Por Atahualpa Yupanqui
"¿Por qué sembré la semilla
tan cerca del salitral...?
Si allí no crece una mata
que no tenga gusto a
sal."
Así fue siempre el pago
de Salavina, vibrante y soledosa comarca santiagueña. Tierra de poca sombra y
siesta larga. Tierra de Vichis y Luchos, y Zacarías, Carreños, Díaz, Carrizos.
Fue posta de carretas cuando
el verdor detenía el avance del desierto, antes de la sequía grande, antes que
el Salado cambiara su cauce. Después, el ferrocarril llamó con largas pitadas
al blanco caserío que se estiró junto a los chañares y cerca del Río Dulce. Y allá,
sobre el sur-poniente quedó Salavina, olvidada, como una guitarra tumbada sobre
los jumiales.
Quedaron, con su sola
calle larga, Los Telares, Troncal, Chilca Ju- liana, Barrancas, Brea Corral,
Paso Chico y Salavina. Dicen los viejos, tan amigos de las leyendas, que el
salitral se formó con el llanto de todas las vidalas que allí fueron cantadas,
sollozadas, gozadas.
"Miro mi tierra en
la tarde.
Sin nada para sembrar.
¡Cuánta lágrima ha caído
pa que esto se vuelva
sal!"
En ese paisaje nacieron y
crecieron los dos iniciados del miste- rio musical quichuista: Benicio y Julián
Díaz. El "Soco", y el "Cachilo". Nacieron, sí, en la Villa
de Salavina. Pero travesearon y crecieron en la vieja finca de Brea Corral,
hablando un mal castellano y un buen quíchua. Luego, ya camino del
bachillerato, habían de marchar a la ciudad, "la ciudar" como ellos
decían. Y la "ciudar" les pulió la forma, ya que su esencia era de
por sí culta y ejemplarizadora.
Y muy al revés de los
campesinos que se aquerencian en las ciudades, Soco y Cachilo vivieron años en
la capital santiagueña sin perder su íntima estructura indiana. Seguían siendo
“shalacos", hombres de la tierra salada, áspera, fuerte, sin más sombra
que la noche, casi siempre breve y plena en sonoridades.
Los dos tocaban guitarra;
pero un día el Soco se prendió a un bandoneón. Fue un saludable diálogo, hasta
que el "fuelle" aprendió la intención de las chacareras de Salavina.
"Amague el aire sin
apretar la nota..." Sabía decir del Soco, cuan- do la oficiaba de entrenador
de changos vidaleros o cantores de "truncas".
Treinta años caminó el
Soco por entre pencales y arenosas rutas, tocando su "música" para
las gentes del pueblo. A su lado, sonora sombra, el Cachilo, con su rasguido
apretadito, como "raspa'i fósforo", dejando siempre para su hermano
Benicio todas las suertes del lucimiento y el aplauso. Sólo competían en los
brindis.
Hace unos cuantos años,
Benicio, "El Soco", se fue yendo al amparo de la sombra grande. Y sin
dónde repararse, sin el alero mayor, Cachilo colgó su guitarra.
Casi diez años estuvo sin
tocar una nota Julián Díaz. Los amigos, le ayudaban a superar esa soledad de
cantor: sin aparcero. Y alguna vez, su esposa, la María Luisa, comentó:
"Ahí anda el Cachilo como buscando de afinar la guitarra..."
Y al tiempo, los cantores
criollos tuvimos un nuevo asunto para la emoción y el gusto, para la danza y el
recuerdo: Una chacarera de Cachilo, compuesta con tanto ritmo como timidez.
Quizá por eso la bautizó: LA HUMILDE. Sí. Humilde como él; sencilla y
salavinera, como él.
Y ya después, superado el
conflicto espiritual, tuvo alumnos y anduvo algunas leguas, aunque sin alejarse
mucho de Santiago.
Se le arrimaron artistas
y sacha-cantores, para copiarle "el modito", tal vez ignorando que
cuando Tata Dios hace un artista puro, luego rompe el molde. Cachilo, a todos
atendía con su enorme voluntad y una amistosa ternura de chango grande.
Hace unos años, enfermó.
Anduvo caidito, triste, visitado solo por los amigos pobres, como siempre
ocurre. Y ayer partió su alma, buscando la ruta de la sombra grande.
Estas líneas quizá no
ayuden a medir la exacta dimensión del artista nativo, del hombre-paisaje que
fue Julián Díaz. Están escritas sobre el campanazo de la noticia de su muerte.
Algún día diremos de otra manera, narraremos desde adentro las travesuras en La
Menor del Cachilo. Por ahora, solo unas coplas del salitral, como un rezo para
el hermano ausente.
Pobre mi tierra, tan
seca!
Mis manos quietas están.
El día que siembre
adioses,
Ni un adiós germinará...!

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