sábado, 22 de noviembre de 2025

“En el adiós de Cachilo Díaz”

 Por Atahualpa Yupanqui



"¿Por qué sembré la semilla

tan cerca del salitral...?

Si allí no crece una mata

que no tenga gusto a sal."

Así fue siempre el pago de Salavina, vibrante y soledosa comarca santiagueña. Tierra de poca sombra y siesta larga. Tierra de Vichis y Luchos, y Zacarías, Carreños, Díaz, Carrizos.

Fue posta de carretas cuando el verdor detenía el avance del desierto, antes de la sequía grande, antes que el Salado cambiara su cauce. Después, el ferrocarril llamó con largas pitadas al blanco caserío que se estiró junto a los chañares y cerca del Río Dulce. Y allá, sobre el sur-poniente quedó Salavina, olvidada, como una guitarra tumbada sobre los jumiales.

Quedaron, con su sola calle larga, Los Telares, Troncal, Chilca Ju- liana, Barrancas, Brea Corral, Paso Chico y Salavina. Dicen los viejos, tan amigos de las leyendas, que el salitral se formó con el llanto de todas las vidalas que allí fueron cantadas, sollozadas, gozadas.

"Miro mi tierra en la tarde.

Sin nada para sembrar.

¡Cuánta lágrima ha caído

pa que esto se vuelva sal!"

En ese paisaje nacieron y crecieron los dos iniciados del miste- rio musical quichuista: Benicio y Julián Díaz. El "Soco", y el "Cachilo". Nacieron, sí, en la Villa de Salavina. Pero travesearon y crecieron en la vieja finca de Brea Corral, hablando un mal castellano y un buen quíchua. Luego, ya camino del bachillerato, habían de marchar a la ciudad, "la ciudar" como ellos decían. Y la "ciudar" les pulió la forma, ya que su esencia era de por sí culta y ejemplarizadora.

Y muy al revés de los campesinos que se aquerencian en las ciudades, Soco y Cachilo vivieron años en la capital santiagueña sin perder su íntima estructura indiana. Seguían siendo “shalacos", hombres de la tierra salada, áspera, fuerte, sin más sombra que la noche, casi siempre breve y plena en sonoridades.

Los dos tocaban guitarra; pero un día el Soco se prendió a un bandoneón. Fue un saludable diálogo, hasta que el "fuelle" aprendió la intención de las chacareras de Salavina.

"Amague el aire sin apretar la nota..." Sabía decir del Soco, cuan- do la oficiaba de entrenador de changos vidaleros o cantores de "truncas".

Treinta años caminó el Soco por entre pencales y arenosas rutas, tocando su "música" para las gentes del pueblo. A su lado, sonora sombra, el Cachilo, con su rasguido apretadito, como "raspa'i fósforo", dejando siempre para su hermano Benicio todas las suertes del lucimiento y el aplauso. Sólo competían en los brindis.

Hace unos cuantos años, Benicio, "El Soco", se fue yendo al amparo de la sombra grande. Y sin dónde repararse, sin el alero mayor, Cachilo colgó su guitarra.

Casi diez años estuvo sin tocar una nota Julián Díaz. Los amigos, le ayudaban a superar esa soledad de cantor: sin aparcero. Y alguna vez, su esposa, la María Luisa, comentó: "Ahí anda el Cachilo como buscando de afinar la guitarra..."

Y al tiempo, los cantores criollos tuvimos un nuevo asunto para la emoción y el gusto, para la danza y el recuerdo: Una chacarera de Cachilo, compuesta con tanto ritmo como timidez. Quizá por eso la bautizó: LA HUMILDE. Sí. Humilde como él; sencilla y salavinera, como él.

Y ya después, superado el conflicto espiritual, tuvo alumnos y anduvo algunas leguas, aunque sin alejarse mucho de Santiago.

Se le arrimaron artistas y sacha-cantores, para copiarle "el modito", tal vez ignorando que cuando Tata Dios hace un artista puro, luego rompe el molde. Cachilo, a todos atendía con su enorme voluntad y una amistosa ternura de chango grande.

Hace unos años, enfermó. Anduvo caidito, triste, visitado solo por los amigos pobres, como siempre ocurre. Y ayer partió su alma, buscando la ruta de la sombra grande.

Estas líneas quizá no ayuden a medir la exacta dimensión del artista nativo, del hombre-paisaje que fue Julián Díaz. Están escritas sobre el campanazo de la noticia de su muerte. Algún día diremos de otra manera, narraremos desde adentro las travesuras en La Menor del Cachilo. Por ahora, solo unas coplas del salitral, como un rezo para el hermano ausente.

Pobre mi tierra, tan seca!

Mis manos quietas están.

El día que siembre adioses,

Ni un adiós germinará...!


 

 

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