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Imaginá el sonido del agua caliente al mojar la yerba, el calor del mate en las manos en una mañana fría, las risas que se tejen alrededor de una ronda. En cada cebada, late una historia que nos atraviesa. Hoy, 30 de noviembre, celebramos esa compañía fiel que nos une, nos nutre y guarda secretos que van más allá de lo que creemos.
Hay algo mágico en ese
ritual que se repite en cocinas, plazas, oficinas y patios. Ese sonido del agua
al caer sobre la yerba, el perfume herbal que se esparce, las manos que se
extienden para recibir la calabaza. No es solo una infusión: es un abrazo en
forma de bebida, un testigo de nuestros días. Y hoy, su día, nos invita a
recordar de dónde viene, por qué se quedó con nosotros y qué verdades esconde
detrás de su espuma.
¿Por qué el 30 de
noviembre? La fecha no cayó del cielo. Tiene rostro y nombre: Andrés Guacurarí
y Artigas, “Andresito”, un hombre de pueblo, caudillo y soñador, que nació un
día como hoy en 1778. Él no solo peleó por la libertad de estas tierras; también
abrazó la yerba mate como bandera, impulsando su cultivo y su comercio cuando
la patria se estaba gestando entre fogones y luchas.
Pero si escarbamos un
poco más, la historia del mate se hunde en la tierra roja y las selvas
guaraníes. Para ellos, la yerba era sagrada, un regalo de los dioses que unía a
la comunidad, que se compartía en ceremonias y hasta servía como moneda.
Imaginate esos primeros mates, compartidos bajo árboles inmensos, con un cielo
estrellado de fondo… Esa esencia de encuentro nunca se perdió.
El historiador Miguel
Ángel De Marco lo dice con emoción: el mate es el único rito que sobrevivió
intacto desde la época de la Independencia. Mientras el mundo cambiaba a toda
velocidad, él siguió ahí, pasando de mano en mano, escuchando confesiones,
animando silencios, acompañando sueños. Es como un hilo dorado que nos une a
aquellos que, hace más de 200 años, también calentaron la pava para seguir
creyendo.
Pero alrededor de algo
tan querido, también nacen mitos. ¿Qué es cierto y qué no? Vamos a despejar
dudas, pero sin fríos datos, con la calidez de quienes lo viven día a día:
* “El mate es solo
compañía, no alimenta” → Mentira. La nutricionista Valeria Cerquetti nos cuenta
que es como ese amigo que, sin hacer alarde, siempre aporta: tiene vitaminas,
minerales y hasta cuida el corazón.
* “Sirve para adelgazar”
→ Ojalá, pero no. Aunque si lo tomás amargo, puede ser un aliado en una
alimentación consciente.
* “Reemplaza el agua” →
¡Cuidado! Tomar mate es rico, pero no hidrata como el agua. Hacé lugar a ambos
en tu día.
* “No lo tomes de noche”
→ Podés, no te quita el sueño. Aunque cada cuerpo es un mundo… Si a vos te
desvela, mejor dale paso al tilo.
* “Da celulitis” → No, eso viene por otros caminos: la vida sedentaria, los genes, los hábitos.
* “Se puede tomar litros
y litros” → Mejor no. Como todo en la vida, el exceso no es bueno. Escuchá a tu
cuerpo.
* “Ayuda a ir al baño” →
Sí, es verdad. Un efecto que más de uno agradece en silencio.
* “Es mejor amargo” → Sí,
y tu cuerpo te lo va a agradecer. Si no te gusta tanto, probá con stevia, que
es suave y natural.
* “Puede caer pesado” →
En algunas personas, sí. Si sentís acidez, date un descanso. El mate no se
enoja.
Estas preguntas, estos
mitos, muestran cuánto nos importa. Porque el mate no es solo una infusión: es
el cómplice de las charlas hasta tarde, el que nos espera en la mesa de
estudio, el que nos recibe cuando llegamos cansados. Es memoria viva en cada
sorbo.
Cierre reflexivo:
En un país que a veces
mira hacia adelante sin voltear a ver de dónde viene, el mate sigue ahí, quieto
y firme, recordándonos quiénes somos. No hace falta que hable: con su presencia
basta. En su ronda caben historias de lucha, de amistades, de pueblos
originarios, de revoluciones… y de nosotros, hoy, compartiendo lo que somos.
Porque el mate, al final,
es eso: un puente. Un gesto que nos hermana. Una excusa para encontrarnos, para
preguntar “¿hacemos unos mates?”, y saber que, en esa pregunta, ya estamos
diciendo mucho más.
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