SIEMPRE estaba, con su aire triste, su melancólica sonrisa y esa su eterna cordial benevolencia para todos, ante una mesa del bar de Talcahuano y Corrientes, ese buen santiagueño, excelente camarada, gran músico, compositor y tranquilo libador que se llamaba Julio Argentino Gerez. . .
Gerez -él escribía su
apellido así, con G-, tenía esa profunda dulzura provinciana, mitad dubitativa
esperanza, mitad confianza en la vida.
Julio Argentino -su padre
era un roquista irreversible-, llamado, así como homenaje a Julio Argentino
Roca, dos veces presidente del país y fianzador de la conquista del desierto,
fue desde niño un espíritu contemplativo.
Cuando tuvo 15 años, le
llegó a las manos la primera guitarra. Comenzó como jugando. Pero el milagro de
la música se hizo en él. Y desde que sacó en el encordado las primeras
melodías, no abandonó más el instrumento. Sus hermanos estudiaron. Lograron su
carrera profesional. Pero Julio Argentino, abrazado a su guitarra, le entregaba
su emoción esperanzada. Vio pasar a su vera a los otros compañeros,
distinguiéndose en el comercio, en la industria. Pero Julio Argentino seguía
fiel a lo suyo.
Un buen día fue a la
estación de La Banda. Tenía cinco pesos en el bolsillo. Estudió la lista de
pasajes, el horario de trenes, y con un pasaje de cinco pesos hizo su primer
viaje al Sur. Llegó hasta donde alcanzó el dinero. Ahí se detuvo. Y ahí se
enfrentó a la vida, por primera vez. Acababa de dejar el hogar de sus mayores y
se disponía a la lucha.
Tenía el arma bajo el
brazo: su vieja guitarra. Su voz de cantor y su inspiración poética la dotarían
de munición...
Su sueño era llegar a
Buenos Aires. Anduvo conociendo mundo, y, como él mismo decía: "Correr
mundo es duro, pero enseña". Gerez aprendió mucho. Aprendí ante toda la
música de los lugares por donde transitaba. Así, apenas cumplidos los 25 años,
llegó a Buenos Aires. Y pasó aquí una vida dura, de lucha y de sacrificios,
hasta que, en 1927, cuando se produjo en la ciudad un interés por las cosas
folklóricas, entró en la radio.
Pero, para desgracia
suya, no lo dejaron hacer folklore. Comenzó su actuación como cantor de tangos.
Cantaba bien. Tenía hermosa voz. Y su acento santiagueño, aun en la canción,
daba a los tangos un no sé qué de exótico, que gusto.
A los tangos ni siquiera
los ensayaba. En las horas de descanso de su trabajo en la radio, ensayaba lo
suyo. La música nativa. Como trepado en ella, regresaba a sus pagos, oía las
cosas queridas, andaba caminos viejos, asomaba su recuerdo a la puerta de los
ranchos, ponía de nuevo el oído a las canciones que arrullaron su niñez y
alentaron su adolescencia.
Dos años más tarde, en
1929, nace "La engañera". Fue su gran triunfo. Pero Gerez nunca
estuvo entusiasmado con su zamba, a la que alguien llamaba "La
cumparsita" del folklore. Una vez, en aquel bar de Talcahuano y
Corrientes, que aún existe y es frecuentado por gente de la farándula, nos
decía: -La música es de zamba. Pero en la letra me salió el tango... No es lo
que yo quería... Pero qué se le va a hacer. Hay que aguantar el éxito, como si
fuera merecido...
Tras de redimir de ese
éxito. Aparecen "Añoranzas.", "Baguala", "Camino de
Buenos Aires", "Amarguras"... y su gran éxito: "Noche,
noche...".
Trabaja con ardor. Le
brota la música. Mas piensa en su tierra, cuando la ciudad parece absorberlo
con más intensidad. Es entonces que escribe. Música y letra suyas, casi
siempre. Llega a tener cerca de un centenario de composiciones. Pero él, cuando
cantaba, no se limitaba a cantar solamente lo suyo. Hacía lo ajeno con más
voluntad. Y a él, a su tesón, se debe el éxito de "Debajo de la
morera", de Virgilio Carmona. Julio Argentino trabajó esa zamba con todo
su entusiasmo, más que si fuera su propio autor.
Así transcurrió la vida
de Julio Argentino Gerez. Humilde, pero florecido de bellas cosas. Generoso
hasta la abnegación, siempre estaba dispuesto a darlo todo. Jamás pedía nada.
Tanto que Corsini mismo, en la época de su apogeo, le pidió personalmente la
zamba " Tardecita norteña ", de la que hizo un suceso.
Después de 40 años de lucha,
sin regresar a Santiago como músico, decide regresar. Lo hace al frente de un
conjunto de diez ejecutantes, para actuar en espectáculos de primera categoría.
Recibe así la consagración en su propia provincia. Esto era su sueño. Ya lo
había cumplido. Un año más tarde, con la sonrisa gozosa, entra en la eternidad
y nace para el recuerdo de todos los que tanto lo quisimos. Su música lo
sobrevive, incorporada ya a lo clásico del folklore argentino. Y es eso:
musical y poética, la huella que dejó su paso por la vida, don Julio Argentino
Gerez.
Publicada
originalmente en Revista Folklore (15/1/1962)

No hay comentarios.:
Publicar un comentario