miércoles, 26 de noviembre de 2025

La Estación Los Naranjos: El Silencio en las Vías del Recuerdo

Estación Los Naranjos, hoy desaparecida.



La estación Los Naranjos: donde el tren unía vidas

Hubo un tiempo en que, en el barrio bandeño de Los Naranjos, el corazón del día no lo marcaba un reloj, sino el silbato de un tren. Allí estaba la estación Los Naranjos, hoy desaparecida, pero viva todavía en la memoria de quienes crecieron con el paisaje de los rieles y el humo de la leña.

Esta pequeña estación fue, durante décadas, un punto de paso obligado para quienes viajaban desde Clodomira hacia Santiago del Estero capital. Más que un andén y un galpón, fue un portal: por allí se iba al trabajo, al estudio, a las fiestas familiares, a los reencuentros largamente esperados.

Un nombre nacido de la tierra y las familias

El nombre “Los Naranjos” no salió de una oficina, sino del propio suelo. En las fincas de la zona abundaban los naranjos, pertenecientes a familias conocidas como los Ovejero y los Espeche. Esos árboles, cargados de frutos y de sombra, perfumaban el aire y terminaron dando nombre al lugar.

Años después, el Estado simplemente tomó nota de lo que el barrio ya sabía. El 2 de diciembre de 1931, el presidente de facto José F. Uriburu firmó un decreto que cambiaba la denominación de varias estaciones del Ferrocarril Central Norte (más tarde Ferrocarril General Belgrano). En ese papel frío, la “estación kilómetro 658” pasó a llamarse oficialmente Los Naranjos. Pero para la gente, ya lo era desde antes.

Puentes, cambios de vía y un barrio que se transformaba

La historia de Los Naranjos está ligada a otro símbolo de la región: el Puente Carretero. Cuando fue inaugurado, en febrero de 1927, comenzó a funcionar una nueva línea del Belgrano que unía la capital con Clodomira. Eso implicó un cambio silencioso pero profundo:

La vieja estación del barrio Villa Juana, inaugurada en 1906 y perteneciente al ramal C7 del antiguo Ferrocarril Belgrano, fue quedando atrás. El protagonismo pasó a la estación Los Naranjos, que se convirtió en el nuevo punto de encuentro ferroviario para los vecinos de la zona.

En torno a ella no solo había andenes y apeaderos. Muy cerca se estableció un intercambio con la trocha ancha, un punto clave donde se articulaban distintos anchos de vía, y más tarde se levantó allí un gran taller de Vías y Obras de Ferrocarriles Argentinos. Ese taller fue, durante años, un espacio de trabajo cotidiano: herramientas, cascos, cuadrillas, reparaciones a la intemperie; un mundo de oficios que sostenía, desde el esfuerzo anónimo, la circulación de los trenes.

Todo eso —el intercambio, los talleres, los rieles— hoy ha desaparecido. Quedan, a lo sumo, rastros en la memoria y en algún relieve del suelo que todavía parece recordar dónde pasaba la vía.

A la vera del riel de trocha angosta que cruzaba La Banda hacia Santiago, se levantaban la estación y pequeños apeaderos, paradas humildes, parecidas a las de colectivo. Eran lugares sencillos, pero cargados de gestos: un abrazo rápido antes de partir, una bolsa de pan entregada a las apuradas, una mano que saluda desde la ventanilla.

Infancias sobre rieles: el “tren a leña”

Para entender lo que significó Los Naranjos, alcanza con escuchar a quienes fueron niños en esos años.

Jorge Emir Llugdar recuerda así aquellos días:

“Hermoso recuerdo de cuando niño viajábamos desde La Banda a Huyamampa con mi hermano y mi madre. Nos sabía llevar don Bravo en su ‘Mateo’ desde casa hasta la estación Los Naranjos por la calle Laprida, que por aquellos tiempos era un salitral lleno de plantas de sunchos para viajar en el ‘tren a leña’ como le decíamos, era en la década del 60.”

En ese breve recuerdo hay todo un mundo:

* La calle Laprida como salitral, con plantas de sunchos, áspera y luminosa.

* Don Bravo y su “Mateo”, algo más que un vehículo: era el primer tramo del viaje, casi un ritual.

* El “tren a leña”, nombrado con cariño, mezclando humo, chispas, ruido y una emoción que ningún niño olvida.

El tren no era solo un medio de transporte; era, para muchas familias, la primera experiencia de distancia, de horizonte.

El maquinista que vivía entre dos ciudades

Otra voz ayuda a completar este cuadro de época. Jorge Pérez suma su recuerdo:

“Luego el tren que era a vapor alimentado por leña seguía hacia Santiago, pasando por el Puente Carretero hasta lo que hoy es Parque Oeste. El conductor de la locomotora se llamaba Juan Medina y tenía 2 casas: una en Villa Grimanesa en Santiago y otra en calle Europa de Clodomira. Se fueron los tiempos, se fueron los años!!!!”

En la figura de Juan Medina, el maquinista, se encarna el espíritu del ferrocarril: un hombre con la vida dividida entre dos ciudades, con un pie en Santiago y otro en Clodomira, como si él mismo fuera una extensión de las vías.

Su locomotora, alimentada con leña, cruzaba el Puente Carretero y avanzaba hasta lo que hoy conocemos como Parque Oeste. Lo que ahora es un espacio verde y urbano, alguna vez fue territorio de bocinas, humo y despedidas.

El lamento final de Jorge Pérez —“se fueron los tiempos, se fueron los años”— no es solo nostalgia. Es una forma sencilla y profunda de decir: eso que se fue, también nos hizo quienes somos.

Lo que queda cuando ya no queda nada

La estación Los Naranjos ya no existe en el mapa físico. No hay boletería, ni andén, ni talleres, ni cambio de vía. Tampoco se oye el martilleo de los obreros de Vías y Obras, ni el chirrido de las locomotoras cambiando de trocha. Pero sobrevive en otra geografía: la de la memoria afectiva de La Banda y sus barrios.

En los relatos de Jorge, de Jorge Emir, en los nombres de las familias Ovejero y Espeche, en la imagen de don Bravo y su Mateo, en las dos casas de Juan Medina, hay algo más que datos históricos. Hay una forma de estar en el mundo que giraba en torno a un tren que unía pueblos, familias y destinos.

Los Naranjos fue estación, sí. Pero también fue:

* excusa para el primer viaje de un niño,

* escenario de reencuentros,

* lugar de trabajo para ferroviarios y obreros de talleres,

* punto de partida para ir a “la Capital” como quien se asoma a otro universo,

* límite y puente a la vez.

Los rieles se levantaron, los talleres se desmantelaron, el trazado se borró, las máquinas se apagaron. Sin embargo, cada vez que alguien nombra “Los Naranjos” y dice “yo viajé desde ahí” o “yo trabajé ahí”, la estación vuelve a encenderse, aunque sea por un instante, en el territorio más resistente de todos: el recuerdo compartido.

Y en ese pequeño milagro cotidiano, el tren sigue pasando.Fuente: Publicación de Miguel Coria

Basado en una publicación de Miguel Coria


No hay comentarios.:

Publicar un comentario