El cabo Paz murió en enero de 1935 tras ser acusado por un Consejo de Guerra. Prostestas.
Según relato de nuestro diario, los tucumanos (al igual que
el resto de los argentinos) esperaban que el presidente indultara Paz. “A las
13 aún no había noticias, la ansiedad continuaba, pues se vencía la hora
señalada para el fusilamiento. Poco después de las 14 se anunciaba, sin
confirmación primero y oficialmente luego, la ejecución del cabo Paz,
arrancando la noticia un clamor en el que hubo dolor, lamento y protestas
generales”.
La crónica agregaba que, tras conocerse el fusilamiento, la
multitud dejó el frente del diario y “se encaminó insensiblemente hacia la plaza
Independencia, los diversos grupos formados se juntaron, levantando una
improvisada tribuna delante de la estatua de la Libertad”. Los oradores
expresaron su “amarga queja” y protestaron por no haber sido escuchados “los
pedidos de clemencia de diferentes personalidades e instituciones”. Los
manifestantes luego siguieron por “Las Heras (hoy San Martín) hasta Junín para
luego doblar por Mendoza”. En esa esquina efectivos del Escuadrón de Seguridad
de la Policía pidieron que se disuelvan, cosa que no fue aceptada. Una carga
policial disolvió a la marcha y hubo algunos contusos pero ningún detenido. Las
horas de tensión vividas llevaron a todas las tropas de seguridad a mantenerse
acuarteladas.
Paz tenía 28 años. Era santiagueño, aunque su familia era de
origen catamarqueño, y muy popular entre la gente por su actuación como jugador
de fútbol en el Atlético Santiago.
El arresto que le imponía Sabella dañaba su carrera. Lo iba a
postergar en el ascenso, y justo cuando tenía pensado casarse con su novia,
Zoila Ledesma. Con tres intentos de solicitar la revisión de la sanción
ignorados con aspereza por Sabella; Paz se desconsoló y descargó seis tiros en
el cuerpo de Sabella; fue detenido y se constituyó un Consejo de Guerra
especial que lo condenó a muerte. El grupo acababa de volver de Tartagal donde
estaba apostado en previsión de la posible escalada de violencia por la guerra
entre Bolivia y Paraguay.
La apelación ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina tuvo
un resultado adverso y se confirmó la sentencia para el 6 de enero. El anuncio
de la terrible condena indignó a la población santiagueña. El pueblo se
solidarizaba con Paz. Les despertaba simpatía por santiagueño, por deportista y
por buena persona. Cuando administraba el rancho, se las arreglaba para repartir
el sobrante de comida entre la gente que se acercaba al cuartel.
La orden se cumplió a las 14.05 del 9 de enero de 1935.
Nuestro cronista destacaba que tras 30 años se producía otro fusilamiento. En
1905 había sido fusilado un conscripto en el cuartel de la Recoleta.
Nuestro diario realizó una cobertura importante con enviados
especiales y corresponsal. “Desde temprano se notaba, en varios barrios de la
capital, un visible estado de nerviosidad, de verdadera impaciencia”, decía y
agregaba: “un público numeroso se agolpó desde temprano, en los alrededores de
los cuarteles”.
Donde la “pena y el dolor más profundo se sentían era en el
barrio ‘El Triángulo’, donde nació y creció Paz, muchas de cuyas familias allí
residentes permanecieron en vela llorando y rezando las mujeres, mientras los
hombres seguían alentando aún la esperanza de que el presidente de la nación
conmutara la pena”.
El comercio santiagueño cerró sus puertas desde la tarde del
8 de enero en adhesión “a las protestas del pueblo”. Además, adhirieron a las
protestas los gremios que paralizaron todas las actividades provinciales. Los
que estaban a las puertas del cuartel intentaron atacarlo, pero fueron
controlados. La jornada fue tremendamente agitada con enfrentamientos, pedreas
y golpes.
Un momento clave, previo al fusilamiento, fue el bautismo de
su sobrina. “A las 11 concurrieron al cuartel del Regimiento 18 de Infantería
la hermana del cabo Paz, Francisca Paz del Fernández, acompañada de la novia de
éste, Zoila Ledesma. La hermana de Paz llevaba en brazos a su hijita Selva
Argentina, de ocho días de edad, a fin de que fuera bautizada en el local del
regimiento”. El cabo “sirvió de padrino a su sobrina, a quien el capellán del
ejercito Amancio González Paz dio los óleos bautismales”.
El condenado escribió tres cartas las cuales fueron recibidas
por nuestro diario que las publicó en exclusiva. Una iba dirigida a sus
camaradas donde expresaba “Viva la patria. Adiós camaradas”. Otra para el
pueblo en la que agradecía “todo lo que han hecho por mí”. Y la tercera a su
hermana: “vos sabés cuanto te he querido y quiero hasta el último momento de mi
vida” y “cuídate mucho y preocúpate de tu salud para que vivas muchos años”.
Fuente: La Gaceta
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