Una entrevista realizada cuando el maestro cumplía 50 años con la música
En el momento en que se hizo esta entrevista, Alfredo Ábalos acababa de celebrar medio siglo de trayectoria artística. Con 66 años, el legendario folclorista santiagueño seguía siendo un defensor acérrimo del folclore “con fundamento” y se mostraba crítico con las versiones más comerciales del género. A pesar de su trayectoria, el reconocimiento a su figura seguía siendo esquivo.
La nota fue realizada en Buenos Aires, adonde Ábalos había
llegado hacía apenas unas horas desde Santiago del Estero. En aquella ocasión,
se instaló por unos días en una casa del barrio porteño de San Cristóbal, sin
su clásico bombo legüero ni instrumentos, pero con su inconfundible manera de
hablar y cantar.
Se lo veía sereno. La luz del mediodía resaltaba su barba y
cabello blanco, y entre mates y recuerdos, el músico repasaba su camino.
Celebraba 50 años con la música, y su regreso a la ciudad coincidía con un
recital reciente en el ND Ateneo. “Es muy emocionante, ¿viste? Después de tanto
tiempo, ver carteles con tu cara por toda la ciudad. Es como un reconocimiento
a una vida dedicada a hacer música con raíz”, decía en aquel entonces.
Por esos años, Ábalos ya vivía con más calma, gracias en
parte al yoga, disciplina que practicaba desde hacía décadas por consejo de
Edmundo Rivero. “Uno ya no es tan insistente. Hoy prefiero enfocarme en lo
espiritual, en dejar huella”, comentaba.
Hacía más de 30 años que vivía en el barrio 8 de Abril, en la
capital santiagueña, donde llevaba una vida sencilla junto a su compañera Muni
y sus gatos. “Nadie me mueve de ahí, hijo. En esa casa hicimos miles de
juntadas con amigos como Don Sixto, Trullenque, Tarragó Ros…”, recordaba.
Durante la charla, Ábalos repasaba también sus orígenes
musicales. Criado por sus tíos tras la temprana muerte de su madre, se formó en
una casa donde la música era parte del aire. A los 16 años ya tocaba en
carnavales y no tardó en formar parte de conjuntos importantes. Su primer
disco, Herencia folclórica, llegó gracias a Leo Dan, y luego vinieron más de
quince álbumes. El último hasta ese momento, Te digo chacarera, lo grabó junto
a sus hijos Santiago y Martín.
En esa etapa de su vida, aún le dolía cierta falta de
reconocimiento en los festivales más importantes. “Duele esa ingratitud. Hoy se
prioriza lo que vende, no necesariamente lo bueno”, lamentaba.
Tampoco ocultaba su temperamento, algo que, según admitía, podía haberle cerrado algunas puertas. “Siempre fui peleador cuando se trataba de defender lo que creo que vale la pena”, decía, recordando su última visita a Cosquín, en la que no se calló frente a un público más interesado en artistas comerciales que en el folclore tradicional.
La entrevista también tocó anécdotas valiosas, como su
vínculo con Atahualpa Yupanqui, quien le criticó haber grabado Angélica, una
zamba con aires más románticos. “Don Ata era bravo cuando te criticaba, pero
aprendimos. De ahí en más, distinguí entre el folclore abolerado y el de raíz.
Las raíces hay que respetarlas”.
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