Nacido en Villa Silípica en 1956 y criado por sus abuelos en Santiago del Estero, Navarrete atravesó concursos escolares, el primer festival de rock de la provincia, agrupaciones emblemáticas y colaboraciones con artistas que admiraba desde chico. Su obra, tan diversa como arraigada a su tierra, dejó discos, canciones y memorias que todavía caminan por el Camino Real. Falleció el 2 de noviembre de 2021, tras una larga dolencia.
Hay historias que parecen tocarse con la yema de los dedos: una guitarra que vibra, un patio que se llena de voces, un río que murmura detrás de cada copla. La verdad es que la de Pedro Pablo Navarrete —músico, autor, compositor, arreglador y armonizador— es una de esas vidas donde los géneros se cruzan y la provincia canta sin pedir permiso: del rock progresivo al Shunko, de los festivales estudiantiles a los escenarios mayores. Y es que, para él, Santiago del Estero fue siempre brújula y horizonte.
Pedro Pablo Navarrete nació el 16 de marzo de 1956 en Villa Silípica. Creció en la capital santiagueña, al cuidado de sus abuelos, en un ambiente donde la música y la comunidad se aprenden por oído tanto como por cariño. Desde muy joven se animó a los concursos entre escuelas y colegios secundarios, afinando la voz y el oído en la cancha más sincera: la de los públicos cercanos, esos que te aplauden de frente y te corrigen con una mirada.
En 1971 dio su primer golpe de escena al ganar el Primer Premio como Dúo Vocal, representando a la ENET “Santiago Maradona”. Ese triunfo le abrió la puerta para integrar la Delegación Santiagueña en el Concurso del NOA realizado en Salta, donde volvió a alzarse con el Primer Premio en el mismo rubro. No era casualidad: había una búsqueda definida, una intuición de oficio que lo guiaba y un pulso interno que le pedía más.
Como buen adolescente de aquellos años, también se dejó tentar por los riffs y las libertades del rock progresivo. Participó en el Primer Festival de Rock que se hizo en Santiago del Estero, en la Biblioteca Francisco de Aguirre, cantando como solista. Y en 1974 repitió la apuesta, esta vez en el histórico Teatro 25 de Mayo. Ese cruce temprano entre el rock y las raíces sería una marca en su trayectoria: curiosidad, apertura y pertenencia. Además, un modo muy suyo de decir “esto también es parte de nuestra música”.
Su nombre empezó a sonar fuerte en el ámbito del folclore y las agrupaciones vocales e instrumentales. Integró el Cuarteto Shunko, con el que se grabó un LP integral: “Santiago del Estero desde sus coplas al país”, Vol. II. Habilidoso guitarrista, supo acompañar a figuras como Alfredo Ábalos, Carlos Leguizamón y “Toño” Rearte, entre otros, aportando esa mezcla de precisión y buen gusto que los grandes valoran. Y es que Pedro tenía esa delicadeza de acompañar sin tapar, empujar sin empujar de más.
En 1974 rearmó “Las Sombras Azules”, conjunto que venía de un largo silencio y con el que se registró un LP. Disuelto el grupo, llegó el tiempo de “El Dúo Shunko”, junto a Carlos Amílcar Navarro, con la grabación de un cassette y la posterior incorporación de “Rody” Montenegro al proyecto. La pluma siguió encendida: en 1986 compuso la música de la canción “El niño y el amor”, con poesía de Eduardo Manzur, que obtuvo el pase a la final del NOA en el Festival OTI de la Canción. Un guiño a la industria y, al mismo tiempo, un abrazo al canto propio.
La década de 1990 lo encontró armando “El Trío Shunko”, en 1995, junto a Carlos Amílcar Navarro y Aristóbulo “Chino” Rodríguez. Tras la disolución, continuó su camino como solista y bautizó esa etapa como “Pedro Navarrete y la Banda del Río Dulce”, con Marcelo Fernández en percusión, Miguel Simón (h) en guitarra líder y arreglos, Pablo Maraglia en aerófonos y Daniel Sorroche en bajo. Con esa formación se registró “Por la grieta”, en conjunto con el Dúo Orígenes. Más tarde formó el “Grupo Shunko” y, fiel a su andar, volvió otra vez al formato solista. Lo suyo, además de la música, era el movimiento: armar, desarmar, volver a armar.
En los últimos años, mientras lo aquejaba una larga dolencia, se asoció con el poeta y letrista bonaerense Dr. Gonzalo Jaacks. De esa sociedad nacieron nuevas canciones y el registro en CD de “Por el Camino Real”. Pedro Pablo Navarrete falleció el 2 de noviembre de 2021, dejando un mapa de obra que regresa, una y otra vez, a su provincia y a sus afectos. Hay artistas que eligen despedirse trabajando; él fue uno de ellos.
Su catálogo autoral y de coautorías es abundante y diverso. Entre sus obras figuran: “Campo fértil”, “La del barrio”, “Hermano quenero”, “Pañuelo para los ojos de Shunko” (con Pablo Trullenque), “El Patio del Indio Froilán”, “Río Dulce de Santiago”, “Romance para Juan Saavedra”, “Sí, soy santiagueño”, “Santiago estoy volviendo”, “La Vichi Salto” (con Eduardo Manzur), “El niño y el amor” (con Eduardo Manzur), “Canción de un sueño de amor” (con Carlos Navarro), “Canción del chipaquero”, “Chacarera pa Carlos”, “Chango ne dicen” (con Pilly Herrera), “Conflictos” (con Eduardo Manzur), “La cruz que llevo”, “Gato de antes” (con Gonzalo Jaacks y Antonio Loto), “Esperanza de algún canto” (con Eduardo Manzur), “El tizón de tus besos” (con Carlos Navarro), “Esta pena espereranzada” (con Antonio Loto), “Julio en Atamisqui” (con Gonzalo Jaacks), “La chinkala” (con Gonzalo Jaacks), “Luna de Totoral” (con Gonzalo Jaacks), y muchos más. Un repertorio que, además, se canta como se cuenta una historia en la sobremesa.
La trayectoria de Pedro Pablo Navarrete parece contarse a través de las geografías que la inspiran: Villa Silípica, la capital santiagueña, el Río Dulce, los teatros y las bibliotecas donde la música se vuelve comunidad. Fue puente entre generaciones y géneros, entre la rebeldía del rock y la hondura del folclore, entre la guitarra acompañante y la canción propia. Su legado está en los discos, en las obras y en la memoria afectiva de quienes lo escucharon y compartieron escenario. Y cada vez que una chacarera vuelve al ruedo o una voz se anima a cruzar fronteras, su nombre —como una afinación justa— se hace presente. Porque hay músicos que, aun cuando se van, dejan su provincia cantando. Navarrete fue, con toda la ternura y la firmeza de su oficio, uno de ellos.

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