Por Alberto Bravo de Zamora
De La Banda hasta Santiago Hay un puente que cruzar No le empines mucho al trago Porque puedes resbalar.
Con respecto al segundo verso de esta copla, cuando expresa: “hay un puente que cruzar”, me parece oportuna la siguiente aclaración: Por lo general, los santiagueños cuando escuchamos esta parte, pensamos en el puente carretero, pero en realidad hace referencia al viejo Puente Negro (fuera de servicio desde hace muchísimos años), al que podemos ver desde lejos en nuestra costanera.
Antes de 1927, año en el que se inaugura el puente carretero,
una de las maneras de unir Santiago y La Banda era el bote. Éste salía a la
mañana temprano desde la orilla de La Banda, a la altura de El Polear y
terminaba su recorrido en nuestra ciudad capital, poco antes de lo que hoy es
la Universidad Católica. Volvía a La Banda poco después del mediodía. Los
bandeños, que venían juntos luego de realizar sus gestiones, tenían por
costumbre, que los que se desocupaban primero esperaran a los demás, en un bar
situado en Alsina y Olaechea, a quinientos metros aproximadamente de donde
tenían que tomar el bote de vuelta. El lugar se llamaba “La Amistad”. Eran tan
habituales las peleas que se armaban entre los parroquianos, que con el tiempo
el ingenio popular le cambió el nombre de “La Amistad”, por el de “Luna Park”.
Otro medio de comunicación era el ferrocarril, que, con
varias frecuencias diarias, corría por el “Puente Negro”, siendo la última a
las veintiuna desde Santiago a La Banda. Finalmente, también se podía cruzar
caminando. O sea que quien perdía el último tren, debía hacer tiempo hasta las
cinco y media de la mañana en que salía la primera frecuencia o, caso
contrario, volver a pie.
En aquel entonces, una de las posibilidades de pasar la
noche, era quedarse en la “Esquina al Campo”, situada en las calles Jujuy y La
Plata, a dos cuadras de la estación. El boliche se denominaba así, porque
cuando comenzó a funcionar, nuestra ciudad hacia al norte, finalizaba
precisamente en ese lugar. Esta manera de “acortar las horas” con música y
alcohol, era la elegida invariablemente por Julio Jerez.
La otra alternativa, que es a la que se refiere la copla, era
volver a pie. El recordado Puente Negro tenía, aproximadamente, mil ochocientos
metros de largo; la parte peatonal del mismo estaba dos metros más abajo y
corría paralelamente a las vías; la pasarela o tablón por el que se caminaba, era
de treinta y cinco centímetros de ancho y sólo tenía para tomarse una endeble
baranda. Como podrá advertir el lector, el consejo de la copla era plenamente
justificado, ya que era peligrosísimo cruzar el puente con varios tragos de
más.
Mi pariente Marcelo Ábalos Alcorta, me dijo al respecto: “De
chico he escuchado a la gente mayor afirmar que varios borrachos habían caído
al agua y que más de uno se había ahogado.”
Fuente: Patio Santiagueño (Facebook)
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