En una charla que fue como abrir un baúl de recuerdos, el legendario músico santiagueño nos regaló pedazos de historia viva. Entre anécdotas de Yupanqui y el eco de sus hermanos, su voz pintó el retrato de un Argentina que late en cada chacarera.
Su voz llega con ese temblor dulce que tienen los que han cantado toda la vida, como si las cuerdas vocales guardaran el eco de todas las zambas que alguna vez interpretó. Don Miguel Simón habla despacio, eligiendo cada palabra con el cuidado de quien sabe que está contando algo importante. No es una entrevista, es como escuchar a tu abuelo más querido remover los recuerdos. Y entre esos recuerdos, late la historia entera de nuestro folclore.
Los
primeros acordes: cuando todo era patio criollo y radio recién nacida
"Ah, usted me
pregunta por Buenos Aires...", dice con una sonrisa que se adivina incluso
por teléfono. "La última vez fue el año pasado, no. Pero para trabajar...
eso fue en el 50". Hace una pausa, como buscando en su memoria.
"Aunque ya habíamos venido antes, con mis hermanos, a actuar en el 43,
45... hasta que al fin pudimos grabar".
Al mencionar a sus
hermanos, su voz cambia. Se vuelve más íntima. "Éramos cinco hermanos,
¿sabe? Cuatro varones y Juanita, que tenía una voz... una voz que cortaba el
aire". Se le quiebra levemente el tono. "El conjunto cambió con los
años. La vida nos fue llevando a algunos... José, el mayor, Juan... los
fundadores". Y entonces, con orgullo de padre, añade: "Después entró
mi hijo Miguelito, con su guitarra. Él fue de los primeros en llevar nuestro
sonido a Buenos Aires con La Tropilla".
Y es que Don Miguel tiene
muy claro su lugar en la historia. "A veces la gente no lo sabe, pero
nosotros venimos antes que muchos de los que después se hicieron famosos. Tengo
los papeles que lo prueban: ya en 1935 estábamos actuando en el cine 'El
Progreso'. Además, fuimos los que inauguramos la LV11, ¿se imagina? Esa emisora
que pertenecía a los doctores Castillón... Épocas inolvidables".
La
esencia de lo auténtico: sin magia, sin trucos
Cuando habla de música,
Don Miguel se apasiona. "Nosotros siempre fuimos... ¿cómo le digo?
Auténticos. Nada de magia, nada de inventar lo que no existe". Su voz se
firme, convencida. "No nos especializamos en técnicas complicadas, pero
éramos de los que mantenían lo verdadero. No inventamos nada, no pusimos
adornos de esos que ahora se usan".
Y entonces se entusiasma,
como si tuviera que transmitir algo urgente: "Lo importante, lo que nunca
descuidamos, era cómo los instrumentos acompañaban la voz. La mano izquierda en
la voz... esa es la verdadera melodía del canto". De repente, con sus
palabras, te transporta a esos paisajes que describe: "Cuando uno está en
el campo, escuchando una vidala... es que le juro que dan ganas de llorar. Pero
cuando se juntan dos voces, y la segunda armoniza... es algo que te pone la
piel de gallina".
Te describe escenas que
parecen cuadros: "Allá, en la zona del río Dulce, o por el Salado...
todavía se mantiene esa costumbre de que la familia canta junta. La hermana, la
señora, el padre... todos. En carnaval, las mujeres con los hombres cantando
vidalas... Es maravilloso. Y es una pena que mucha gente no lo conozca, pero es
que hay que buscar, como decía Yupanqui, 'el rastro del camino
verdadero'".
Amistades
que marcaron época
"Con
Atahualpa...", dice, y su voz se carga de nostalgia. "Éramos muy
amigos. Recuerdo que cuando viví en Jujuy, veníamos por los Valles
Calchaquíes... Yupanqui siempre nos tuvo cariño. Incluso en un recital, hace no
mucho, mencionó a 'mis amigos los Hermanos Simón'. Nos consideraba como
hermanos". Hace una pausa significativa. "Era un hombre... especial.
No muy dado a estas cosas, pero con nosotros se abría. Hasta desde París me
escribía".
Renacer
después de la tormenta
La conversación toma un
giro más serio cuando habla de los momentos difíciles. "Después que
murieron mis hermanos... y yo tuve el accidente...". Respira hondo.
"Un vehículo sin frenos me llevó por delante. Me quebró la cadera. Por eso
ahora ando con este bastón". Pero inmediatamente se repone, con esa
resiliencia que caracteriza a los grandes. "Pero mire, gracias a Dios
estoy bien. Y lo más importante: he vuelto a grabar, a actuar... Estoy
recuperando el tiempo perdido".
Y es que, a sus años, Don
Miguel tiene proyectos que lo ilusionan como a un joven. "Estamos cerrando
algo hermoso: un long play con 12 obras de Julio Argentino Jerez. Junto a Sixto
Palavecino, Carlos Carabajal... Gente de primera. Ya está todo casi listo, en
cualquier momento empezamos a grabar". Se le nota la emoción al contarlo.
Al despedirnos, queda
flotando en el aire la sensación de haber conversado con una parte viva de
nuestra historia. Don Miguel, con su bastón y sus recuerdos, con sus proyectos
nuevos y sus anécdotas viejas, nos deja una lección sin pretenderlo: la
autenticidad no pasa de moda. En un mundo de fuegos artificiales musicales, su
testimonio nos recuerda que lo verdadero perdura, aunque no grite. Como esas
vidalas que cantan las familias en el campo, su legado sigue latiendo, esperando
que nuevas generaciones se acerquen a escuchar, a aprender, a sentir. Porque el
folclore, al final, no son solo canciones: es la memoria musical de un pueblo.
Y Don Miguel es, sin duda, uno de sus guardianes más preciados.
Fuente:
Entrevista a Miguel Simón realizada por Héctor Larrea en Radio Rivadavia,
fragmentos musicales y declaraciones en el programa cultural (año 1980
aproximadamente, por contexto histórico mencionado).
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