El 2 de setiembre de 1587 se fecha la erróneamente considerada primera exportación argentina.
Felipe Pigna. Historiador
La industria nacional, esa actividad atacada por las políticas neoliberales hasta lograr su casi extinción a fines de los 90, tiene, desde 1941, su día en nuestro calendario oficial.
Es el 2 de septiembre, en conmemoración de aquel día de 1587
cuando, se nos dice, se produjo "la primera exportación argentina al
exterior". Aquel 2 de septiembre de 1587 zarpó del fondeadero del
Riachuelo, que hacía las veces de puerto de Buenos Aires, la carabela San
Antonio al mando de un tal Antonio Pereyra con rumbo al Brasil.
La nave llevaba en sus bodegas un cargamento fletado por el
obispo de Tucumán, fray Francisco de Vitoria. Eran tejidos y sacos de harina
producidos en la por entonces próspera y productiva Santiago del Estero. Pero,
entre las bolsas de harina, según denunció el gobernador de Tucumán de
entonces, integraban el embarque barras de plata provenientes del Potosí, cuya
venta debía ser autorizada por el gobernador ya que estaba regulada por una
Real Cédula.
Además de poder afirmar que la "primera exportación
argentina" encubría un acto de comercio ilegal, es cuestionable el
concepto de "exportación" ya que desde 1580 los reinos de España y
Portugal y sus respectivos dominios coloniales estaban unidos bajo la corona de
Felipe II.
El obispo Francisco de Vitoria fue uno de los pioneros del
tráfico negrero en estas tierras. Sin embargo, el Consejo de Indias lo había
propuesto 'por ser muy buen letrado y predicador" y por poseer excelentes
recomendaciones por su pasado de consejero de la Inquisición en España.
Las cosas comenzaron a complicarse para Vitoria cuando en
1586 Juan Ramírez de Velazco fue nombrado gobernador de Tucumán. Una de sus
primeras medidas fue condenar y denunciar el comercio practicado
sistemáticamente por el obispo, pero los miembros de la Audiencia, que estaban
en el negocio, parecían no "oír" sus reclamos.
Decía en sus notas: "en esta ciudad está la iglesia
catedral y por obispo de ella don Francisco de Vitoria, de la orden de Santo
Domingo, (...) que si hay escasez de sacerdotes se debe, no a la pobreza de la
tierra, sino a los malos tratamientos del prelado porque aun los legos no lo
pueden sufrir. A mí me ha excomulgado dos veces. Todo su negocio es tratos y
contratos" (1).
Ramírez de Velazco
comenzó haciendo justicia con el entorno del obispo.
A su colaborador García de Jara, que había matado 11 indios y
realizado unos nueve estupros sobre pequeñas indias de las que murieron seis, y
"por ser uno de esos que lavan su lengua en honras de mujeres
honestas", mandó que le cortasen la lengua y la clavaran en un madero y lo
que quedaba de él, que lo colgaran "hasta que muriera de muerte
natural" (2).
El obispo, que tenía más de 20.000 indios en encomienda, no
prestaba mucha atención a lo que decía San Jerónimo (347-420): "Como el
mercader nada agrega al valor de sus mercaderías, si ha ganado más de lo que ha
pagado, su ganancia implica necesariamente una pérdida para el otro; y en todo
caso el comercio es siempre peligroso para su alma, puesto que es casi
imposible que un negociante no trate de engañar".
Ni a San Ambrosio (340-397), que condenaba sin soslayos la
propiedad privada: "todo lo que tomas sobre tus necesidades, lo tomas por
violencia. ¿Dios habría sido bastante injusto para no distribuir con igualdad
los medios de vida, de manera que tú estarías en la abundancia, mientras que
otros sufrirían necesidades? El pan de los hambrientos es el que tú acaparas,
el traje de los desnudos el que guardas, el dinero que tú ocultas es el rescate
de los desgraciados" (3).
El gobernador decidió denunciar la conducta del obispo ante
el propio Rey Felipe II: "El obispo Vitoria tiene amedrentados a vuestros
vasallos con sus continuas excomuniones y su vida y ejemplo no es de prelado
sino de mercader. No he visto que haya acudido a las cosas de su cargo ni le he
visto en la iglesia ni entiende en la conversión destos pobres naturales Y en
el entretanto que andaban las procesiones estaba él por sus manos haciendo
fardo para llevar al Brasil (...) y llegaron sesenta negros que le dejaron los
ingleses (...) vino a esta ciudad con ellos (...) deja de acudir al oficio de
pastor para acudir al de mercader sin acordarse de estas pobres ovejas Y en
sabiendo un pecado o liviandad de alguno le hace proceso, y el tal culpado, por
no venir a sus manos, le da cuanto tiene (...) lo que se ha podido averiguar
-lo que le confirma que el gobernador no fue informado del embarque ya que lo
tuvo que averiguar- del oro y la plata que el obispo envió al Brasil son los
mil y quince marcos de plata blanca y treinta y nueve marcos de oro de ocho
onzas más trescientos setenta pesos de oro de 22 kilates y dos cadenas que
pesaron ciento y noventa y cinco pesos y quince marcos de plata labrada que
envió el dicho en el dicho navío a Manuel Tellez Barreto, gobernador de
Bahía" (4).
En otra carta le advertía al monarca: "Conviene vuestra
majestad ponga a esto remedio para que no sean defraudadas sus rentas
reales".
La "nave del Día de la Industria" emprendió su
regreso con ciento veinte pasajeros involuntarios (esclavos negros, destinados
a las minas de Potosí, y varias decenas de campanas y cacerolas), pero fue
abordado por el pirata inglés Thomas Cavendish y sus hombres.
Al pirata, poco afecto a los rezos y sermones, no lo
amedrentó la presencia del obispo y se robó el barco con toda la mercadería y
la mitad de los esclavos.
Al año siguiente, Vitoria pudo rehacerse económicamente y
fletar un navío propio llevando unos 45 mil pesos en plata.
Pero los tomó un temporal muy fuerte y "dieron al través
de la otra banda del río" -como informaba el gobernador de Tucumán en
diciembre de 1588-, donde los náufragos enterraron la plata y anduvieron
prófugos de los indios, hasta que los salvó una expedición salida de Buenos
Aires.
El obispo rescató 15 mil pesos que tenían los naturales,
según el gobernador porque "Dios no miró las ofensas que le ha hecho su
desenfrenada lengua".
Pero se ve que el Todopoderoso se arrepintió, porque en
Buenos Aires el gobernador Torres de Navarrete, amigo de lo ajeno y del dicho
español de los 100 años de perdón, se echó sobre la plata y le tomó 5 mil pesos
y el resto lo repartió entre los vecinos, con lo cual Vitoria y su gente
tuvieron que volverse a Tucumán caminando.
Todos estos episodios culminaron con la separación del obispo
de su diócesis. Pero lo que nunca imaginó el obispo Francisco de Vitoria es que
su acto se transformaría en todo una alegoría de la Argentina contemporánea y
que el calendario oficial le asignara un espacio destacado en sus caprichosas
efemérides en el lugar que le corresponde sin duda a los argentinos que
pensaron y lucharon verdaderamente por el desarrollo de la industria nacional
como Manuel Belgrano, quien dijo: "Todas las naciones cultas se esmeran en
que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y ponen todo
su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del
extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas".
No estaría mal que celebremos entonces el 3 de junio, día del
nacimiento de nuestro primer y entusiasta industrialista, Manuel Belgrano, como
el Día de la Industria y dejemos de homenajear a esta actividad fundamental del
quehacer nacional conmemorando un acto de comercio ilegal.
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