó alguna vez con ver los techos de las casas cubiertos de blanco? Pero hay razones muy concretas que lo explican.

El clima no ayuda (y nunca lo hizo)

Santiago del Estero tiene un clima subtropical semiárido, lo que en pocas palabras significa calor, mucha sequedad y pocas lluvias. Las temperaturas promedio anuales oscilan entre los 18°C y los 22°C. Sí, incluso en invierno. Eso ya nos da una pista: el frío necesario para que nieve simplemente no llega.

¿Y si hablamos de altura?

La provincia está asentada en una gran llanura. Su altitud promedio ronda apenas los 200 metros sobre el nivel del mar. Nada de sierras, nada de montañas. Y eso importa mucho, porque en general, cuanto más alto estás, más probable es que nieve. Por eso, en zonas cordilleranas, como Mendoza o el sur andino, las nevadas son algo habitual.

¿Frío? A veces. ¿Suficiente? Casi nunca.

En las noches más heladas del invierno santiagueño, el termómetro puede bajar a 0°C o 5°C, especialmente en zonas rurales. Pero ese frío es pasajero. Para que nieve, se necesita algo más que un rato de abrigo extra: hace falta frío constante, sostenido, y por debajo de los cero grados. Y eso, en Santiago, no ocurre.

La humedad también juega en contra

Además del calor, Santiago del Estero tiene un clima seco. Muy seco. Las lluvias son escasas, y cuando llegan los frentes fríos desde el sur, ya han perdido buena parte de su fuerza. Sin humedad en el aire, no hay cómo formar copos de nieve. Es como intentar hacer hielo sin agua.

Y si miramos el mapa…

La provincia está bastante alejada de las masas de aire polar que vienen del sur del país. Esas olas de frío que a veces congelan la Patagonia o incluso Buenos Aires, muy rara vez llegan con la misma intensidad hasta acá. Y cuando lo hacen, ya no tienen el poder de desencadenar una nevada.

Pero… ¿podría nevar alguna vez?

Bueno, posible no significa probable. En un escenario extremo, muy extremo, la nieve podría aparecer. Algo así como:

Una masa de aire polar fuera de lo común, como la que sorprendió a Buenos Aires en 2007.

Temperaturas bajo cero sostenidas durante varios días.

Y, sobre todo, una cantidad inusual de humedad en el aire.

Una combinación muy difícil. Pero no imposible.

En resumen

Santiago del Estero tiene todo en contra para ver nevar: el calor, la poca altura, la sequedad del aire y su ubicación lejos del sur helado. Por eso, es una de las provincias con menor probabilidad de nevadas en todo el país.

Un dato curioso para cerrar

En julio de 2023, algunas zonas de Córdoba registraron heladas históricas. Sin embargo, ni siquiera en ese contexto hubo nieve en Santiago. Solo frío. Mucho frío, sí… pero sin copos blancos cayendo del cielo. 🔥


La modelo de la estatua del Kakuy

 


A los monumentos y estatuas que adornan nuestros paseos, los apreciamos en su carácter simbólico. Sin embargo, en el proceso de su realización, suceden hechos que son dignos de conocer, porque desde que surge la idea hasta su concreción participa mucha gente que, a pesar de que el tiempo la olvidó, fue protagonista de la historia cotidiana de nuestra provincia.

El escultor español Rafael Delgado Castro se radicó definitivamente en Santiago del Estero en 1913. Le gustaba esta comunidad sobre todo por el santiagueño y sus costumbres. Como era un aventurero nato, recorría los rincones de la ciudad buscando lo no común. En las inmediaciones del monumento al General San Martín, erigido en 1911, observó bloques de piedra de regular tamaño que habían traído para construcciones de cimientos y otras obras menores. Le llamaron la atención las de color gris amarillento, procedentes de Siracusa, Italia, y decidió trabajarlas. Con autorización municipal, más la ayuda de vecinos, logró transportarlas a su taller. (...)

Delgado Castro necesitaba una modelo, quería que de esas piedras  brotara un desnudo.

¿En dónde encontrar a la "privilegiada" en un marco de sociedad cerrada, llena de prejuicios, como era la comunidad urbana santiagueña?. Además, estaba casado y tenía una hija que todavía usaba pañales. La reputación resultaba importante como carta de presentación para conseguir trabajos.

Un cochero apodado "Biñaco", instalado en las proximidades del Mercado, le dijo que podía tener lo que buscaba. (...)

La dama, de alrededor de 30 años, se llamaba Juanita, aparentaba excelente salud, aunque no poseía buen porte.

En la habitación de una casa prestada, con 2 ayudantes iluminadores de fogonazos de magnesio, concretó una serie de 22 fotos. También realizó apuntes en dibujos lleno de garabatos antropometricos y bocetos en plastilina.

Con todo este material, comenzó a esculpir en la soledad de su taller.

A mediados de 1914, concluyó su tarea y la tituló "Tedio". Su esposa, que estaba embarazada, fue la primer testigo de su obra. (...)

Sin dar importancia a los comentarios, tratando de tranquilizar las aguas, envió esta escultura a concursar en el VI Salón Nacional (1916). (...)

Su amigo el Dr. Alejandro Gancedo, trajo la noticia que "Tedio " había obtenido un premio en la Sección Artistas Extranjeros.

A raíz de este lauro, muchas damas quisieron retratarse en escultura, entre ellas, la señorita Ángela Capovilla y la señora Clementina Torres de Prieto.

A comienzos de 1920, la familia Berdaguer, encargó a Delgado Castro, el diseño y construcción del panteón familiar en el Cementerio La Piedad. Resuelve incorporar en el motivo un ángel femenino acostado y lloroso.

De nuevo recurre al cochero "Biñaco" y se entera de que Juanita había muerto en una provincia del Litoral a causa de una enfermedad "rara".

Con las fotos de Juanita, armó la imagen necesaria. (...)

En 1942, el empresario de espectáculos, Guillermo Renzi, encargo a Don Rafael el proyecto de una fuente para ser colocada en el centro del óvalo del Parque Aguirre.

Así nació "El Kakuy".

Otra vez Juanita es la inspiradora de las formas escultóricas. R
ecordando su pequeño cuerpo, la modelo en actitud desesperada en el instante de su transformación en pájaro.

Juanita, una ilustre desconocida, sin saberlo trascendió a los tiempos hecha ninfa, ángel y kakuy.

Fuente: Omar Sapo Estanciero

SANTIAGO INÉDITO.  EL LIBERAL 21 de julio de 2003.

Alerta ambiental: El río Paraná registra los niveles más altos de glifosato en peces a nivel mundial

 

Captura Facebook

Un estudio científico revela una contaminación sin precedentes en la cuenca del Paraná, con concentraciones de agroquímicos que superan hasta 500 veces los límites permitidos. La vida acuática y la salud humana están en riesgo.

Santa Fe/Entre Ríos – El río Paraná, una de las principales fuentes de agua dulce de Argentina, enfrenta una crisis ambiental sin precedentes debido a la contaminación masiva con glifosato y otros plaguicidas. Un estudio liderado por el investigador Rafael Lajmanovich demostró que peces como el sábalo presentan concentraciones de hasta 5.000 microgramos de glifosato por kilo en sus músculos, la cifra más alta registrada en el mundo.

Un cóctel tóxico en el agua

La investigación identificó al menos nueve plaguicidas que llegan al Paraná a través de arroyos de Santa Fe y Entre Ríos, como el arroyo Las Tunas y el Crespo, cuyas aguas atraviesan zonas agrícolas, ganaderas e industriales. "Todos los desechos terminan en el río", advierte el informe.

Pero el glifosato no es el único problema. En el arroyo Crespo, una zona de producción avícola, el agua es "directamente negra y con olor nauseabundo", con niveles de Escherichia coli (bacteria indicadora de contaminación fecal) muy superiores a lo permitido. Además, hay denuncias sobre descargas ilegales de efluentes industriales. "Es agua con mierda", describe crudamente el estudio.

La vida acuática, en peligro de extinción

Los experimentos realizados con renacuajos expuestos a estas aguas fueron contundentes: el 100% murió en 24 horas. "En estas condiciones, la vida ya no puede desarrollarse", alertan los científicos.

Un riesgo para la salud humana

Los niveles detectados en los peces superan ampliamente los estándares internacionales:

Organización Mundial de la Salud (OMS): entre 10 y 100 µg/kg en animales.

CENASA (límite para consumo humano): 0,2 a 0,5 µg/kg en alimentos.

"El glifosato está en los peces que comemos, en el agua que bebemos y hasta en nuestros cuerpos", señala el informe. Ya hay sentencias judiciales que reconocen el peligro de este herbicida, pero la contaminación sigue aumentando.

Un problema que atraviesa fronteras

El Paraná no solo recoge los desechos de múltiples provincias, sino también de otros países sudamericanos. Si los ríos se convierten en "depósitos de mierda", como denuncian las comunidades, el futuro de quienes dependen de ellos está en juego.

¿Hasta cuándo se seguirá permitiendo este envenenamiento silencioso? La pregunta queda flotando, como el glifosato en las aguas del Paraná.

¿Te preocupa esta situación? Compartí esta nota y exigí acciones concretas. #BastaDeContaminación #RíoParanáEnPeligro


sábado, 28 de junio de 2025

Santiago del Estero: ¿una ciudad inteligente imposible?


Captura Facebook



Santiago del Estero, cuna de historia y tradiciones, vive un choque entre su imagen patrimonial y la promesa tecnológica. En el Smart City Expo 2025 un visitante se coloca un casco de realidad virtual ante un gran letrero iluminado «SMART CITY». La escena, digna de una ciudad futurista, contrasta con las calles empedradas y los barrios tradicionales bajo el sol santiagueño. Esta provincia, fundada en 1553 y llamada la “Madre de Ciudades” por su herencia colonial, arrastra décadas de rezago en infraestructura y servicios. Por ello resulta difícil encajarla en la definición global de ciudad inteligente, que apunta a urbes conectadas, sustentables e inclusivas.

¿Qué es una ciudad inteligente?

No existe una sola definición. ONU-Hábitat resume la visión global: una ciudad inteligente sostenible es “innovadora” y usa las TICs para mejorar la calidad de vida y la eficiencia de sus servicios, satisfaciendo las necesidades económicas, sociales y ambientales del presente y del futuro. El gobierno británico añade que más que un estado fijo, una smart city es un proceso continuo con participación ciudadana, infraestructuras sólidas y tecnologías digitales que hagan la ciudad más habitable y resiliente frente a nuevos retos. En resumen, el ideal global combina desarrollo urbano planificado con gobierno abierto y la integración inteligente de datos e infraestructura. Por ejemplo, ONU-Hábitat advierte que en una ciudad inteligente la infraestructura de TICs debe actuar como un “adhesivo” o “centro nervioso” que articula todos los sistemas urbanos. Esto implica redes de banda ancha, sensores, plataformas de datos y servicios en línea coordinados.

Infraestructura y servicios básicos

Estos supuestos chocan con la cruda realidad santiagueña. La provincia sufre carencias elementales. La CEPAL señala que la dispersión geográfica de Santiago del Estero genera falta de agua potable y una infraestructura eléctrica insuficiente en vastas zonas rurales. Sólo el 26% de los hogares puede usar gas de red o electricidad para cocinar, y apenas el 28,7% cuenta con red cloacal. En muchos poblados del interior faltan incluso estos servicios básicos: por ejemplo, en Monte Quemado “no hay agua potable ni red cloacal”, reflejando necesidades insatisfechas que un plan inteligente debería resolver. Mientras la smart city global habla de sensores de red hidráulica y edificios “inteligentes”, en Santiago las tuberías y acueductos comunes ni siquiera llegan a la mitad de la población.

En un stand del Smart City Expo local se exhibe un microbús eléctrico de “movilidad sustentable” equipado con tecnologías avanzadas. La imagen simboliza la aspiración futurista de la provincia. Sin embargo, en el uso cotidiano la mayoría de los colectivos circula con tecnología convencional y muchos viajes duran horas, pues la electrificación del transporte público aún es incipiente. De poco sirve la promesa de vehículos inteligentes si barrios completos carecen de iluminación pública adecuada o servicio eléctrico confiable. Así, la infraestructura física y digital, pilares del concepto de ciudad inteligente, resultan aún muy precarios en Santiago del Estero.

Conectividad y brecha digital

Tampoco las tecnologías de la información se distribuyen equitativamente. El censo 2022 reporta que sólo el 49,5% de los hogares santiagueños tiene conexión a internet (muchos por datos móviles) y apenas el 39,7% dispone de computadora, tablet u otro dispositivo similar. Esto posiciona a Santiago a la cola del país en acceso digital. La ONU-Hábitat señala que sin conectividad de calidad no funciona ningún proyecto inteligente: las TICs son el tejido que integra sensores, bases de datos y trámites online. En la provincia, la mitad de las familias quedan fuera de esa ecuación. Esta brecha digital agrava las desigualdades: los sectores rurales y más pobres no pueden aprovechar el e-gobierno ni la telemedicina, ni participar en la economía digital. Incluso en la educación se refleja el déficit: antes de la pandemia casi el 41% de los alumnos santiagueños no tenía Internet en su casa. Por tanto, la «inteligencia urbana» se estanca cuando ni siquiera se garantiza el acceso básico a la red.

Planificación urbana y desigualdades sociales

Una verdadera smart city requiere planificación urbana integrada: calles bien trazadas, suelo mixto y abundantes espacios públicos. En Santiago del Estero existe macrocefalia y crecimiento desordenado. La CEPAL advierte que el 57% de la población vive en el aglomerado Capital–La Banda, concentrando servicios mientras el resto de la provincia permanece disperso. Zonas periurbanas y pueblos crecen a menudo sin un plan regulador, dando lugar a barrios informales sin agua ni cloacas. Esta falta de orden también alimenta la desigualdad social: la economía local tiene altos niveles de trabajo informal y migración interna, en parte por el despojo de pequeños productores hacia cultivos de exportación. En la práctica, la smart city se imagina como una ciudad de oportunidades equiparables para todos, pero aquí la pobreza estructural y la concentración urbana alientan el camino contrario. Las cifras hablan solas: Santiago del Estero está entre las provincias más postergadas en agua, cloacas y gas, lo que evidencia brechas que la tecnología por sí sola no resolverá.

Gobernanza y participación ciudadana

En los relatos internacionales sobre ciudades inteligentes se insiste en la participación ciudadana y la transparencia. Por ejemplo, el Reino Unido define la smart city como un proceso continuo con “participación ciudadana, infraestructuras sólidas y tecnologías digitales” para hacer la ciudad más habitable y resiliente. Sin embargo, en Santiago del Estero la gobernanza local es débil. Un informe de la CEPAL describe “débil gobernanza local” e instituciones frágiles en la provincia. La prensa local y nacional incluso la tilda de “capital nacional del nepotismo”: cargos públicos y contratos estatales se reparten entre parientes y allegados en todos los ámbitos del poder. Como resumió un dirigente opositor en un noticiero, en SDE “el Estado se transforma en una gran torta que se reparte entre unos pocos, mientras la mayoría mira desde afuera”. Este grado de clientelismo y falta de rendición de cuentas erosiona cualquier intento de administrar la ciudad con criterios abiertos. En teoría, una smart city debe ofrecer e-gobierno y datos abiertos; en la práctica, la cultura política santiagueña deja poco espacio a la transparencia o a la voz independiente de los vecinos.

Asimismo, las prioridades de gestión revelan la desconexión con las necesidades reales. Mientras se publicitan congresos internacionales sobre innovación urbana en Santiago, muchas decisiones han favorecido obras faraónicas. Por ejemplo, el diario La Nación criticó que con fondos nacionales se financió la construcción de un aeropuerto y un foro de convenciones «innecesarios» para la mayoría de santiagueños, justo cuando había demandas urgentes de escuelas y hospitales dignos. Estos megaproyectos destacables en el acto público contrastan con un entorno donde faltan cloacas o se caen los techos de las escuelas. En lugar de invertir primero en lo esencial, la gestión local ha mostrado deficiencias: el dinero público se gasta en exhibir logros en lugar de cerrar brechas históricas.

Hacia un futuro urbano más humano

La idea de transformar Santiago del Estero en una ciudad modelo tecnológicamente avanzada choca con todos estos factores estructurales. Las propias guías de ONU-Hábitat advierten que la verdadera “inteligencia” urbana debe aplicarse para incluir a todos los ciudadanos, mejorar la rendición de cuentas y respetar los derechos humanos. De hecho, el documento insiste: “al final, se trata del tejido social, y no sólo de la competitividad económica y la infraestructura de última generación, donde se construyen las ciudades resilientes”. Este llamado cobra sentido en Santiago. Quizá la provincia no necesite espejismos digitales, sino enfoques más cercanos: invertir en conectividad rural, educación y salud, y abrir espacios reales de participación comunitaria.

En lugar de buscar un sello global de “ciudad inteligente”, tal vez deba definirse una ruta local: sumar tecnología a lo cotidiano, paso a paso. Por ejemplo, podría habilitarse Wi-Fi en plazas junto con talleres vecinales sobre ciudadanía digital; usar sistemas electrónicos para mejorar la calidad del transporte público más elemental; o implementar aplicaciones simples de quejas ciudadanas para reparar calles. Así se construye una “inteligencia urbana” basada en las prioridades reales de la gente. Al fin y al cabo, una ciudad inteligente de verdad es aquella que responde a sus habitantes y mejora su calidad de vida, no solo aplaude sus pantallas brillantes.

Fuentes: Documentos ONU-Hábitat III sobre ciudades inteligentes; informes del censo e INDEC sobre servicios e Internet en Santiago del Estero; análisis de la CEPAL sobre la provincia; reportajes periodísticos sobre pobreza y gestión santiagueña. Estas fuentes contrastan las aspiraciones “inteligentes” con la realidad local.


viernes, 20 de junio de 2025

Barrio Los Lagos, La banda

 


“Los Lagos” se convirtió entre 1920 y la década del 30 en el lugar obligado de reuniones de los fines de semana bandeños.

En esos días el predio se poblaba con lo más selecto de la sociedad lugareña y capitalina, la que lucía el resplandor de la moda del momento, caracterizada por los volados, el sombrero y las sombrillas en las damas y los chalecos con cadenas de oro o plata que sostenían a los relojes de bolsillos, tan en boga, en el sexo masculino de esos años.

“Los Lagos” recibió sorprendido a los primeros Ford T que recorrieron las calles bandeñas suplantando al “landó”, carruaje de uso corriente en las familias pudientes de esa época.

        


Ese paraje fue quizás el último rincón romántico que tuvo La Banda. En varias jornadas se escucharon allí, junto al espejo de las aguas y a los sauces llorones, la palabra autorizada de Rava, Blanca Irurzun, y tantos otros que por esos años representaban el andamiaje de la cultura santiagueña.

        


“Los Lagos” terminó como todas las cosas de este mundo: el agua se evaporó dejando secas y desiertas las ondonadas, el ritmo de las guitarras y violines se esparcieron por el aire hasta perderse, la concurrencia se distribuyó en otras instituciones, y los caminos que llegaban a la propiedad de don Fortunato Molinari se cubrieron de quietud y silencio.

Fuente: La Banda, imágenes y recuerdos – Testimonios. De Lidia E. Grana de Manfredi - María de las N. Salido de Martínez

Nacer en el Imperio Inca o en la Europa medieval: dos mundos, dos destinos


¿Y si tu vida hubiera empezado en otro continente?

En la Europa medieval, venir al mundo era una lotería cruel. Pero al otro lado del planeta, en las alturas del Tahuantinsuyo, el nacimiento era un acto sagrado, cuidado con manos sabias y corazones conectados con la tierra. Nacer no era una maldición, sino una ceremonia de inicio.

Europa medieval: la cuna del miedo

Durante la Edad Media europea, dar a luz era una de las causas más frecuentes de muerte entre mujeres jóvenes. Según datos de la historiadora social Judith Bennett, se estima que una de cada tres mujeres moría por complicaciones relacionadas con el parto a lo largo de su vida (“Medieval Europe: A Short History”, 2010).

El ambiente en el que nacían los niños era, por decirlo suavemente, desfavorable. No había conocimiento sobre gérmenes ni sobre infecciones, y el dolor del parto era considerado un castigo divino por el pecado original, una creencia reforzada por la Iglesia católica (Gélis, Jacques. History of Childbirth: Fertility, Pregnancy and Birth in Early Modern Europe, 1991).

Las mujeres parían en sus casas, muchas veces sin asistencia, y con comadronas sin formación médica. Lavarse las manos no era una práctica habitual —de hecho, los descubrimientos sobre higiene y contagio no llegarían hasta siglos después con Semmelweis y Pasteur.

La mortalidad infantil era devastadora: más del 35% de los bebés no sobrevivían al primer año de vida, según estudios demográficos históricos recopilados por David Herlihy en The Black Death and the Transformation of the West (1997). Incluso en familias nobles, la supervivencia era incierta, por lo que tener muchos hijos era una necesidad estratégica, no un lujo.

El Imperio Inca: nacer con propósito

Mientras tanto, en las alturas del Andes, el Imperio Inca tenía una concepción muy distinta del nacimiento. No existían hospitales ni tecnología médica moderna, pero había una estructura cultural, social y espiritual que protegía el acto de dar vida.

Las mujeres embarazadas eran cuidadas por su comunidad, especialmente por las mamuna, mujeres mayores sabias encargadas del control del embarazo. Se les reducía la carga laboral, se cuidaba su alimentación y se las acompañaba emocional y espiritualmente.

El parto se realizaba generalmente en cuclillas, una postura que facilitaba el alumbramiento —una práctica que la antropología moderna considera fisiológicamente más eficiente (Devereux, George. Basic Problems of Ethnopsychiatry, 1980).

El bebé era recibido en un espacio limpio, cálido, sin separarlo de su madre. El cordón umbilical se enterraba como símbolo de conexión con la Pachamama, y se realizaban rituales de bienvenida. “La concepción andina del cuerpo y el nacimiento estaba íntimamente ligada a la tierra y al cosmos”, explica Teresa Cabrera, investigadora del Instituto de Estudios Andinos (IEA-UNMSM, Perú).

Una infancia con raíz

En el Tahuantinsuyo, la infancia tenía sentido comunitario. A los pocos días del nacimiento, se realizaba el Rutuchikuy, una ceremonia de corte de cabello y presentación a la comunidad (ayllu), descrita en crónicas como la de Felipe Guamán Poma de Ayala (Nueva corónica y buen gobierno, ca. 1615).

La educación era práctica, comunitaria y jerarquizada. Los niños aprendían a través del ejemplo y del trabajo. Los hijos de nobles eran educados en el Yachaywasi, centros donde se enseñaban matemáticas, astronomía y leyes. Las niñas seleccionadas ingresaban al Acllahuasi, donde se formaban en tejidos, rituales y cocina ceremonial (Murra, John V., La organización económica del Estado Inca, 1978).

Medicina con alma y raíz

La medicina inca combinaba el conocimiento herbario con una comprensión espiritual del cuerpo. Los hampeq eran curanderos que no solo trataban dolencias físicas, sino también desequilibrios del alma. Según Sabine Dedenbach-Salazar (Saberes y prácticas medicinales en el mundo andino, 2005), el enfoque terapéutico era holístico y comunitario, muy diferente al modelo europeo, que aún separaba cuerpo y alma bajo la lógica del pecado.

Las madres, comadres y abuelas tenían un rol central en los cuidados. Sabían qué hierba hervir, cuándo soplar para aliviar el alma, cuándo callar o cantar. En este mundo, la mujer que daba a luz no era pecadora ni pasiva, sino fuerza vital, canal entre lo humano y lo divino.

Dos mundos, dos destinos

Mientras en Europa el nacimiento era un momento de temor, dolor y muerte, en el Imperio Inca era un acto de integración, propósito y conexión con la Tierra. Uno vivía rodeado de miedo; el otro, de comunidad. Uno se resignaba al castigo; el otro celebraba la vida.

Quizás ahí está la gran enseñanza: el modo en que llegamos al mundo puede marcar el modo en que aprendemos a habitarlo.

📚 Bibliografía complementaria:

Bennett, Judith. Medieval Europe: A Short History. McGraw-Hill, 2010.
 
Gélis, Jacques. History of Childbirth: Fertility, Pregnancy and Birth in Early Modern Europe. Polity Press, 1991.
 
Herlihy, David. The Black Death and the Transformation of the West. Harvard University Press, 1997.
 
Murra, John V. La organización económica del Estado Inca. Instituto de Estudios Peruanos, 1978.
 
Poma de Ayala, Felipe Guamán. Nueva corónica y buen gobierno, ca. 1615.
 
Cabrera, Teresa. Estudios de cosmovisión andina. Instituto de Estudios Andinos, UNMSM.
 
Dedenbach-Salazar, Sabine. Saberes y prácticas medicinales en el mundo andino, 2005.
 
Devereux, George. Basic Problems of Ethnopsychiatry. University of Chicago Press, 1980.
 

 


jueves, 19 de junio de 2025

¿Y si había petróleo en Santiago del Estero? El enigma enterrado de Siete de Abril

Por Redacción 

 


Hay historias que comienzan con un rumor. Y en los años treinta, en pleno monte santiagueño, ese rumor se fue colando entre las charlas de fogón, las caminatas por los campos y los silencios cargados de intuición. En la zona de Siete de Abril, allá en el noroeste de la provincia, cerca del límite con Salta, algunos decían que el suelo olía raro, que la tierra tenía un color más oscuro de lo normal... y que quizás, solo quizás, había algo más abajo. Algo valioso. Tal vez, petróleo.

La idea encendió una chispa. Y no solo entre los lugareños. El Gobierno provincial, atento, no tardó en tomar cartas en el asunto. Si había una mínima posibilidad de que ese "oro negro" estuviera ahí, había que comprobarlo. Así, en 1932, se puso en marcha una investigación oficial para responder la gran pregunta: ¿hay petróleo en Santiago del Estero?

Un geólogo, una sierrita y una misión clara

La provincia pidió ayuda a la Nación. Y la Nación respondió. El Ministerio de Agricultura envió a uno de sus especialistas más destacados: el doctor Pablo Groeber, de la Dirección General de Minas, Geología e Hidrología. Groeber no solo tenía formación científica: tenía experiencia en el terreno, paciencia y ojo clínico para leer la historia escondida en las piedras.

El 12 de julio de 1932 comenzó su recorrido por la región. Su atención se centró en un punto clave: el Cerro del Remate, una sierrita que se recorta en el paisaje, cerca de Siete de Abril. Con su libreta de campo en mano, Groeber analizó capas de roca, midió inclinaciones, identificó formaciones. Pisó barro, yeso y caliza. Lo examinó todo con rigurosidad casi obsesiva.

Un mes después, llegó la respuesta.

Cuando la tierra dice que no

La verdad es que muchos esperaban un “sí”. Pero el informe de Groeber fue contundente: no hay petróleo.

¿La razón? La tierra simplemente no guarda ese tipo de secretos. Lo que el geólogo encontró fueron formaciones muy antiguas, con rocas cuarcíticas del Precámbrico, de esas que ya estaban allí mucho antes de los dinosaurios. Y encima de eso, sedimentos del Mioceno, con yeso, arcillas, algunas calizas. Pero nada más.

La clave está en el origen de esos sedimentos. Son continentales y salobres, no marinos. Y es que para que haya petróleo, tiene que haber habido vida marina enterrada, atrapada y cocinada durante millones de años. Aquí, en cambio, el paisaje fue otro: lagunas salobres, ríos antiguos, vientos que desgastaron todo lo que pudieron.

Incluso si alguna vez hubo una capa petrolífera, lo más probable —según Groeber— es que la erosión la haya barrido mucho antes de que se formaran las capas actuales. El tiempo, como siempre, jugó su propio juego.

Aguas que arden… pero no con petróleo

Como parte del estudio, también se analizó una vertiente sulfurosa en Ojo de Agua, más al sur de la provincia. Allí el agua brota caliente, con olor penetrante y ese aspecto misterioso que alimenta todo tipo de creencias. ¿Sería una señal de petróleo?

Nada de eso. El análisis químico mostró que el agua era muy salada, con altísimos niveles de cloruros. Su tacto era jabonoso, su sabor agresivo. La conclusión fue clara: inapta para el consumo humano y animal. Su origen es geotérmico, pero no tiene relación con la presencia de hidrocarburos. Una vez más, la naturaleza mostraba sus propios mecanismos, muy distintos a los que la gente imaginaba.

Lo que sí quedó bajo la superficie

Ahora bien, sería injusto decir que todo fue en vano. El trabajo del doctor Groeber dejó una huella profunda. Su informe detallado trazó el primer mapa geológico serio de la región, describió en profundidad las capas del subsuelo, explicó los procesos que moldearon ese rincón del país. Y dejó una enseñanza invaluable: la ciencia también se construye a partir de lo que no se encuentra.

Hoy, a casi un siglo de aquel viaje, la historia de Siete de Abril se cuenta como una anécdota entrañable. Es la historia de una búsqueda que no halló petróleo, pero sí conocimiento, curiosidad y un legado científico.

Y también es un recordatorio. Porque antes de hacer grandes promesas o jugárselo todo por una corazonada, hay que aprender a leer la tierra con humildad. Escucharla. Preguntarle. Entender que sus respuestas no siempre son las que queremos, pero casi siempre son las que necesitamos.

Y en este caso, la tierra dijo lo suyo con claridad: no hay petróleo... pero hay historia. Y eso también vale.

Fuentes:
Informe del Dr. Pablo Groeber, Dirección General de Minas, Geología e Hidrología (1932)
Archivos del Ministerio de Agricultura de la Nación

lunes, 16 de junio de 2025

El grito de la almamula: entre el mito, el miedo y el fuego de lo invisible

 


Hay noches en Santiago del Estero… en que el viento no sopla. Ruge. Y no es un rugido cualquiera. Es un quejido largo, áspero, como si viniera cargando siglos de penas y secretos. Un viento que no acaricia: araña. En ese zumbido oscuro, casi como un susurro perdido, se cuela un sonido extraño. Es un gemido… difícil de explicar. No parece humano, pero tampoco del todo animal. Es el lamento de algo —o de alguien— que ya no encaja en este mundo.

Y no, no estamos hablando de un simple mito rural. Esto tiene otro peso. Porque el almamula no se queda en los rincones del monte: hay quienes dicen que cruzó, sin pedir permiso, las calles polvorientas de la mismísima capital santiagueña.

Acá, en esta tierra horneada por soles viejos y regada con supersticiones profundas como raíces de algarrobo, lo sobrenatural no se cuenta como un cuento. Se respira. Se sospecha. Se presiente.

Una mujer, un pecado, una condena

El almamula no nace monstruo. Se convierte.

Dicen que fue mujer. Una de carne y hueso. De mirada firme y deseo prohibido. Se atrevió a lo que nadie se atreve: rompió los mandamientos escritos y los no escritos. Amó a su propia sangre —padre, hermano, hijo— sin arrepentimiento.

No fue un desliz. Fue un incendio. Y la condena fue brutal: Dios la selló en cuerpo de mula errante, la lanzó a los caminos como castigo… aunque, quizás, también como súplica.

Porque, aunque ahora se arrastra como bestia por las noches del monte, en el fondo de esa criatura maldita hay algo que todavía busca perdón.

Hay una mínima, ínfima posibilidad de redención. Solo si alguien, un hombre valiente —y no solo valiente, sino firme de fe— la enfrenta y logra hacerla sangrar. Pero no con cualquier arma: con un cuchillo en forma de cruz. Porque esto no es un duelo de fuerza. Es un acto sagrado. Un intento de cortar no carne, sino maldición.

Cuando la noche abre la puerta

Ella no aparece cuando hay bullicio. Sale cuando todo calla. Después de medianoche. Siempre. Cuando el viento sur barre el monte con ese olor a presagio.

Primero parece un burrito. Pequeño, hasta simpático. Pero no te engañes: eso es parte del hechizo. Lo que realmente la delata es ese grito.

Un alarido seco, largo… que no se olvida. No es un relincho, ni un aullido. Es como si mil almas lloraran al unísono desde un pozo negro, profundo, sin fondo.

Y si alguien la espera —de pie, sin miedo, cuchillo en mano— ella se detiene. Baja la cabeza. Tiembla. Porque quiere ser salvada. Porque en esa piel grotesca todavía late, aunque sea apenas, el corazón de una mujer que alguna vez amó… y que ahora solo pide una segunda oportunidad. 

Pero cuidado: no todas quieren ser salvadas.

La vieja condenada y el fuego del mal

Existe otra versión. Más oscura. Más temible. La del almamula vieja.

Ahí ya no hay alma. Ni súplica. Ni redención. Solo rabia endurecida. Rencor convertido en fuego. Esa ya no gime: escupe llamaradas. Arrastra cadenas como serpientes de hierro. Y tiene un hueco en la espalda, un vacío grotesco, como si su humanidad se hubiera evaporado por ahí.

Y no se conforma con asustar. Ataca. Va directo al corazón del corral. Destripa corderos. Los deja sin entrañas. Lo hace en silencio. Y sin piedad.

Y si alguien, confundido por la otra historia, intenta salvarla… comete un error fatal. Porque en este caso, herirla no la redime: la mata. Y con ella, también muere —dicen— la mujer que fue. De manera oscura, inexplicable. Como si ni siquiera la ciencia pudiera sostener la mirada frente a eso.

Cuando la leyenda toca la puerta

Y entonces uno se pregunta… ¿Qué pasa cuando esta historia deja el monte y entra en la ciudad?

Barrio Almirante Brown. Un martes cualquiera. Muy temprano. Marcela se levanta, pone la pava, arma el mate… rutina pura. Pero en el fondo del patio, algo rompe el ritmo: uno de sus cabritos aparece muerto.

Pero no como mueren los animales. Tiene un agujero en el costado, limpio, perfecto. Sin una gota de sangre. Sin corazón. Sin vísceras. Como si lo hubieran vaciado… y después, como si nada, tapado con alfalfa.

Y lo más raro no fue la herida. Fue el silencio. Nadie escuchó nada. Ni un ladrido. Ni un chillido. Como si el mal se hubiera colado en puntas de pie.

Las versiones volaron como hojas al viento. Algunos hablaron de magia negra, de brujería, de rituales umbanda. Un pastor fue más directo: “Esto es cosa de Satanás”, soltó. Pero más allá de lo que se crea, el barrio entero empezó a mirar con desconfianza la oscuridad de sus propios patios.

Porque cuando el miedo se instala, ya no pregunta si es mito o realidad.

Entre la duda y la certeza: una frontera de humo

¿Dónde termina la superstición y empieza el peligro? ¿Dónde lo mágico deja de ser historia… y se vuelve advertencia?

Tal vez eso ya no importe. Porque en Santiago del Estero, los mitos no se cuentan como fósiles del pasado. Son marcas frescas. Huellas vivas.

El almamula no necesita pruebas. Vive en los cuchicheos, en los rezos bajitos, en los cuchillos guardados “por si acaso” bajo la almohada. Vive en los silencios pesados, en los perros que no ladran y en ese eco que a veces se cuela por la rendija de la noche.

Tal vez no exista.

Tal vez nunca existió.

Pero algo —sombra, castigo, espíritu o leyenda— sigue caminando.


Y mientras el viento sur siga soplando, mientras haya almas que amen sin medida ni ley…

el grito del almamula va a seguir cruzando la oscuridad como un cuchillo encendido.

 

Habrá quienes lo escuchen… y se escondan.

Habrá quienes lo enfrenten… y sangren.

 

Y quizás —solo quizás—

alguien consiga salvarla.


sábado, 7 de junio de 2025

Algarroba: El oro dulce del monte que nutre, sana y sostiene

 


En los llanos secos del norte argentino, cuando el verano empieza a calentar la tierra con ese sol bravo y persistente, no solo cambia la estación. Cambia el aire. Cambia la vida. Es tiempo de “algarrobeada”, esa cosecha comunitaria que no es solo una tarea rural: es un ritual que atraviesa generaciones, une manos y corazones en torno a un fruto que, aunque se presenta con humildad, guarda una riqueza inmensa. La algarroba —el fruto del algarrobo blanco (Prosopis alba)— es uno de los tesoros más nobles del monte chaqueño.

Durante siglos, los pueblos originarios y las familias campesinas del NOA han confiado en este fruto para alimentarse y sanar. Hoy, en un mundo que vuelve la mirada hacia lo natural, la algarroba empieza a ganar un lugar en las cocinas saludables… y en las economías de los pueblos que la han cuidado siempre.

Un perfil nutricional que sorprende

La harina de algarroba, esa que se obtiene moliendo la pulpa seca de las vainas, es una auténtica joya nutricional. Su sabor dulce viene de forma natural: entre un 40% y 50% de azúcares simples como fructosa, glucosa, maltosa y sacarosa. No necesita añadidos. A diferencia del cacao, no tiene que disfrazarse ni endulzarse. Es dulzura pura de la tierra.

Pero eso es solo el principio. Esta harina concentra más hierro que el hígado vacuno y más calcio que un vaso de leche. Y además, está repleta de potasio, magnesio, fósforo, zinc y cobre, minerales que el árbol extrae con paciencia de lo profundo del subsuelo gracias a sus raíces extensas y persistentes. Como si el monte le confiara un mensaje para nuestro cuerpo.

¿Proteínas? También: cerca del 11%, con un buen aporte de triptófano, ese aminoácido que nuestro cuerpo convierte en serotonina, la “hormona del bienestar”. Y como si fuera poco, suma vitaminas A, C, D y del grupo B.

Todo esto sin gluten, con apenas un 3% de grasas y sin procesamientos artificiales. Ideal para personas celíacas o para quienes buscan volver a lo simple, a lo real, a lo que nutre de verdad.

Fibra, taninos y salud desde adentro

Uno de los puntos fuertes de la harina de algarroba es su alto contenido en fibra (un 13%). Pero no cualquier fibra. Contiene pectina y lignina, fibras solubles que hacen maravillas en nuestra flora intestinal. Ayudan a multiplicar lactobacilos —bacterias “buenas”— y a mantener a raya a las que no lo son tanto.

La pectina, en particular, es como una aliada silenciosa: suaviza, limpia, protege. Es laxante natural, antibacteriana, anticancerígena y hasta ayuda a eliminar metales pesados del cuerpo. Hay estudios que la respaldan como coadyuvante en tratamientos de úlceras, diarreas infantiles e infecciones digestivas.

Y luego están los taninos. Durante años se los miró con desconfianza, pero hoy se sabe que son potentes antioxidantes. Pertenecen a la familia de los polifenoles y cumplen múltiples funciones: previenen la formación de sustancias cancerígenas, refuerzan los capilares, desinflaman y cuidan nuestros riñones y corazón.

Del monte a la mesa: sabores que cuentan historias

La algarroba no solo alimenta el cuerpo. También reconforta el alma. Y es que con sus frutos se elaboran delicias tradicionales que todavía viven en los hogares rurales: la añapa, una bebida dulce y refrescante; la aloja, fermentada y ancestral; el patay, ese pan denso hecho con pulpa; y la clásica harina tostada.

Cada preparación tiene su propio aroma, su propio ritmo. En muchos hogares, no son solo recuerdos del pasado: son prácticas vivas que se comparten con orgullo.

Uno de los productos que más ha crecido en popularidad es el café de algarroba. Sin cafeína, pero con mucho para ofrecer. Apto para chicos, grandes, ancianos. Se elabora de manera sencilla: las vainas se recogen, se secan al sol por unas tres semanas, se tuestan hasta volverse oscuras, y luego se muelen. El resultado es una bebida con cuerpo, aroma, historia... y sin la agitación del café común.

Este “café alternativo”, que también se produce con el algarrobo negro y que recuerda a su primo europeo Ceratonia siliqua, empieza a abrirse paso en ferias, mercados naturales y tiendas de alimentos saludables. Y no es casualidad.

Más que un alimento: un motor de vida

Pero la algarroba es mucho más que nutrientes y recetas. Es una oportunidad. Su cosecha y comercialización representan una fuente de ingresos genuina para muchas comunidades rurales que, con saberes heredados y recursos locales, construyen economías más humanas, más arraigadas y más justas.

La algarrobeada no es solo una cosecha. Es una fiesta. Una jornada de encuentro, de risas, de trabajo colectivo. Mujeres, hombres, niñxs, todxs participan. Y en cada vaina que se junta, se cosecha también esperanza: la de un futuro que no dependa solo del mercado, sino del vínculo con la tierra.

Desde lo profundo del monte, una apuesta al mañana

En un mundo donde los ultraprocesados reinan en las góndolas, donde lo rápido le gana a lo bueno, la algarroba llega como un recordatorio. Nos invita a volver a lo que nos hace bien. A saborear lo que viene del monte con paciencia, con respeto, con memoria.

Es nutritiva. Es accesible. Es ancestral. Y tiene el poder de transformar no solo nuestras mesas, sino también las realidades de quienes viven —y resisten— en los paisajes más antiguos del país.

Porque en cada sorbo de añapa, en cada puñado de harina, late una historia. Una memoria viva. Y la posibilidad de construir, desde lo simple, algo grande.

Fuentes consultadas:

 

Ágora Chaco (s.f.). Elaboración del café de algarroba y usos tradicionales del Prosopis alba. Disponible en: www.agora.com.ar

Demaio, P. (1988); Sharpentier, M. (1998). Testimonios sobre la algarrobeada y prácticas rurales en el NOA.

Transmisión oral de saberes campesinos y comunidades originarias del Chaco y norte argentino.

Comparativas nutricionales: INTA y FAO, datos técnicos sobre prosopis spp. (consultar bases específicas para respaldo académico).

Fuentes consultadas:

  • Ágora Chaco (s.f.). Elaboración del café de algarroba y usos tradicionales del Prosopis alba. Disponible en: www.agora.com.ar

  • Demaio, P. (1988); Sharpentier, M. (1998). Testimonios sobre la algarrobeada y prácticas rurales en el NOA.

  • Transmisión oral de saberes campesinos y comunidades originarias del Chaco y norte argentino.

  • Comparativas nutricionales: INTA y FAO, datos técnicos sobre prosopis spp. (consultar bases específicas para respaldo académico).

El café de algarroba.

 En el Chaco se usan los frutos del algarrobo negro y otros, como sucedáneo del café, análogamente al empleo de Ceratonia siliqua en Europa. Las vainas del algarrobo se dejan secar y luego se tuestan, de toda la vaina se hace el café, pues la harina que rodea la semilla va incluida en el mismo.

 


SABÍAS QUE: El café de algarroba es fuente proteica, energética y vitamínica en la alimentación humana, es medicinal y de sabor agradable, no contiene cafeína ni produce dependencia al consumirse. Por su alto contenido de proteínas y minerales, pueden consumirlo niños y ancianos, para consumir la anemia y la desnutrición.

Elaboración del café de algarroba

El proceso para la elaboración del café no requiere de mucho esfuerzo, pudiendo realizársela en forma domestica mediante una técnica sencilla que pueden imitar las familias campesinas.

Procesamiento:

a) Cosecha y recolección de las vainas de algarroba.

b) Selección: se seleccionan las vainas o frutos en buen estado y libres de impurezas, eliminando las malogradas y/o dañadas por insectos.

c) Lavado: se realiza con el fin de sacar las impurezas adheridas a las "vainas" removiéndolas en un recipiente con agua.

d) Secado: se efectúa inmediatamente después del lavado, exponiendo las "vainas" a la acción directa del sol para eliminar la humedad de la superficie. El periodo de secado es de unos 20 a 25 días, lo que redundara en un café de mejor calidad.

e) Tostado: para la preparación casera se emplean una sartén grande, paila y una olla grande, para producción a escala con fines comerciales se utiliza un horno eléctrico (industrial y semi-industrial), por un lapso de unos 40 o 50 minutos, tratando que las vainas tomen una coloración dorada oscura o amarillo oscuro, pero sin llegar al quemado.

f) Enfriado: las vainas tostadas se enfrían en 20 o 25 minutos, distribuyendolas en superficie adecuada.

g) Molido: se realiza en un molino mecánico o eléctrico, tratando que tenga una finura o textura similar al café tradicional, dándole un aspecto óptimo para su consumo.

h) Tamizado: se hace manualmente para eliminar la cubierta de la semilla y otros residuos no molidos, utilizando los coladores o tamices de diámetro adecuado.

i) Envasado, pesado, y sellado del café: el café debe envasarse en bolsas de papel o plástico, dependiendo el tamaño de las necesidades y formas de comercialización.

j) Preparación de la tintura o esencia: el filtrado se realiza en una cafetera común, colocando una porción de café de algarroba y agregándole agua hirviendo. Se espera el tiempo necesario para el filtrado y de esta forma queda lista la tintura (infusión) para su consumo.

fte: www.agora.com.ar

Composición de la harina de algarroba:

Aquí les dejamos las virtudes de uno de nuestros Frutos del Monte, LA ALGARROBA, fruto del prosopis alba. para más información sobre el algarrobo visitar la pestaña Flora santiagueña.

 


- 40-50% de azúcares naturales (fructuosa, glucosa, maltosa y sacarosa). Esto evita la adición de azúcar, cosa que sí requiere el cacao por su sabor amargo.

- Minerales: Otra virtud de los algarrobos es extraer minerales del suelo profundo, a través de su extenso sistema radicular. posee mucho hierro (más que el hígado vacuno), calcio (más que la leche), magnesio, fósforo, cinc, silicio, manganeso y cobre, destacándose por su gran contenido de potasio y bajo contenido de sodio.

- 11% de proteínas, siendo muy rica en triptofano.

- Vitaminas: presencia de A, B1, B2, B3, C y D.

- No posee gluten (es apta para celíacos)

- Posee solo un 3% de grasas

Otro aspecto importante de la algarroba es su riqueza en fibra, sea cuantitativa (13%) que cualitativamente (posee fibras solubles, como pectina y lignina). Esto aporta benéficos efectos a la flora intestinal, disminuyendo bacterias nocivas e incrementando los lactobacilos. La pectina, conocida como espesante, tiene otras importantes propiedades: es laxante, coagulante, bactericida, preventiva del cáncer, reduce el colesterol, ayuda a la formación de las membranas celulares, elimina metales pesados y sustancias radioactivas del organismo, y protege la mucosa intestinal.

Recientes estudios demuestran la gran efectividad de la harina de algarroba contra úlceras, diarreas infantiles e infecciones intestinales. Sus fibras cumplen un triple efecto: convierten el líquido en gel coloidal, distienden las paredes intestinales y estimulan un correcto peristaltismo que elimina las contracciones dolorosas.

Otro componente importante de la algarroba es el tanino, antes considerado producto tóxico y hoy revalorizado dentro del grupo de los polifenoles, con virtudes antioxidantes y protectoras: evitan la formación de cancerígenas nitrosaminas, refuerzan los capilares, son antiinflamatorios, antirreumáticos y benéficos para el corazón y los riñones.

jueves, 5 de junio de 2025

Mesopotamia Santiagueña: Memoria Viva


Hay una región en el norte de Santiago del Estero que guarda algo más que paisajes. Entre los ríos Dulce y Salado, existe un territorio único, cargado de historia, memoria y vida silvestre: la mesopotamia santiagueña. Un nombre que, a simple vista, remite a una zona geográfica. Pero basta escarbar un poco en su tierra para descubrir que es mucho más que eso. Es un lugar donde el tiempo se detuvo para dejarnos ver, aún hoy, las huellas de los primeros pueblos que habitaron la región.

Hace más de 12.000 años, estas tierras ya estaban habitadas por culturas que supieron adaptarse, resistir y convivir con el entorno. Los Lules, nómades y andariegos, y los Tonocotés, agricultores que se aferraban a la fertilidad del suelo, marcaron el comienzo de una historia profunda, que aún hoy se puede leer en los caminos, en las leyendas y hasta en los nombres de los pueblos.

Esta zona, comprendida por trece departamentos, desde Pellegrini hasta Rivadavia, guarda una de las concentraciones más ricas de biodiversidad y patrimonio cultural de toda la provincia. Es, en pocas palabras, el corazón originario de Santiago. Los pueblos que caminaron esta tierra dejaron algo más que rastros arqueológicos: dejaron un vínculo eterno entre el ser humano y la naturaleza.

No es casual que, de las 377 especies de aves registradas en la provincia, el 93% habite este corredor biológico. Desde los humedales hasta los quebrachales, desde las costas de los ríos hasta los montes del interior, el cielo santiagueño se llena de vida al ritmo de bandadas migratorias, del canto del chajá, del vuelo del tero o del hornero, arquitecto incansable de nuestras siestas. Y es imposible no preguntarse: ¿acaso los Tonocotés no aprendieron a construir mirando al hornero? ¿O los Lules a orientarse siguiendo las aves?

Lo cierto es que esta Mesopotamia santiagueña no solo fue cuna de culturas, sino también ejemplo de convivencia entre el hombre y el paisaje. Hoy, quienes recorren estos parajes —muchos de ellos fuera del radar turístico tradicional— pueden encontrarse con pinturas rupestres, petroglifos, sembradíos milenarios y hasta tradiciones que resisten el paso del tiempo, sostenidas por la sabiduría popular y la memoria colectiva.

En un mundo donde cada vez se valora más lo que se tiene y se olvida lo que se honra, este rincón de Santiago del Estero se alza como un faro. Un llamado a mirar hacia atrás, no con nostalgia, sino con respeto. A escuchar no solo las palabras de los ancestros, sino también el canto de las aves, ese sonido que nunca se fue.

Porque sí: el canto del chajá sobre el Dulce o el Salado no es solo paisaje sonoro. Es testimonio. Es identidad. Es una advertencia de que la tierra habla, pero solo la escucha quien camina con el corazón abierto.

Santiago del Estero guarda un tesoro al sur de sus ríos. Lo llaman Mesopotamia. Pero bien podría llamarse Memoria Viva.

Fuente: Napoleon Navarro 

Guanaco Sombriana: el pueblo que resiste al olvido gracias a Primitiva Zurita y su cooperativa

 

Créditos: santiagodiapordia.com.ar

En el corazón del sur santiagueño, donde la tierra se vuelve sal y el sol no perdona, se levanta un pequeño milagro llamado Guanaco Sombriana. Un paraje que, hasta hace no mucho, era apenas un cartel en la vieja traza de la Ruta Nacional 9, hoy resurge como un faro de esperanza gracias al empuje de su gente y, especialmente, al compromiso de una mujer inolvidable: Primitiva Zurita.

Su historia es de esas que no deberían pasar desapercibidas. Primitiva nació y se crió entre los vinales, cardones y jumes de este paisaje hostil. Cuando se recibió de maestra, tuvo la posibilidad de ejercer en la ciudad, pero eligió volver a su tierra. El amor por su gente y la necesidad de devolver lo recibido marcaron su destino. Caminó kilómetros para enseñar, pedaleó en bicicleta para llegar a las escuelas y fue sembrando, con esfuerzo y convicción, no sólo conocimientos, sino también raíces.

Fue ella quien impulsó la creación de la Cooperativa Guanaco Sombriana, una organización que hoy nuclea a tejedoras, productores, agricultores y artesanos, y que se ha convertido en el motor económico y cultural del pueblo. Gracias a la cooperativa, llegó el agua potable a la zona —un bien escaso y vital—, se fortaleció la identidad local, y se consolidó un polo turístico con alma: el complejo Sol, Sal y Luna.

Este espacio no sólo ofrece alojamiento rural, sino una experiencia inmersiva en la vida del monte. Ahí se pueden degustar quesos de cabra, alfajores de algarroba, dulces caseros y admirar tejidos hechos con fibra de llama o guanaco, todos productos elaborados por las manos del pueblo. Hay huertas comunitarias, una represa, una planta potabilizadora, y hasta llamas que deambulan entre los visitantes, testigos vivos de un proyecto que une tradición y futuro.

Primitiva lo dice con naturalidad, pero con emoción: su padre soñaba con que ella fuera maestra, y fue su ejemplo el que la motivó. Cuando en su casa no había escuela, una maestra venía a caballo desde 70 kilómetros. Esa historia quedó grabada en su memoria y en su nombre, porque su papá quiso homenajear a aquella mujer poniéndole también el nombre de Primitiva.

Gracias a sus gestiones y a la fuerza colectiva de la cooperativa, hoy Guanaco Sombriana no es sólo un paraje rescatado del olvido. Es una comunidad viva, que recibe visitantes de todo el país y del mundo, como ocurrió con familias españolas que ayudaron a plantar árboles nativos o médicos de Buenos Aires que ofrecieron atención gratuita.

Cada rincón del complejo turístico cuenta una historia. Desde la vieja diligencia restaurada que evoca épocas de independencia, hasta el algarrobo centenario que dio nombre al lugar cuando un italiano lo llamó, al ver a los guanacos tomando sombra, “Guanaco Sombriana”.

Guanaco Sombriana es más que un lugar: es una declaración de principios. Es prueba viva de que con compromiso, memoria y organización comunitaria, se puede transformar un territorio árido en una tierra fértil de oportunidades. Y todo empezó con una mujer que volvió a su pago para enseñar... y terminó transformándolo con amor.

Cooperativa Guanaco Sombriana: fundada en 2003, articula producción local, turismo rural y desarrollo sustentable. Un modelo que no sólo retiene a la población, sino que atrae a quienes quieren volver a sus raíces o simplemente conocer una forma distinta y digna de vivir.

Complejo Sol, Sal y Luna: hospedaje con identidad santiagueña, donde se ofrece alojamiento, gastronomía regional, contacto con la naturaleza y experiencias culturales auténticas.

Una mujer, una comunidad y una historia que nos recuerda que el verdadero progreso no se mide sólo con cemento y velocidad, sino con pertenencia, cooperación y humanidad.

Principios y fines autonomistas