Olvidado
por las instituciones, pero sostenido por la memoria popular, Dalmiro Coronel
Lugones se levanta como una de las voces más potentes de Santiago del Estero.
Poeta épico, orador brillante, investigador del folclore y narrador de los
dolores y bellezas del monte, su legado vuelve una y otra vez en zambas,
romances y testimonios. Esta crónica recorre su vida, su obra y las huellas que
dejó en quienes lo conocieron y lo leen todavía.
Por Jorge Galian
Un
poeta que vuelve desde el fondo del monte
Hay poetas que viven en
los libros, y hay otros que viven en la memoria de la gente. Dalmiro Coronel
Lugones pertenece a esta segunda especie. Aunque su nombre no suene tan seguido
en los actos oficiales ni figure en todos los manuales escolares, en Santiago
del Estero su voz vuelve cada vez que alguien entona una zamba, recita un
romance o nombra el monte con la misma ternura y el mismo dolor.
Su regreso más reciente
se dio de una forma muy santiagueña: en una fiesta popular. El 21 de noviembre,
durante la coronación pontificia de la Virgen de Sumampa, Patrona de los
santiagueños, un joven cantor, Sergio Luna, subió al escenario del santuario
con una responsabilidad enorme: estrenar la musicalización de un poema casi
olvidado, “A la Virgen de Sumampa”, que Dalmiro había escrito en 1965.
La zamba sonó entre
velas, promesas y emoción. Y algo pasó allí: no solo se homenajeó a la Virgen;
también se rescató, desde la voz de un nuevo cantor, a uno de los grandes
poetas de la provincia. Ese fue el punto de partida de una búsqueda que, como
todo viaje a la memoria, empezó casi por casualidad y terminó abriendo puertas
insospechadas.
Un
viaje a La Banda: cuando el azar abre la puerta de una casa
La historia comienza con
un llamado telefónico. En medio de una clase, el autor de esta investigación
recibe la noticia: Sergio Luna había dejado su material discográfico en una
casa de la ciudad de La Banda. El objetivo era simple: pasar a buscar esos
discos. Pero, durante un tiempo, por una cosa u otra, el encuentro se postergó.
Hasta que un día, como si
el destino hubiera decidido que ya era hora, el viaje se concretó. Camino a La
Banda, la idea era recoger un par de discos; nada más. Sin embargo, al golpear
la puerta de la dirección indicada, la sorpresa cambió el rumbo de la jornada:
quien atendió fue un hombre mayor, de trato amable, que resultó ser el hermano
menor de Dalmiro Coronel Lugones.
Se llamaba Cergio
Coronel. Tenía 84 años, una memoria prodigiosa y un puñado de anécdotas que, de
repente, transformaban esa visita en algo mucho más valioso que un simple
trámite. En esa casa, sobre calle Alberdi, donde la familia Coronel había
crecido, el poeta parecía seguir respirando entre fotos, papeles y recuerdos.
“Con mi hermano Dalmiro
compartíamos la habitación —contó Cergio—, y era común que él se levantara a la
madrugada a escribir en su maquinita algo que se le ocurriera a esa hora”. Esa
imagen del poeta desvelado, golpeando teclas en plena noche, fue una de las
primeras piezas de un rompecabezas que pronto se volvería fascinante.
Infancia
en La Banda: un niño que ya veía poesía en el patio
Dalmiro Coronel Lugones
nació en La Banda el 6 de julio de 1919. Era descendiente directo del coronel
Lorenzo Lugones, héroe de la Independencia, y quinto de ocho hermanos. Creció
en una casa típica bandeña, de esas con un patio grande, árboles frondosos y
tierra que se levanta con cada paso. Ese paisaje doméstico, mezcla de familia
numerosa y naturaleza generosa, fue su primera escuela.
A los 11 años ya escribía
poesía. Sus primeros versos estuvieron dedicados a la patria y a su madre, doña
Anselma de Coronel. En ellos aparecía un amor entrañable, casi reverencial,
hacia esa figura materna que, con el tiempo, también se transformaría en
personaje de las anécdotas familiares: sus almuerzos dominicales, congregando a
la amplia familia Coronel para saborear sus famosas empanadas, son todavía
recordados con nostalgia.
En esa casa, su padre,
don José Pío Coronel, fue guía fundamental. Entre los valores familiares y ese
contacto constante con el patio, los árboles y el cielo abierto, se fue
modelando la mirada que años más tarde le permitiría describir como pocos el
paisaje santiagueño. No es descabellado pensar que, en aquellas tardes de
infancia, Dalmiro empezó a intuir que hombre y paisaje eran, en realidad, la
misma cosa.
El
hermano mayor, el amigo de todos, el orador
Más
allá del poeta, quienes lo conocieron hablan primero de la persona. “Fue un muy
buen
hermano mayor —recuerda Cergio—, amaba la familia por sobre todas las cosas. La
amistad también ocupaba un inmenso lugar en su personalidad. Su corazón estaba
abierto a todo el mundo; tal vez eso lo pagó demasiado caro”.
Dalmiro fue también un
notable orador. Estudió Derecho en la Universidad de Tucumán, carrera que dejó
inconclusa, pero que le dio herramientas para moverse con soltura en el mundo
de la palabra hablada. Sus conferencias en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires convocaban a aulas llenas de alumnos, interesados
tanto en el contenido como en la manera en que lo decía.
Era, además, un lector
voraz. “Se leyó gran parte de la literatura universal, en especial la europea
—cuenta su hermano—. Sabía hablar francés, inglés, italiano, y estaba por
terminar latín, pronto a viajar a Grecia”. Esa formación le permitió dialogar
de igual a igual con tradiciones literarias lejanas, al mismo tiempo que
anclaba su escritura en el paisaje y la cultura de Santiago del Estero.
En lo político, fue un
militante activo del peronismo. Su compromiso con las causas populares y su
participación pública le valieron persecuciones y allanamientos en su propia
casa. Pero también reforzaron su convicción de que la poesía debía decir algo,
incomodar, denunciar, sacudir conciencias.
El
poeta épico del paisaje santiagueño
Si hay un consenso entre
críticos, músicos y lectores, es éste: Dalmiro Coronel Lugones fue un poeta
épico, un narrador de grandezas y dolores desde la voz de su pueblo. Su obra se
centra en el paisaje santiagueño, pero lo trasciende. No se limita a describir;
busca, más bien, revelar.
El
poeta Adolfo “Bebe” Ponti lo define así:
“Para Dalmiro Coronel Lugones hombre y paisaje
son la misma cosa, un todo único y en ese todo está su registro poético, su
tradición, su palabra hecha carne. Quizá ‘Romance de mis tardes amarillas’ sea
el verdadero himno de Santiago del Estero porque está escrito, no desde la
nostalgia, sino desde la presencia más enraizada y sublime.”
En sus versos aparecen el
monte, el río, los salitrales, el canto de los pájaros, las supersticiones del
bosque y los dolores cotidianos de los santiagueños: la pobreza, el desarraigo,
la orfandad, el desencuentro. Pero nada está ahí de manera fría o paisajística;
todo está cargado de una emotividad intensa, casi visceral.
El profesor Lucas Cosci,
estudioso de su obra, propone una lectura que va más allá de la etiqueta de “poeta
costumbrista”:
“En una primera mirada es innegable, es una
poesía costumbrista, paisajista. Pero se la puede ver, también, como una poesía
simbolista. La mirada de Dalmiro Coronel Lugones va más allá de la intención
descriptiva del paisaje. Los elementos del paisaje son utilizados por el poeta
para bucear en el interior del santiagueño. Sus poesías están impregnadas de
cierta emotividad muy visceral de los estados profundos de los santiagueños (la
pobreza, la miseria, la orfandad, el desencuentro, la nostalgia por el
desarraigo…). Por eso creo que no es solo una poesía paisajista ni
descriptiva”.
En ese cruce entre
paisaje y emoción se entiende mejor por qué su obra, aún con escasa difusión
editorial, se mantuvo viva en el canto popular.
La
poesía que nace de pisar la tierra
Dalmiro no escribía desde
la comodidad de un escritorio distante. Sus poemas nacían de una experiencia
directa con los lugares que nombraba. Su hermano lo recuerda con nitidez:
“Dalmiro sabía sobre lo que escribía. Por
ejemplo, para escribir ‘Romance del salitral’ se tomó un colectivo hasta las
salinas y se quedó allí hasta que pasara el siguiente colectivo que lo trajera
de vuelta a La Banda. Esa era su forma de componer. O la otra vez cuando se
internó en el monte para escribir sobre él”.
Esa manera de trabajar,
casi etnográfica, explica la potencia sensorial de sus poemas. No son postales
idealizadas, sino registros vivos: el calor que sube desde el salitral, el
zumbido de los coyuyos, la sombra larga del quebracho, el miedo antiguo que
traen las leyendas del bosque.
Su afán de exactitud no
implicaba frialdad, todo lo contrario. Dalmiro creía en una poesía comprometida
con su tiempo y su realidad. Lo resumía en una frase que repetía como una
especie de manifiesto:
“La
poesía o el canto que no transmite
un mensaje, no es canto, ni es poesía”.
“Romance
de mis tardes amarillas”: un himno no oficial
Entre sus muchos textos,
hay uno que se destaca por la recepción que tuvo entre músicos, lectores y
críticos: “Romance de mis tardes amarillas”. Publicado en su libro “Romancero
del canto nativo”, fue considerado por algunos como el auténtico himno de
Santiago del Estero.
En ese poema se condensan
varios de los temas centrales de su obra: el apego a la tierra, la nostalgia
por el desarraigo, la belleza luminosa de las tardes santiagueñas, la
melancolía de quien debe partir.
El
profesor Lucas Cosci matiza, sin restarle valor:
“Nunca la había pensado desde ahí. La verdad,
no sé si expresa todo lo que los santiagueños podemos pensar de nosotros
mismos, existe una cierta parcialidad en esa referencia a Santiago. Con
respecto al apego a la tierra, muy trabajado por Orestes Di Lullo a nivel del
discurso, Dalmiro tiene la capacidad de formularlo en imágenes poéticas muy
bien logradas. Y como la cuestión del arraigo, el santiagueño tiene de sí mismo
una mirada muy fuerte; allí sí podemos considerarla, bajo esta mirada, como un
himno”.
Músicos como Raly
Barrionuevo han llevado este romance a los escenarios, acercando los versos de
Dalmiro a nuevas generaciones que quizás no lo hayan leído en papel, pero lo
sienten vibrar en la guitarra.
Del
papel al escenario: la poesía que se hace zamba
Parte del secreto de la
vigencia de Dalmiro está en la música. Varios de sus poemas fueron
musicalizados y entraron a formar parte del repertorio folclórico argentino.
Entre ellos se cuentan:
* “Romance del río Dulce”
* “Romance de mis tardes
amarillas”
* “Romance del bosque”
* “Romance del salitral”
* “A la Virgen de
Sumampa”
Algunos fueron adaptados
por grandes referentes del folclore santiagueño. Los Manseros Santiagueños, por
ejemplo, musicalizaron una de sus coplas en la canción “Alegres enramadas”, mientras
que Juan Carlos Carabajal y Horacio Banegas transformaron versos del “Romance
del río Dulce” en una de las zambas más bellas del cancionero.
Carabajal
cuenta cómo nació esa versión:
“A mi audición ‘Santiago guitarra y copla’
solían llegar muchas cartas de los oyentes. Entre esas había una de una señora,
que la verdad no recuerdo bien de dónde era, con versos ‘charquiaos’ del poema.
Ella me los enviaba para que los leyera. Se me prendió la lamparita y empecé a
juntar los versos que tenían sentido, para no perder la esencia de la poesía.
Como es un poema muy largo es imposible musicalizarlo, entonces lo que hago es
juntar, cortar y repetir:
La
consagración popular: un libro que llenó un salón
Que Dalmiro fuera un
poeta querido no es una construcción retrospectiva. Hay episodios concretos que
hablan de la popularidad que tuvo en vida. Uno de ellos fue la presentación de
su libro “Romancero del canto nativo” en la ciudad de La Banda, en el predio
del Sirio Libanés.
Aquella noche, la
convocatoria superó todas las expectativas. El público fue tan numeroso que
muchos quedaron afuera del salón, escuchando desde la vereda, atentos a cada
palabra del poeta. Para cualquier presentación de libro, y más aún en una
provincia del interior, esa escena no era común. Decía algo del vínculo
afectivo que Dalmiro había logrado construir con su comunidad.
El escritor y poeta César
Cisneros de la Hoz lo recuerda como un personaje imponente:
“La ‘afonilla’ de su voz no fue impedimento
para atrapar a la platea, cuantas veces se encontraran frente al monstruo
hierático de nuestra literatura. Su mirada de lince imponía respeto, refinado,
fue la poesía misma, un elegido, casi un apóstol de la palabra”.
El
romance como elección estética y política
En un tiempo donde muchos
poetas experimentaban con formas modernas, Dalmiro eligió conscientemente un
molde tradicional: el romance. Tomó ese viejo género narrativo de la tradición
española e hispanoamericana —poemas en versos octosílabos, de rima asonante y
carácter narrativo— y lo resignificó para hablar del Santiago del Estero
contemporáneo.
Los romances, en la
península ibérica, eran cantados por juglares que recorrían pueblos contando
historias. Dalmiro, heredero de esas voces, encontró en ese ritmo antiguo una
forma perfecta para nombrar su paisaje: el monte, el río Dulce, los salitrales,
las leyendas del “sachayoj”, la “almita”, el “runa uturungo”, el “kakuy”.
Su “Romance del bosque”,
por ejemplo, transforma la geografía en mito, en catedral “sin dios ni santos”
donde el viento oficia una misa profana. Allí, la flora y la fauna conviven con
personajes sobrenaturales del folclore santiagueño, en una atmósfera que oscila
entre la belleza y el espanto.
Esa apuesta por lo popular
no fue ingenua. Al elegir el romance, Dalmiro tendió un puente entre la alta
literatura y la tradición oral, entre el libro y la canción, entre la escritura
y la memoria colectiva. Fue, en el mejor sentido, un juglar contemporáneo.
Un
legado inmenso, una edición mínima
Paradójicamente, la obra
de Dalmiro Coronel Lugones es mucho más grande que lo que los lectores pueden
encontrar en las librerías. Se calcula que dejó alrededor de 500 composiciones,
pero solo una pequeña parte llegó a publicarse. Cerca de 450 textos permanecen
inéditos o circulan en copias privadas y archivos familiares.
Entre lo que sí vio la
luz se cuentan dos libros fundamentales:
* “Romancero del canto
nativo” (1965), con prólogo del Dr. Orestes Di Lullo, donde reúne buena parte
de su poesía paisajística y épica.
* “Tiempo de zamba y
malambo” (1970), fruto de su investigación folclórica, en el que recorre ritmos
y danzas de todo el país, con textos de gran riqueza literaria. Allí se
destaca, entre otros, el poema “La chacarera”.
Su pluma también se volcó
a otros géneros: escribió obras teatrales, numerosas leyendas, cuentos, relatos
y guiones cinematográficos. Su libreto “Serafina y el destino del pueblo”
obtuvo una Mención de Honor Especial del Instituto Nacional de Cinematografía
en 1965. Años más tarde, ganó el Primer Premio en el Tercer Certamen para
Guiones del NOA, organizado por el Departamento de Audiovisuales del Consejo de
Difusión Cultural de Tucumán, con “La leyenda del Crespín”, en colaboración con
Ricardo Dell’Aringa.
En el ámbito educativo,
muchas escuelas adoptaron marchas e himnos escritos por él. Un ejemplo es la
“Oda a la Escuela Normal”, compuesta en 1968, que fue utilizada por autoridades
de distintas provincias.
Reconocimientos
y consagración más allá de Santiago
Aunque hoy su nombre no
tenga la difusión masiva de otros poetas argentinos, en su momento Dalmiro
recibió importantes reconocimientos. Entre ellos:
* Primer premio del
diario Clarín por su poema “Romance del canto nativo” (1960).
* Primer premio de la
Agrupación Argentina de Poetas, en la Ciudad de Buenos Aires.
* Distinciones de varios
países de América, que llegaron a considerarlo entre los mejores poetas
latinoamericanos de su tiempo.
* Condecoración del
Gobierno de España con la Gran Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la
Católica.
En su ciudad natal, La
Banda, una calle y una escuela llevan su nombre. Gestos concretos de una
comunidad que no se olvida de quien la retrató con tanta hondura.
El escritor santiagueño
José H. Figueroa Aráoz destacó, además, su capacidad para abordar episodios de
la historia argentina, especialmente de la campaña emancipadora y la
organización nacional, con rigor y fuerza poética:
“Poetiza
episodios de la campaña emancipadora con exacta ilustración de los
acontecimientos acaecidos en esas remotas épocas y consigue transmitirnos la
significación del colosal esfuerzo de un puñado de hombres que desconocían el
medio. Dalmiro es un prosista excelente, es un auténtico poeta argentino”.
La
otra cara de su épica: el monte que ya no está
Leer hoy los poemas de
Dalmiro es, al mismo tiempo, un placer estético y una experiencia agridulce.
Muchos de los paisajes que describe con precisión casi táctil ya no existen tal
como él los vio. El avance de la frontera agropecuaria, la tala indiscriminada
y la falta de políticas de preservación transformaron radicalmente el monte
santiagueño.
En este punto, su obra
dialoga con otros grandes pensadores y escritores de la región, como Orestes Di
Lullo o Bernardo Canal Feijóo, que también alertaron, desde temprano, sobre la
destrucción del bosque nativo. En textos como “El bosque sin leyenda”, Di Lullo
advertía que el desmonte no solo arrasaba con árboles, sino también con
historias, mitos, modos de vida.
Dalmiro, por su parte,
deja constancia de un bosque vivo, pleno de presencias humanas y
sobrenaturales, de oficios y temores, de leyendas que se transmitían en voz
baja alrededor del fuego. Su “Romance del bosque” no inventa un escenario;
retrata uno que existió y que, en buena medida, se ha desvanecido.
Volver a sus versos,
entonces, no es solo un ejercicio literario. Es también una invitación a
reflexionar sobre el modelo de desarrollo que arrasó con aquel “verde país
milenario” y a preguntarnos qué tipo de mundo queremos dejar a quienes vienen
detrás.
Un
maestro generoso y un final trágico
Más allá del
reconocimiento público, quienes se acercaron a Dalmiro como aprendices o
colegas recuerdan su enorme generosidad. Se confesaba siempre un servidor de la
poesía y, lejos de encerrarse en su prestigio, alentaba a los jóvenes, se
ofrecía a leer sus textos, corregirlos, sugerir formas y contenidos.
César Cisneros de la Hoz
lo define como un “apóstol de la palabra” y resalta su influencia en nuevas
generaciones. Para muchos, fue una especie de maestro silencioso, presente más
en los consejos y las lecturas compartidas que en las grandes tribunas.
Su muerte tuvo ribetes
trágicos, un final que, lejos de apagar su figura, reforzó la idea de que los
poetas, en realidad, no mueren:
“Su trágico final resulta el abono más rotundo para demostrarnos que los
poetas no mueren, simplemente perduran en el fuego de sus letras”, escribe
Cisneros de la Hoz.
Hoy, cada vez que un
cantor entona uno de sus romances, cada vez que un lector vuelve a “Romancero
del canto nativo”, esa presencia se reactualiza.
El
silencio impuesto y la resistencia cultural
A pesar de los premios,
las ediciones y la repercusión en vida, gran parte de la obra de Dalmiro
Coronel Lugones cayó, con el tiempo, en una suerte de silencio institucional.
No fue el único: otros grandes nombres de la cultura santiagueña, como Orestes
Di Lullo, Bernardo Canal Feijóo, Pablo Raúl Trullenque u Horacio Germinal Rava,
también padecieron una difusión desigual en el circuito nacional.
¿Las razones? Se pueden
ensayar varias hipótesis. Una de ellas es la centralización cultural de la
Argentina, que suele dejar en segundo plano las producciones del interior
profundo. Otra, más incómoda, tiene que ver con los temas que abordaban estos
autores: la pobreza, el desarraigo, la destrucción de la naturaleza, la
denuncia de desigualdades históricas.
Preguntarse por qué sus obras
fueron “condenadas al silencio”, como se señala en esta investigación, es
también preguntarse qué voces se eligen amplificar y cuáles se prefieren
calladas. Y, en ese debate, la figura de Dalmiro se vuelve emblemática.
Lo cierto es que, más
allá de olvidos y omisiones, la cultura popular santiagueña se encargó de
sostener su memoria. Sus versos se filtraron en canciones, sus libros
circularon de mano en mano, sus anécdotas sobrevivieron en charlas de
sobremesa. Ese tejido silencioso de memoria colectiva fue, y es, su verdadera
trinchera de resistencia.
Volver
al monte para no perder la memoria
Al terminar este
recorrido por la vida y obra de Dalmiro Coronel Lugones, queda una sensación
clara: no estamos solo frente a un poeta talentoso, sino ante una voz
imprescindible para entender la identidad santiagueña y, por extensión, una
parte profunda de la identidad argentina.
Su poesía devuelve al
lector un país que a veces los discursos oficiales prefieren omitir: el de los
montes arrasados, los ríos que resisten, las familias que parten por necesidad,
los pueblos que viven entre la devoción y el desencanto. Pero también un país
de belleza intensa, de tardes amarillas que se graban para siempre en la
retina, de historias que siguen de boca en boca.
Rescatar su obra no es un
ejercicio nostálgico, sino un acto de futuro. En tiempos donde el extractivismo
y la velocidad digital amenazan con borrar paisajes físicos y simbólicos,
volver a los versos de Dalmiro es una forma de preguntarnos qué queremos preservar.
Como advierten sus textos, no se trata solo de salvar árboles, sino de sostener
lenguajes, memorias, sensibilidades.
Tal vez la mejor manera
de honrarlo sea, justamente, hacer lo que él pedía de la poesía: transmitir un
mensaje. Leerlo en las escuelas, cantarlo en las peñas, estudiarlo en las
universidades, citarlo en debates sobre ambiente y cultura. Dejar que su voz,
esa que se levantaba de madrugada en una máquina de escribir en La Banda, siga
diciendo lo que tiene para decirnos.
Porque mientras en alguna
parte se siga recitando un romance suyo, mientras alguien vuelva a mirar el
atardecer santiagueño y lo nombre como “tarde amarilla”, Dalmiro Coronel
Lugones no será un poeta del pasado, sino un compañero de viaje en este
presente que todavía busca palabras para entenderse.
Fuentes
consultadas
* Coronel Lugones,
Dalmiro. “Romancero del canto nativo”. Archivo familiar de la familia Coronel
Lugones.
* Di Lullo, Orestes.
Prólogo a “Romancero del canto nativo”.
* Nasif, Alfonso.
“Antología Poética Santiagueña”.
* Cisneros de la Hoz,
César. “El Espíritu de Dalmiro Coronel Lugones perdurará en el paraíso de las
letras”.
* Testimonios de Cergio
Coronel (hermano de Dalmiro Coronel Lugones).
* Entrevistas y
declaraciones de Adolfo “Bebe” Ponti, Lucas Cosci, Raly Barrionuevo, Juan
Carlos Carabajal, Horacio Banegas y Sergio Luna, citadas en el dossier
original.
* “El poeta que resiste
al olvido…” por Jorge Galián, publicado en La Columna Digital. Disponible en:
www.lacolumnadigital.com.ar
http://www.elortiba.org/foro/viewtopic.php?f=9&t=7350
Estas fuentes, combinadas
con el archivo familiar y testimonios orales, permiten reconstruir la figura
múltiple de un poeta que, contra todo olvido, sigue diciendo presente.